RECOBRAR
LA
MENTE
RAMIRO A. CALLE
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HERNÁN
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ÍNDICE
Capítulo 1: El gran misterio de la mente
Capítulo 2. De la mente condicionada y confusa a la
mente clara y quieta
Capítulo 3. El camino de la atención
Capítulo 4. La transformación de la mente
Capítulo 5. La mente: ¿enemiga o aliada?
Capítulo 6. Salud mental y amor consciente
Capítulo 7. Relajación profunda y autoinmersión
Capítulo 8. La meditación
Capítulo 9. El alcance de la meditación
Capítulo 10. Técnicas de meditación
Apéndice
1: Las enseñanzas del guerrero espiritual
Apéndice
2: Narraciones místicas de la India
La mayor parte del tiempo la gente
vive en los pensamientos de su mente o en la mente subconsciente. Llegan a ser
lo que son sus pensamientos. Experimentan dolor o placer, experimentan enemistad,
celos, orgullo o cualquier otra cosa. Yo no doy ninguna importancia a esta
clase de estado. Cualquiera que sea el pensamiento que aparece en mi mente, no
le doy ningún valor. No me identifico con estos pensamientos. Ni siquiera
pienso que sean míos. Permanezco como testigo de todos los pensamientos que
aparecen en mi mente.
SWAMI MUKTANANDA
INTRODUCCIÓN
En el sendero de la evolución
de la conciencia, la madurez interior y la integración psíquica, la mente puede
ser un gran escollo. De hecho, por lo general lo es. Como durante años no hemos
cultivado, atendido y cuidado la mente, ésta se ha ido dispersando, deteriorando
y neurotizando. La mente ha enfermado, se ha cristalizado, ha entrado en un
circuito viciado de reactividades que se retroalimentan creando confusión,
desorden, insatisfacción y caos. Una mente así genera sufrimiento, tensión,
división y conflicto. Es la mente de la gran mayoría de los seres humanos, que
engendra avidez, ira, celos, envidia, vanidad, agresividad y otras trabas. Esta
mente se nos impone, nos limita, esclaviza y embota. Esta es precisamente la
mente que hay que cambiar, modificar, transformar. Porque:
— La misma mente que es enemiga, puede ser amiga.
— La misma mente que es un obstáculo, puede convertirse en aliada.
— La misma mente que ata, es la que libera.
— La misma mente que es un impedimento, es una preciosa
herramienta para la autorrealización.
Todo se vive, se piensa, se
siente y se hace con la mente. Luego, ¡cuan importante es la mente! Pero todo
depende de qué enfoque, alimento y atención concedemos a la mente. Para bien o
para mal, es una energía poderosa. No nos puede extrañar que los antiguos
maestros de Oriente, y especialmente de la India, concibieran y ensayaran
numerosísimos métodos y técnicas para la purificación, control, desarrollo y
expansión de la mente. Hay un adagio que reza:
«Si pierdes la mente, te
conviertes en un loco o en el Divino».
Si pierdes la mente, sin
control; sin voluntad, sin lucidez, porque la mente entra en el caos total y
se extravía, te conviertes en un loco, un esquizofrénico. Pero si pierdes la
mente vieja, con todos sus venenos y obstrucciones, sus adoctrinamientos e
incorrectos enfoques, sus acumulaciones y condicionamientos, te conviertes en
lo Inmenso, lo incondicionado. Hay muchas cosas que desalojar de la mente, para
que pueda sobrevenir el espacio de quietud perfecta y silencio revelador. A
menudo la mente es una pesadilla, un fardo, un cementerio doloroso. Ni
siquiera permite el verdadero sentimiento de amor y compasión. Es una mente
contraída, egocéntrica y falta de creatividad, frescura y vitalidad. Es un
obstáculo en la búsqueda de nosotros mismos y en la búsqueda de los demás. Sobre
esa mente confusa y caótica hay que trabajar. La alquimia se tiene que celebrar
en su escenario. Hay muchas cosas que limpiar en la mente y mucho que drenar en
su subconsciente.
Las enseñanzas y técnicas que
he recogido en esta obra son las de los grandes maestros de Oriente y se han
venido utilizando desde tiempos inmemoriales por los yoguis, budistas y otros
sistemas liberatorios. La iluminación está potencialmente en la propia mente.
De la misma forma que potencialmente todos estamos preparados para aprender un
idioma, practicar un deporte o desarrollar una habilidad, todos podemos
desenvolver nuestra semilla de iluminación si nos aplicamos seriamente a ello.
Habrá que empezar por mudar la mente, convirtiendo su oscuridad en conocimiento
y reorientándola para que deje de perseguir lo aparente y reencuentre lo
esencial. En suma, hay que «recobrar» la mente pura, inocente y sin heridas,
libre y perceptiva, realmente sana y creativa. Entonces desaparecerá el
desasosiego y el desorden y dejaremos de estar a merced de una mente
insatisfecha, hostil y caótica.
Incluimos en esta obra dos
importantes apéndices: uno sobre las enseñanzas del buscador, al que llamamos
guerrero espiritual; y otro que expone algunos relatos indios que reflejan
perfectamente y en pocas palabras la naturaleza de la mente y que ofrecen
significativas pautas para el autodesarrollo.
