SELECCIÓN DE LAS PRÁCTICAS
MÁS IMPORTANTES
DE LOS DIVERSOS YOGAS,
PARA SER INTEGRADOS
EN LA VIDA DIARIA
DEL HOMBRE DE ACCIÓN
Editado en 1989
ÍNDICE DE
MATERIAS
INTRODUCCIÓN
HATHA-YOGA. La cultura
del nivel físico
Orientaciones generales
Ejercicios fundamentales de
Hatha-Yoga
Requisitos para su eficacia
La respiración consciente
La relajación general
consciente
Posturas de Yoga o «asanas»
Posturas de meditación
Plan muy breve de posturas
de Yoga
Plan breve de ejercicios de
Yoga
Extensión y contracción
general
BHAKTI-YOGA. La cultura
del nivel afectivo
Como organizar nuestra vida
afectiva
Problemas de la vida
afectiva y su solución
Ejercicios prácticos
Unificación del trabajo interior
RAJA-YOGA. La cultura del
nivel mental
Atención intencional y
actitud positiva
Unos minutos de trabajo
mental
El silencio mental
Algunas dificultades
Vivir en la actitud del Yoga
en Occidente
UN DIA DE ACTIVIDAD VIVIDO
EN YOGA
¿Problemas de tiempo para
estas prácticas?
La perfección en la vida
ordinaria
Ejercicios por la noche
Final
INTRODUCCIÓN
Es general el interés que despiertan las grandes
posibilidades de transformación psicológica y de avance espiritual que encierra
cada una de las formas de Yoga, y llenan de entusiasmo a quienes sienten un
sincero deseo de superación personal.
Pero, después, quienes estudian un poco más a fondo
la materia se dan cuenta de que para dedicarse con fruto a este tipo de
prácticas se requiere todo un estilo de vida, un aislamiento del mundo,
viviendo en el campo o en un sitio alejado de ruidos y tensiones, y sobre todo
la asistencia de un maestro o gurú que guíe paso a paso los ejercicios y vigile
el progreso. Entonces brota el desánimo.
Además se piensa que el Yoga es un sistema único,
sencillo, o por lo menos unitario. Y que no hay más que seguir las
instrucciones dadas en un libro para ir progresando paso a paso hasta llegar al
estado de realización espiritual. Después, profundizando un poco en el tema, se
descubre que en realidad hay varias formas de Yoga bastante diferentes unas de
otras. Y entonces surge la duda, la vacilación, porque uno se siente atraído
por todas ellas, pero se da cuenta de que es imposible seguirlas todas y no
sabe al fin cuál es la que debe elegir.
Por eso creo que es muy útil y aun necesario hacer
lo mismo que practican ya personas muy interesadas en la espiritualidad, tanto
en la India como en Occidente, hombres de negocios o de vida muy atareada. De
entre los ejercicios y normas del Yoga hacen una selección inteligente y la
ordenan de modo que puedan combinar su propia necesidad de vivir dinámico,
pendientes del exterior, atendiendo a asuntos concretos y a veces muy
complicados que se les presentan, con las prácticas escogidas de adelantamiento
y de progreso espiritual. Esto tiene, claro está, la ventaja de que permite
compaginar las obligaciones del mundo, es decir, familiares, sociales e incluso
vocacionales, con su propio desarrollo espiritual. Pero además la experiencia
demuestra que cuando se han elegido bien, las mismas prácticas se convierten en
un factor de eficiencia enorme en el rendimiento de esas obligaciones del
mundo, lo mismo en las de tipo intelectual, que en las afectivas y otras de la
vida diaria.
Este ideal no es sólo una pretensión de personas que
aspiran a vivir en un nivel espiritual; hoy día se ha convertido, sobre todo en
Occidente, en una necesidad primordial para toda persona un poco consciente.
Porque la tensión de la vida moderna y las muchas necesidades a que estamos
sujetos nos exigen vivir completamente pendientes del exterior, estar pensando
constantemente en buscar soluciones a problemas que se acumulan cada vez con
mayor rapidez. Esto produce no sólo una tensión en nuestro cuerpo y en nuestra
mente, sino también -y es lo más lamentable de todo- un estado de
descentramiento de nosotros mismos. Acabamos por perder la noción de nosotros
mismos y nos encontramos absorbidos por este torbellino de actividad. Entonces
el hombre se olvida de sí mismo, se ignora, se desconoce. Cuando la persona se
aleja de sí, cuando ya no es el centro de sí misma -que eso quiere decir
descentrarse-, cualquier cosa es posible, sobre todo cualquier cosa
desagradable.
Por ejemplo, es víctima de los vaivenes de todas las
cosas a las que vive sometido, surgen problemas graves en sus asuntos
profesionales, todo se resiente en esta depresión de su personalidad. Cuando
sobrevienen problemas familiares, le duelen más en carne viva. Y no sabe cómo
reaccionar, cómo defenderse, cómo salvarse del alud de mordiscos, podríamos
decir, o de tensiones que le llueven de todos los lados. El hombre se encuentra
indefenso y como resultado, sus facultades se agotan prematuramente. Tiene que
hacer un sobreesfuerzo y al final naufraga siempre antes de hora, porque su
salud se resiente, y claudica antes de haber llegado al que debería ser el
término normal de su vigor físico, porque su mente cada vez tiene mayor
confusión y porque pierde esa lucidez de espíritu que es lo único que puede
orientarnos y dar un verdadero sentido a la vida.
Por, todas estas y otras razones que podríamos
añadir, la práctica seria, asidua, sistemática de unas normas espirituales que
nos permitan mantenernos en nuestro centro y polarizados hacia lo que
constituye nuestro verdadero objetivo en la vida, se convierten en algo de una
necesidad primerísima, que por nada del mundo se debe dejar.
No se ha de argüir, para evadirse de estas
prácticas, que uno no tiene tiempo. Es cierto que no tenemos tiempo, pero
también lo es que tenemos todo el tiempo. Depende siempre de la valoración que
demos a las cosas. La persona que sufre un dolor de muelas muy agudo, de tal
modo que no puede aguantar más, siente que lo más urgente, lo más importante
para ella en aquel momento es mitigar su dolor de muelas. Para el que está
enfermo con fiebre muy alta, todas las obligaciones se desvanecen, y
desaparecen porque lo que está viviendo en primer término es su enfermedad, que
reclama urgentemente un remedio.
Quiero decir con esto que la afirmación de que no
tenemos tiempo depende de que nosotros valoremos nuestra necesidad de acción,
de movemos en el mundo como más real, como más importante que nuestra propia
realidad espiritual, que nuestro equilibrio y nuestro desarrollo interno. O sea que esta misma objeción es ya un
síntoma de estar descentrados. El que está centrado en su realidad se da cuenta
de que, por muy importantes y urgentes que sean los asuntos que lleva entre
manos, siempre es más importante y siempre es más urgente el ser consciente de
su propia realidad espiritual.
Por eso es tan útil que podamos ofrecer en este
libro una selección de las prácticas de las diversas formas de Yoga, para que
el hombre atareado, el hombre de acción de hoy día pueda integrar en su propia
vida dinámica estos ejercicios, de forma que le ayuden no sólo a desenvolverse
con más equilibrio en el mundo, sino sobre todo a reencontrarse a sí mismo, a
ser dueño de sí, y lo que es más importante, a abrirse a una dimensión
espiritual, que al fin y al cabo es la base de toda la vida por la que está
luchando. Cuando el hombre se centra y descubre esta realidad espiritual en
sí mismo, automáticamente se hace dueño de la situación y puede administrarse
sus capacidades intelectuales, aumentando incluso sus intuiciones comerciales y
profesionales; en una palabra, todos sus recursos se multiplican, lo que se
debe tan sólo a que ha recuperado su verdadero sitio, su lugar dentro del cerco
de circunstancias en que vive.
Creo que esta selección de prácticas que hemos
escogido será de mucha utilidad para cuantos quieran trabajar en serio en su
elevación interior sin dar la espalda al mundo de sus relaciones sociales y
actividades profesionales. Encontrarán aquí prácticas que se refieren al nivel
físico de la personalidad, al afectivo y al mental. Todas interesan porque no
se trata propiamente de desarrollar lo espiritual. En realidad lo espiritual ya
está todo desarrollado en sí, pues nuestro ser espiritual es todo él, por
definición, luz, conocimiento, poder. Lo que hay que hacer es preparar nuestros
mecanismos más elementales, más personales, nuestro cuerpo físico, nuestra
actividad, nuestros sentimientos, nuestra mente, de forma que sean aptos para
recoger, para recibir y dejar pasar a través de ellos esa luz, esa fuerza
espiritual.
Por tanto el Yoga integral, el Yoga completo, cuya
práctica pretendemos proponer, ha de incluir siempre estos tres aspectos:
- El cuerpo, para prepararlo a que funcione mejor y
sea un instrumento apto tanto para expresarnos en el mundo, como para recibir
sus impactos o estímulos.
- Nuestra afectividad, que tiene que purificarse
para ser un elemento sensible, afinado, que matice la valoración de las cosas
en el sentido de atracción y repulsión, y nos dé el verdadero sabor, el gusto,
y diríamos que el impulso dinámico en la acción.
- Y paralelamente nuestra mente porque es la oficina
central donde se registran todos los datos, y luego se valoran y se coordinan.
Evidentemente cuanto más preparados estén estos
instrumentos, más eficaz será la acción de la persona en todos sentidos.
El Yoga que presentamos en este libro realiza una
acción eficaz en este triple aspecto. Por esta razón dedicamos las tres
primeras partes respectivamente a la preparación del cuerpo físico, de la
afectividad y de la mente conforme al Yoga, y en la cuarta y última ofrecemos
en conjunto la aplicación de todas las prácticas y normas del Yoga
integrándolas en la vida activa normal de un día cualquiera.
HATHA-YOGA
LA CULTURA DEL NIVEL FÍSICO
Ante todo hemos de ver claro que el cuerpo en sí es
todo un tesoro de posibilidades que no siempre desarrollamos, que es
susceptible de funcionar mucho mejor de lo que normalmente lo hace, y que
además es absolutamente indispensable para poder desenvolvernos en el orden
material.
Del mismo modo que cuidamos con gran solicitud las
máquinas que necesitamos para nuestra industria, porque nos cuestan mucho
dinero y porque sin ellas no podríamos seguir el ritmo necesario de producción,
igualmente o más todavía hemos de preocupamos de nuestro cuerpo y cuidarlo,
pues es la máquina básica que nos permite movernos y desenvolvernos en el
mundo. Sobre este punto hay por desgracia mucha desidia, y una ignorancia y
desconocimiento muy graves. Esta ignorancia se va por los dos extremos: hay
personas que toman el cuerpo como un mecanismo gracias al cual pueden acumular
satisfacciones que les compensan de sinsabores en otros órdenes de la vida, y
entonces lo aprovechan para comer o beber con exceso, para usos sexuales
abusivos o también para trabajar sin descanso, haciendo sobreesfuerzos
exagerados; y encontramos también otro tipo de personas a las que parece que el
cuerpo no tiene importancia y que se preocupan sólo de las ideas, viviendo
siempre en el mundo de sus pensamientos y olvidadas de tomar contacto con las
necesidades de su cuerpo, sin atenderle como es debido; así su cuerpo se
desnutre, no por falta de alimentos sino a veces por falta de sustancias
básicas para su equilibrio fisiológico.
El Yoga físico, en realidad, comprende toda acción
sobre el organismo. Por tanto se refiere no sólo a los ejercicios y prácticas
especiales respiratorias, sino también al tipo de alimentos, al modo de comer,
de descansar, de andar; a la compostura y actitud física que uno tiene en la
vida, etc. Sin que con esto queramos decir que quien practica Yoga físico haya
de controlar todo lo que hace el cuerpo, porque tampoco se trata de exagerar en
ningún sentido; pero sí que ha de tener una visión un poco clara de lo que
conviene en cada caso.
ORIENTACIONES
GENERALES
La
comida
Hay que tomar alimentación básica completa, que no
sea exagerada de ningún modo, ni en cantidad ni en ninguno de sus componentes y que sea sabrosa. Muchos
creen que el Yoga requiere austeridad en todo lo que se refiere a la sensación
y sensibilidad normales. Esto es completamente falso. Hay que saborear, hay que
encontrar gusto en la comida, porque el gusto facilita la digestión. ¡Saber
saborear la comida, saberla sazonar bien, comer con gusto! ¡Cuántas personas
hay que comen sin darse cuenta apenas de que están comiendo y sin saber qué
comen! ¡Y después se quejan de que la digestión es pesada! Si estas personas se
centraran en el acto de comer y comieran atentas, bien conscientes de lo que
están haciendo, en un estado afectivo alegre, optimista, harían la digestión
con mucha mayor rapidez y la comida les nutriría mucho más, pues la asimilarían
mejor.
De entrada no podemos aconsejar a nadie que se
limite a un régimen exclusivamente vegetal, como se hace en algunos libros de
Yoga. Esto puede ser de absoluta necesidad para quien practica Yoga de modo
total y exclusivo, pero en principio no lo creo necesario, ni sé que las
investigaciones dietéticas hayan llegado a una conclusión clara en este sentido:
no estimo que sea mejor un régimen de alimentación exclusivamente vegetariana
que un régimen mixto. Por tanto me parece que nadie debe preocuparse demasiado
por ello. Lo principal es que aprenda a comer moderadamente, con alegría y a
distinguir los alimentos. Vigilar cómo le sientan, cómo afectan a su organismo.
También, respecto de la comida, hemos de decir que
nunca debe ponerse uno a comer estando muy tenso, porque el aparato digestivo
no está entonces preparado para poder digerir. Conviene siempre descansar antes
un poco, pasear, o hacer algo que distraiga, que distienda. Por eso aconsejo a
las personas que sufren un mal crónico de estómago que hagan una pequeña sesión
de relajación antes de la comida, en lugar de echarse después para la clásica
siesta, como suele aconsejarse, o además de ella, si se puede y cuesta dejarla.
El ejercicio de relajación lo describimos con todo
detalle al final de estas consideraciones indicando sus principales efectos,
porque es una de las prácticas fundamentales del Hatha-Yoga.
Con la relajación antes de la comida el aparato
digestivo se preparará todo él mejor para comer y digerir bien, pudiéndose
constatar que la digestión se efectúa entonces de un modo excelente, sin
necesidad de la clásica siesta. Con diez minutos antes de comer hay tiempo
suficiente para este trabajo de preparación. Si la persona está muy preocupada
mentalmente, mejor que la relajación física, o combinándola con ella podría
hacer un poco de oración, en la que esta tensión se aflojase mediante la
actividad afectiva. O incluso dando un paseo o con otra actividad física que le
apeteciera y ayudara a descargar su estado de tensión; o tal vez relajación,
oración y paseo, las tres cosas combinadas.
Si se va a dormir en seguida, cuanto menos se coma
mejor. Muchas veces comemos puramente por hábito, no por necesidad orgánica.
La bebida
Podemos hablar también de la bebida. Es nefasta la
costumbre tan extendida de beber alcohol constantemente, pues produce una
habituación tan fuerte en el organismo, que se hace insensible -tanto más
peligrosa-, y aunque de momento parece que estimula el estado de ánimo, a la larga
va agotando las facultades y disminuyendo la capacidad de rendimiento. Esto es
fatal sobre todo para quien se toma el objetivo de la vida en serio, porque
automáticamente se va incapacitando para realizarlo.
El objetivo de la vida está en la línea de una plena
lucidez, y por lo tanto lo que tiende a embotar es evidente que va en contra de
él. Aconsejaría ir eliminando en lo posible estas necesidades tan artificiales
de beber constantemente alcohol en cualquier forma que sea. Hablo del alcohol
fuera de las horas de comida, de los vermuts, coktails, whiskys, etc., no del
vino en la comida. Aunque se ha de entender bien claro que no voy en contra del
alcohol en sí, por principio, sino de la práctica abusiva que se hace de él,
porque está comprobado que a la larga redunda en la disminución de las
facultades psíquicas y corporales y porque condiciona a seguir tomando y
aumentar sucesivamente las dosis. Por eso es tan nefasto este vicio que se va
introduciendo bajo la excusa de cumplir con las normas sociales. Pero todo ello
sin que queramos imponer prohibiciones absolutas, con espíritu de libertad que
es el que inspira el Yoga.
La
vida sexual
Una vez más hay que distinguir: cuando uno se
consagra en cuerpo y alma al Yoga, se aconseja una continencia, si no
absoluta, sí lo más estricta posible. Pero cuando una persona practica Yoga
dentro de un ritmo de vida activo, entonces la vida sexual no está
contraindicada. Se ha de ver bien claro que lo sexual es una función orgánica
natural, sana, excelente. Se ha convertido en tabú por varias razones,
algunas de ellas plenamente justificadas. Y eso ha dado lugar a que, si bien
para muchas personas constituye una prohibición casi de tipo mágico, para otras
ha venido a ser un medio abusivo de cerrarse en un círculo de satisfacciones
morbosas del que no pueden salir.
La función sexual es sana en la medida en que es
expresión de una necesidad real orgánica. En este sentido la persona que está
casada y lleva una vida conyugal normal no ha de tener ningún gran problema. Lo
fundamental, desde el punto de vista del Yoga, tal como yo lo entiendo, es que
la sexualidad no se utilice nunca como medio de compensación de nada. Si se
hace uso de la sexualidad como necesidad orgánica natural, no ha de haber
prevención o miedo respecto a su posible contraindicación para la salud, aparte
de factores morales que dependen ya de la formación o de las obligaciones
morales de cada persona. Pero aquí hablamos ahora desde el punto de vista
higiénico, y queremos dejar bien entendido que el ejercicio normal de la
función sexual, siempre que responda a verdaderas necesidades orgánicas, no
perjudica para nada de suyo a la salud.
Conviene también añadir que, a pesar de lo dicho, la
tendencia general de la persona ha de ser controlar un poco este impulso,
porque, como ocurre con todas las funciones naturales que van acompañadas de
placer, cuanto más se ejercita más se desarrolla, y de la misma manera que
muchas personas han empezado a comer por necesidad, por hambre diríamos natural
y luego el placer que han experimentado las ha inducido al exceso, convirtiendo
el apetito en gula; algo muy parecido ocurre también, o puede ocurrir, con lo
sexual. Hay una tendencia a exagerar, a apoyarse exclusivamente en el placer,
que llega a convertirse en centro y fin. Pero no ha de ser así, y por eso
conviene establecer un control.
A algunos puede quizás preocuparles cómo conseguir
esta actitud de control. No es nada difícil a condición de que la persona esté
entregada con auténtico interés a vivir. Si uno aprende a poner interés en las
personas, en las cosas que hace, en sus obligaciones, en su vida espiritual, es
decir, en todas las facetas de la vida, tanto internas como externas, si vive
todo esto con interés, con entusiasmo, que no se preocupe, pues la sexualidad no
se saldrá de su cauce natural. Pero cuando nuestra vida queda coartada,
artificialmente condicionada en una de esas direcciones o en varias de ellas,
entonces esta capacidad, este impulso de proyección, de entusiasmo no encuentra
salida por los niveles superiores, y sigue el camino más fácil de lo inferior,
que es lo sexual, la comida o la bebida.
Al decir que no encuentra salida nos referimos, por
ejemplo, a no trabajar con entusiasmo, a no dedicarse a algo en que poder
proyectar los propios valores. Ocurre a personas que viven una vida rutinaria,
encerradas en su despacho, con un trabajo que no les gusta en absoluto,
conviviendo con otras personas con las que no se compenetran, dentro de un
círculo en el que todos o casi todos son factores desagradables. Estas personas
no pueden dar salida a su vitalidad, se van cargando y entonces es natural que
necesiten buscar de un modo u otro un desahogo, que será lo sexual, la bebida o
un apasionamiento de cualquier clase.
Pero si esas mismas personas encuentran un modo de
abrirse camino por medio de alguna actividad de tipo superior, en la que se
hallan a sí mismas, dedicándose a un quehacer creador, si puede ser dentro de
su mismo trabajo ordinario, o si no consagrándose aparte al estudio, a la
investigación o incluso al trabajo manual -pero un trabajo manual que no sirva
sólo para matar el tiempo, sino para crear algo por propia iniciativa,- por
propio gusto entonces pueden vivir bien sin experimentar la necesidad de
entregarse a abusos viciosos sexuales, etc.
No hablamos ahora de sublimar la potencia sexual.
Nos limitamos a afirmar que cuando una persona normal expresa de un modo
completo su naturaleza, sobre todo si lo hace a través de sus facultades
superiores, entonces su vida sexual se mantiene sin dificultad en su sitio.
Puede ocurrir, no obstante, que una persona se
encuentre en circunstancias especiales que la sitúen al margen del uso normal
de la función sexual, sea por su formación religiosa o por su estado de vida, y
en este caso le convenga o tenga la obligación de practicar una abstinencia
sexual absoluta. A esta persona le viene aún mejor el aprender a entregarse en
cuerpo y alma a algo superior, para que su energía sexual no sólo no se
desmande, sino que se absorba íntegramente en su psiquismo en un proceso de
sublimación. Le ayudará una vida consagrada sin reservas a Dios y además al
bien de los otros, en la que gaste el remanente de energías que no consume por
su cauce natural. También le ayudarán poderosamente a esta continencia la
práctica perseverante de las posturas o asanas que damos más adelante, en
especial el sarvangasana, el shirshasana y el siddhasana.
