Meditar
es mucho más que una práctica concreta de desarrollo mental. Meditar no es
sólo sentarse a meditar, no es sólo vérselas con la mente durante media hora
o una hora al día, no es sólo vivenciar los dolores de nuestro esqueleto
durante un prefijado período de tiempo. Ese tipo de meditación es
imprescindible, sí, pero meditar no es como unos zapatos de los que te
despojas cuando quieres. Meditar es una actitud. Hay meditación en quietud y
meditación en acción. Meditar es mantener la consciencia alerta. Meditar es
mantener la armonía. Meditar es mantener la ecuanimidad. Meditamos si estamos
atentos a la palabra, a los pensamientos, a los actos.
Meditamos cada vez que
frenamos las contaminaciones de la mente, cada vez que observamos con
atención, cada vez que indagamos en nuestra profunda naturaleza. Se medita
así en el mercado y en el trabajo, en el ocio y en cualquier
circunstancia que se presente. Y así se va entrenando la mente superior, la
supraconsciencia, la capacidad de percepción más allá de lo aparente, del
barniz, de la superficie. Vas persuadiendo a tu mente cada vez que meditas
para que esté más atenta, más despierta. Unas veces meditas hacia dentro,
otras meditas hacia fuera. Unas veces te aplicas a tus profundidades; otras
tratas de captar todo lo que sucede a tu alrededor. Y con la meditación
empiezas a comprender, empiezas a obtener los resultados de esas condiciones
que están poniendo para hacer posible el glorioso fluir de la Sabiduría.
Comienzas a comprender
que la fiesta está dentro de nosotros y no fuera, que la única posibilidad de
satisfacción está en el mundo interior y no en el exterior; que el más
auténtico maestro está en nuestra naturaleza original. Comienzas a
comprender que cuando pierdes el ego ganas la Totalidad, que el ser humano
desde que ha adquirido consciencia debe evolucionar conscientemente y no mecánicamente,
que estamos enredados en tan sutiles mecanismos de autoengaño que pensamos
que hacemos algo por altruismo cuando todo es por obtener una ventaja
personal. Comienzas a comprender que nos movemos frenéticamente hacia el
placer y que huimos no menos frenéticamente del dolor y que esa dinámica
condiciona absolutamente toda nuestra existencia. Comienzas a comprender que
debe haber una dimensión más allá de esa dinámica, una dimensión que sea
precisamente la ausencia de placer-dolor y por tanto el florecimiento de la
plenitud. Comienzas a comprender que tu ego es una proyección, una falsa
identidad, un espejismo y por otro lado espectro, pero a la vez un gran vacío
que es el todo o un gran todo inmaculadamente vacío. Y meditando iremos
descubriendo nuestra propia realidad, que es otra que la realidad del ego.
Meditamos para despojarnos del ego, para desenmascarar al ego, para desnutrir
ese ego que es el armazón de la burda máscara de la personalidad.
Ver también: http://carlos-ananda.blogspot.com/2011/11/la-observacion-de-la-mente.html
Colección fascículos YOGA, tomo 2 (Ramiro Calle)
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"En cada momento daré la expresión más inteligente que pueda, más eficaz que pueda, más profunda y sincera que pueda, pero la daré del mismo modo como el Sol da su luz, como la Flor da su perfume, es decir de un modo natural, porque es su NATURALEZA darlos." (Antonio Blay).
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martes, 8 de noviembre de 2011
La actitud meditacional
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