Recobrando la mente sin trabas
ni impedimentos, recuperaremos un especial sentido para la relación con
nosotros mismos, con la vida y con todas las criaturas sentientes. Debemos
utilizar la mente para progresar interiormente y poder hallar una armonía
interior que nos permitirá vivenciarnos y vivenciar la existencia de una manera
más plena. La mente es la barca de la orilla de la ignorancia a la del
Conocimiento. Si hace agua, naufragaremos en la travesía. Debemos cultivar la
mente como si de una orquídea se tratara.
RAMIRO A. CALLE
1
EL
GRAN MISTERIO DE LA MENTE
¿Hay algo más que la mente?
Cuando uno investiga en la mente (pero no académicamente, no de acuerdo con los
especialistas o científicos, sino de modo personal, directo, sobre la propia
mente), se da cuenta del gran misterio que es, qué gran enigma. Por un lado
parece todo, por otro parece nada. Si sentimos el cuerpo es gracias a la mente;
mediante la mente conocemos y reconocemos, y es por la mente que pensamos,
recordamos, percibimos, imaginamos y nos es dado relacionarnos con los demás.
Pero cuando estamos en el sueño profundo, ¿dónde está la mente?; cuando entramos
en meditación total, ¿dónde está la mente? Parece todo y es nada, o parece nada
y es todo. Cuanto más se la busca, menos se la encuentra; cuando no se la
busca, siempre está presente. Tiene un gran poder, no cabe duda. Y cuando se
pone a hacer de las suyas es un gran problema. Puede ser una gran amiga, pero
a menudo se muestra hostil e indócil. Puede proporcionar mucha felicidad
propia y ajena, pero con frecuencia procura dolor y malestar. No es de extrañar
que en la India haya dos adagios muy significativos a propósito de la mente.
Uno dice: «La misma mente que te ata, es la mente que te libera». El otro reza:
«La misma espada que puede salvarte la vida, puede quitártela». Quizás el
problema no sea la mente, sino nuestra incapacidad para aprender a manejarla,
orientarla, cultivarla adecuadamente y sacarle sus mejores frutos. También se
dice: «La mente es cielo o infierno, jardín o estercolero». ¿De qué depende?
La respuesta es: del que posee la mente. Es cierto que la mente ha entrado en
su propia dinámica, a menudo enojosa y nociva; que la mente es heredera de
nuestra psicología infantil y de cómo fue formada y más frecuentemente
deformada; es cierto que la mente de ahora es el producto o resultado del pasado,
pero también lo es que está en nuestras manos reeducar la mente, cambiarla,
darle un giro. La mente no está cerrada; no es una película acabada. De ser
así, ninguna técnica de autorrealización tendría la menor oportunidad. Pero la
mente es desarrollable, mejorable, purificable y factible de ser puesta al
servicio de la evolución interior y el perfeccionamiento. Claro que sólo
algunos seres humanos se deciden a hacerlo. Los restantes siguen aceptando una
mente semidesarrollada, crepuscular, en continuo deterioro.
La mente es una gema preciosa,
sólo en potencia. La mente es una orquídea espléndida, sólo en proyecto. Lo que
la mente termine siendo, dependerá del trabajo que se lleve a cabo con ella.
Este trabajo nadie puede realizarlo por nosotros. Nadie puede purificar la
mente por nosotros. La mente es un gran misterio, sí, pero cada uno puede
revelarlo por sí mismo. Si en el mundo hay tantos problemas, desencuentros y
horrores, es porque los problemas, desencuentros y horrores comienzan en la
mente. Si no aprendemos a solucionar los problemas en la mente, ¿cómo podremos
solucionarlos en el exterior? Mentes conflictivas, neuróticas y ávidas, hacen
una sociedad conflictiva, neurótica y ávida. Debemos aprender a bregar con
nuestra mente. Es insatisfactoria e indócil, pero puede volverse dócil y
dichosa. La mente admite una radical transformación. Tal como es ahora, también
podría ser de otra forma. Todas las facultades de la mente pueden
desarrollarse, pero lo más importante y prometedor: se pueden modificar los
cimientos de la mente y proporcionarle una nueva manera de vivenciar, mirar,
relacionarse. No hay que ser triunfalistas. No es un trabajo rápido ni fácil,
pero la mente del año próximo será cómo nosotros vayamos haciéndola a cada
momento. Recogeremos la mente que cultivemos, como ahora hemos recogido la
mente que hemos permitido. Todo está en la mente, en el sentido de que en
última instancia todo (placer y dolor, alegría y descontento, paz o inquietud)
lo experimentamos a través de la mente. Si recibimos una mala noticia o nos
enfrentamos a una contrariedad, sentimos tristeza dentro de nuestra mente; si
algún acontecimiento nos es propicio, sentimos alegría dentro de nuestra mente.
La mente nos permite sentir. La fuente del sentimiento está dentro de nosotros.
La mente amplía o atenúa. El mismo acontecimiento puede dañar mucho a una
persona y poco a otra; la misma situación a una la hiere y a otra la deja
indiferente. La mente hace su juego; hasta que no nos manejamos con ella y la
conocemos, sigue sus leyes. Puede ser tan contradictoria y extemporánea, que
puedes estar sano y te hace creer que estás enfermo, que eres rico y te hace
comportarte como un mendigo. Ejerce su tiranía. De su grado de reactividad y de
su modo de tomar las cosas, depende cómo éstas nos afecten. Hay una historia
del Buda. A veces la gente aviesa le insultaba, pero nunca nadie le vio perder
la semisonrisa y la calma. Sorprendidos, sus mismos discípulos le preguntaron
un día: «Señor, ¿cómo permaneces tan tranquilo ante los que te insultan?». El
Buda repuso: «Ellos me insultan, sí, pero yo no recojo el insulto». Si la mente
nos domina, estamos perdidos. Impone su atmósfera enrarecida de miedos,
paranoias, distorsiones. Si la mente está a nuestro servicio, se torna un
instrumento muy poderoso para el crecimiento interior y la libertad interna.