El contacto con la
Naturaleza
Hay otras cosas en el Yoga físico, que parecen sin
sentido o insignificantes, pero que son importantes. Por ejemplo, creo que hoy
día nos hemos alejado enormemente del placer de oler la Naturaleza; ya no
entramos apenas en contacto directo con la Naturaleza. Estamos tan encerrados
en las ciudades, siempre entre los mismos horizontes -paredes, casas, calles-
que hemos ido limitando nuestro límite de visibilidad física y con él, sin
darnos cuenta, también de visibilidad mental.
Por eso insisto en lo bueno y sano que es volver a
la Naturaleza y en la necesidad que tenemos de hacerlo con la mayor frecuencia
posible, abriéndonos del todo a ella, y gustando con fruición de todas las
cosas espontáneas y bellas que tiene. El que tenga un medio de desplazamiento
que aproveche para ir siempre que sea posible a parajes de horizontes amplios,
para ponerse en contacto con la Naturaleza y respirar el aire puro. Es una cosa
excelente para el cuerpo y para el espíritu.
El
uso del tabaco
La costumbre de fumar no se opone al Yoga; no
obstante, bueno es no hacerlo o fumar poco. El que quiera dejar la costumbre de
fumar, lo conseguirá siguiendo estas normas:
- En primer lugar, ver claramente si quiere o no
quiere hacerlo, si se decide sinceramente a luchar contra la costumbre del
tabaco. Pues esta postura inicial es decisiva.
- Segundo, entregarse con entusiasmo de un modo
permanente y seguido a un trabajo de tipo creador, una afición, etc., donde
ponga en acción lo mejor de sí mismo.
- Y tercero que practique de un modo sistemático la
respiración integral, y aprenda a saborear los olores buenos, agradables que
hay en la Naturaleza. Cuanto más gusto encuentre en el hecho de respirar los
olores naturales, menos esfuerzo le costará alejarse del tabaco. La respiración
completa es de gran efecto, porque el tabaco produce una inhibición de los
centros respiratorios, y cuando se hacen funcionar de un modo pleno los órganos
de la respiración, correlativamente se induce un rechazo, una repulsión hacia
el tabaco. Más adelante describimos cómo se practica esta clase de respiración.
Así pues, ejercitando la respiración completa y
particularmente adoptando la actitud personal de entusiasmo hacia intereses
superiores, se experimentará que va desapareciendo por sí sola la necesidad de
fumar.
La
relajación muscular habitual
El Yoga nos avisa también sobre la importancia que
tiene el aprender a mantener durante el día un tono muscular correcto, sano.
Hemos de evitar ese estado de crispación que normalmente mantenemos cuando
vamos de un sitio a otro, cuando esperamos a alguien, cuando estamos pensando,
preocupados. Aprender a practicar un control permanente sobre nosotros mismos
para no estar más tensos de lo necesario. La tensión es necesaria para la
acción, pero cuando hay tensión sin acción el perjuicio es evidente. Por tanto
aprendamos a estar tensos justamente lo necesario para la acción inmediata. Si
no hacemos nada, no tenemos por qué estar tensos, ni apretar los brazos, ni el
abdomen, ni la cabeza. Un control permanente sobre nuestra compostura, no en el
sentido de ser personas educadas, sino en el de no consumir energía que nos
restará fuerzas para hacer otras cosas. Siempre que nos demos cuenta,
relajémonos, aflojemos lo que estamos apretando artificialmente. A veces nos
costará. Si respiramos con un poco más de amplitud veremos que nos sale solo.
Si estamos pensando en lo que tenemos que decir cuando
nos entrevistemos con determinada persona, está bien que pensemos, pero como no
lo hacemos con las piernas ni con las manos, relajémoslas. Como diremos más
adelante al hablar de la mente, tengamos actitud de control sobre nosotros
mismos. Es muy frecuente que cuando no tenemos nada que hacer nos sentemos y
nos entreguemos a divagar con el pensamiento de un lado a otro. La divagación
pasiva, dejándonos llevar semiinconscientemente, siempre es perjudicial.
Podemos dedicarnos a pensar, a imaginar, pero este pensar y este imaginar ha de
ser siempre de un modo activo, de un modo controlado. Si lo que uno quiere es
dejar que las ideas fluyan del inconsciente, estupendo; pero entonces debe
hacerse de un modo completo, que todo uno quede receptivo, consciente, dejando
hacer a su imaginación, pero estando atento para ver las combinaciones, las
sugerencias que brotan de los datos almacenados en el inconsciente. Cuanto más
consciente y más completa sea su actitud de receptividad, más rápido será el
proceso psíquico que hace surgir la respuesta correcta y más reforzará su capacidad
mental de control. De otra manera la divagación afloja y debilita enormemente
nuestra mente, y supone no sólo una disminución de nuestra capacidad de
control, sino además una pérdida efectiva de energía.
Diremos de paso que la persona que aprende a estar
atenta y despierta descubre que su organismo físico tiene una inteligencia y un
valor, y esta actitud de descubrimiento le capacita para poder sentir con mayor
frecuencia que antes las cosas que necesita para que su organismo funcione
bien, es decir, se hace más consciente de sus instintos naturales y de los
recursos de su naturaleza. No se trata sólo de detalles, como por ejemplo,
cuando uno está en una corriente de aire respirar de un modo más profundo y
evitar así el resfriado, o cuando está descansando notar los primeros síntomas
de frío, sino que el estar atento y conectado con el sector mental de nuestro
instinto en todos los momentos de la vida hace que uno capte constantemente lo que
necesita. Unas veces será un descanso, otras una dieta, o un tipo determinado
de ejercicio físico. Nos ahorraremos muchas visitas al médico por el solo hecho
de prestar un poco de atención y tener un poco de respeto a la voz de nuestro
organismo a través de su mente instintiva.
Aprendamos a sentir, a estar atentos, a escuchar con
interés y respeto lo que nuestro organismo nos pueda decir acerca de sus
necesidades y precisamente por boca de ellas mismas.
EJERCICIOS
FUNDAMENTALES DE HATHA-YOGA
Todas éstas son prácticas y normas de tipo general.
Después hay una serie de ejercicios con acción específica muy útil e
interesante. Pero tampoco aquí se puede dar una norma absoluta general, porque
depende de la constitución física de cada persona, de su necesidad orgánica,
del estado de salud y sobre todo del tipo de trabajo de cada persona. Las
personas cuyo trabajo es sedentario, evidentemente tendrán que hacer un
ejercicio que reactive su circulación; pero si el tipo de trabajo exige moverse
y andar mucho, habrá que practicar más bien ejercicios que hagan descansar las
piernas.
No obstante, para orientación general, podemos
enumerar aquí unos ejercicios que se pueden denominar básicos y que son
excelentes en principio para todo el mundo. A la luz de lo que hemos dicho y
siguiendo el criterio que nos dicte la propia intuición, puede cada cual
seleccionar algunos de ellos.
REQUISITOS
PARA LA MAYOR EFICACIA DE LOS EJERCICIOS DE HATHA-YOGA
Pero digamos antes cuáles son los requisitos
necesarios para que su ejecución sea eficaz. Los ejercicios de Yoga han de
hacerse 1) con lentitud; 2) con verdadera atención; 3) sin crispación, y 4) con
el tipo de respiración que salga naturalmente en cada fase del ejercicio. Lo
más importante de todo es la lentitud y la atención. Hay que practicar los
ejercicios de Yoga como si estuvieran, vistos a cámara lenta. Y siguiendo con
la atención cada instante de su ejecución. No se trata de hacer mucha fuerza,
ni de batir ningún record en ningún sentido. La lentitud se exige entre
otras cosas para facilitar la actitud interior de atención y con ella la consecución del
estado interior propio de cada postura. Al asociar la atención al cuerpo y al yo
cuando practicamos un ejercicio, las energías se asocian también y
refuerzan nuestra energía psíquica consciente. Pero además es interesante la
atención durante el ejercicio porque así aprendemos a establecer contacto con
un determinado estado mental nuestro que nos servirá de soporte en todo momento
e incluso de ayuda cuando queramos obtener una relajación mental. Si yo he
aprendido a experimentar esta satisfacción física de bienestar con atención, me
será más fácil después poder descansar la mente apoyándome en la sensación
física de bienestar.
Finalmente, también es interesante esta atención a los
ejercicios, porque ya de entrada es una práctica muy concreta y muy positiva de
desarrollo de nuestra capacidad de concentración mental. Todos sabemos el
efecto estimulante que tiene la gimnasia y el ejercicio, físico en general.
Pues bien, el Yoga lo tiene todavía más. Y digo más porque el efecto
estimulante no depende sólo de que uno se canse mucho o ejercite mucho los
músculos, sino de que la mente se integre, se unifique con ese ritmo vital
positivo. Cuando la mente se unifica con la vitalidad del organismo, el estado
general mental queda muy mejorado. Ahora bien, en el Yoga se consigue esto de
un modo sistemático, porque todos los ejercicios exigen esta atención y
lentitud, gracias a lo cual se produce la integración mental.
El ejercicio físico consciente, en especial el Yoga,
es, como ya hemos dicho al hablar de la comida, un medio excelente para calmar
la tensión de tipo afectivo o mental, produciendo un efecto de distensión y
tranquilización general, serenando la mente y haciéndole conseguir un grado
mayor de profundidad.
Es además utilísimo para aumentar y consolidar la
energía psíquica consciente, incorporando a ella la energía biológica que
producimos durante la ejecución del ejercicio. Para que se verifique esta
incorporación es necesario realizarlo con los dos requisitos dichos
anteriormente deliberada lentitud y, plena y constante atención. La atención
permite seguir conscientemente el ejercicio ejecutado con lentitud, y este solo
hecho aumenta la conciencia de la propia energía psíquica. Ya que energía no
hay más que una, que se manifiesta y consume por diferentes niveles, según el
empleo que le dé la persona.
Todo lo que explicamos aquí se basa en hechos
comprobados, que están al alcance de quienes deseen experimentarlos. Decimos
esto porque parece extraño que detalles tan sencillos, como por ejemplo el de
prestar atención durante el ejercicio, produzcan una diferencia tan grande en
sus efectos.
Hechas estas advertencias, pasamos a describir los
ejercicios básicos de Hatha-Yoga.
La
respiración consciente
Puede aplicarse con tres finalidades distintas:
- Para equilibrar el psiquismo.
- Para estimularlo.
- Para tranquilizarlo.
a) Para equilibrar el psiquismo. Respiración
completa o integral.
EJECUCIÓN: Se hace de pie, sentado, o extendido, siendo
preferibles las dos primeras posturas.
Después de hacer una respiración profunda, dejar de
respirar durante dos o tres segundos, hasta sentir el impulso natural de
inspirar. Entonces, dejándose llevar de este impulso y apoyándose en él,
permítase que el diafragma dirija con naturalidad el impulso inspiratorio
mediante su movimiento automático de descenso, con lo que el aire entrará en
los pulmones sin ningún esfuerzo. Mientras se hace este movimiento
inspiratorio, apóyese mentalmente en él ampliándolo para profundizarlo algo
más.
Luego, sin interrumpir la entrada de aire, se elevan
las costillas inferiores y se expande lateralmente la parte media del tórax de
modo que el aire entre suavemente en la parte media de los pulmones. A
continuación se eleva la parte alta del pecho para que penetre el aire incluso
en los vértices pulmonares. Para conseguirlo resulta práctico hacer un pequeño
gesto de rotación con los hombros, girándolos hacia arriba y hacia atrás, con
lo que se facilita el acceso del aire a la parte más alta de los
pulmones. Al hacer este gesto hay que contraer también un poco el abdomen, para
empujar el aire hacia arriba.
Retener entonces el aire en el pecho de uno a cinco
segundos y en seguida empezar la espiración. Comenzar aflojando la tensión de
la parte alta del aparato respiratorio, seguir con la parte media del mismo y
terminar con una relajación abdominal completa. El aire debe fluir siempre por
la nariz, tanto al entrar como al salir, con regularidad, suavidad y
uniformidad.
Se notará la correcta ejecución del ejercicio al
experimentar una notable sensación de plenitud y satisfacción, que tal vez se
ha sentido ya en otras ocasiones al respirar profundamente, sin saber cómo se
ha hecho.
El tiempo que dura la inspiración viene a ser
prácticamente el mismo que el empleado en la espiración. Todos los movimientos
deben hacerse de un modo continuado de manera que formen una unidad, sin forzar
ni violentar el proceso.
Es muy importante que la mente esté en todo momento
atenta siguiendo por dentro el movimiento respiratorio y sintiendo la sensación
del aire que penetra en el pecho, permanece dentro y luego sale.
b) Para estimular el psiquismo. La respiración
tiene también un gran efecto estimulante si se ejecuta del siguiente modo:
Después de una espiración completa, hágase una
inspiración también completa durante unos cuatro segundos. Retener entonces el
aire dentro durante ocho segundos, expulsándolo luego suave y regularmente por
la nariz, durante otros cuatro segundos.
Estos tiempos pueden aumentarse, pero para ello se
necesita seguir el consejo de una persona experimentada en la materia y no debe
hacerse sino después de algún tiempo de práctica. El ejercicio debe hacerse
tres veces por sesión y sólo después de dos o tres meses pasarse gradualmente a
hacer cuatro, cinco y hasta seis ejercicios en cada sesión.
Para aumentar los efectos es conveniente hacer el
ejercicio con la mente tranquila y visualizando mientras se inspira el aire que
entra dentro de los pulmones como si fuera energía que penetra en forma de
puntitos brillantes y que nos llena los pulmones y el organismo, removiendo
todas las impurezas que existen en nuestro interior. Y al espirar ver
imaginativamente que las impurezas físicas, psíquicas y mentales son expulsadas
juntamente con el aire viciado, dejándonos completamente limpios, sanos y
fuertes en todos los aspectos.
c) Para tranquilizar el psiquismo. La respiración
completa produce ya este efecto, pero el ejercicio específico a este fin es la respiración
abdominal.
Su ejecución es exactamente el primer tiempo de la
respiración completa, es decir, llenando de aire la parte inferior de los
pulmones sin dejar luego que penetre en la parte alta o superior, limitándose
el movimiento respiratorio al del diafragma.
La postura mejor para este tipo de respiración es la
de tumbado boca arriba.
Resulta muy útil practicarla en cualquier momento
del día para tranquilizarse rápidamente, al cambiar de ocupación, para preparar
el estado de ánimo antes de empezar un trabajo especialmente difícil, y de un
modo particular todas las mañanas antes del desayuno, al mediodía antes de la
comida y por la noche antes de la cena.
La
relajación general consciente
Es un ejercicio básico de tranquilización de
tensiones originadas en cualquier nivel, físico, afectivo o mental. Depende su
eficacia del tono muscular que logremos en él, del ritmo respiratorio y del
estado de plena lucidez y atención mental que mantengamos.
Tiene también un gran efecto de incorporación de
energías en el yo consciente, aumentando la serenidad, seguridad y fortaleza
psíquica, sobre todo si se practica después de las posturas o «asanas» de Yoga
que luego describiremos. Pues la energía desplegada durante ellas se reabsorbe
entonces.
Requisitos
esenciales
1° Progresiva distensión de todos los músculos,
superficiales y profundos.
2° Total tranquilización emocional.
3° Cese de todo movimiento, es decir de todo
pensamiento, imagen o idea.
4° Dirigir constantemente con la conciencia, es
decir con la atención-voluntad el proceso de progresiva relajación a lo largo
de toda su duración.
Parecen requisitos difíciles de conseguir, pero son
relativamente fáciles si se tiene paciencia y uno no se echa atrás porque al
principio caiga en el sueño o vea que aumenta su nerviosismo, cosa que apenas ocurrirá
si sigue un adiestramiento progresivo y sistemático, controlando poco a poco
los diferentes planos psíquicos de su persona.
Condiciones
materiales
- Lugar. Tranquilo y ventilado. Los
ruidos habituales no son obstáculo. Sí las interrupciones, que hay prever,
porque inutilizan los efectos del ejercicio. Se puede hacer sobre una manta
extendida en el suelo, o sobre la cama, mejor sin almohada, evitando el calor
que favorezca el sueño. Si se siente frío, no hay inconveniente en cubrirse con
alguna manta. Incluso en verano, evitar las corrientes de aire.
- Ropa. La que no cause molestia ni
presiones sobre el cuerpo.
- Hora. Antes de comer o cenar.
Nunca mientras se hace la digestión, pues no es una siesta.
- Duración. Los primeros quince días, dos
sesiones de unos diez a veinte minutos. O una, según el tiempo de cada cual.
Luego, si se quiere y puede, no hay inconveniente en llegar a la media hora o
emplear aun más tiempo. Pero para los efectos que pretendemos en esta clase de
Yoga incorporado a nuestra vida diaria activa, bastan diez minutos.
- Postura. De espaldas boca arriba, con
naturalidad, sin rigideces. Los brazos al lado del tronco y los pies algo
separados. Procurar acertar con el punto de apoyo más cómodo para la cabeza.
Los ojos cerrados o semicerrados.
- Otros avisos. Al empezar y terminar la
relajación y si ha de interrumpirla, hacer dos o tres respiraciones completas,
nunca interrumpirla bruscamente. En este caso, antes de moverse y de hablar,
tranquilizarse pensando en que uno va a dejar el estado en que está, respirar
un poco más profundamente, abrir los ojos y mover manos y pies. Luego ya
levantarse.
EJECUCIÓN: Una vez colocado en la postura indicada y
cumplidas del mejor modo posible todas las condiciones, se procede del modo
siguiente:
1) Hacer tres respiraciones lentas y profundas, por
la nariz, y con la boca cerrada.
2) Pensar que uno va a relajar todo el cuerpo porque
así lo desea.
3) Entonces aflojar de golpe todos los músculos de
los que sea consciente, con un gesto interior global de soltar, de aflojar, de
dejar ir.
4) Hacer en seguida diez respiraciones normales pero
algo más lentas, repitiendo a cada espiración, esto es, al sacar el aire por la
nariz, este gesto de aflojamiento general que es el mismo que seguramente se ha
hecho en muchas ocasiones, cuando, estando fatigado se ha podido al fin
tenderse en la cama y, suspirando «se deja caer del todo en ella». Mantener
clara en la mente esta idea de aflojar, soltar y relajar todo el cuerpo y
repetir una y otra vez el gesto a cada nueva espiración.
5) Descansar unos momentos, uno o dos minutos, y
aprovecharlo para mirar mentalmente el estado en que se encuentra el cuerpo, es
decir, para tomar clara conciencia de la sensación que viene del cuerpo
mientras se permanece en este estado de reposo.
6) Pensar que va a ponerse fin al estado de
relajación y que se va a volver al estado vigílico normal.
7) Hacer tres respiraciones, siempre por la nariz,
aumentando a cada una el volumen de la inspiración.
8) Después de la tercera respiración mover los dedos
de las manos y de los pies y contraer unos instantes los músculos de los brazos
y de las piernas.. Entonces ponerse ya en pie, dando por terminado el
ejercicio.
La relajación que se consigue al principio es bastante
imperfecta, pero cumpliendo estrictamente estas instrucciones se adquiere la costumbre de manejar todos
los elementos que aseguran más adelante una relajación perfecta. Insistimos en
no descuidar ninguna de las indicaciones dadas, pues todas ellas son
importantes para la correcta ejecución y para conseguir más rápido progreso.
CONTRAINDICACIONES. En la vida de agitación y
continua tensión en que nos movemos la relajación general consciente conviene a
toda clase de personal en general, a no ser que exista alguna contraindicación
médica. He aquí las principales:
1) No conviene a las personas de tendencia habitual
a huir de las situaciones concretas de la vida.
2) A las que presentan síntomas crónicos de atonía o
pereza fisiológica, física y mental.
3) A aquéllas cuyo psiquismo muestra clara tendencia
a la disgregación, a la dispersión.
4) A las que se hallan afectadas de trastornos
psíquicos graves.
En algunos de estos casos puede practicarse también
la relajación, pero a condición de ir acompañada de ejercicios de otra clase o
bajo asesoramiento médico.
POSTURA
DE YOGA O «ASANAS»
En los ejercicios de posturas o «asaras» es donde
tienen su máxima aplicación las condiciones que sentamos para la ejecución de
los ejercicios básicos de Yoga, a saber, la lentitud y la atención. Y
de ellos se derivan todos los excelentes efectos que allí mencionamos. Al
hombre de hoy -tanto al intelectual como al hombre de negocios, al
administrativo y al profesor, y en general a todos aquéllos cuya vida se mueve
dentro de un mínimo de ejercicio físico- que quiera mantener su mente y su
cuerpo vigorosos y ágiles, recomendamos la práctica diaria de estas posturas o
«asanas».
Claro que puede también sustituirse con algunos
ejercicios básicos de gimnasia occidental, a condición de que se ejecuten con
lentitud y atención, sintiendo por dentro el esfuerzo físico mientras se hace
el ejercicio. Pero repetimos una vez más que no se trata de ceñirnos a unas
formas concretas, sino de utilizar las que mejor se nos adapten y que veamos
nos producen mejores efectos, aplicándonoslas con el espíritu del Yoga. Por eso
es excelente todo deporte, como la natación, la equitación, las excursiones, la
lucha y el Judo -de resultados éste psicológicamente muy importantes para
afianzar la seguridad en sí mismo y mejorar la sintonía con los demás- y los
competitivos, en que se enfrentan dos equipos contrarios, a condición de que
los practiquemos con una disposición interior deportiva. Aunque los
competitivos interesan menos desde nuestro punto de vista, porque en ellos es
muy difícil de mantener la atención sobre el esfuerzo y los movimientos que uno
mismo hace, solicitada como está por el exterior. No obstante, es muy útil para
educar las cualidades de relación social.