La mente puede ser un hervidero de dudas, incertidumbre, infelicidad; también
puede ser un manantial de alegría y satisfacción. Por esta razón no debe
extrañarnos que los sabios de la India hayan concebido y ensayado decenas de
métodos para controlar, purificar y aquietar la mente. Nadie como ellos ha
investigado tanto en este sentido. La psicología occidental está en pañales al
lado de esta psicología experiencial y personal de los yoguis indios. Hay un
texto que incluye nada menos que ciento doce métodos para el desarrollo y
control de la mente. Si todo pasa por el espacio de la mente, si todo se
interpreta en el escenario mental, es obvio que hay que poner orden en la
mente.
Poner orden en la mente es uno
de los objetivos de las prácticas de entrenamiento mental, porque el desorden
engendra posterior desorden y partiendo de la mente se proyecta sobre el
exterior, engendrando situaciones babélicas. Cuando hay desorden, hay insatisfacción,
incertidumbre, ansiedad y dolor. El desorden proviene de tantas contradicciones
internas, enfoques incorrectos, aferramiento a puntos de vista, conflictos
subconscientes, hábitos coagulados, situaciones inacabadas, frustraciones
indigeridas, traumas insuperados y heridas aún abiertas. El desorden es visión
incorrecta, confusión, caos, ofuscación. Nada hermoso puede surgir de este
desorden. En el desorden anidan el apego, la agresividad, el autoengaño y los
tóxicos mentales que a su vez generan más desorden. No hay belleza en el
desorden, ni mucho menos armonía, ni por supuesto tranquilidad. Si
consideramos que la mente es el órgano de cognición, percepción e ideación,
entre otras funciones, nos daremos cuenta que desde el desorden, tanto la
cognición como la ideación o la percepción serán desordenadas, creando más
caos, más confusión. Los seres humanos vimos inmersos en nuestro núcleo
caótico y confusional. Nos hemos convertido en enemigos de los otros y en
enemigos de nosotros mismos. Mientras nos sigamos identificando con las
negatividades de nuestra mente, no seremos de real provecho ni para nosotros ni
para los demás. Esas negatividades son un lastre, nos anclan e impiden el
progreso interno. Pero tan identificados estamos con ellas que nos las creemos,
las hacemos propias, nos imantan. Hay muchos impedimentos en la mente: avidez,
aversión, autoengaños, ignorancia, celos, agresividad, juicios equivocados,
enfoques incorrectos, falsas interpretaciones, egocentrismo y tantos otros. No
hay belleza, no hay compasión, no hay amor. Nosotros, que nos preocupamos por
limpiar nuestra habitación o nuestro hogar, que nos afanamos por vestir
adecuadamente y que atendemos a la higiene del cuerpo, ¿cómo es posible que
seamos tan despreocupados con nuestra mente y hagamos de ella un estercolero?
Un estercolero que llevamos siempre con nosotros. Un almacén de odios, dudas,
afanes neuróticos, afán de posesividad, resentimientos y otras negatividades
que conforman nuestra cárcel mental. Detengámonos a ver qué somos. Es
interesante que nos preguntemos por nuestra vida interior ya que siempre la
llevamos encima, y que con nosotros estará hasta que la muerte sobrevenga.
Mirémonos, explorémonos, averigüemos, sondeemos. Somos un cúmulo impresionante;
somos una descomunal masa de códigos, tendencias, impulsos, reacciones... Como
un pozo sin fondo. Por un lado, somos herederos de la larga, inmensa,
desenfrenada evolución de la especie, con todos sus códigos e impulsos
prehumanos y cavernícolas; por otro lado, herederos de nuestra propia
psicología que se fue formando desde que fuimos concebidos, es decir, de
nuestra propia historia personal. Somos, pues, el producto o resultado de toda
la dinámica de la evolución de la especie y de nuestra propia psicología de
años. Todo ello nos enriquece por un lado, pero nos limita, controla y
empobrece por otro. Todo ello vive, siente, opta por nosotros. La vida nos
vive, la biología nos dirige; la psicología nos controla con sus hilos
invisibles a menudo ciegos. Todo ello representa mecanicidad, esquemas,
hábitos coagulados y viejos patrones de conducta. ¿De verdad somos libres?
Sólo desde nuestros condicionamientos..., ¡y son tantos!
Hay una historia. No me
resisto a contarla. Los cuentos indios dicen en pocas palabras más que
volúmenes enteros.
Un buscador
occidental partió para la India en busca de un maestro. No halló ninguno que le
mereciera confianza. Pero en un pueblecito le dijeron que había un ermitaño en
la cima de una montaña y que al parecer era un hombre muy sabio. El occidental
emprendió viaje hacia la montaña y comenzó a trepar por una de sus sendas, en
busca del ermitaño. De pronto, he aquí que el ermitaño bajaba por la senda y
estaba próximo a cruzarse con él. Llevaba un saco a la espalda. En el mismo
momento en que ambos hombres se cruzaban, el ermitaño clavó sus profundos ojos
en los del buscador occidental. Se hizo un silencio perfecto. El ermitaño, sin
dejar de mirar al occidental, dejó el saco en el suelo unos instantes, y luego
lo recogió y partió sin decir palabra.