Pero entre todos los ejercicios, aconsejamos aquí a
quienes puedan practicarlos, los «asanas» o posturas de Hatha-Yoga, como medio
de cultivar los estados internos positivos y por sus especialísimos efectos de
tipo psicológico, estudiados cuidadosamente por los yoguis durante largos
siglos de experimentación personal. Ofrecemos primero la descripción de los
«asanas» y sus efectos y luego proponemos algunos planes de ejercicios para
incluirlos en la vida diaria, según el tiempo de que disponga cada persona.
POSTURAS
DE MEDITACIÓN
1.
Padmasana
Esta postura es clásica dentro del HathaYoga e ideal
para hacer meditación.
EJECUCIÓN: Sentado en el suelo con las piernas
juntas y extendidas. Doblar la pierna derecha y colocar el pie sobre el muslo
izquierdo lo más cerca posible del abdomen, de manera que la planta del pie
quede al aire libre y la rodilla en contacto con el suelo. Doblar luego la
pierna izquierda y poner el pie sobre el muslo derecho, de modo simétrico a
como se ha colocado el otro pie. La columna vertebral debe mantenerse recta.
Las manos se pueden colocar encima de las rodillas; una sobre otra encima de
ambos talones, o también con los brazos extendidos apoyando la muñeca en la
rodilla, los dedos índice y pulgar deben quedar unidos por sus extremos y los
restantes dedos extendidos.
La actitud mental debe ser de reposo, de meditación.
Centre la atención en el punto interior del entrecejo.
Es difícil conseguir esta postura, pero una vez
lograda resulta enteramente confortable aunque se mantenga una o dos horas
seguidas. La cabeza puede tenerse erguida o apoyando el mentón en el pecho; los
ojos abiertos, semicerrados o cerrados del todo según la clase de empleo que se
dé al asana.
EFECTOS: En el orden físico se consigue una mayor
irrigación de los órganos de la región pélvica, facilitando la absorción de las
secreciones gonadales.
Desde el punto de vista psíquico los efectos son
magníficos: Tranquiliza el estado emocional y la mente; facilita en gran manera
el recogimiento interior y la elevación del espíritu; neutraliza temporalmente
los impulsos fisiológicos y permite una mayor soltura en la actividad psíquica,
mental y espiritual.
2.
Siddhasana
Si la postura anterior resultase muy difícil de
conseguir, pruébese para hacer meditación el Siddhasana. Las personas de
piernas excesivamente gruesas o cortas encontrarán más fácil este asana que el
Padmasana.
EJECUCIÓN: Sentado en el suelo con las piernas
juntas y extendidas. Doblar la pierna derecha y colocar el talón en el perineo,
exactamente entre el ano y los genitales. La planta del pie ha de quedar
tocando la cara interna del muslo izquierdo. Doblar ahora la pierna izquierda y
colocar el talón en el hueso pubiano, exactamente encima de la raíz del pene y
de modo que el borde inferior del pie se inserte entre el muslo y la
pantorrilla derecha. Como el pie derecho queda lindante con el muslo izquierdo,
al doblar la rodilla izquierda para colocar la pierna como se ha dicho antes,
el pie derecho queda cogido también entre el muslo y la pantorrilla izquierda,
a semejanza del pie izquierdo que queda entre el muslo y la pantorrilla
derecha. Se forma así una doble llave de pierna que confiere a la postura mucha
estabilidad y firmeza.
La columna vertebral se mantiene erguida.
La cabeza como en el asana anterior, lo mismo que
las manos. La actitud mental de reposo y meditación, situando la atención en el
punto interior del entrecejo. Este ejercicio puede hacerse también cambiando el
orden de las piernas. No debe prolongarse por más de una hora.
EFECTOS: Son los mismos que los del Padmasana.
3.
Sukhasana
Si todavía la postura anterior resultase difícil,
pruébese ésta que, como el término sánscrito lo indica, significa postura
fácil.
EJECUCIÓN: Sentado en el suelo con las piernas
juntas y extendidas. Doblar la pierna derecha y colocar el pie bajo el muslo
izquierdo. Doblar luego la pierna izquierda y poner el pie izquierdo debajo del
muslo derecho.
También se puede invertir en este asana el orden de
las piernas, empezando a doblar la izquierda. El tronco siempre erguido y
natural; las manos y la cabeza como en las posturas anteriores. Las rodillas
que queden lo más cerca posible del suelo, sin forzarlas.
La actitud mental, naturalmente de reposo y
meditación. Puede mantenerse todo el tiempo que se desee.
EFECTOS: Los físicos son de escasa importancia.
Psíquicamente produce tranquilidad y descanso.
Ya hemos dicho que estas posturas son muy
convenientes para hacer meditación, por lo que las aconsejamos y las hemos
descrito. De todos modos no es imprescindible sujetarse a ellas; también se
puede meditar estando sentado en un sillón, o una silla, aunque conviene tomar
la precaución de no tener inclinada la cabeza hacia delante ni hacia los lados
y mantener el tronco siempre recto, pues así se facilita la actitud meditativa.
PLAN
MUY BREVE DE POSTURAS DE YOGA
Además de estas posturas para la meditación,
conviene tener todos los días un rato dedicado al ejercicio físico en el que
aconsejamos practicar asanas del Hatha-Yoga. Según el tiempo de que se disponga
proponemos dos planes distintos. Comenzando por el plan breve, si una persona
no puede dedicar más de un cuarto de hora a estos ejercicios conviene que
distribuya así este tiempo
1.
Ejercicio de respiración integral, en el que hará tres veces la respiración
completa.
2.
Sarvangasana
Este asana es uno de los fundamentales en el
Hatha-Yoga tanto por sus efectos físicos como por los psíquicos.
EJECUCIÓN: Tumbado en el suelo boca arriba. Los
brazos junto al cuerpo y las palmas de las manos en el piso. Inspirar.
Levántense poco a poco las piernas del suelo hasta
formar un ángulo recto con el tronco. Apoyándose luego más firmemente con las
manos en el suelo, elevar poco a poco el tronco conservando más o menos el
mismo ángulo recto formado por las piernas y el tronco, hasta que los pies
sobrepasen la línea de la cabeza. Apoyarse con los codos, y, doblando los
antebrazos, aplicar las manos a las costillas, en la espalda, para sostener el
equilibrio. Acto seguido elevar por completo el tronco y también las piernas,
quedando en perfecta línea vertical sobre el suelo, aunque formando el cuerpo
ángulo recto con la cabeza. En este momento deberá rectificar la posición de
las manos, acercándolas a los omóplatos para facilitar el mejor mantenimiento
del equilibrio.
El cuerpo se apoya en el suelo por la parte
posterior del cuello y de la cabeza, por los hombros y los codos. El mentón
queda fuertemente aplicado contra el extremo superior del esternón.
Todos los movimientos antedichos deben verificarse
con suma lentitud y continuidad formando un todo regular y armónico. Duran te
los mismos, se practica la respiración abdominal. Una vez lograda la posición
correcta, conviene relajar todos los músculos que sea posible, sin perjudicar
el mantenimiento del asana.
Para deshacer la postura, procédase exactamente en
sentido inverso, evitando todo movimiento brusco en el descenso, en especial
del tronco y de las piernas. Los músculos abdominales, las piernas y los brazos
son los puntos de la palanca que permiten mantener un movimiento regular y
equilibrado. Al terminar háganse unos momentos de relajación general
consciente.
La actitud mental, una vez comprobado que la postura
es correcta, debe centrarse en el cuello y en la nuca. Este ejercicio no se
practicará más que una sola vez y su duración oscilará entre uno y doce
minutos, empezando por el mínimo tiempo y aumentando un minuto cada quince
días. El criterio que le avisará del cese del ejercicio será un ligero malestar
y sensación de pesadez en las piernas.
EFECTOS: Por la posición vertical invertida de
piernas y tronco, la sangre venosa va con toda facilidad al corazón derecho, lo
que alivia toda congestión venosa de las piernas y de las vísceras abdominales
procurándolas un notable descanso. Aligera el trabajo normal del corazón.
Estimula notablemente la actividad del tiroides y otros órganos del cuello y
tórax. El sistema nervioso simpático queda fuertemente estimulado y, mediante
él, todos los órganos de la vida vegetativa que inerva.
Un efecto muy notable de este asana es que facilita
el dominio del impulso sexual, pues favorece la absorción de la secreción
intersticial, vigorizando así toda la vida física y psíquica de la persona.
Desde el punto de vista psíquico produce una
sensación de calma y poderosa energía que invade todo el psiquismo hasta quedar
de modo permanente, cuando se ha logrado el dominio en la ejecución correcta de
este asana. Aumenta también la vivacidad intelectual, afectiva y motora.
3.
Sirshasana
EJECUCIÓN: De rodillas, entrecruzar los dedos de las
manos y apoyar los antebrazos en el suelo. Colocar luego la cabeza en el suelo,
de modo que se apoye sobre el vértice superior y que las manos entrelazadas
rodeen y se sujeten a la región posterosuperior de la misma, sirviéndole de
soporte.
Transfiriendo ahora el peso del cuerpo sobre la
cabeza y los antebrazos que forman el ángulo básico de soporte, elevar los pies
del suelo, conservando las piernas juntas y dobladas, las rodillas tocando aún
al pecho. Aprender a guardar así el equilibrio. Es útil recordar que para
elevar los pies y mantener el equilibrio, los puntos de apoyo son los codos,
además de la cabeza. Si se olvida este detalle cuesta más de lo debido aprender
a ejecutar la postura.
Una vez conseguido bien el equilibrio, elevar
lentamente los muslos hacia arriba, conservando las rodillas algo flexionadas,
y al llegar este ángulo formado por las piernas al punto más elevado, estirar
por completo las piernas de modo que quede todo el cuerpo en perfecta línea
vertical sobre el suelo.
La respiración debe ser tranquila durante todo el
tiempo. Todos los pasos conviene darlos con suma lentitud, tranquilidad y
continuidad. Resulta entonces mucho más fácil de hacer lo que de suyo parece
excesivamente difícil por la espectacularidad de la postura.
La actitud mental es centrar la atención en la
región posterior de la cabeza. El tiempo máximo de duración de esta postura
debe ser al principio de cinco segundos, hasta alcanzar los doce minutos,
aumentando un minuto cada quince días.
OBSERVACIONES: El cambio brusco de presión dentro del organismo puede producir
algunas molestias y trastornos. Por esto se recomienda que al
terminar el ejercicio se permanezca arrodillado con la cabeza cerca del suelo
entre las manos o encima de ellas durante el tiempo suficiente hasta sentirse
completamente descongestionado. Conviene también vigilar la posición del tronco
durante el ejercicio, pues hay tendencia a arquear la cintura hacia atrás; esto
impediría uno de los efectos mejores, el de conseguir un perfecto descanso.
La sensación molesta de pesadez y un ligero temblor
de piernas indicará el momento en que debe descender la postura. Los primeros
días resulta práctico hacer el ejercicio junto a una pared para evitar la caída
de espaldas en el caso de perder el equilibrio.
EFECTOS: Este asana es considerado por los maestros
de Yoga como el más importante del Hatha-Yoga. En el orden físico estimula los
órganos abdominales y sus funciones; hace sentir un fuerte efecto tonificante
en el cerebro y demás estructuras alojadas en el cráneo.
Desde el punto de vista psíquico estimula las
capacidades superiores de índole mental: clarividencia, intuición, e incluso la
telepatía, telequinesis, etc., que son desde antiguo conocidas y desarrolladas
por los maestros y adeptos del Yoga. Nada de extraño pues el Sirshasana, por su
postura invertida sobre la cabeza, envía una poderosa estimulación sanguínea
sobre las regiones craneanas que ordinariamente no están tan vitalizadas.
4.
Ejercicio de relajación general consciente, ya descrito.
PLAN
DE EJERCICIOS DE YOGA
Quienes dispongan de algún tiempo más, pueden
dedicar alrededor de veinte o veinticinco minutos a la práctica de los
ejercicios siguientes:
1)
Respiración completa: tres veces.
2)
Uddiyana-Bandha
EJECUCIÓN: Puede hacerse de pie o sentado en
Padmasana.
De pie, con las piernas separadas y ligeramente
dobladas; las manos apoyadas en la parte superior de los muslos; el tronco
ligeramente arqueado.
Hacer primero una inspiración completa, y acto
seguido, mediante una exhalación forzada y rápida, vaciar por completo los
pulmones. Puede hacerse de un solo golpe o mediante varias espiraciones
sucesivas y una final, que será facilitada si se arquea ligeramente el tronco y
se adelanta un poco la cabeza para lograr que la expulsión del aire sea
completa. En este momento se contraen con fuerza los músculos del abdomen y se
eleva el diafragma de modo que el ombligo esté lo más cerca posible de la
columna vertebral. Habiendo llevado todos los músculos lo más adentro y arriba
posible, se realiza una contracción imitando el gesto de vómito, con lo cual
las vísceras tienden a subir aún más hacia arriba, para lo cual también es
conveniente apoyarse primeramente con las manos en los muslos.
Queda entonces una notable cavidad abdominal que se
extiende desde el arco inferior de las costillas hasta la pelvis. Los músculos
posteriores del cuello quedan también automáticamente contracturados.
Manténgase esta posición el tiempo que sea posible,
sin excesivo esfuerzo. Luego, se relajan de pronto todos los músculos del
abdomen, de la espalda y del cuello. Se inspira despacio,
y, al exhalar el aire, se acaban de aflojar por
completo todos los músculos abdominales. Háganse unas cuantas respiraciones
normales para descansar.
La actitud mental consiste en dirigir la atención
hacia la columna vertebral, las vértebras dorsales y cervicales y hacia la
región del bulbo raquídeo.
Repítase el ejercicio de tres a siete veces por
sesión. Este ejercicio exige, aún más que los otros, tener el estómago
completamente vacío, aunque si antes se ha bebido medio vaso de agua con un
poco de sal, no perjudicará sino que actuará como un laxante.
EFECTOS: Se comprime el contenido intestinal, se
estimula la acción peristáltica y entran en movimiento las materias almacenadas
en los pliegues del colon. Estimula las ramas simpáticas del sistema nervioso
vegetativo, las secreciones gástricas y el funcionamiento del hígado.
Psíquicamente es vitalizador, elevando el tono
afectivo y el dinamismo mental.
Este asana tiene otras formas, pero nos limitamos a
describir aquí ésta, aconsejando al lector interesado la consulta de nuestro
libro Hatha-Yoga.
3)
Paschimotasana.
EJECUCIÓN: Acostado de espaldas en el suelo, se
separan lateralmente los brazos del cuerpo hasta que queden en línea recta con
el cuerpo más allá de la cabeza, al tiempo que se hace una inspiración
completa. Luego, a medida que se va exhalando el aire suavemente, se eleva el
tronco junto con los brazos hasta llegar a la posición de sentado. Sin parar,
se continúa doblando el tronco mediante la contracción de los músculos del
abdomen hasta que las manos toquen los pies, de los cuales cogerá el dedo gordo
con el índice de la mano correspondiente, y la frente se apoya en las rodillas.
Permanézcase en esta posición de tres a quince segundos.
Acto seguido, mientras se inspira de nuevo, levantar
primero la cabeza y el tronco después, hasta volver a la posición de acostado
en el suelo con los brazos extendidos más allá de la cabeza. Exhalar el aire y
colocar de nuevo los brazos junto al tronco, como en la posición de partida.
Este asana tiene otra forma más fácil de realizar
que consiste en iniciar el movimiento a partir de la posición de sentado, en
lugar de la de extendido. Otra forma aún más sencilla para los que tengan
dificultad en hacer bien las dos anteriores consiste en realizar el mismo
ejercicio con una sola pierna extendida, repitiéndolo tres veces y luego con la
otra. Cuando se ha conseguido ejecutarlo por separado, se hace con las dos
piernas juntas.
La atención se centra a lo largo de la columna vertebral.
Este ejercicio puede hacerse de tres a siete veces, pero a medida que se
progresa en su ejecución conviene ir prolongando el tiempo de permanencia en
flexión.
OBSERVACIONES: No hay que esforzarse demasiado en
llegar a tocar las rodillas con la cabeza. Lo importante es que la flexión del
tronco esté correctamente ejecutada procurando no doblar con exceso la espalda.
Con la práctica ya aumentará la elasticidad y llegará a las rodillas sin
esfuerzo. La flexión debe hacerse principalmente con la contracción de los
músculos del abdomen, procurando que todo el movimiento se desarrolle con
continuidad y sin brusquedades ni violencias de ninguna clase. Llegado al punto
de máxima flexión, recuérdese siempre -lo mismo decimos para todos los asanas-
de relajar los músculos que no necesitan emplearse para mantener la postura,
que como se observará, son muy numerosos. Al terminar, es preciso relajarse
bien.
EFECTOS: Aumenta la flexibilidad de los músculos
abdominales y posteriores y la mejor circulación de sangre eleva su tono vital.
Asimismo la circulación a lo largo de la columna vertebral, en beneficio del
tejido nervioso. Estimula el funcionamiento de las vísceras abdominales y en
especial la actividad de los intestinos, considerándose este ejercicio como el
mejor remedio de la constipación intestinal o estreñimiento. Se ha demostrado
que cura el lumbago crónico y los dolores procedentes del nervio ciático. Y es
excelente contra la obesidad.
Psíquicamente produce una gran sensación placentera
de ligereza y limpieza en el abdomen. Aumenta el dominio sobre el cuerpo y la
confianza en uno mismo. Da seguridad, energía y decisión.
4)
Sarvangasana. Ya descrito.
5)
Matsyasana. Es complementario del Sarvangasana por lo que siempre
se ejecuta inmediatamente después de él.
EJECUCIÓN: Sentado en Padmasana, aunque si esta
postura resulta difícil puede empezarse el ejercicio sentado en Sukhasana,
apoyando las manos en la parte superior de los muslos.
Una vez sentado, ayudándose con las manos y los
codos, inclinarse hacia atrás, hasta que el vértice superior de la cabeza se
apoye en el suelo, quedando así la cabeza doblada hacia atrás en ángulo recto y
toda la espalda describiendo un arco. Los pies deben sujetarse con ambas manos.
Practicar la respiración abdominal. Al final del ejercicio, conviene descansar
extendido en el suelo.
La actitud mental debe dirigir la atención al plexo
solar. Dedíquese a esta postura la mitad del tiempo empleado en el
Sarvangasana.
EFECTOS: La glándula tiroides y la paratiroides
quedan estimuladas por una mayor irrigación sanguínea. Se estimulan los nervios
cervicales y las glándulas situadas en el cerebro. Ejerce una acción benéfica
sobre la columna vertebral. Se experimenta una agradable sensación de descanso.
Psíquicamente favorece la tranquilización emocional
y estimula el estado positivo en uno mismo.
6)
Shirshasana. Ya lo hemos descrito.
7)
Ejercicio de relajación general consciente: aproximadamente 5 minutos.
Al final conviene hacer seis o siete respiraciones
completas.
EXTENSIÓN Y CONTRACCIÓN GENERAL
Independientemente de estos planes de ejercicios, en
cualquier momento durante el día, en especial después de haber estado inmóvil,
estudiando, trabajando, etc., durante un tiempo algo prolongado, conviene hacer
un ejercicio que equivale, aunque con gran ventaja, al estiramiento general que
en tales ocasiones nos sale espontáneamente. Es el ejercicio de extensión, y
contracción general.
1)
Ejercicios de extensión general:
EJECUCIÓN: De pie, con las piernas juntas y los
brazos pegados al cuerpo. Mientras se efectúa una inspiración completa, se van
elevando poco a poco los brazos hacia adelante y hacia arriba, pero aumentando
gradualmente la fuerza de extensión de los mismos, como si se quisiera
alejarlos cada vez más del cuerpo, y como si al llegar arriba, se intentase
tocar el techo. Todo el cuerpo ha de irse estirando hacia arriba de forma que
en el punto máximo se estará de puntillas y con todos los músculos hasta el
límite máximo de extensión o estiramiento. Manteniendo esta tensión general,
así como el aliento, se desciende luego lateralmente los brazos hasta que
queden en línea horizontal. Se ha de sentir la tensión de los hombros, brazos,
antebrazos, manos y dedos en su esfuerzo de llegar lo más lejos posible.
Después de mantener esta posición tres o cuatro
segundos, retírese lentamente toda la fuerza puesta en el ejercicio y vuélvase
a la posición inicial, mientras se exhala poco a poco el aire por la nariz.
Entonces se descansa y se practica la respiración
completa.
EFECTOS: Este ejercicio pone en acción varios
músculos generalmente inactivos; estimula la circulación general de la sangre y
refuerza el sistema nervioso.
2)
Ejercicios de contracción general.