El occidental comprendió.
Había recibido la gran enseñanza. Es necesario dejar el fardo del pasado,
aunque luego se recoja, pero se recogerá con una acritud muy diferente. Para
hallar la completa libertad interior y recobrar la mente original de inocencia
y calma profunda, es necesario liberarse hasta donde sea posible de los condicionamientos
cíe la especie por un lado, y de los condicionamientos psicológicos por otro,
liste misterio que es la mente está apuntalado por unos y otros
condicionamientos. La mente es una bandera a merced del viento de dichas
acumulaciones. Si queremos penetrar en el laberíntico y sinuoso universo de la
mente, entendamos un poco los condicionamientos que, algunos desde la noche de
los tiempos, la determinan.
Decimos mi miedo, mi
sentimiento de soledad, mi agresividad, mi angustia o mis celos. Decimos mi
anhelo de vida, mi avidez, mi ira, mi ignorancia. Pero en realidad es el miedo,
el sentimiento de soledad, la agresividad, la angustia, el anhelo de vida, la
avidez, la ira y la ignorancia de la humanidad. Como ello se filtra por mi
cerebro y por mi mente, le damos el marchamo de mío; como lo experimentamos
individualmente, lo marcamos con el signo de la autorreferencia. Incluso
algunos de esos impulsos, miedos, celos o instintos agresivos son códigos
prehumanos, que quizá tuvieron su razón de ser para el mamut o el diplodocus,
pero que ya deberían ser o son obsoletos. Jugaron su papel en la evolución de
la especie, pero lo que una vez sirvió, después puede ser un obstáculo. Esos
códigos están en la célula. En el ser humano se han fortalecido y sofisticado
mucho más que en el animal, apuntalados por el pensamiento. Así, la ira y el
miedo son más naturales e instintivos en el animal, lo mismo que los celos o la
angustia, pero en el ser humano, estimulados por el pensamiento, toman
caracteres más enraizados y diferentes. Hay que transformar el pensamiento y
limpiar la célula. Donde hay angustia, miedo, celos y odio no puede haber paz.
Hay que recobrar una mente sin autodefensas ni heridas ni conductas aprendidas
ni reactividades desproporcionadas y anómalas. Es difícil..., pero no
imposible.
Además de los
condicionamientos de la especie, además de esas memorias ancestrales que se
remontan a millones de años, están los condicionamientos de la propia
psicología. Una mente perturbada es el reflejo de una psicología no menos
perturbada. La alteración de la superficie de la mente no es otra cosa que la
punta del iceberg, el reflejo de las corrientes y marcas en lo profundo de la
psiquis. Desde que somos concebidos en el vientre materno, comenzamos a
recibir experiencias. Desde que nacemos, somos la diana de influencias,
vivencias, puntos de vista, adoctrinamientos y un largo sin fin de
frustraciones, contradicciones, traumas, represiones e inhibiciones, además de
todo tipo de experiencias, muchas de ellas dolorosas. Todo ello acumulándose a
la vez que el ego se va recreando en una densa e inextricable burocracia,
mediante la identificación con el cuerpo, la imagen, la personalidad, los
puntos de vista, los logros, las metas y tantas otras vigas que mantienen un
ego simiesco robusto, compulsivo, coleccionista, ladino y asfixiante. Lo que
los psicólogos occidentales han venido en llamar inconsciente, lo conocían
hace cinco mil años los yoguis, como quiera que lo llamaran. En el trasfondo de
la mente, en la trastienda de la psique, se han ido acumulando toda clase de
vivencias, experiencias, traumas. Un inmenso material que de poder alinearse
daría varias veces la vuelta al mundo. Y todo ello caótico, desordenado, incoherente
y confuso. Hay graves contradicciones profundas, conflictos inconscientes,
luchas de tendencias y de intereses, caos. Es como una biblioteca con millones
de ejemplares y manuscritos desordenados, polvorientos, inextricables. También
están los patrones de conducta que se caen de viejos, los hábitos carcelarios
de la mente, los resquemores aprendidos, una larga serie de reactividades sobre
reactividades y todas esas creaciones que provoca la propia mente y que son un
juego de luces y sombras. Y cada uno de nosotros, más allá de lo que
sospechamos, estamos movidos por los hilos de todo este material ciego e
incongruente que nos piensa, nos vive, nos impulsa y nos controla. ¡Y creemos que
somos libres! Todo ese fango empaña la mente; todas esas corrientes internas
provocan ese enojoso charloteo mental que no cesa en la superficie de la mente,
pero cuyas raíces están muy hondas; todo ese núcleo caótico nos hace extraordinariamente
mecánicos. La mente está herida; el cerebro se
deteriora. Una mente tan
estigmatizada y condicionada, no es una mente creativa, bella, fresca, ni
inteligente en el verdadero sentido de la palabra. Es una mente repetitiva
hasta el hastío, operando siempre en su mismo surco de conciencia, comiéndose y
recomiéndose a sí misma, desertizándose. Hay otra historia, que tiene como
protagonista a un perro.
Un perro va husmeando por la
calle y se encuentra un hueso totalmente seco, de hace semanas, sin ninguna
sustancia. Comienza a roerlo y roerlo, se hace una herida en las encías y se
deleita con su propia sangre, creyendo que le está sacando toda la sustancia al
hueso.