EJECUCIÓN: De pie, con las piernas algo separadas y
los brazos junto al cuerpo. Hacer una inspiración completa. Muy lentamente,
cerrar las manos y, contrayendo todos los músculos flexores del cuerpo,
ponerlos en la máxima tensión, especialmente los de los brazos, como si se
tratara de abrazar con un esfuerzo supremo a un mortal enemigo. Los puños se
dirigen hacia el plexo solar; la espalda se dobla como efecto de la contracción
abdominal, y las piernas se doblan también ligeramente como consecuencia del
esfuerzo que se hace. La fuerza debe hacerse de modo gradual llegando a
contraer el mayor número posible de músculos.
Después de mantener esta tensión máxima durante unos
segundos, relajarse de golpe y espirar el aire por la boca. Descansar y hacer
una respiración completa.
Tanto el ejercicio de extensión como éste deben
hacerse una sola vez; el primero a continuación del segundo, pues ambos se
complementan mutuamente.
EFECTOS: Excelentes tanto para la musculatura como
para el sistema nervioso. Además, prolongando un poco este ejercicio, se
facilita el éxito en la relajación, pues permite convertir en conscientes
varias contracturas inconscientes que impiden o hacen habitualmente difícil
conseguir la relajación general. Juntos los ejercicios de extensión y
contracción equivalen a varios ejercicios físicos, y por esta razón es muy útil
practicarlos, como ya hemos dicho, después de haber estado bastante tiempo
sentado sin pasear o hacer suficiente ejercicio, pues proporcionan un notable
descanso para el cuerpo y para la mente, permitiendo proseguir el trabajo sin
la menor dificultad.
BHAKTI-YOGA
LA CULTURA DEL NIVEL
AFECTIVO
Hemos visto que el aprovechamiento de la energía de
nuestro organismo tiene una gran importancia porque de él depende la cantidad
de energía vital disponible para utilizarla en nuestras actividades. Además,
porque el buen funcionamiento del cuerpo es absolutamente necesario para poder
pensar con claridad, para podernos desenvolver psíquicamente bien; y porque del
cuerpo, en parte, depende nuestra capacidad de sintonía y de contacto con el
mundo exterior. El cuerpo es nuestro mecanismo de impacto, de expresión, en
nuestra relación con el mundo físico. Y cuanto más afinado, más dúctil y más a
punto esté nuestro organismo físico para responder tanto a los estímulos
exteriores, como a los impulsos que brotan de nuestro interior, más correcto y
perfecto será nuestro funcionamiento en el plano psíquico.
Pues bien, si el cuidado por el perfecto
funcionamiento del cuerpo es muy importante dentro del conjunto de nuestra
vida, todavía lo es muchísimo más la higiene del nivel afectivo. Digo esto
porque el cuerpo puede, a veces estar indispuesto. Es más, llegará un día en
que forzosamente decaerá y su capacidad será cada vez menor en todos sentidos.
Nadie puede verse del todo ajeno a las enfermedades, quizás motivadas por
accidentes o por otros hechos que escapan a nuestra voluntad. Siempre es una
desgracia, pero hemos de saber que es posible vivir interiormente bien aunque
el cuerpo funcione mal, porque el hombre, para el logro de su plenitud y
realización interior, no depende necesariamente del cuerpo. En este sentido es
incomparablemente más importante el cultivo de la vida afectiva que el cuidado
corporal.
El noventa y cinco por ciento de nuestros sinsabores
tienen su origen en el nivel afectivo; son disgustos familiares, profesionales,
con los amigos, etc. Incluso cuando nuestra mente no es suficientemente ágil y
no ve las cosas con la claridad y profundidad necesarias, hemos de buscar la
causa en el nivel afectivo, más que el nivel mental.
Si nuestra afectividad funciona bien, tenemos los
cimientos más sólidos para vivir bien, aunque el cuerpo estuviese en ruinas.
Evidentemente entonces el cuerpo no podrá servirnos de ayuda para movernos en
el mundo físico, para hacer las cosas que requieren fuerza y energía física.
Pero en orden a nuestra plenitud y realización interior, el nivel afectivo está
muy por encima del nivel físico.
El principal desorden que hay en nosotros radica en
nuestro nivel afectivo; alrededor de él giran los problemas más graves que nos
afectan personalmente. Un caso muy representativo de lo que decimos es el de
nuestros impulsos y nuestra afectividad inhibida. Cuando reprimimos o inhibimos
nuestros impulsos y nuestra afectividad espontánea, sin descargarnos luego,
vamos deformando la perspectiva, la idea que tenemos de nosotros mismos. Por
ejemplo, en un momento dado sentimos que nace en nuestro interior un impulso
afectivo hacia una persona determinada, y, por timidez, por temor a no ser
aceptados, o tal vez porque nos parece que se opone a la idea que nos hemos
formado de nosotros mismos, o a los reglamentos sociales, reprimimos ese
impulso, tratando interiormente de negarlo. Al hacerlo así la energía de ese
impulso queda retenida, atada a la idea prohibitiva que nos hemos impuesto. Y
la idea pesimista de nosotros mismos, o la validez que tiene el reglamento
social para nosotros se ve reforzada. Esta idea será en lo sucesivo una barrera
más fuerte que nos impedirá la expansión y circulación de nuestra energía
afectiva. Este es un ejemplo de cómo nacen y crecen los problemas de origen
afectivo. La presión interior que se acumula de este modo está construida con
emociones, sentimientos, afectos que quedan frustrados, retenidos y que alteran
por completo nuestro funcionamiento normal. Con lo dicho se entenderá mejor la
importancia que tiene la vida afectiva en el conjunto de la personalidad.
Nuestra vida afectiva es el eje para tener una
correcta perspectiva de nuestra propia personalidad. Como estamos siempre
pendientes de nuestra afirmación en el mundo, de nuestra aceptación por los
demás e incluso por nosotros mismos, hacemos que toda nuestra persona dependa
de nuestro nivel afectivo, de nuestro estado emotivo.
Toda la gama de deseos, temores, ambiciones,
aspiraciones, está formada por modalidades de nuestros sentimientos básicos.
Poder arreglar la vida afectiva es poder solucionar de una sola vez el noventa
y cinco por ciento de los problemas de nuestro psiquismo.
COMO
ORGANIZAR NUESTRA VIDA AFECTIVA
Lo primero que le hace falta a nuestro nivel
afectivo para funcionar bien es tener un norte, una polaridad, una orientación
básica, un eje alrededor del cual se estructure. Porque ocurre que en nuestra
vida afectiva hemos ido agrupando series y cargas de afectos alrededor de
objetos completamente diferentes. Y hemos formado así una red de centros de
afectividad desarticulados, inconexos, de la que a veces nacen unas tendencias
y otras veces otras, con frecuencia en contraposición las unas con las otras.
Queremos justificar la buena opinión que se tiene de nosotros como personas
rectas y exigentes del deber; pero queremos también ayudar a los demás, siendo
dúctiles y aún cediendo a las exigencias que nos habíamos impuesto; deseamos
recibir la aprobación de los compañeros y además la de los superiores, etc.
Vivimos siempre en tensión porque nos empujan o tiran de nosotros varios tipos
de afectos que no parten del mismo sitio ni tiene igual meta. Y es que se ha
ido estructurando cada uno con entera independencia de los otros. Y esto
produce en nuestro interior una anarquía de sentimientos y de impulsos, que se
traduce en anarquía mental y se refleja luego en una conducta llena de
contradicciones. Si no hay unificación en el objetivo, la mente no trabaja
tampoco unificada y la conducta no puede salir de ningún modo organizada y
unida.
Es preciso que exista una estructuración de la
afectividad basada en un principio que sirva de apoyo y de objetivo. Para
cubrir este objetivo básico del nivel afectivo tenemos que buscar cuál es
realmente el amor principal, el afecto básico del cual derivan y al que se
subordinan todos los demás. Si no conseguimos trazar este esquema claro de
valores afectivos, no pretendamos querer organizar nuestra vida afectiva,
porque lo único que haremos será barajar datos, pero no ordenarlos. Para
establecer un orden hay que tener un criterio de ordenación y este criterio ha
de partir de algo que tenga prioridad de valores. Si no hallamos el valor
fundamental que nos sirva de orientación, es inútil todo trabajo.
Hemos de buscar cuál es el amor básico, el amor
principal, al que se subordinan y del que dependen todos los demás tipos de
afecto que existen en nosotros.
El
amor supremo
Yo diría sin vacilar que nuestro amor fundamental es
el amor a Dios. Pero puede ocurrir que a algunas personas la palabra Dios les
evoque resonancias interiores poco agradables, más bien tristes, debido a
asociaciones afectivas que les hacen relacionar esta palabra con épocas odiosas
de su educación. Hablo aquí desde el punto de vista psicológico. No importa el
nombre, sino entender bien el concepto. En lugar de amor de Dios podemos decir
amor a la verdad absoluta, al ser o al valor supremo, amor a la inteligencia
cósmica, etc. Lo importante es tener una idea clara, una intuición perfecta de
este objetivo.
¿Para qué vivimos? ¿Cuál es, en definitiva, lo que
nos atrae y empuja en la vida? Esto es lo que tenemos que ver con claridad. ¿No
es cierto que todos aspiramos a un amor superior más aún, a un amor supremo,
total, último, que no tenga vaivenes, que no dependa de nada, que se baste por
completo a sí mismo, que sea absoluto, el único? ¿No existe en todos nosotros
esta aspiración? Pues bien, lo único que llena esta aspiración es la realidad a
la que damos el nombre de Dios, que ha de atraer de un modo decidido y claro
nuestra afectividad.
Es importante que entendamos que no es que el amor a
Dios haya de existir por un imperativo externo, por una norma de moral, porque
se nos ha dicho que tiene que ser así, ni tampoco porque Dios es muy bueno, se
lo merece todo y nuestra obligación es amarle. No, el amor de Dios se deriva de
la verdad misma de nuestra naturaleza, de la verdad de las cosas, porque de
hecho todo amor, todo afecto, todo sentimiento positivo que hay en nosotros no
es más que una partícula, un reflejo de este único amor que proviene de Dios.
Del mismo modo que podemos decir que toda la energía
que anima nuestro organismo biológico, nuestra afectividad y nuestra mente
procede de la energía suprema, del poder supremo, Dios; también es
absolutamente cierto que toda nuestra capacidad afectiva es sólo una constante
expresión de Dios en nosotros.
San Juan dice: Dios es amor, y el que vive en
amor vive en Dios y Dios en él. Todo amor deriva de Dios porque El es
esencialmente amor. No es que sea otro amor. No hay muchos amores, sino un solo
amor, como hay una sola energía, como hay una sola mente. Y todas las mentes y
por tanto todas las verdades, y toda la energía y por tanto todas las fuerzas,
y todo el amor y por tanto todos los sentimientos positivos no son más que
expresiones temporales, particulares de la única verdad, de la única energía y
del único amor, que es Dios.
Cuando decimos que hemos de amar a Dios, no hacemos
sino reconocer que todo, absolutamente todo nuestro amor procede de Dios y va a
Dios, por naturaleza, por esencia, no por un deber arbitrario que se nos
imponga. No olvidemos que los grandes deberes, así como las grandes verdades
religiosas -digo las grandes, no todas las que las diversas formas religiosas
imponen en nombre de la religión siempre siguen la línea de nuestra naturaleza,
y están de acuerdo con ella; más aún son nuestra verdad, o de lo contrario no
serían grandes deberes y verdades religiosas. No son algo que su superpone
artificialmente al hombre, sino la expresión profunda de lo que realmente es el
hombre y de su naturaleza procedente de Dios, pues el fundamento de la religión
es simplemente el reconocimiento de estas leyes profundas de nuestra naturaleza
en su relación con Dios.
Hablo así porque estamos ya acostumbrados a que nos
digan «has de hacer esto o lo otro», y nos sentimos obligados a hacerlo sólo
porque se nos ha recomendado y nos han dicho que es muy bueno, tenga o no tenga
que ver con nuestra verdad interior. Pero lo que obliga de tal modo que merece
nuestra entrega total no es nada que nos venga de fuera, sino algo inherente a
nuestra naturaleza y que constituye la culminación, la perfección, la
realización, el desarrollo total de nuestra naturaleza.
Hay muchas personas que se han alejado de la vida
religiosa que llamaríamos oficial y externa, y en este aspecto viven en una
postura de total indiferencia. Recomiendo a estas personas que no se preocupen
tanto de los nombres, de las formas, ni de las ideas concretas que guardan en
su memoria. Que busquen de nuevo de un modo creador, completamente espontáneo y
sincero, esa intuición que hay siempre en todo hombre de algo total y absoluto,
y que den a esta realidad última y primera el nombre que les resulte más
agradable, más aceptable. Pero que no se cierren a estos niveles superiores que
son nuestra verdadera base y nuestra razón profunda de vivir, por problemas
originados en sentimientos desagradables asociados a su educación religiosa.
Que despierten de nuevo a la vida religiosa, aunque ahora tenga un nombre
nuevo.
Vida espiritual sólo hay una, la que brota de la
profundidad de nuestro ser y se dirige a Dios. Lo demás son formas, unas
mejores que otras, más adaptadas a una persona que a otra. Muchas veces
necesarias, porque todos necesitamos expresar nuestra vida interior en formas
concretas. Pero no hemos de depender de las formas, sino descubrir lo que da
vida a las formas: el contacto interior yo con Dios - Dios conmigo. Esta
relación hecha experiencia viva es la verdadera alma de la religión y de la
vida espiritual. Lo demás es el cuerpo, el ropaje, la forma externa, que vale
mucho, pero sólo en la medida en que conduce a esa fuente interior viviente, a
esa experiencia real.
Uno mismo ha de descubrir que lo único que vale la
pena amar del todo es Dios, porque lo único que constituye nuestro verdadero
sostén en todos sentidos, nuestro objetivo, nuestro fin es Dios. Si pudiéramos
amar de veras a Dios, si pudiéramos polarizar toda nuestra afectividad en Dios,
¡cuántos problemas desaparecerían de nuestro interior! En realidad, ¿por qué
sufrimos tanto cuando somos víctimas de un desengaño o tenemos un disgusto?
Porque hemos puesto nuestra afirmación personal, nuestra realidad en la
aceptación social, en la idea de nuestro buen nombre, en una forma u otra de
amor propio, de amor a nosotros mismos.
Cuando nos proyectamos a Dios, cuando todo nuestro
amor fundamental se polariza en Dios, no hay nada que nos quite esta base,
porque Dios no depende de nada. Y desde ese momento los demás modos de amar,
los otros grados de amor, encuentran su sitio preciso, pues todas son entonces
formas de ese amor a Dios.
Uno tiene su familia, está casado y ama a su esposa.
La ama de dos maneras, pues hay dos niveles en la capacidad de amar. Por un
lado el nivel personal concreto, gracias al cual se sienten unos atractivos
hacia su modo personal de ser, hacia sus características concretas,
individuales. Se experimenta la necesidad de que nos ame de un modo concreto y
personal, y en correspondencia le damos también a ella un afecto personal en
tanto que tal persona y no otra cualquiera, por sus cualidades, por todo lo que
se ve y se siente en relación con ella. Este modo de amar es normal y ha de ser
así. Pero además y por otro lado existe otro nivel de orden superior por el que
se ama a la esposa no por ella misma, sino en cuanto expresión de ese único
amor que es Dios. Es como si el amor que sentimos hacia Dios se dividiera en
una serie de rayos, y así se ama a Dios, pero no sólo allá arriba, en una zona
más o menos abstracta, sino que uno de los rayos de nuestro amor a Dios pasa
por el fondo de la esposa, amando a Dios en la esposa. Este amor no depende
entonces de sus características personales, ni de su conducta, o de su aspecto
físico, ni depende de que ella corresponda o no a este amor. La amamos sencillamente
porque sentimos la necesidad de amar y sentimos ser amor y que ella, incluso
aunque no lo sepa o no ame, es amor. De igual modo que se ama a Dios por la
atracción natural entre el amor absoluto y el amor que somos y sentimos y que
busca a lo absoluto porque es el mismo amor absoluto expresado a través de
nuestro ser, entrando así en la corriente del amor absoluto; se ama entonces a
la esposa también dentro del circuito de ese amor absoluto: se siente la
necesidad de amarla de un modo suprapersonal, impersonal, además del modo
personal. Y lo que ocurre con la esposa ha de ocurrir con todo el mundo.
Empezar a amar a las personas, no como tal persona singular, particular, por
sus características individuales, sino porque en el fondo de todas se sabe y se
experimenta -no es simplemente que se crea- esta misma profundidad del amor que
se siente en sí, idéntica fuerza grandiosa, inmensa, que empuja y que se vive
como amor en uno mismo y en todos, sintiéndose en ellos.
La
exteriorización del amor
Cuando vivimos este amor en nuestro interior, lo
captamos en los demás. Empezamos a amar el fondo de las personas, su alma, su
amor. No el amor concreto personal, sino el amor sin forma, impersonal. Todas
las cosas valen, son buenas, amables, merecen nuestro afecto en la medida que
responden a la necesidad de buscar el bien de las cosas y que nos conducen a
esa mayor conciencia de amor y de unidad. Esto es lo que sirve de valoración
correcta para amar a las personas, animales, cosas, objetos, situaciones.
No es nunca la cosa en sí misma, sola, aislada. Las
cosas aisladas, la belleza, por ejemplo, que puede tener una rosa es
ciertamente preciosa en sí misma. Pero en realidad vivimos más la hermosura de
la flor cuando sabemos intuir detrás de aquella flor singular, la hermosura
total que hay más allá de la flor. La hermosura. Así, sola, en sentido
absoluto. Entonces vemos una atracción, un rayo de la hermosura total reflejado
en esa rosa particular, y es cuando la rosa cobra verdadero sentido. No sólo
nos enamora su forma concreta, sino que vivimos lo concreto en función de lo
universal. Pongamos las cosas en su sitio: amamos la rosa, pero la amamos lo
mismo en el momento de iniciarse el capullo que en el de empezar a marchitarse.
Vemos la expresión de la belleza y la armonía de los dos momentos y no quedamos
atados a una forma singular. Ante nuestros ojos se ofrece el panorama de la
belleza que se está expresando en cada fase del proceso natural.
Lo mismo ocurrirá con las personas. El hombre ya no
estará pendiente sólo de la mujer joven, bonita y atractiva. Verá esto, no hay
duda, y le gustará porque es estupendo y nunca dejará de serlo; pero gozará
todavía mucho más, y, sobre todo, lo saboreará de un modo más auténtico, cuando
vea esa belleza, esa retracción y fascinación del encanto físico de la mujer,
en lo que encierra de sexual lo mismo que los matices más finos y atrayentes de
lo femenino, en función de una fuerza y una belleza y una atracción absolutas
que se expresan en todo. No estará pendiente sólo del tipo bonito y agraciado,
sino que verá la misma belleza reflejada en diversos grados, absolutamente en
todas las personas. Cada cual está expresando una nota de esta belleza. Vivirá
cada cosa particular en función de lo universal. Es decir, vivirá la verdad de
cada cosa.
Cuando se vive cada cosa aislada por sí sola, se
está pendiente de ella en concreto y por lo mismo no se puede tolerar que
falle, que se destruya. Es lo que ocurre a tantas mujeres que viven pendientes
de su belleza física y han desarrollado tanto el sentido de su aceptación
personal, porque les han dicho que tienen un tipo bonito y que todo el mundo
debe inclinarse ante ellas, que cuando se van haciendo mayores y pierden el
frescor de la juventud, viven su decadencia como una tragedia, como una injusticia,
y la convierten en un drama personal. Es efecto de la cortedad de vista que nos
hace agarrar a lo más superficial sin ver el verdadero sentido profundo de las
cosas. Pues las formas no son más que un símbolo de la belleza que hay detrás
de todo lo que existe. Las formas son indicadores, símbolos, no son nunca la
realidad misma.
La realidad es la que hace que las formas sean. Da
fuerza a las formas. La realidad no es nunca la forma en sí, porque la forma,
por definición, es efímera, por lo tanto no puede ser la realidad. La realidad
está detrás, dando lozanía y fuerza a la forma y al cambio de forma, a la
creación y a la destrucción.
El
amor, secreto de la libertad en la acción
Es fundamental que aprendamos a centrar nuestra vida
afectiva en la realidad suprema. Y esto de un modo vivido, experimental, real;
no como un sector más de nuestra vida, como algo que también hay que hacer,
sino como eje de todo lo demás. Entonces es fácil ser amable y ser violento,
resulta sencillo hacer lo que conviene en cada instante. Cuando no dependo de
la persona, ni de la situación, hago lo que he de hacer.
Este amor es compatible absolutamente con todo: con
nuestras obligaciones y con todos nuestros deberes. No está hecho sólo de mimo,
de llanto y de emoción. Es un amor fuerte, duro. Es el amor que ha creado el diamante
y la montaña. Es el mismo amor que destruye el universo y lo crea
constantemente. Tal es la fuerza del amor. Que el verdadero amor no es una
sensación emocional, con vaivenes. El amor busca la realización de lo que
llevamos dentro, la plenitud de conciencia, llegar a realizar esta conciencia
de unidad, que es expresión de la unidad del creador. Se trata de vivir
centrados en este amor, sin agarrarnos nunca a la forma.