Así es la mente que se
reengolfa en sus condicionamientos, repetitividades y un circuito cerrado siempre
con las mismas memorias, expectativas y todo el rumiar fatigante al que la
mente común es adicta. Así utilizamos una energía preciosa y un órgano que puede
ser de gran ayuda en la evolución interior. La mente que origina sus propias
creaciones se las cree; nos identificamos con todos los procesos psicomentales
y el espectador se torna espectáculo. Ya no hay observador, ni testigo, ni paz,
ni armonía. Como hoja a merced del viento, estamos a merced de las corrientes
subterráneas de la psiquis que modifican caprichosamente la sustancia mental.
Los pensamientos desordenados, las ideaciones innecesarias nos abordan, nos
toman, nos embotan, nos esclavizan. Vivimos en una mente muy ruidosa, pero hay
una mente pura, silente, perceptiva y apacible que se puede recobrar. No se
obtiene gratuitamente; la hemos perdido hace mucho. Hay que ganarla. No
sobreviene por el solo hecho de desearla; hay que poner los medios para
recuperarla. Podemos tener un buen comienzo si empezamos a adiestrarnos en
mantenernos en la energía del observador, sin dejarnos desbordar tanto por la
corriente centrífuga de los pensamientos. El espectador deja de ser zarandeo
por el espectáculo. La energía del observador mira los cambios de la mente.
Comienza a haber alguna independencia con respecto a la mecanicidad mental. Esa
película imparable de la mente ruidosa es una interferencia entre el que ve y
lo visto; es una franja de autoengaño, ilusión e interpretación. Si se activa
la energía del observador, ésta es como una luz que hace una fisura de claridad
en la niebla de la mente. La visión se aclara; la mente comienza a percibir
aquí-ahora, sin tanto griterío inútil y molesto. Una mente perceptiva aprende,
madura, crece. Una mente en su mecanicidad, se deteriora, degrada, pierde vitalidad.
La percepción clara y atenta renueva la mente, mejora la calidad de conciencia
y nos relaciona en plenitud con los seres vivos y la naturaleza. Sólo la
perceptividad plena evita esa franja perturbadora y distorsionante de luces y
sombras que se interpone entre el que observa y lo observado. En la mente
caótica no se revela la claridad, ni mucho menos cualquier experiencia real de
ser.
La mente ha ido construyendo
autodefensas, parapetos; se ha atrincherado. Ha construido su propia cárcel;
más aún: ella misma es la cárcel. Complaciéndose neuróticamente en su propio
egocentrismo sin límite, en su paranoica autoimportancia, una mente tal se
contrae, se enrarece, se petrifica. Entonces conecta, por así decirlo, con
longitudes de onda lerdas, insensitivas, egocéntricas, torpes, mezquinas. Pero
si estamos más abiertos y fluidos, si hacemos la mente más expansiva, conecta
con longitudes de onda inocentes, creativas, amorosas. De algún modo todavía se
está a tiempo y es posible modificar la mente. Es un gran enigma, pero podemos
llegar a desvelarlo; es un gran interrogante, pero podemos hallar respuesta;
es como un tigre, pero podemos llegar a cabalgarlo.
Los yoguis dicen: «Tu mente es
la senda hacia el infierno o hacia el paraíso». La mente es una gran jaqueca.
En tanto no recobramos la mente silente y pura, ésta vive a la sombra del
pasado que anega el presente y condiciona el futuro. Se resiste al momento y
añora momentos anteriores o se ilusiona con momentos posteriores, impidiendo
así su madurez de momento en momento. Siempre está enraizada en el proyecto, en
el afán de logros, sin darse cuenta de que el mayor logro es estar abierto en
todo instante, pues no hay otra cosa. Se obsesiona por el logro, por la meta, y
deja de apreciar el camino, el proceso. Es el voraz ego infantil perpetuándose
en el adulto. Cuando conquista el logro se sacia, se hastía y se propone otro
logro; cuando no alcanza el logro se siente frustrada, lastimada, deprimida.
Ha entrado en una dinámica peligrosa. Tanto quiere disfrutar, que no disfruta;
tanto teme sufrir, que sufre más; tanta demanda de seguridad exige que cada
día está más insegura. La mente egocéntrica puede divertirse, seguir coleccionando
compulsivamente, roer el hueso sin sustancia, pero desde luego no puede ser
feliz, ni plena, ni vital, ni mucho menos creativa.
La mente tiene sus rarezas.
Todos lo sabemos por experiencia. Ata o libera. Es una hábil ilusionista y nos
hace creer en sus propios juegos de ilusión. Por lo mismo que es proclive a
unas cosas podría serlo a otras (si el programa fuera diferente); por lo mismo
que algo le atrae, podría repelerle; por lo mismo que daría la vida, podría
sentirse indiferente. Es muy hábil, juega al escondite con gran sagacidad; le
gusta ser la gran desconocida. Pero uno puede conocerla en su juego e incluso
llegar a atraparla y someterla. Tener mente es una fortuna, pero también puede
convertirse en un infortunio. ¿De qué depende? De aquello que hagamos con la
mente. Los textos sagrados de la India dicen: «Así como pienses, así serás».