¿Cuándo nos vivimos más a nosotros mismos? Cuando
nos expresamos, cuando hacemos cosas, cuando creemos, cuando nos entregamos. Y
entregarse es hacer algo y hacer algo es deshacer también algo. Es decir, que
cuando destruimos y cuando creamos, seguimos el mismo proceso; entonces nos
afirmamos. Podemos llegar a vivir más la realidad suprema que es Dios cuando la
percibimos detrás de los procesos de creación y de destrucción, del mismo modo
que nosotros nos vivimos más a nosotros mismos en los momentos en que hacemos y
deshacemos con plena conciencia. Es un sentido mucho más vigoroso, mucho más
viril y más dinámico del amor del que estamos acostumbrados a oír hablar. Que
también incluye el amor hecho de finezas, de sensibilidad y delicadeza, aunque
éste sólo es un aspecto del amor. Lo mismo que es un aspecto del amor el rayo
que cae y destruye. Hemos de sentir esta vivencia del amor impersonal que es al
mismo tiempo el creador de todo lo personal y que incluye todos los matices
personales.
Cuando este amor se convierte en el norte de nuestra
vida, cuando cultivamos mediante la oración, la meditación, el estudio, y
durante el día por la atención constante, esta vivencia interior de Dios-Amor
que se expresa a través nuestro, entonces el amor surge de un modo natural en
cada situación, en cada relación humana. Y cuando el amor anda de por medio,
incluso las cosas más difíciles se tornan fáciles. «Ama y haz lo que quieras»,
eres libre.
No nos costará ser amables, ni tener paciencia
cuando debamos tenerla; ni tampoco cortar por lo sano cuando convenga o hacer
lo que en cada momento sea necesario. Nuestra vida afectiva se irá organizando
de un modo natural, porque teniendo un eje, todas las formas particulares del
afecto se van engarzando, integrando en este eje principal de amor a Dios.
Entonces, como nuestra vida afectiva tiene ya un objetivo que no puede fallar,
se dirige a él, y lo vivimos todo en función de este objetivo, no bajo nuestro
prisma humano de buscar sólo mi satisfacción personal, aunque de paso
conseguiremos también ésta, encontrando así todas las cosas su camino y su
lugar exacto. Hallaremos el modo de ser amables con el chico del colmado o con
la persona que nos resulta antipática. Y no porque tengamos amor nos veremos
obligados a escuchar todo lo que nos quieran decir, sino que sabremos ser
tajantes y violentos con una persona, sin que al hacerlo la ofendamos. Podremos
defender nuestros derechos sin sentir odio ni resentimiento hacia la persona
que los hiere, aunque lo haga por herirnos personalmente a nosotros.
Se trata de vivir el amor de un modo integral,
compatible con todas las actitudes positivas posibles de la persona. Esto, en
un orden más elemental, se traduce en: capacidad de sintonía constante con las
personas, capacidad de cordialidad, de buen humor.
-Los dramas que nos parecen mayores no lo son o no
lo son como nos lo parecen: al verlos en su exacta dimensión, desaparecerán.
-Aumentará el rendimiento personal, pues no haremos
las cosas con la tensión de nervios como si viviéramos de un modo seco,
reprimiendo toda afectividad y obrando sólo a fuerza de mente y voluntad.
-En una palabra aprovecharemos todos los momentos
para vivir la realidad afectiva profunda que anima, que estimula todas nuestras
funciones, incluyendo las físicas, y que nos hace vivir en un estado de
euforia, no exaltada, sino serena, poderosa y libre.
Al leer estas líneas pensará el lector que
descubrimos un estado interior teórico y muy difícil de conseguir. Vivirlo con
toda perfección es difícil, pero empezarán a experimentarse estos efectos de un
modo claro desde el momento en que empiece a trabajar para convertir este amor
profundo en eje efectivo de toda la personalidad. No nos interesa teorizar,
sino que proponemos técnicas y normas ya realizadas por otras personas y de
resultados comprobados.
El que quiera trabajar con profundidad, que sepa
ordenar su vida afectiva también de un modo profundo y total. Y si no, no
siente todavía esta aspiración al amor total, absoluto, o no lo experimenta de
un modo suficientemente claro, que se dedique a investigar qué es lo que siente
-no lo que piensa- que le llenaría en su nivel afectivo. Y mientras tanto que
procure vivir con la máxima cordialidad, con el máximo espíritu de amor
generoso todas las relaciones afectivas que ya ahora tiene, primero con sus
allegados más directos y después con todo el mundo.
PROBLEMAS
DE LA VIDA AFECTIVA Y SU SOLUCIÓN
Los problemas que plantea la vida afectiva
-mirándolos desde el interior de la persona-, son principalmente la ira
almacenada en nuestro interior y el miedo. Ira que da entrada al odio, miedo
que induce a la huida.
Todos tenemos dentro este tipo de sentimientos,
porque no hemos podido desarrollar sólo lo positivo, sino que hemos hecho
crecer también la negación de lo positivo.
1.
Normas de higiene sobre impulsividad, ira, agresividad, violencia:
1) Mantener a toda costa un estricto control de todo
impulso violento y hostil, dirigido contra alguien, aunque estemos llenos de
razón. Porque cuando nos enojamos siempre tenemos razón, por lo menos en aquel
momento.
Después vemos que a veces no la tenemos, aunque
algunas veces sí. No tenemos razón en el modo con que expresamos nuestra
oposición, porque ponemos en ello algo que no depende de la situación sino que
arrastramos de mucho tiempo atrás, cargando en la situación actual todos
nuestros problemas pendientes del pasado. Por lo tanto aunque la situación
objetivamente considerada sea reprobable porque se trate de algo a lo que
debemos oponernos, no obstante, cometemos una enorme injusticia.
Control estricto, prohibición de manifestar toda
hostilidad. Siempre que uno tenga que protestar, que se imponga la norma de no
hacerlo entonces mismo, sino un momento después, cuando interiormente se haya
calmado del todo. Porque entonces podrá expresar su protesta de un modo
siquiera menos injusto y más adecuado. Esta es una regla de conducta que
deberíamos llevar todos profundamente grabada en nuestro interior, por respeto
a los demás, para no exponernos a cometer injusticias.
Una vez pasado el momento de exaltación, cuando uno
se ha serenado, y sólo entonces, hablar del asunto en los términos que parezcan
más justos y objetivos, censurando lo que está mal y admitiendo lo que esté
bien. No pretendemos que haya que forzarse en ver como bueno lo que realmente
está mal. Llamemos a cada cosa por su nombre. Se trata de vivir nuestra verdad,
y la verdad no la podemos ver sin nuestro amor propio y por lo tanto nuestro
nivel afectivo está alterado.
2) Practicar sesiones de descarga de impulsos
reprimidos. Hay una técnica llamada «Subud» que maneja de un modo más directo
los impulsos, los afectos, etc., es decir las cargas reprimidas del nivel
afectivo. Describimos esta técnica detalladamente en otro de los libros de esta
colección. Y figura entre las principales de nuestra obra La personalidad
creadora. Aquí no podemos detenernos a explicarla.
Pero también puede llegarse a una limpieza muy
grande y aun total del nivel afectivo mediante otros procedimientos, entre los
que aconsejo los siguientes:
-Cultivar de un modo intensísimo la renovación
constante de la entrega de uno mismo a Dios. Hacer una oración profunda, total,
de la que no debe excluirse el amor propio y todas las razones y derechos que
uno sienta bullir en su interior: la oración debe ser del hombre entero con
todos sus problemas. No se trata de pensar ni meditar en ellos, sino de abrirse
uno mismo a Dios del todo. Si es una oración cerrada sobre las propias ideas y
problemas, no se consigue nada o muy poco.
-Vivir dedicado a algo exterior que uno viva como
positivo, sea su trabajo, su afición u otra cosa cualquiera, entregándose a
ello en cuerpo y alma. Con esto evidentemente todas las cargas negativas que
lleva dentro las irá derivando y descargando a través de otro nivel,
precisamente mediante su capacidad creadora y su capacidad de entrega, tanto en
su relación con Dios en su vida afectiva, como en su dedicación a la actividad
que sea.
II.
El miedo, como negación del Amor
No hablamos del miedo que se produce en un momento
de crisis, de angustia, sino de ese miedo sutil que nos hace temer una
entrevista, o tener que afrontar una situación cualquiera, como escribir una
carta difícil, abordar cierto tema en una conversación, decir a determinada
persona una serie de verdades que es necesario no callar, etc. Este miedo en
mayor o menor grado lo tenemos todos. Ahora bien, en la medida en que hay miedo
no hay amor. El miedo es la negación del amor. No quiero decir que la persona
que tenga miedo no ame, sino que allí donde hay miedo, precisamente en aquella
zona, en aquella esfera, en aquel trozo, por decirlo de un modo gráfico, allí
no hay amor.
El amor es de naturaleza centrífuga, el amor es una
fuerza, una energía positiva que emana del centro hacia fuera e irradia
constantemente. El temor es una necesidad de replegarse hacia sí mismo, de
cerrarse, de protegerse, de consolidar algo interior porque uno se siente
débil. Son dos movimientos antagónicos. Cuanto más aprenda a amar una persona,
más se liberará del temor.. Hay que aprender a entregar el temor al amor.
Entregar el temor es entregarse a sí mismo, pues el temor siempre es un modo de
protegerse uno a sí mismo. Quien vive el amor de este modo sintonizado hacia
Dios, no necesita ni puede protegerse a sí mismo. Lo que uno quiere guardar
para sí no puede entregarlo. El amor exige entrega total al amor absoluto, y
entrega total quiere decir un abrirse y entregarse en un acto de entendimiento
y voluntad a Dios del todo, sin guardarse nada, ni siquiera la idea de la
propia seguridad, y del buen nombre. Dios es inteligencia y es amor y cuando
una persona se entrega a Dios, El hace justamente lo que esa persona necesita
para su mejor bien en todos los sentidos. No se trata de que uno abdique de la
razón; hay que mantener la mente siempre bien clara. Lo que hay que entregar es
el corazón. Y el temor anida siempre en lo profundo del corazón. El temor es un
sentimiento de impotencia, de inseguridad refugiado allí y uno tiene que
aprender a entregar incluso esa inseguridad, a entregarse del todo, pase lo que
pase, aunque se muera. Así ha de ser la actitud interior.
La persona que tiene un sentimiento de inferioridad
es porque, en el fondo, teme hacer el ridículo, y por lo tanto porque quiere
ser superior o no quiere parecer inferior. No porque realmente sea humilde,
pues cuando uno es humilde no hay inferioridad, acepta lo que es sin más
problemas. El problema surge cuando uno no acepta lo que es, sino que quisiera
ser de otro modo: teme no ser de ese otro modo y está intentando constantemente
que los demás no lo noten. Por lo tanto cuando uno ama y se entrega, entrega su
inseguridad, su deseo de vivir protegido. Y cuando lo ha entregado todo,
desaparecen instantáneamente todas las formas de temor.
Repito una vez más la recta infalible contra ese
estado negativo que llamamos inseguridad, temor, timidez, miedo, celos, recelo,
etc., es decir, contra toda la gama de formas que adopte la inseguridad
interior, es amar y amar del todo.
El
amor profundo, formación total
Del amor se ha hablado tanto y todos tenemos tantas
experiencias del amor, que a cada uno de nosotros nos parece que sabemos qué es
el amor y los demás no. Yo diría que lo más importante es aprender a distinguir
cuándo el amor tiene un carácter superficial, aunque sea intenso, y cuándo
tiene un carácter profundo. El amor no se puede medir por su intensidad, porque
la intensidad depende sólo de la carga energética que lleve. Lo que da calidad
al amor es su profundidad, o sea el centro desde el que procede. Hay personas a
las que vemos muy apasionadas, especialmente jóvenes, adolescentes y chicas.
Poseídas de un frenesí, de una intensidad y de una pasión ardiente. Parece que
allí hay una gran cantidad de amor. Lo que sí hay es una gran cantidad de
apasionamiento, de pasión, también algo de amor y mucho de ilusión. Pero aquel
amor no es profundo, y porque no es profundo es inestable.
Cuanto más externo, cuanto más superficial es el
amor, depende más de las formas concretas, definidas. Cuanto más profundo, va
más allá de las formas, está más liberado de todo lo que son circunstancias
concretas. Por eso cuando decimos que hemos de amar a Dios del todo, no
significa que nuestro amor ha de ser como una caldera hirviendo, con mucha
presión interior. Queremos decir que se ame desde el fondo. ¿Cómo se consigue
llegar hasta el fondo? Estando despierto mientras se ama, no dejándonos
apoderar por la fuerza emotiva, ni por las asociaciones que la emoción prende
en nuestra mente, tratando de ver claro lo que sentimos y de abrir más y más
esto que sentimos, sin dejar al mismo tiempo de mirarlo, repitiendo el acto de
amar, el gesto interior de amar y siguiendo mirando lo que sentimos, nuestro
mismo acto de amar.
Siempre que amamos de un modo superficial hacemos
interiormente un gesto de apretar y de hecho apretamos algo por dentro. Cuando
el amor es profundo quizás se aprieten también cosas por dentro, pero la
profundidad del amor está más allá de las cosas que podamos apretar. El acto
supremo de amor es la entrega total, y cuando hacemos una entrega total no
apretamos nada, lo entregamos todo. Por lo tanto el verdadero amor superior,
este amor de entrega a Dios, no requiere en nosotros ninguna intensidad, sino
sólo una gran apertura, porque sólo abriendo lo que cerramos, podremos
descubrir y vivir lo que hay detrás de lo superficial. Y así es como vamos
ahondando en nuestro interior, abriendo, abriendo, deshaciendo, entregando, no
apretando.
Esto que decimos respecto al amor a Dios es también
aplicable en un grado menor al amor de una persona respecto a otra. La esposa
que ama mucho a su marido y le parece que para amarle mucho necesita apretarle,
estrujarle mucho, vive el amor, al menos en este punto concreto, en su faceta
personal, emotiva, incluso vital, no hay duda; pues es evidente que cuanto más
le apriete no le amará más, aunque sí expresa más esta faceta personal y concreta
del amor. Pero el amarle más depende de lo que sea capaz de entregar, no de lo
que sea capaz de apretar y por lo tanto de coger.
Existe una analogía entre el gesto físico de coger,
de apretar, retener y poseer, que es la tendencia a unir físicamente para
sentir interiormente, con la actitud interior del amor superior. Uno aprende a
amar más en la medida en que exige menos, que pide menos cosas, que desea
poseer menos, pero que da más. Pone su felicidad en el hecho de amar, de vivir
ese amor de un modo centrífugo, centrado en la vivencia de amar, que es un
proceso dinámico por naturaleza, nunca un acto de posesión, ni de acumulación.
La posesión, incluso en el aspecto físico, es un accidente, necesario pero no
esencial. Dos personas que se aman mucho no pueden vivir siempre abrazadas la
una a la otra. Necesitan abrazarse, pero después tienen que soltarse para que
cada cual vaya viviendo su vida y pueda respirar de vez en cuando.
Este hecho tan gráfico que ocurre en el aspecto
puramente físico es una expresión de lo que afirmamos. En el amor superior las
formas no se han de poseer. En un momento dado han de actuar y de interactuar, pero lo esencial del amor
no consiste en esta posesión, en esta adhesión, sino en un proceso
constantemente renovado de entrega, de expansión, de irradiación. No tengamos
miedo de darlo todo interiormente. Cuando más nos demos, más llenos quedaremos
por dentro.
Hay personas que cuando aman viven el amor como un
derecho a exigir y poseer. Lo han visto siempre así en la vida diaria, y, sobre
todo, es ésta la forma en que se presenta al público en el cine, y creen que el
amar da derecho a exigir, a poseer, y que a este derecho responde una
obligación por la otra parte de dar y entregar lo que se pide. El amor en su
aspecto personal, en el sentido contractual del matrimonio, sí da unos
derechos, pero en su sentido interno, profundo el amor no da ningún derecho,
sólo otorga el derecho de amar, pero de ningún modo el derecho de recibir algo
a cambio. El amor en sí mismo es suficiente recompensa. El hecho de poder amar,
de poder vivir lo que uno es interiormente constituye la mejor recompensa que
pueda desearse. Nada hay que llegue a igualar la plenitud, la fuerza, la vida
interior que la persona llega a tener entonces. Por eso son falsas las ideas
antes citadas que andan hoy en boga y que han llenado tanta literatura de tema
amoroso. Todos los dramas de amor pueden ser ciertos en el mundo puramente
elemental, en nuestro mundo pequeño, centrado en el yo, donde «yo» doy a cambio
de que me den. Aquí es natural que si nos falla el «recibir», vivamos este
hecho como un drama. Pero siempre ocurre esto porque la persona vive a medias
su capacidad. Podemos observar que, siempre que una vida humana ha conseguido
cierta grandeza y plenitud interior, ha vivido esta manifestación superior del
amor en un grado más o menos perfecto, pero con capacidad de entrega, en
actitud centrada en el otro, que es un modo de vivir centrado en Dios.
El que quiera trabajar en Yoga ha de vivir centrado
en sus niveles espirituales. De lo contrario no es Yoga. Podrá ser una
adaptación hecha por un autor occidental, pero el Yoga busca siempre esta
realización plena de sí mismo, vivir la naturaleza espiritual que somos. En la
vida afectiva podemos llegar a vivir esta naturaleza espiritual en el medida en
que nos acercamos y nos unimos y realizamos la identidad que hay con Dios.
Quiero decir que al hablar de Yoga no hay más remedio que hablar de esto, y
todo lo demás brota naturalmente como simple derivación.
EJERCICIOS
PRÁCTICOS
Primero y ante todo es necesario entender bien todo
lo explicado, reflexionar sobre ello, aclarar íntimamente su significado. Sólo
después se está en condiciones de empezar la parte práctica, los ejercicios.
1)
Oración
Aconsejo hacer diariamente por lo menos diez minutos
de oración. Esta oración no consiste en recitar determinadas oraciones. Si uno
quiere hacerlo, está bien; no hay nada que objetar. Pero lo que importa y hay
que aprender es hacer de la oración o conversación con Dios algo vivo. Si vamos
a ver a un amigo y nos gusta charlar con él, ¿por qué no hemos de disfrutar
charlando con Dios, que es el mejor amigo? Si cuando estamos de buen talante y nos
encontramos, al llegar a casa, con que todos están de muy buen humor,
disfrutamos hablando y gastando bromas. ¿Por qué no hacer esto también con
Dios? El está siempre de buen talante. Si cuando hemos estado enamorados nos
gustaba tanto permanecer con la persona que amábamos y decirla mil cosas que en
frío parecerían tonterías, ¿por qué no hablar así también a Dios, gozándonos de
estar a su lado? Vayamos recogiendo todas las experiencias positivas de nuestra
vida corriente en el terreno afectivo y apliquémoslas a nuestras relaciones con
Dios.
Se trata de establecer nuestra relación con Dios de un
modo claro, directo, vivo, no vagamente, como con un ser impersonal. La oración
debe ser una expresión espontánea, total de lo que uno siente, de lo que
quiere, de lo que teme, de toda la gama de vivencias que existen en nosotros.
No hemos de seleccionar lo que decimos a Dios ni nuestra actitud para con El.
Que brote como el agua de un manantial, de un modo espontáneo y transparente en
el que pongamos todo lo que somos, sin tratar de ocultar ni olvidar nada.
Cuanto más profundo, más sincero, más espontáneo e intenso sea lo que
expresamos a Dios, más auténtica será nuestra relación con El y mayor valor
tendrá.
Lo que nos pide Dios es autenticidad. No nos pide
compostura, ni educación, ni unas fórmulas previstas. Nos pide nuestro ser. Por
tanto, cuanto más espontáneamente vayamos a El y charlemos con El y nos
relacionemos afectiva y mentalmente con El y le abramos nuestra persona en
todos los sentidos, tanto mejor.
Así hemos de hacer esos diez minutos de oración.
2)
Durante el día
Aconsejo la repetición constante de una frase, que
en la India los yoguis llaman «japam». Se trata de un «mantram» o frase que
encarna el ideal de lo que uno quiere llegar a vivir o la verdad que uno quiere
llegar a realizar. Normalmente la da el «gurú» o maestro de Yoga. Pero se puede
recurrir a frases o «mantrams» universales, que por el hecho de ser universales
son los mejores. Por ejemplo, la definición que San Juan da de Dios: «Dios es
amor». ¡Qué frase más completa para quien la entiende y trata de intuirla! Si
para alguien esa frase no resultase suficientemente viva, que se busque otra.
Leyendo los Evangelios u otras obras de elevada espiritualidad o de autores que
hayan sido personas interiormente realizadas, encontrará frases apropiadas: irá
leyendo y de repente habrá una que saltará del papel hacia él. Esa es la que
conviene escoger. Cuando hay espíritu de investigación, ganas de buscar, apenas
hace falta más que abrir el libro y aparece la frase apropiada.
Pues bien, hay que aprender a repetir esta frase
constantemente. La eficacia de la repetición consciente o «japam» obedece a
varias razones el japam produce en primer lugar un monoideismo, o fijación en
una idea única, y esta exclusividad por un lado tiende a evitar los vagabundeos
de la mente, las ideas errantes que están constantemente yendo y viniendo, y
por otro produce una fijación de la idea que para nosotros es clave y en la que
queremos ahondar. Y por lo tanto facilita el que podamos centrarnos en ella y
profundizar cada vez más en nuestro trabajo espiritual.