También dicen que todo pensamiento tiende a convertirse en un acto. El
pensamiento ordenado tiene mucho poder; el pensamiento desordenado es el gran
ladrón de la felicidad y un artefacto muy peligroso para uno mismo y para los
demás. Hay que aprender a pensar y a dejar de pensar. No pensar es todavía
mucho más poderoso que el pensamiento ordenado. Cuando haya que pensar, se
piensa; cuando no es así, se percibe desde la atención pura y la ecuanimidad.
Buda decía:
«El pasado es un sueño; el
futuro, un espejismo; el presente, una nube que pasa».
Pero sólo el presente es
perceptible y desde el presente hacemos nuestro crecimiento interior. Hay que
conocer la mente aquí-ahora; afrontar y atestiguar ese flujo constante de
pensamientos, ese río de ideas. El pensamiento es poderoso, sí, pero lo que
está antes del pensamiento, en su raíz, es una energía aún más poderosa.
El ser humano actual, sobre
todo en los países industrializados, cuida mucho su cuerpo. Y está bien. Hay
que proporcionarle un buen alimento, higiene, el descanso adecuado y algún
ejercicio. Pero cuida poco o nada su mente, aunque la mente sea como una bomba
de relojería que llevamos encima. Si nos diéramos cuenta de la importancia de
la mente y de cuan frágil es ésta en tanto no madura, le prestaríamos mayor
atención y cuidados. Es la mente la que se equivoca, la que odia o teme, la que
se deprime o angustia, la que hiere o mata. Hay que observarla y llegar a
conocerla. A menudo desvaría. Hoy ama lo que mañana la deja indiferente, o lo
que hoy le resulta amable mañana le parece grotesco. Es como una prostituta:
está en todas partes y en ninguna. Decimos que es un misterio porque no la
conocemos y nos sorprende con sus veleidades. Está con una persona y añora a
otra; dispone de lo que ansiaba y se aburre; debería ser feliz y se siente
insatisfecha; cuando más necesitamos que esté brillante, más torpe está; está
en una ciudad y querría estar en otra. En la India se dice que es como una boa
que no deja de comer y ni siquiera saborea o disfruta lo que come. Decimos que
es Un misterio porque campa por sus fueros, está llena de ambivalencias y
dualidades, se engancha con lo trivial e ignora lo esencial; confunde sus
prioridades y se recrea en toda suerte de enfoques incorrectos. Crea sus propios
dramas y comedias; ha tejido una impresionante red de autoengaños, escapismos y
enmascaramientos. Es una gran inventora de necedades (sólo algunas veces de
corduras o genialidades) y, desde luego, es la mayor mentirosa de este mundo. Y
sin embargo..., sin embargo, es una joya preciosa. Pero hay que ganar la mente
sin heridas.
Hemos puesto en marcha la
rueda frenética de la mente y ahora es difícil pararla. La mente ha tomado su
propia dinámica alienada. Es como un caballo de carreras: puede destriparse.
Corre de aquí para allá, salta mediante la pértiga del pensamiento en el tiempo
y en el espacio. No para, no se aquieta, no se amansa. Por algo se dice que es
como un mono ebrio y loco. Gira. Sufre toda suerte de variaciones: miedo,
cólera, alegría, desdicha, tolerancia, intransigencia... Mira tu propia mente
y estarás mirando una peonza muy especial. ¡Qué deterioro! ¡Qué innecesario
desgaste de energía! Si cesa todo ese griterío, aparece un nuevo modo de
ser-percibir sentir-sentirse. Sólo cuando la película finaliza, el espectador
ve la pantalla.
La identificación con los
procesos psicomentales nos zarandea psicológicamente, nos somete a toda suerte
de variaciones anímicas, nos perturba. No hemos aprendido a manejarnos con
nuestros pensamientos neuróticos; no hemos aprendido a proceder sagazmente con
nuestros contenidos mentales. Nos creemos todo lo que pasa por la mente y
estamos perdidos. La mente con sus pensamientos mecánicos colorea nuestro
ánimo. Pero si aprendemos a estar más en la fuente del pensamiento, a no
identificarnos tanto con los procesos psicomentales, podremos verlos y
seleccionar aquellos que nos parezcan oportunos, dejando, arreactivamente,
pasar los otros como nubes que van y vienen por el cielo de la mente. No
cargaremos emocionalmente los pensamientos, los desnudaremos de toda reactividad,
los tomaremos como un proceso más, a veces molesto, pero un proceso no tan
autorreferencial. Los pensamientos dejarán así de torturarnos. No añadiremos
tensión a la tensión, malestar al malestar. Si cuando uno está obsesionado se
obsesiona por no estarlo, ya hay dos obsesiones; si uno tiene miedo a su miedo,
ya hay dos miedos. Nuestras resistencias neuróticas alimentan más neurosis.
Hay que aprender a bregar con la mente. No es fácil, pero es posible. Por otro
lado, del mismo modo que nuestra mente un día se desvió y tomó el camino de la
inseguridad, la negatividad y los pensamientos poco provechosos, puede tomar
el camino de las actitudes hermosas y los pensamientos benéficos. Como decía un
yogui, si cuesta lo mismo pensar positiva que negativamente, ¿por qué no
hacerlo positivamente?
Hay un fenómeno en la mente
que debemos escudriñar y descubrir de manera directa, mediante nuestra propia
verificación. Voy a explicártelo. Al fin y al cabo estamos hablando de tu
mente. La mente está agitada en su superficie: así es a menudo. Ese charloteo
que no cesa, ese griterío mental que nos perturba y que es una interferencia
en cada momento presente, una resistencia a percibir
cada instante, una alucinación
que se interpone entre el experimentador y lo experimentado. ¿Por qué ese
tumulto en la mente, por qué ese oleaje que se nos impone a nuestro pesar, por
qué esos torbellinos que nos arrastran? No sé si te lo has preguntado. Llevas
padeciendo ese estado mental muchos años, pero no sé si te lo has preguntado.