Además, sobre todo si se utiliza esta frase también
en la meditación, se va cargando poco a poco con la fuerza de nuevas vivencias
y enriqueciendo con una energía que aumenta su eficacia. Si digo «Dios es
amor», la palabra «Dios» evoca en mí una noción cada vez más viva, más intensa
de lo que intuyo de Dios. Al meditar la palabra «amor», toda mi capacidad
afectiva y todos mis recuerdos y experiencias de amor se van asociando a esta
palabra. Por lo tanto cuando digo «Dios es amor», esta frase despierta en mí todo
un mundo de resonancias. No son ya sólo las palabras, ni la idea fría que
encierra la frase; es todo mi mundo interior positivo el que aprendo a
movilizar a voluntad y por consiguiente aumenta la capacidad de profundización
en mí mismo y el trabajo interior se hace de un modo más directo.
Quizás alguien se asuste al pensar que tiene que
repetir siempre lo mismo, como si sufriera una especie de obsesión. En la India
le responderían que sí, que en efecto, se trata de una obsesión. Aquí en
Occidente nos hablan de que hemos de huir de las obsesiones como de un peligro;
en la India nos dirían: la locura es muy mala, pero hay una locura buena del
todo que es la locura de Dios, la obsesión de Dios. Es una obsesión en buen
sentido, que no excluye a los demás, sino que incluye a todos dentro de esa
base y centro común que es Dios.
En la India hay varios textos de Yoga que afirman
que quien repite el «mantram» constantemente durante un tiempo determinado
llega con absoluta certeza a la realización espiritual. Porque el hombre tiene
el poder de evocar la fuerza que hay detrás de una palabra cuando la repite con
dedicación, con atención. Aunque durante el día muchas veces se haga
mecánicamente, cuando a ratos se vitaliza su contenido, se penetra un poco más
en él y produce al final el estado de realización. La persona entra dentro de
la cosa misma que está meditando y el propio centro es el mismo. Es el chispazo
de la realización, algo que sólo se entiende bien cuando se experimenta.
UNIFICACIÓN
DEL TRABAJO INTERIOR
Si una persona practica autocondicionamiento,
técnica de la que hablaremos luego, sobre una cualidad determinada, en realidad
puede repetir el «mantram» que quiera, pero le aconsejaría que centrara su
objetivo en una sola cualidad. Siempre conviene trabajar sobre un único punto,
desde todos los ángulos posibles y con toda intensidad. Es decir, a través de
la autosugestión, del «japam», de la oración y de las demás técnicas que
propongo en esta y otras obras mías. Cultivar siempre una sola cosa, aquella
que, dado el conjunto de circunstancias personales, sentimos que es la más
importante para nosotros. Porque ésta, en el fondo, es la que constituye
nuestra perspectiva en la visión de Dios que tenemos. Nadie puede decir, por
ejemplo, «Dios es amor», y repetirlo con óptimo resultado, si por otro lado
está pendiente de llegar a conseguir una mayor claridad mental, porque tal vez
esto le preocupa extraordinariamente y constituye un problema que lleva
arrastrando durante quince o veinte años. En realidad entonces el objetivo a
alcanzar que se formulará en él si escucha en su interior será: «Dios es la
verdad absoluta», o «Dios es la verdad de las verdades». Y deberá trabajar en
esta línea, no en el aspecto de «amor».
La cualidad fundamental que uno quiere desarrollar está
siempre en relación con la visión que tiene de Dios, porque es el punto
personal más sensible y este punto guarda correspondencia con el punto de vista
desde el que mira ordinariamente a Dios.
Por ejemplo, si nuestro problema es de inseguridad,
quizás tendremos tendencia a repetir: «Dios es amor», porque tomamos el amor en
el sentido de protección: Dios que me ama, me protege. Pero si captamos
un poco más profundamente el significado de nuestra inseguridad entonces no nos
contentaremos con este «Dios es amor», en el sentido de protección, sino que
buscaremos: «Dios es amor y energía», o quizás: Dios es energía». Por eso digo
que se trata de una investigación que cada uno ha de hacer personalmente. No se
puede dar una fórmula para todos. Cada cual tiene que buscar la que está hecha
más a su propia medida.
No obstante, en las cosas fundamentales, vamos a
parar siempre a un punto donde sólo hay dos o tres variantes. Todo oscila
alrededor de: «energía», «inteligencia», «amor». Los demás puntos son derivados
de éstos, como cualidades interiores. Cualquier otra cualidad que queramos
incorporar o que veamos en Dios se deriva de una de estas tres: Dios como
energía, potencia o voluntad, fuerza, vigor, coraje, valor, etc.; o Dios como
amor, y dentro aceptación, ternura, etc.; o Dios inteligencia y por lo tanto
como verdad, valor-idea, razón de ser, realidad, etc.
Quien medita sobre la belleza absoluta en el sentido
impersonal va incorporándose más y más esta cualidad como estado interior, y
poco a poco lo transmite al exterior. No quiero decir, claro está, físicamente
en el sentido de que se le forme una cara nueva, ni mucho menos. Pero
vemos muchas veces que hay rostros incluso feos según el canon de belleza de
moda, y no obstante irradian belleza en otro sentido, que es tanto o más
atractiva que la belleza puramente física. Es el resultado de vivir
interiormente la alegría, el optimismo, es decir, esta belleza interior de que
hablamos: a Dios como belleza absoluta. Y esto sí se puede desarrollar.
Conseguirlo es labor de toda una vida. Pero si se
considera en serio es lo único que de verdad justifica toda una vida. Todo lo
demás nos ilusiona, nos gusta, nos proporciona un instante de placer, pero sólo
permanece sin miedo al tiempo el trabajo interior profundo.
RAJA-YOGA
LA CULTURA DEL NIVEL MENTAL
Hablamos aquí del desarrollo mental en armonía con
todo el hombre. Nuestro Yoga Integral aporta, al efecto, una serie de
técnicas. Pero no se trata de practicarlas como ejercicios aislados, llenando
el día de paréntesis en los que dedicarnos al Yoga. No olvidemos que con el
Yoga integral buscamos incorporarnos sobre la marcha del día los efectos del
Yoga.
En primer lugar, para integrar todos los niveles
psíquicos de la persona hay que centrarlos desde el vértice superior que es la
mente. La mente ocupa en el hombre el puesto clave de control de todas las
vivencias y centro de autoconciencia o conciencia de sí mismo.
ATENCIÓN
INTENCIONAL Y ACTITUD POSITIVA
Por eso la técnica primera que recomendamos es la de
mantener durante el día en todo momento la atención intencional y la actitud
positiva, que le es correlativa. Esta debe ser la consigna general para
todo el día.
Práctica
de la atención intencional
Durante el día todos tenemos que hacer muchas cosas.
Precisamente por eso 1a atención intencional es la técnica apropiada y
necesaria. Consiste en adoptar la actitud que implica el estar siempre lo más
lúcido posible. Es una actitud que hay que ir aprendiendo a practicar poco a
poco, sin exasperarse porque cueste conseguirla. Estar lo más lúcidos que
sabemos, con plena atención. No quiere decir lo más tensos, sino todo lo
contrario, lo más abiertos intelectualmente y lo más presentes ante cada cosa
que hacemos. En actitud relajada, pues es imposible abrirse del todo estando
tensos.
Para aprender a adoptar esta actitud, conviene
cultivarla mientras hacemos cosas y mientras no las hacemos, es decir, en
actitud activa y en actitud pasiva. Estar lúcidos y actualizar esta atención
cuando estamos a punto de hacer y cuando estamos a punto de recibir, -de
escuchar, por ejemplo-, y también en un sentido que no es ni de actuar ni de
recibir, sino sólo de estar pasivos, como cuando nos ponemos a descansar
o a divagar. Se trata, en una palabra, de vivir del todo despiertos.
Creemos vivir despiertos, pero no lo estamos.
Basta recordarnos a nosotros mismos interiormente si hemos pasado por algún
peligro gravísimo o algún momento en el que todo nuestro ser se ha puesto de
repente en actitud de alerta, tomando conciencia clara de
nosotros mismos y a la vez de la situación circundante. La atención vivida en
estos momentos nos da una idea aproximada de lo que es atención intencional.
Atención que no ha de ser tensa, sino relajada y abierta del todo.
Práctica
de la actitud positiva
La atención intencional requiere la actitud
positiva. Actitud positiva es, como lo dice la palabra, la actitud
afirmativa de uno mismo. No ausente, ni pesimista o negativa en algún aspecto.
Actitud consciente de que yo soy. Y
ser es siempre algo positivo. Actualizar la conciencia de este hecho
es ponerse en actitud positiva. Hay que dejar de lado todas las ideas negativas
de nosotros mismos, pues no son nuestra verdad, sino que nacen de la
comparación con los otros. Nosotros, en cualquier condición, somos siempre algo
positivo. Sólo se puede vivir libre y gozosamente viviendo en actitud positiva.
Que es la única que responde a nuestra verdad esencial.
Puntos
de referencia de ambas prácticas
El problema de las actitudes que se han de mantener
a lo largo de todo el día es que poco a poco se van borrando hasta que llega un
momento en que no queda nada de ellas. Por la mañana se toma la decisión de
conservar la actitud, pero luego en la práctica se encuentra con que, a medida
que pasan las horas, insensiblemente se va diluyendo. Por eso es bueno
establecer algunos puntos de referencia.
1. El
ejercicio de retrospección
El punto más importante ha de situarse por la noche.
Consiste en practicar el ejercicio de retrospección, mirando cómo ha ido
su estado de atención general durante el día. Basta recogerse interiormente
llevando la atención a todo lo que uno ha hecho durante el día, sin enjuiciarlo
críticamente, ni convertirlo en un examen de conciencia. Simplemente ir
deslizando la mirada por cada una de las cosas que ha ido haciendo, empezando
por la más reciente hasta llegar a las de la mañana,, no al revés. Cierto que
al principio cuesta algo más, pero en poco tiempo se supera esta dificultad. La
duración máxima puede ser de un cuarto de hora a veinte minutos, y lentamente
se abrevia este tiempo, llegando incluso a completar el ejercicio en cinco
minutos.
Esta práctica tiene su dificultad, pero es
excelente, no sólo porque nos permite controlar el grado de atención mantenida
durante el día, sino porque es en sí mismo un ejercicio perfecto de
concentración mental. Por eso, ya que estamos tratando de técnicas de trabajo mental,
aprovecho la ocasión para aconsejar que se utilice también el ejercicio de
retrospección con este fin. Para ello no es necesario hacer nada especial.
Basta practicarlo y se obtiene el desarrollo de la capacidad de atención. Pues
repito que este ejercicio de retrospección, además de servir para poder medir y
evaluar la atención mantenida durante todo el día, es en sí mismo un ejercicio
excelente de control de la mente.
Además tiene una gran ventaja sobre otras prácticas:
la persona va aprendiendo a conectar de un modo cada vez más directo e
inmediato su conciencia mental con la motivación de su conducta en cada momento
del día. Durante el día tenemos generalmente mucha prisa o estamos
identificados con las situaciones por las que vamos pasando y no nos damos
cuenta de por qué nos movemos, qué motivos profundos y reales nos empujan a
hacer cada cosa. Muchas veces creemos que obramos por tal razón y no es así,
pues aunque aparentemente nos hayamos dado a nosotros mismos tales o cuáles
razones, en el fondo somos impulsados a obrar por otras motivaciones mucho más
hondas de las que no nos hemos llegado a hacer conscientes.
Esto es realmente el verdadero conocimiento de sí
mismo. Y la única forma cierta, segura de poder descubrir lo que somos es ir
aprendiendo a abrir la mente más, de modo que, junto a cada situación, nuestra
mente capte lo que nos empuja, por detrás de las razones que nos damos, es
decir, la fuerza inmediata que nos mueve y de la que depende el que en cada
momento hagamos una cosa u otra diferente. Ahora bien, el único medio que puede
permitimos percibir esto es la atención sostenida durante todo el día, y la
visión en perspectiva por la noche en el ejercicio de retrospección.
Durante el día no tenemos tiempo de valorar ni
juzgar por qué una situación va seguida de la otra. Pero luego por la noche en
el ejercicio de retrospección, dedicado exclusivamente a la revisión de lo que
uno ha percibido de sí mismo, quedan más claras las cosas que hemos captado en
esos momentos de atención durante el día.
Al mismo tiempo que la mente va mirando cada uno de
los actos, no sólo se fija en la parte externa, material del acto, sino que ve
también, y puede mirarla con más atención, su parte interior. Esta parte
interior sólo la percibe si durante el día ha estado despierto. El hecho de
prestar atención al acto durante el día hace que quede registrado en nuestra
mente consciente y que pueda ser evocado por la noche, lo que permite que
tomemos más conciencia de su motivación profunda. Descubriremos poco a poco el
miedo que realmente tenemos, hacia dónde se proyectan nuestros deseos, nuestras
ambiciones, nuestras aspiraciones. Estas cosas que tanto nos cuesta aclarar
cuando pensamos en ellas, al ir practicando el ejercicio de retrospección de un
modo sistemático, se van viendo con toda transparencia.
RECAPITULANDO: prácticas fundamentales:
Atención lo más atenta, lo más abierta, lo más
lúcida posible durante el día, en actitud positiva, y ejercicio de
retrospección por la noche.
2.
Ejercicios de autoconciencia
Otros puntos de referencia que no ocupan tiempo y
ayudan mucho a mantener las actitudes fundamentales pueden esparcirse a lo
largo del día. Consisten en que, antes de empezar cada nueva actividad, cuando
uno se pone a trabajar, o a comer, en fin, a hacer algo nuevo, se aísle por un
instante y tome una clara conciencia de sí mismo. Pensar: Bueno, yo ahora
voy a hacer esto, y al decir yo, no quedarse con la idea
global y teórica de yo, sino evocar el sentimiento claro de nuestro yo,
centrarnos por un instante, sentirnos vivir a nosotros mismos del todo y
entonces ya se puede uno poner a obrar.
Estos momentos de vuelta a sí mismo, de
centramiento, de despertar, de integración, en una palabra, conviene tenerlos
de vez en cuando. Lo mejor es aprovechar el instante en que uno va a hacer algo
distinto de lo anterior. También se podrían utilizar horas fijas, pero creo que
en la práctica resulta mejor regirse por los momentos en que se cambia de
actividad, ya que puede ser que, por ejemplo, a las doce uno esté trabajando y
cueste más cortar el trabajo.
Las dos prácticas explicadas hasta aquí no exigen
apenas tiempo, porque una se hace conjuntamente durante todo el día y la otra
en el momento de dormir, cuando no haríamos nada, y hasta ayuda a dormirse
antes.
UNOS
MINUTOS DE TRABAJO MENTAL
Aconsejo también a todo el mundo hacer por la
mañana unos instantes de trabajo mental. Este trabajo mental lo limitaría a
realizar una toma de conciencia clara de sí mismo y a introducir en la mente
algún condicionamiento positivo de uno mismo, utilizando por un momento la
autosugestión. Después veremos cómo combinamos estos ejercicios con la práctica
de la oración, que hemos recomendado al hablar de la vida afectiva.
1.
La toma de conciencia de sí mismo
Es el mismo acto de autoconciencia que acabamos de
explicar, referido al momento de despertarnos. Lo primero que conviene hacer
cuando uno se llega a dar cuenta de las cosas es un acto deliberado por el que
nos sintamos a nosotros mismos. Soy yo. No saltar en seguida de la cama
pensando ya en si hemos de hacer esto o lo otro. Primero centrarse en sí mismo.
Yo. Tomar conciencia clara y poderosa de nuestro yo, de nuestra personalidad. Es
muy importante, porque esta conciencia, mantenida luego durante el día por la
atención intencional bien lúcida de que antes hemos hablado -y que no sólo
abarca a las cosas y a lo que hacemos en cada momento, sino ante todo es
atención a nosotros mismos, a nuestro yo-, es el eje que sirve de engarce y de
integración de todas nuestras vivencias, el eje de integración de la
personalidad.
Para practicar esta toma de conciencia bastan uno o
dos segundos.
2.
El condicionamiento
Se trata de buscar la cualidad positiva más
importante que uno quiera incorporarse, y por la mañana, en unos instantes de
calma, después de hacer gimnasia y respiración, cuando uno queda ya tranquilo,
sereno, durante cinco o diez minutos, que pueden ser los mismos en que se
practica la relajación, primero se medita un momento sobre la cualidad,
centrando la mente en ella, contemplando la cualidad, evocando la vivencia de
la cualidad y mirándola de un modo fijo siempre con la mente. Después se afirma
esta cualidad dentro de uno mismo. Si la cualidad que se mira es por ejemplo la
serenidad, evocar la serenidad y procurar mantener esta noción de serenidad,
tratando de sentir esta serenidad que uno puede evocar. Se trata de evocar la
idea y la experiencia de serenidad, que uno tiene del pasado. Y a continuación
evocar Yo estaré cada vez más sereno o más tranquilo, o más equilibrado,
la palabra precisa que para cada persona sea más clara y representativa.
EL
SILENCIO MENTAL
Como práctica mental es muy interesante buscar cada
día el momento más propicio para tener un minuto o dos de silencio mental. No
es preciso más tiempo. En realidad, de silencio mental apenas conseguirán unos
poquísimos segundos. Pero incluido el esfuerzo para lograr este- silencio
mental -no como entrada para hacer otra cosa, sino sólo como silencio-, entre
tentativas, momentos de éxito y descanso final, no hay que pasar del par de
minutos. El silencio mental es una puerta que franquea la entrada a un palacio
grandioso. Pero hay que abrirla muy despacio, con suma prudencia. Por eso
conviene advertir que el silencio mental sólo es útil para las personas de
predominio mental o que por lo menos han conseguido un grado muy notable de
integración mental de su personalidad. Cuando una persona tiene tendencia a la
disociación mental, lo que se nota porque su pensamiento no es sólido, sino
difuminado, como si esbozase tan sólo sus ideas, sin que consigan apenas seguir
un curso bien trabado, porque se ve con facilidad desbordado por las emociones
y la afectividad, y cuando su mente no tiene un dominio suficiente sobre los
impulsos inferiores, como el sueño y los instintos biológicos, es decir, si no
ha logrado que su mente sea la que controle de un modo estable, permanente y
relativamente fácil toda su personalidad, es peligroso cultivar el silencio
mental en dosis más prolongadas, aunque no lo será si se mantiene esa dosis
máxima de dos minutos.
Para practicar el silencio mental se empieza por
hacer unas cuantas respiraciones profundas, pero lentas, suaves, y siguiéndolas
con toda atención. Inmediatamente empieza a tranquilizarse la mente. Entonces,
cuando uno ya está con cierto grado de serenidad, se dirige la mirada a un
punto externo, que puede ser cualquier objeto ya preparado al efecto, como una
cerilla, un lápiz, una flor, etc. O si se está en el campo, un árbol un poco
lejano o la cima de una montaña. Así se centra la mente y se empieza a
experimentar una incipiente sensación de silencio interior. Con la práctica
esta sensación se va ampliando y pasando por fases más avanzadas que explicamos
detalladamente en otro librito de esta colección dedicado al Raja-Yoga. Pero
para los fines que nos proponemos aquí basta hacer el ejercicio del modo
descrito.
ALGUNAS
DIFICULTADES
1.
¿Cómo conseguir la atención central?
A veces se plantea la dificultad práctica de cómo
conseguir el cultivo de la atención intencional, esa actitud de permanecer
lúcidos .y despiertos y a la vez seguir centrados en las cosas que hacemos.
¿Cómo puede ser compatible en la práctica la atención central o intencional con
la concentración exclusiva sobre algo? Pues nadie puede estar constantemente
abierto a todo, ya que nuestra actividad mental es de tal naturaleza que exige
que si en un momento dado hacemos algo, veamos lo que hacemos y que es el
objeto externo de esa acción con más claridad y mayor nitidez que el resto de
las cosas. Por lo tanto, si hemos de centramos sobre una cosa, no queda otro
remedio que excluir o dejar en segundo plano las demás. No es posible
mantenerse abierto a todo a la vez.
Ahora bien, lo que aquí se pide es otra cosa
distinta que sí podemos hacer: se trata de aprender a estar centrados sobre un
objeto concreto, el objeto de nuestra actividad -contemplar un cuadro,
escribir, estudiar un asunto, lo que sea-, quedando en actitud de concentración
exclusiva sobre él, es decir, metidos en el objeto, y conservar al mismo tiempo
un estado central de alerta, una conciencia de lucidez interior. Que uno se
concentre en el objeto, pero que por dentro se mantenga abierto a sí mismo.
Esto cuesta sin duda conseguirlo, porque estamos
acostumbrados a actuar con nuestra atención de un modo unilateral, cuando
miramos hacia dentro nos cerramos a lo de fuera y si atendemos a lo de fuera
nos cerramos a nosotros mismos. Mantener una actitud abierta hacia el interior
mientras se está concentrado no se puede conseguir sin cultivar antes por
separado y en ratos aparte la atención central. Cuanto más se practica el
estado de relajación, de centramiento en sí mismo, de aislamiento por las
mañanas y en los momentos del día, más fácil se va haciendo después este estado
de lucidez interior, de presencia abierta de sí mismo, incluso en los momentos
en que uno está concentrado sobre algo.