Esa mente de superficie responde a lo que hay en lo más hondo de la mente, en
los profundos estratos de nuestra psiquis. Las alteraciones de la superficie
son el reflejo de la desintegración interior. Las comentes inconscientes
generan esa agitación en la superficie. No sólo es necesario trabajar para
evitar la agitación de la superficie, sino que lo importante es resolver el
caos en lo profundo. ¿Cómo resolverlo? Con el trabajo interior, es decir, con
un riguroso trabajo de mejoramiento, purificación, transformación interna que
nos permita ganar terreno al inconsciente, iluminar los lados oscuros de la
mente, activar energías aletargadas, acrecentar la conciencia y desarrollar una
visión profunda, esclarecida y cabal. Hay que ir conquistando esa cualidad de
cualidades que es la ecuanimidad, con su energía purificadora de alta
precisión, claridad y cordura. De otro modo, la mente es un circuito imparable
y cerrado de reactividades que cada día va deteriorando más el inconsciente.
Atiende al proceso. Todo el trasfondo de la mente (represiones, impulsos,
códigos, conflictos, contradicciones y el largo etcétera de acumulaciones y
condicionamientos) se manifiesta en la superficie como esos imparables
torbellinos mentales que son las ideas que no cesan, que nos abordan en
cualquier momento y circunstancia, que nos hostigan. Pero si cuando todo ello
se presenta, nos identificamos y nos coloreamos emocionalmente, es decir
reaccionamos, entonces es como reclavar un clavo y meterlo hasta lo más
profundo, o sea re-fijamos las impresiones de nuevo en el inconsciente, generando
impulsos sobre los impulsos, en lugar de drenar y dejar que la herida supure
hasta que se limpie por completo. Los yoguis de la India investigaron por su
propia verificación muy minuciosamente este proceso. Descubrieron a través de
las prácticas meditativas que en lo más profundo de la psiquis están las
latencias subliminales, residuos, huellas o impregnaciones, impulsos, códigos inconscientes.
Todo ese material por debajo del nivel de la conciencia, pero muy activo,
aunque incoherente, desordenado y ciego, está movilizándose y creando todo tipo
de tendencias, proclividades, inclinaciones. A las impregnaciones
inconscientes las llamaron samskaras, y a las tendencias que provocan, vasanas.
Como los samskaras son inconscientes, engendran tendencias mecánicas. Las nueve
partes ocultas del iceberg psíquico están zarandeando la parte al descubierto.
Los condicionamientos nos roban la libertad interna. Actúan por nosotros, nos
dirigen y nos convierten en autómatas. Como quiera que estamos constantemente
reaccionando, creamos más huellas o impregnaciones, más samskaras, que a su vez
generaran más tendencias o vasanas. Entramos así en un surco repetitivo de
conciencia que puede prolongarse y perpetuarse por toda la vida. Se requiere
una estrategia y un método para quebrar el circuito y emerger a otro modo de
sentir, percibir, vivir. Así descubrieron los yoguis que el enemigo más
implacable está en nuestro interior. La cuestión es: resignarnos a nuestra
propia rnecanicidad y necedad o cambiar. Para modificarnos es necesario poner
unos medios hábiles, estimular la motivación al máximo, realizar un esfuerzo y
no desfallecer. Aunque no es fácil, siempre es mejor que seguir realizando
componendas, poniendo parches, seguir anclados en nuestro ego infantil y
soportar todos los síntomas desagradables de la inmadurez.
Tal como ahora se encuentra,
la mente está enferma. No es una exageración. Es una mente herida, habituada,
desgastada y sometida a sus propias limitaciones y paranoias. Por eso hablo de
recobrar la mente, de recuperar su estado original de salud total, entendimiento
correcto y cordura. En todo ser humano puede ser restablecido o hallado o
rescatado ese elemento de cordura. Hay un adagio, también indio: «Aun en la
nube más macilenta hay una veta de claridad». Mediante el método adecuado es
posible alertar la mente, amplificar la conciencia ganando terreno al
inconsciente, aproximarse al propio ángulo de quietud interior y reencontrar
la inteligencia primordial. Esa inteligencia primordial o básica nada tiene
que ver con la información, los conocimientos, la técnica o el intelecto. Es un
modo muy claro, preciso y atinado de «ver». La visión clara y cabal proporciona
una comprensión igualmente clara y cabal. «Ver y comprender» disuelve todos
los autoengaños, falacias, mezquindades y la mecanicidad. La lucidez mental es
un don extraordinario. De la lucidez surge ulterior lucidez y, por supuesto,
verdadero amor y compasión.
El trabajo interior o sobre
nosotros mismos para recobrar la mente pura debe consistir en pretender
«desembobinar» la bobina de autoengaños reactivos, acrecentar la conciencia
para obtener un nuevo modo de ver y comprender, suprimir las modificaciones de
la mente pata poder captar la energía o proceso de detrás de la mente,
desalojar los pensamientos y emociones negativos mediante el cultivo de los
positivos, ejercitar metódicamente la atención mental pura, mejorar la relación
con nosotros mismos y con los demás, desenraizar los venenos de la mente y
conquistar la clara energía de la ecuanimidad.