Al principio resulta imposible conseguir este
estado, porque la falta de entrenamiento y de experiencia nos hace creer que si
la mente está mirando hacia afuera no puede mirar a la vez hacia dentro. Y
cuando uno intenta hacerlo todo, resulta que no hace bien ninguna de las dos
cosas. Pero con la práctica, llevándola a cabo del modo que hemos explicado, se
consigue este tipo de atención simultánea. A medida que uno va ejercitándose se
da cuenta de que no es un problema de acertar con la dirección hacia la que hay
que enfocar la mente, sino de ir ampliando el campo de enfoque de la mente. No
se trata de dirigir la mente hacia adelante o hacia atrás, sino de aprender a
abrirla más, de modo que incluya dentro de su foco las cosas exteriores y las
resonancias interiores.
Cultivando esta actitud se produce un estado de
despertar, de lucidez interior situado en un plano más profundo, que por eso
mismo persiste incluso cuando la persona está concentrada u ocupada en algo
externo.
Superada la primera etapa, de lograr que la atención
incluya a la vez la conciencia de mí mismo y la conciencia de las cosas, al
cabo de algún tiempo, cuando esta conciencia de mí mismo empieza a tener una
mayor solidez y a convertirse en experiencia, no sólo en intención de tenerla,
llegándose a obtener resultados comprobados, cambia y se transforma el modo de
hacer las cosas. Se ve, por ejemplo, que se puede aprender a hablar y conservar
mientras tanto una conciencia clara de sí mismo, estando centrado en lo que se
dice, buscando y seleccionando las ideas, palabras y cosas que convienen mejor
al objetivo propuesto y teniendo en cuenta todos los factores, sin que esto
impida conservar la conciencia de sí mismo.
Quiero aclarar sin embargo que, sobre todo las
personas que tienen cierta propensión natural o adquirida a vivir dentro de sí
mismas, es decir, las personas introvertidas, tienen que evitar a todo trance
que este ejercicio de tomar conciencia de sí mismas y vivirse a sí mismas se
convierta en un puro ejercicio de introspección morbosa, por el que estén
siempre pendientes de sí mismas. No se trata de nada de esto, sino de vivirse
uno a sí mismo y a la vez mantener el contacto abierto a lo de fuera. De ningún
modo aconsejamos aislarse del mundo, sino precisamente todo lo contrario,
abrirse en todas direcciones del modo más consciente.
2. La desidentificación de la mente
No hay que olvidar ni por un momento que la mente es
siempre un instrumento, una herramienta de gran valor sin duda, pero siempre
sólo un mero instrumento del yo, como lo es el cuerpo o el nivel afectivo. Por
lo tanto que siempre somos yo intrínsecamente superiores y más
importantes que nuestra mente, que nuestras ideas. Pues que yo no soy mente,
sino que la mente es mía: yo soy su poseedor. Si aprendemos a conservar
este claro concepto de nosotros mismos frente a nuestra mente, nunca nos
dejaremos invadir o avasallar por ningún problema que pueda plantearnos nuestra
mente. Yo soy aparte de mi mente. Y al decir «aparte de mi mente» quiero
significar aparte de todos los problemas que pueda plantearnos nuestra mente,
incluso de los problemas reales y fuertes que puedan existir en cada uno de
nosotros, aunque tengamos que afrontarlos y resolverlos y exponer por ellos la
vida. Pues incluso esos problemas son aparte de nosotros mismos. Hay algo en
nosotros, en nuestro «yo», completamente aparte de todas las demás cosas y que
está por encima de todo lo que puede pasar.
Por lo tanto, cuando tengamos que enfrentamos con
problemas y situaciones difíciles, no hemos de olvidar este pensamiento: Yo
estoy por encima del problema, porque soy más allá del problema. Si se ve esto
con claridad se podrá manejar el conflicto con muchísima mayor soltura. Un
problema ofrece cierto carácter agobiante cuando la persona se encuentra
situada dentro o por debajo de él. Pero cuando puede adoptar la actitud de
sentirse por encima del problema -actitud que consiste tan sólo en un gesto
interior- cuando se consigue hacer este gesto, se experimenta que todos los
problemas, por graves y urgentes que sean, los puede uno manejar siempre con
objetividad y soltura.
VIVIR
EN LA ACTITUD DEL YOGA EN OCCIDENTE
Yo, personalmente, no me complicaría más la vida con
prácticas y ejercicios, porque el hecho de cultivar la atención diariamente
convierte en ejercicio cada cosa que hacemos, cada momento de la vida. No hay
por tanto necesidad de andar buscando más ejercicios especiales. Al fin y al
cabo toda práctica especial que introducimos en nuestra vida es un artificio,
algo que separamos del ritmo natural de la vida. Y más vale aprender a vivir
bien la vida en su cauce natural, vivirla cada vez mejor, que hacer apartados y
fabricarnos un mundo artificial para nosotros. Por eso soy partidario del
mejorar sobre la marcha.
Claro que hay cosas que conviene practicarlas
aparte, porque es difícil que aprendamos a hacerlo dentro del ritmo del vivir
diario, como el silencio, la toma de conciencia de sí mismos y la oración.
Sobre todo al principio es indispensable que hagamos aparte estas prácticas, en
un paréntesis, en un hueco en nuestra vida movida y agitada del día. Pero en lo
posible procuremos aprender a convertir en ejercicio cualquier instante. Cuando
estamos con una persona, mientras la oímos, aprendamos a escuchar, a abrirnos a
esa persona, y, cuando hablemos con ella, aprendamos a poner el alma en
nuestras palabras, a estar presentes por entero en aquello; si descansamos,
aprendamos a relajarnos del todo, permaneciendo bien lúcidos y gozando del
placer de descansar; si meditamos en un problema cualquiera que nos presenta la
vida, procuremos pensar en dicho problema pero de un modo claro, definido,
concreto; y si queremos soñar, de acuerdo, pero entreguémonos a soñar con plena
deliberación, sabiendo que soñamos y disfrutando deliberadamente del mundo
fantástico que vaya forjando nuestra imaginación. O sea, vivir siempre esta
plena presencia de nosotros mismos, de nuestra conciencia superior, de nuestro
control mental en cada cosa que hagamos. Que no nos sintamos únicamente
empujados por la inercia de nuestros mecanismos. Que seamos nosotros, en todo
caso, el centro, el eje, el propietario o por lo menos, administrador de lo que
nos ocurre.
Hemos de aprender a convertirnos en dueños de
nuestros mecanismos, sin ceder por ningún concepto este sitio.
Actitud
mental en la conversación
Cuando hablamos con alguien, además de aprender a
proyectar energía, a escuchar, hemos de adoptar una actitud inteligente, de
lucidez mental. Ver realmente lo que la persona quiere decir, no sólo oír sus
palabras, o captar el sentido de lo que nos dice, sino de lo que la persona
está intentando expresar, intuir lo que siente por dentro, sin quedarnos en un,
nivel puramente racional, superficial, y menos en un nivel verbal o, auditivo.
Aprender a escuchar a la persona, no sólo las palabras que dice. Este modo de
hablar con los demás nos enseñará mucho acerca de la gente.
Cuando una persona nos comunique ideas, no sólo
palabras de cumplimiento, aprender a mirar el núcleo de las ideas, el centro,
lo que es esencial en las ideas -sin dejarnos llevar por las resonancias que
siempre surgen en nosotros, de tipo afectivo, que indefectiblemente van a parar
a evocaciones de la imagen ideal y heroica que nuestra fantasía se forja del yo-.
Si hablamos de un asunto de tipo intelectual, resolvámoslo desde el punto de
vista intelectual. Si nuestro interlocutor, por su estado, condición o
circunstancias, requiere ser tratado también desde un punto de vista afectivo y
humano, bien que gastemos una broma, que aprovechemos la situación para decir
algún chiste, pero sin que esto nos desorbite ni por un momento del eje del
problema, del núcleo de las ideas de que se está hablando. Aprendamos a manejar
las ideas con elegancia, no con rigidez. Podemos salirnos un momento del
camino, pero a condición de no perder nunca de vista el camino.
Apertura
constante a todas nuestras fuentes de información
No olvidemos que en el aspecto mental las verdades
más importantes tanto de nuestra vida, como de la vida en general son verdades
que nos vienen de fuera, no son verdades nuestras, en el sentido posesivo de
ser sus propietarios. Todas las verdades más importantes son verdades que
descubrimos, y por ser de orden universal, no son de nuestra propiedad
particular. Pues toda verdad que es evidente tiene siempre carácter universal y
por tanto impersonal. No nos apropiemos de lo que no nos corresponde. Pero eso
si, aprendamos a estar abiertos, a una fuente que está situada más arriba de
nuestra mente personal, de la cual precisamente pueden surgir las ideas de
verdad superiores, las más importantes, tanto de tipo universal, sobre valores
de la vida -el por qué y cómo de las cosas, lo que está bien y lo que no está
bien- cómo incluso sobre intuiciones que se refieren a nuestra actuación
personal en las diversas circunstancias de nuestra vida. No nos cerremos en
nuestro círculo lógico concreto. Mantengámonos siempre abiertos a escuchar, a
aprender. Podemos aprender de arriba, de nuestros niveles espirituales, de la
fuente de la intuición; podemos aprender de fuera, de la experiencia de los
demás, de lo que los demás nos pueden comunicar o participar; y también de
dentro, de todo el material de experiencias que hay en nuestro subconsciente.
Hemos de estar abiertos. No decidamos nunca en las
cosas importantes sin haber escuchado antes en todas direcciones desde nuestro
interior. Cuando tengamos que tomar alguna decisión importante, tiene que haber
un auténtico consejo de administración, una reunión y votación general de todas
las fuentes de información de que disponemos dentro y fuera. Lo que decidamos
de este modo será más correcto, más auténtico y verdadero.
La
mente, centro permanente de equilibrio y control
De todas formas, en ningún momento hemos de ceder el
sitio a nada que se oponga a la razón. Pues, aunque nuestra razón es imperfecta
y limitada, no obstante, de momento constituye nuestra póliza de seguro, lo
único que nos ofrece una garantía de equilibrio para poder controlar todas las
situaciones que se nos presenten. No podemos dejarnos llevar por un puro
intencionalismo, o sensualismo, o por otras tendencias cualesquiera, so
pretexto de seguir las voces interiores o exteriores que nos surgen, si se
oponen al juicio razonable de nuestra mente.
He aquí la receta: Aprender a escuchar todo, a estar
abiertos a todo, pero haciéndolo pasar todo por el tamiz de nuestra razón, de
nuestro sentido común, de nuestro discernimiento personal. Aunque las cosas
parezcan muy buenas, si interiormente no las vemos claras o no las vemos
buenas, no hemos de hacerlas. Pues por más que el instrumento de la razón sea
limitado, más vale caminar con esas limitaciones pero con los pies en tierra, que
haciendo cosas muy buenas sobre los pies de otros. Si hemos de crecer, ha de
ser apoyándonos en nosotros mismos, sobre la propia experiencia, aunque esta
experiencia sea de tentativas y fallos, a veces incluso de tropiezos y caídas.
Pero estos pasos dados por nosotros mismos nos harán desarrollar. Lo que nos
digan los otros, aunque venga de inspiraciones de arriba, no nos hará crecer
nunca.
Así pues, como principio prudencial de toda
experiencia y trabajo interior hay que tener bien presente que hemos de mantener
siempre nuestra conciencia mental muy bien equilibrada en el centro de la
mente. Y en este centro de nuestra mente es donde se ha de recibir todo: lo de
arriba -niveles superiores de la personalidad-, lo de abajo -datos del
inconsciente-, lo de dentro y lo de fuera, donde se ha de equilibrar y valorar
todo, donde ha de adquirir su forma concreta nuestra conducta y de donde ha de
partir nuestra decisión. Quizás llegará un día en que estaremos en disposición
de vivir centrados habitualmente en el nivel intuitivo, pero de momento no lo
estamos. Por lo tanto no podemos pretender vivir habitualmente de un modo
intuitivo, y lo único que nos asegura que lo intuitivo no nos arrastrará por
caminos irracionales es que todo pase por el tamiz de nuestra razón. Una razón
amplia, capaz de percibir todo, libre de prejuicios, abierta a todo lo nuevo,
único modo de ser capaz de un vivir creador, no cerrada en las viejas rutinas,
sede del sentido común, manteniendo nuestra conciencia personal muy clara. Lo
que la razón no vea claro, lo que interiormente no vea con evidencia, no
hacerlo, aunque voces interiores o consejos exteriores me digan que es muy
bueno y que puede darme grandes resultados.
Quiero terminar este punto respondiendo a una
objeción que se me ha hecho con frecuencia.
Aparentemente parece que hay alguna contradicción
entre el hecho de que hay que apoyarse y centrarse desde el nivel mental,
racional siempre que se trate de valorar las intuiciones, todo lo que nos venga
del inconsciente, y los datos, consejos, orientaciones que provengan del
exterior; y por otro lado la afirmación de que hemos de trascender todo lo que es
razón para llegar a la realización del yo o a la realización de Dios
en mí, o de todo lo que tiene un carácter trascendente, impersonal o
genuinamente espiritual.
Pero no hay contradicción real, porque cuando se
trata de conseguir la realización del estado espiritual -sea el yo, sea Dios,
sea la intuición o cualquiera de las realidades que están más allá del nivel
mental concreto-, por fuerza hay que trascender este nivel mental correcto
donde reside nuestro razonamiento, para poder llegar al nivel de las realidades
superiores. Y, naturalmente, antes es preciso que neutralicemos nuestra
adhesión exclusiva a nuestra razón. Pero esto es sólo un medio accidental, como
para abrirse un paso, establecer un puente e ir más allá; es una técnica de
ida, pero no de estado, de permanencia, sino de trabajo. Una vez se ha
conseguido dar el salto, entonces la mente puede funcionar y aprender a
permanecer integrada con esta realidad superior.
Ahora bien, cuando digo que en la vida concreta
hemos de aprender a tamizarlo todo con nuestra razón, es porque en la vida el
único instrumento adecuado para adaptar lo interno a lo externo es nuestra
razón, pues su papel es precisamente el de servir de adecuación entre lo
externo que se asimila y lo interno que tiende a expresarse y se ha de acomodar
al exterior. Percibir, registrar, coordinar y elaborar respuestas inteligentes
y concretas es función específica de nuestra mente concreta, y por lo tanto,
como todavía estamos actualmente centrados en este nivel concreto, no podemos
prescindir de él, y menos para vivir la vida concreta, que debe estar regido
por el sentido común. Si bien por un lado hay que trascender la razón, pues la
adhesión que tenemos a la razón es un obstáculo para ascender a niveles más
altos, no obstante, en el momento de vivir, la razón es un elemento
insustituible.
Hay dos niveles de vida: uno que vive por encima de
la razón, por el que vemos las cosas de un modo directo, inmediato, por el que
percibimos, intuimos, sentimos de algún modo luminoso, y otro, el concreto. Y
nuestra mente es la que hace la traducción de las cosas que percibimos, vivimos
o somos en el mundo intuitivo a este otro mundo concreto, mediante un lenguaje
más o menos inteligente y a través de unas acciones más o menos sensatas.
UN DÍA DE ACTIVIDAD VIVIDO EN YOGA
Todo cuanto he venido diciendo no son más que
sugerencias que cada uno puede aplicar a su vida según le convenga, sin que
tomen nunca el carácter de prescripciones que puedan atar de cualquier modo.
Sería destruir el espíritu del Yoga. Pues el Yoga no ata nunca; busca siempre
la libertad del espíritu, liberar al yo del agobio de nuestras propias
limitaciones y de las limitaciones de fuera.
Para complacer a muchas personas que, en su afán de
incorporar el Yoga a su vivir diario, nos han pedido que describamos cómo
podrían vivir un día según el espíritu Yoga que sirviera de sugerencia a todos
los demás, concluimos este librito trazando un esbozo de lo que podría ser una
jornada cualquiera vivida con la intensa actividad que caracteriza al
occidental, pero aprovechándola en lo posible para dar un paso más hacia la
liberación espiritual y hacia la realización de sí mismo.
Conciencia
de sí mismo
Lo primero que de un modo natural debería brotar del
interior en el momento de despertarse es darse cuenta de que uno se está
despertando, hecho gozoso cuyo placer se puede libar con exquisita fruición. Y
al mismo tiempo inaugurar ese despertarse con un acto de conciencia deliberado.
Ya hacemos esto un poco, habitualmente, pero se trata de hacerlo de un modo
deliberado. Cuando uno se despierta no hay que saltar en seguida de la cama
pensando en que hay que hacer esto o lo otro, absorbido desde el primer
instante por las preocupaciones. No, lo primero centrarse en sí mismo. Uno es
más importante que todo lo demás. Verse a sí mismo y saber que es uno el que se
ha despertado, sentirse yo.
Orientación
a Dios
Todas las personas, pero en especial las que poseen
una formación religiosa y dirigen en este sentido su trabajo interior, disponen
entonces del momento ideal para iniciar su contacto con Dios. Este primer
contacto nuestro con Dios puede consistir en un simple saludo, o diciendo la frase
o «mantram» sobre la que estamos trabajando habitualmente, como: «Dios es
amor». Pero no repetirla como un loro, sino centrándose interiormente sobre
ella, convirtiéndola en una oración por la que nos abrimos de par en par
afectivamente hacia Dios.
Respirar y levantarse
Una vez que uno ha tomado conciencia de sí mismo y
ha establecido contacto con Dios, respirar un poco más profundamente de lo
habitual y entonces levantarse.
Es muy aconsejable cuando uno se levanta, el
desperezarse. Desde el punto de vista fisiológico es estupendo y está altamente
recomendado. Se debe aprender a desperezarse a conciencia, del todo. La prueba
de lo sano que es nos la da el hecho de que cuando se hace el ejercicio de
Subud, una de las cosas que casi siempre surgen son movimientos de
desperezamiento. Es una relajación fisiológica y psíquica incluso y un modo de
reactivar la circulación de la sangre.. Muchas zonas están normalmente
entumecidas, inmovilizadas, hay un déficit de funcionamiento circulatorio. Y el
desperezamiento, ese estirarse y bostezar, reactivan la circulación y ayudan a
despertarse del todo.
O sea que para despertar el organismo, nada mejor
que la respiración y el estiramiento.
Ejercicios físicos
A veces se siente entonces la necesidad de evacuar.
Es conveniente hacerlo antes de lavarse. Conviene saber que se puede educar la
evacuación, hacer que una persona sienta necesidad de evacuar a una hora
determinada.
Hay personas que ya automáticamente se han
acostumbrado y lo hacen siempre a la misma hora, unos por la mañana, algunos
después de las comidas, etc. Se educa esta necesidad mediante la simple
sugestión antes de dormirse. Se trata de sugerirse uno a sí mismo que sentirá
necesidad de evacuar a tal hora. Imaginar entonces la hora y el momento aquel
tal como lo vive corrientemente y la sensación de necesidad de evacuar. Hay que
hacer esto durante algunos días para que sea eficaz. Conviene practicar esta
sugestión con mucha calma y silencio para que entre en el fondo visceral o
mente vegetativa.
Aconsejaría luego lavarse o ducharse bien, antes de
empezar los ejercicios físicos, pues es ideal para conseguir un completo
despertar. Pero hacerlo a conciencia.
A continuación practicar una breve sesión de
ejercicios físicos. Basta el pequeño plan de ejercicios que propusimos en la
primera parte. Si uno puede hacer los ejercicios de Yoga que recomendé, el
Padahastasana, etc., que en conjunto duran escasamente ocho o diez minutos,
mejor. Pero si tiene mucha prisa, que haga un solo ejercicio.
Antes de los ejercicios, respiración completa;
después de los ejercicios de respiración completa y tanto durante los
ejercicios como durante la respiración, recuérdese que es importantísima la
atención, el seguir con la mente por dentro todo el proceso de sensaciones que
uno experimenta al hacer los movimientos.
La
relajación
Después de hacer los ejercicios y la respiración,
practicaría la relajación. Propongo incluso también ordenar estas prácticas de
otro modo: hacer la relajación como final de los ejercicios, y, entonces aprovechar
la relajación para hacer a la vez tranquilización mental y autocondicionamiento
o sugestión. Es muy útil y eficaz. Una vez se ha hecho la relajación,
levantarse y hacer otra vez ejercicios respiratorios. Uno está ya a punto para
empezar a correr por el mundo. Aunque antes aconsejaría un rato, unos minutos
de meditación y oración.
La
meditación y la oración
La
meditación*
Tanto la autosugestión como la meditación, que
versen sobre tema similar. Podría ser sobre tema diferente, pero el efecto es
muchísimo más profundo si, como ya hemos dicho, se escoge un tema similar. Por
ejemplo, si nuestro problema es de falta de energía, introducir en el
autocondicionamiento yo soy energía, y, después, en la meditación,
meditar en la noción de energía. Para ello uno visualiza esta noción de
energía, de potencia, con la sensación de que entra y se expresa a través de
uno mismo.
* Aconsejamos aquí la lectura del tomo de esta Colección titulado Dhyana-Yoga,
La transformación interna mediante la práctica de la meditación.
La
oración
Considero que la oración no hace falta que se
refiera para nada al factor energía. La oración es un momento de recreo
absolutamente libre con Dios, de libertad absoluta, sin reglamentos, sin
normas. Expresar lo que salga, sea lo que sea. Un rato de amistad total, de
amor espontáneo a Dios.
¿PROBLEMA
DE TIEMPO PARA ESTAS PRÁCTICAS?
La oración y meditación no tienen porque extenderse
a más de diez minutos; los ejercicios físicos, incluida la respiración, no
durarán más de ocho o nueve minutos, la relajación en sí puede durar diez
minutos más. En total, media hora. Pero esta media hora es la mejor de todo el
día, no nos quepa la menor duda. Aunque durante el día nos espere el negocio
más prometedor, una operación comercial formidable y muchas cosas importantes,
la media hora de la mañana, utilizada de esta manera, es la más llena, la más
fecunda, la que nos producirá más y nos dejará mejores dividendos de todas las
inversiones que pudiéramos hacer. Es el tiempo más útil, en todos sentidos,
incluso comercialmente, porque vivir con serenidad, con claridad, con dominio
de sí mismo, con fuerza interior vale ya mucho, pero es que además trae todo lo
otro como añadidura.
Además el hecho de que uno tenga un punto constante
de referencia durante todo el día, un equilibrio, una serenidad, una fuerza
interior es principio y medio de todo un proceso de elevación y acercamiento a
la realización interior que cada día va creciendo y verificándose más y más.
En la variedad de la vida
Terminados estos ejercicios, uno se pone a
desayunar, a hablar con la familia, va al trabajo, en una palabra, vive su vida
ordinaria Pero no de un modo ordinario. ¿Cómo, pues? Sobre la marcha del día
aconsejaría:
- Tomar la vida con humor, utilizando la
broma en todo: en las relaciones familiares, con gente y en todo cuanto
hagamos. Aunque estemos preocupados, aunque tengamos problemas, aunque haya
asuntos graves pendientes, si somos amigos de Dios, si estamos abiertos a Dios
y a la vida, veremos que no podemos quedar cerrados a nadie. Aunque nos veamos
literalmente bloqueados por problemas y dificultades, ¡buen humor,
cordialidad!; sin exagerar, claro está, nada artificial, sino con esa buena
disposición, esa simpatía, ese interés por los demás que tanto agrada, por más
que algunos sean antipáticos y aunque no se lo merezcan. Es igual. Hemos de
regalar el interés y la amabilidad gratis, no a cambio de merecimientos, ni en
correspondencia a nada.
- Luego durante todo el día aprender a ir
despiertos, gustando y libando el placer sano de todas las cosas positivas
y bellas. Si uno va por la calle, andar despierto, disfrutar del hecho de ir
por la calle. Cuando por la mañana se sale temprano es bueno respirar un poco
el fresca que hace. Aprovechar todas las cosas positivas, por pequeñas que
sean, abriéndose a ellas. A veces el solo hecho de andar por la calle es
estupendo; entretenerse en mirar un escaparate, un paisaje, un árbol, cualquier
insignificancia, pero mirarlo estando despiertos por dentro: se experimentará
que es estupendo. Sobre todo nos enamoramos cada vez más de lo que es más
natural, de los niños, de los animales y de las plantas, de lo que de un modo u
otro está expresando sin engaño una realidad profunda.
- En el trabajo, que cada cual haga lo que
pueda, lo que deba hacer y que lo haga del mejor modo posible. La disposición
es la misma dé siempre aprender a no convertir el trabajo en algo pesado,
aunque lo sea, aunque de suyo sea antipático, hacerlo lo mejor posible.
Adviértase bien que no estoy recomendando que uno tenga paciencia. Sólo en
algunos casos se ha de recomendar la paciencia, resignación y aceptación, pero
no lo aconsejo como norma. Sino que aprenda a situarse en una posición positiva
frente al trabajo. Si a uno no le gusta aquel tipo de trabajo, no quiere decir
que la actitud positiva consista en que le guste, sino que, si no le queda otro
remedio que seguir, ha de aprender a hacerlo con gusto; y, si interiormente se
siente muy a disgusto y ve la posibilidad de encontrar otro trabajo, que lo
busque. Cuanto más tenga una actitud positiva, más fácil le será buscar la
nueva actividad y disponerse para ella. Pero ha de buscarla también con actitud
positiva. Repito que no hay que confundir la actitud positiva con la paciencia
o con las virtudes meramente positivas.
- En todo se nos: brinda una
oportunidad de convertirlo en práctica y ejercicio para funcionar mejor. Si nos
proponemos funcionar bien sólo a fuerza de voluntad, difícilmente lo
conseguiremos. Pero si lo hacemos apoyándonos en un sentimiento o en un estado
interior del que ya tenemos alguna experiencia, entonces cada vez lograremos
ampliarlo más y nos acercaremos progresivamente a nuestro objetivo. Lo que nos
empuja a actuar es más lo que nos gusta, lo que sentimos, que no la pura idea o
la pura voluntad. Las ideas y decisiones en un momento dado son algo estupendo,
pero normalmente somos empujados más bien por motivaciones de tipo afectivo y
de sensación que no por las de tipo mental, por razones. Por eso en todo
trabajo interior apoyémonos en experiencias, en estados que hemos vivido alguna
vez. El estado que hayamos conseguido por la mañana en la relajación, en el
autocondicionamiento, en la meditación y la oración, ese estado lúcido y
positivo, aprendamos a alargarlo durante el día. Estado interior de la cualidad
que hayamos escogido y en el que nos hemos sentido con un grado más alto de
lucidez, de fuerza. Se trata de aprender a vivirlo de nuevo durante todo el
día, estando atentos.
Para ello puede ser una norma el repetir la frase
que uno relaciona con el estado que quiera conseguir. Si uno ha trabajado por
la mañana sobre el tema de energía repetir: yo soy energía, o simplemente:
energía, energía. Apoyándose en las experiencias interiores de la mañana
y ampliándolas. Si el trabajo que uno hace es más bien de tipo religioso, decir:
Dios es amor o Dios mío, os amo, etc. Estos son simplemente ejemplos de
frases, que no hay que creer son las únicas, sino una mera orientación. Luego
cada uno debe obrar por propia iniciativa, buscando o inventando otras más
conformes con sus necesidades.
- Al cambiar de actividad conviene hacer un
alto, tomando conciencia de sí mismo y reproducir el estado que se ha vivido
por la mañana en el momento del autocondicionamiento, de la oración y de la
meditación, recuperando por un instante esta conciencia profunda de uno mismo.
Es muy importante alargar lo más posible el estado que queda dentro. Con un
poco de práctica se verá que dura todo el día, y con un poco más, incluso toda
la noche. Aunque uno no piense en ello. El pensar viene solo y el sentir está
siempre presente. Se nota un estado de fuerza, de positividad, de presencia
interior constante, día y noche. Sólo es cuestión de trabajar un poco sobre
ello.
- Utilizar el cuerpo lo más sabiamente posible. Hacer
los movimientos precisos, justos. Disfrutar haciendo cosas que requieran
habilidad, poniendo inteligencia. Cualquier cosa que hayamos de hacer, hacerlo
del modo más práctico, más claro, más preciso, más hábil posible. Convertir
cada situación en algo que se puede aprovechar, pero no por obligación sino
como deporte. Si jugamos, hacerlo bien. Este es el espíritu que trato de
sugerir. No ha de ser una norma obligada que nos impongamos como un reglamento
que controle las 24 horas del día. De ninguna manera, pues sería lo más opuesto
a lo que estoy queriendo sugerir.
Nuestro trabajo ha de ser un placer. No quiero decir
que sea una obligación que hayamos de disfrazar de un modo u otro de placer. Es
que realmente se trata de aprender a vivir bien. Y vivir bien en todos sentidos,
en el de rendimiento externo y en el de estados interiores positivos. Se trata
de pasarlo bien, de aprender a disfrutar. Hay que hacer un esfuerzo para
aprender a estar centrados, a vivir de un modo positivo, abierto, sintonizado
con todo lo que son valores reales de la vida. Y para esto se puede aprovechar
todo, lo material y lo espiritual, las cosas y las personas, lo que viene bien
al cuerpo y lo que eleva el espíritu. Lo importante es no traicionarse a sí
mismo, no falsearse, ni hacerse trampas.
LA
PERFECCIÓN EN LA VIDA ORDINARIA
Si uno no consigue la perfección en la concentración
dentro de la vida normal, no la conseguirá nunca. Lo que nos parece perfección
en un momento dado, comparado con lo que podemos hacer es siempre muy
imperfecto. No nos hemos de preocupar por la perfección formal; hemos de
trabajar para ir mejorando, pero sin que esto se convierta para nosotros en un
objetivo muy importante. Lo importante es la disposición interior de trabajar,
de funcionar bien, de ser más conscientes, más despiertos, más abiertos. Esto
sí que es importante y lo que nos hará progresar de veras.
En la perfección exterior, por artistas que
fuéramos, siempre nos equivocaríamos y seríamos inferiores a una meta dada. Por
tanto no hemos de pretender este perfeccionamiento. Es absurdo, falso y además
va contra la verdadera perfección, que no consiste en ser muy perfectos, sino
en abrirse a la perfección que es Dios. Que la vida se exprese a través de
nosotros, que se haga la voluntad de Dios, que su fuerza, su inteligencia, su
poder se vaya expresando a través de cada uno sin poner grandes obstáculos. No
se trata de que el «yo» adquiera más perfección, más inteligencia. Cada vez que
ponemos cosas encima del yo, lo vamos enterrando.
No nos preocupemos por la perfección personal,
preocupémonos porque la perfección fluya a través de nosotros, que lo que es
luz, vida, verdad, realidad, autenticidad, espontaneidad fluya, salga, se
exprese, y que estemos atentos, despiertos para darle salida, para ser sus
auténticos colaboradores.
No encerremos nuestra vida en reglamentos, nuestro
yo en fórmulas, nuestra perfección en ideas. La vida es para vivirla de un modo
libre y nuestra libertad se consigue cuando la realidad funciona de un
modo total a través nuestro. La perfección se logra cuando el «yo» no causa
ninguna preocupación, porque la imagen ideal de nuestro «yo» coincide con la
realidad. Entonces funciona tal como somos, tal como nuestra naturaleza
es.-Nuestro «dharma» se verifica, se expresa, vivimos nuestro ser, nuestra
verdad, nuestra realidad.
En este sentido interior de apertura, de sintonía,
de presencia de uno mismo, de colaboración, de entrega total a la vida, de
funcionar bien en cada una de las situaciones, podemos ir progresando
constantemente. Y si un día nos dormimos, o tenemos miedo de trabajar, o
pereza, no nos desanimemos, no nos enfademos con nosotros mismos, no suframos
una depresión. Es lo natural y lo normal. Que un día hemos hecho el propósito
de funcionar muy bien y aquel día andamos peor, ¡no importa!, ¡esto no tiene
importancia! Si entonces nos deprimimos será porque estamos todavía pendientes
del yo ideal que nos hemos elevado como sobre un pedestal y del angelito
que le hemos colgado al lado. ¡No tiene importancia! Lo importante es que en
cada momento hagamos lo que podamos, incluso en el momento de la depresión, o
de cometer una falta, aunque sea de orden moral. En aquel momento podemos hacer
oración, porque aquello también es oración y la mejor oración. Cuando hablamos
a Dios de nuestras obras negativas, normalmente nos cerramos y no nos atrevemos
a dirigir la mirada hacia Dios o hacia el superior. Es una actitud infantil. En
todos los momentos Dios es la misma realidad. El tiene la misma importancia en
el momento en que brillamos como muy listos, que en el que demostramos no ser
nada. Dios es lo importante, la vida, la verdad, las cosas tal como funcionan,
la realidad de las cosas. Esto es lo importante, nosotros no. Lo importante es
la realidad que circula a través nuestro, lo importante es lo que estamos
diciendo, no nosotros que lo decimos; no como propietarios de la razón, sino la
cosa independientemente del mecanismo.
Se trata de darse cuenta de que también en aquel
momento en que caemos Dios es el más importante. Y esto no mediante un raciocinio,
sino por esa disposición interior de aceptación. Cuesta bastante porque son dos
actitudes completamente diferentes la una de la otra, la de cerrarnos y la de
abrirnos, la primera de afirmarnos en unos niveles elementales y la otra de
afirmarnos en los niveles superiores, y por tanto tienden a ser movimientos
antagónicos, pero de todos modos es posible abrirse.
¿Qué podemos ofrecer a Dios sino lo que tenemos y lo
que somos? La mejor oferta es ésa. Cuando tenemos un hijito y traza unos
palotes, un dibujo que él se figura representa algo, y luego nos lo da como
regalo, aquello que es muy feo, muy desagradable y desarmónico desde un punto
de vista artístico, tiene para nosotros un gran valor. Quiero decir que incluso
lo imperfecto, si la actitud que existe detrás es de entrega, de sinceridad,
adquiere carácter de bondad. Hasta una cosa mala, un «pecado», si no se hace
con intención ofensiva de escarnio, de burla, sino porque uno se deja llevar de
su fragilidad, apasionamiento o pereza, si en aquel momento se abre a Dios y se
lo ofrece, cambia de aspecto su acción, borra el mal, lo transmuta en un bien.
Esto tiene una aplicación muy frecuente a los problemas acerca del control
sexual que tienen planteados los que quieren mantener la continencia y les
cuesta mucho, padeciendo crisis y dificultades. Incluso en este punto hay que
mantener una actitud de entrega, de sencillez, de apertura, de humildad. Y la
humildad es aceptar la verdad, la verdad que sea. No ponernos ni arriba ni
abajo. Cuando uno dice «soy un gusano», es que tiene en la mente la idea de que
quisiera ser un rey. Es secundario que uno sea un gusano o un ángel. Lo único
importante es que Dios es, que la vida es, que la realidad es: esto es
lo único importante. Cuando nos enamoramos de la vida, del amor, de Dios,
entonces todas estas cosas nuestras, personales, pasarán a un plano tan
secundario que por sí solas se caerán, se diluirán. Cuando no dependamos de
ellas porque estemos constantemente afirmados, pendientes de algo que sí es
sustantivo, que sí tiene un valor intrínseco, permanente, real, inconmovible.
Esta es la verdadera técnica de transformación. En ella no hay ninguna
sobrevaloración, se deshace el problema del orgullo espiritual, problema
inevitable siempre que uno trabaja centrado en la idea de la propia perfección.
Cosas que parecen difíciles o incompatibles con la
lógica, o con la moral no lo son. Creo que San Pablo afirma en un lugar esta
idea el hombre que vive en armonía con Dios dicta su propia ley. Lo que
se precisa es esta actitud de ser uno sincero consigo mismo, de no hacerse
trampas a sí mismo.
Al principio todos queremos lo mejor para el yo, pero
poco a poco hemos de descubrir que la bondad que queremos para el «yo» no está
en el «yo», sino que está en la vida que da vida al «yo». Es aquí donde reside
la fuerza, la realidad, y aquí es donde hemos de aprender a apoyarnos. Entonces
desaparece interiormente toda clase de escrúpulos, escrúpulos de tipo
patológico. No hemos de preocuparnos con exceso de si hemos hecho lo mejor o
no. Estamos convencidos de que muchas veces no hemos hecho lo mejor. Se trata
de que procuremos hacerlo, pero si fallamos una, dos, tres, diez veces, es lo
más natural. O sea, no querer figurar ante nosotros mismos como un ser
perfecto, ni tampoco querer figurar como un ser imperfecto. Que ni para
afirmación ni para negación tomemos el yo como ídolo, sino que aprendamos a
descubrir que el yo está para funcionar, para vivir y para descubrir a través
de él la verdad que hay detrás.
En la medida en que la mente aprende a estar más
centrada, más despierta, sintoniza mejor con la verdad y a la vez las cosas se
van viendo más claras. La persona siente energía, siente fuerza y se da cuenta
de que por dentro tiene una capacidad enorme de respuesta, de que esta energía,
esta fuerza pasa a través de ella, que viene de ella y viene de la fuente, y si
un día está sin ganas de hacer nada y todo trabajo espiritual le repugna, no se
desalienta, no se desespera ni se hunde, pues poco a poco se va descentrando
este egocentrismo que tenemos todos más o menos disfrazado bajo la idea de
«perfección», de «mayor rendimiento personal» y otras mil máscaras que ponemos
al egoísmo.
Exactamente igual ocurre con el amor: ya no somos
nosotros quienes amamos. Es el amor el que- se expresa a través de nosotros.
Ese amor que va adquiriendo importancia en cada uno.
Porque es, en el fondo, el que está animando al yo. Son más importantes estas
fuerzas, estas realidades del amor, de la fuerza, de la inteligencia, que el
propio yo, una mera estación de servicio donde las cosas se distribuyen de
nuevo.
Un Yoga integral consistiría en volver a un yoga muy
simple: estar abierto a la vida, descubrir esas realidades profundas que nos
hacen vivir: la mente que nos hace funcionar, el amor que anima nuestra vida,
la fuerza que hay detrás de toda nuestra existencia; y ser canales
inteligentes, colaboradores entregados del todo a este trabajo de expresar esta
verdad, esta realidad, este amor constantemente en el mundo. Aunque parezca
extraño, esto es lo que da plenitud, no el acumular conocimientos y conservar
cosas. En el sentido centrífugo es donde la vida se afirma más, donde la
realidad es más clara, más viva y se impone de un modo más directo.
¿Que llega un momento en que nos toca hacer de
personas contemplativas? ¡muy bien!, ¡hagámoslo!, ¡también es divertido! ¿Que
no tenemos ganas de hacer nada, sólo de tumbarnos?: ¡si no tenemos ninguna
obligación estricta, tumbémonos y en paz!, ¡y disfrutemos con el hecho de estar
tumbados! Pero, ¡¡cuidado!!, si tenemos obligaciones, si nos requieren
imperativos familiares, sociales, religiosos o del tipo que sean, primero son
los imperativos, porque responden a una obligación de un nivel más elevado.
Como hemos dicho ya anteriormente, no hemos de
perder nunca el sentido común, la razón clara que lo ilumina todo. Pero esto no
quiere decir que hayamos de cuadricular nuestra vida mediante la razón, los
reglamentos, la voluntad, la disciplina y convertirlo todo en un sistema de
cuartel más o menos civilizado. La vida es para vivirla de un modo libre,
incluso la vida de sociedad, incluso la vida reglamentaria.
Solamente podremos descubrir esta libertad, si por
dentro no nos cuadriculamos, si aprendemos a respirar por dentro con libertad.
Hemos de sentirnos con soltura, aunque por fuera tengamos que hacer el papel a,
b, ó c que estar a las nueve en tal sitio, y firmar tantos papeles, y
sujetarnos a esperar que pasen otros si queremos cruzar la calle.
EJERCICIOS
POR LA NOCHE
Por la noche como prácticas especiales, sólo, si se
puede, un rato de oración, un rato de meditación y un momento antes de
dormirse un rato de autocondicionamiento y la retrospección. Y nada más.
Todo junto quince minutos o veinte. La práctica de meditación y la de oración,
antes de cenar. Y la práctica de la retrospección y del autocondicionamiento,
cuando uno ya está en la cama, en el mismo momento en que se va a dormir.
Si uno quiere practicar también relajación, porque
tiene una vida muy agitada y tensa que le dificulta las digestiones, muy bien.
Entonces que aproveche quince minutos antes de comer al mediodía. Y durante la
relajación, una vez haya conseguido el grado suficiente de profundidad, de
tranquilidad, de relajación en el grado físico y emotivo y esté empezando la
mental, que aproveche para hacer también autosugestión sobre la cualidad que
está tratando de adquirir.
FINAL
Se trata pues, en resumen, de dos sesiones al día de
media hora como máximo. No es mucho. Se puede hacer. Y si un día uno tiene
menos tiempo, se deja y en paz. Lo mismo que si se da cuenta de que está
buscando una excusa para no hacerlo. Decírselo claro uno a sí mismo. Cuanto más
claro, más despierto y más sincero sea uno consigo mismo, mejor. No andar con
medias explicaciones. Asumir la responsabilidad de lo que uno dice, estando todo
uno detrás de lo que dice. No lo hago porque no me da la gana. ¡Estupendo!
No lo hago porque tengo prisa. ¡Muy bien! Esto no perjudicará el
trabajo, porque este modo de plantearse el problema con sinceridad, de un modo
directo, produce automáticamente el sentido de obligación de hacerlo en otro
momento. El hecho de enfrentar la situación de un modo consciente y plenamente
deliberado no perjudica. No nos engañemos nunca. Seamos sinceros. No seamos
rígidos. Esa es la buena voluntad, la buena disposición que hace que con el
tiempo avancemos aun sin darnos cuenta. A veces caminamos más cuando nos parece
que no adelantamos.
A algunas personas puede irles muy bien el sistema
de control, pero en general abunda muchísimo más el número de personas a
quienes un sistema de control rígido les ahoga o no les va bien. Estas
personas más vale que se apoyen en el hecho de sentir, de cultivar experiencias
positivas. Alargar las experiencias que consisten en la meditación, en la
concentración, en las posturas de yoga, etc., alargarlas más, repetir durante
el día los «mantrams», la oración, la presencia de Dios. Esto irá produciendo
un estado y será este estado el que conducirá a la práctica. En realidad uno ya
no progresa a fuerza de puños, a fuerza de su sola voluntad, trabajando. Hay
algo que le empuja por detrás, que le empuja por arriba. Se da una colaboración
en el trabajo interior: no estamos solos en el trabajo; hacemos algo, pero
alguien trabaja en nosotros para expresarse y funcionar mejor. El trabajo
repartido siempre es más productivo. Aprendamos a tener un buen socio y las
cosas marcharán bien.
FIN
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