Aquietarse, detenerse,
remansarse, estar, ser: es un medio para reconectar con nuestro propio ángulo
de quietud y empezar a transformarse. Cuando las modificaciones de la mente
van cediendo y nos vamos desprendiendo de la fuerza centrífuga del pensamiento
y cortando con todo lo exterior, vamos sumergiéndonos en lo más profundo de
nosotros, atravesamos el núcleo caótico y confuso, dejamos de lado
temporalmente el fardo psicológico, atemperamos los códigos de la especie, y en
un gradual y saludable vaciamiento vamos estableciéndonos en nuestra naturaleza
más genuina, en un estado de paz y dicha. Este arte de la detención se ejercita
y se aprende. La quietud se torna el ojo de buey hacia otro modo de vivenciar y
ser. Cualquiera puede aprender.
Las ideaciones descontroladas
de la mente, todo ese parloteo al que estamos tan acostumbrados, pero que tanta
pesadumbre sigue causándonos, es un velo que perturba la visión hacia afuera y
hacia adentro; es decir, que deforma, desvirtúa o impide la visión de lo
exterior, y frustra la visión interna. Es una alucinación que se superpone a
aquello que vemos. Idea, pero no percibe; interpreta, compara, mide, juzga,
pero no capta. Deforma nuestra apreciación de los hechos externos y, asimismo,
frustra la captación de nuestra realidad más íntima. Como la mente se ha hecho
una adicta recalcitrante a tales ideaciones mecánicas, se requiere un
ejercitamiento muy serio para ir cambiando el signo de la mente y sus
tendencias de agitación. Igual que cuando cesa el estruendo sobreviene un perfecto
y reconfortante silencio, cuando amainan esas ideaciones, sobreviene paz
profunda y dicha. Ese silencio interior es purificador, transformador y fuente
de salud psicosomática total. Y repito: cualquiera puede aprender.
La mente siempre está hacia
afuera, saltando con el vehículo del pensamiento en el tiempo y en el espacio.
Hay un desgaste continuo, que seguramente deteriora también el cerebro, lo
envejece prematuramente, lo fatiga en exceso. Pero la mente, con práctica,
puede retrotraerse, volverse hacia adentro y permanecer en su propia fuente de
quietud.
Es el Lancelot de Steimber
quien declara: «No hay nada que pague un instante de paz». Sin paz interior,
ni siquiera el disfrute es disfrute. Sin paz interior, aun teniéndolo todo,
¿qué tenemos? Nuestra mente, como decía Muktananda, ha estado practicando el
«yoga del dolor». Nos lamentamos de las condiciones en que está nuestra mente,
pero ¿hemos hecho algo provechoso por ella? Hay una sensación displacentera y
difusa que se llama ansiedad. ¿Quién no la conoce? He escrito un libro* sobre
el tema anteriormente, porque todos estamos en niveles muy altos de ansiedad.
No hablaré ahora de la angustia existencial, ni de la angustia inherente a la
vida o biológica o celular, ni de la angustia que nos viene dada por factores
angiógenos del mundo exterior, porque ya lo hice en mi otra obra, pero quiero
volver sobre la angustia o ansiedad que nace en nuestro interior, es decir que
tiene unas causas o factores psicológicos. La mente tiene mucho que ver con
ello. El gran misterio de la mente humana.
Nuestras deficiencias
psicológicas, nuestras carencias afectivas, nuestras contradicciones y
conflictos, nuestro desorden interno, en suma, originan gran ansiedad. Porque
no nos sentimos completos en nosotros mismos, porque no hay armonía interior,
porque no hemos resuelto nuestros problemas internos, experimentamos una gran
insatisfacción. Esta mente, con su habitual descontrol, incrementa aún más la
insatisfacción, y ésta se torna su signo. Necesita carnaza, no cesa de enredar,
es voraz hasta lo inimaginable. Con sus enfoques incorrectos, pone la felicidad
allí donde no existe y, por tanto, no puede hallarla. Más insatisfecha cada
vez, más enredada, persigue, codicia, se desenfrena. Es como lo que los
budistas tibetanos llaman un preta, un fantasma hambriento que jamás puede
saciarse. Esta insatisfacción provoca dolor. Viene dada por el «agujero»
interior que quiere llenarse, completarse, pero que no encuentra la forma
correcta ni adecuada de hacerlo, con lo que la oquedad se hace mayor. La mente
sufre y crea sufrimiento. Se tortura y tortura. En su desorientación recurre a
toda clase de subterfugios, escapismos, composturas, amortiguadores,
resistencias y enmascaramientos. Jugar consigo misma al escondite sólo añade
mayor ofuscación e insatisfacción. Se enreda en memorias, en expectativas
inciertas de futuro, en diversas representaciones mentales; se propone metas y
logros, no puede parar aun a riesgo de explotar, no puede remansarse. Cada vez
que un hecho o circunstancia le desagrada, recurre a sus mecanismos neuróticos
de defensa o se retira al ámbito de sus autoengaños y subterfugios. Así no puede
madurar. Hay un viejo dicho psicoanalítico: «Lo que se echa por la ventana
entra por la puerta y viceversa». Sólo mediante la «completud» interior es
posible superar toda insatisfacción, incertidumbre y sufrimiento inútil. Pero
nuestra mente se apega incluso al sufrimiento. Prefiere sufrir mientras ello
le permita seguir enredando, alimentando neurosis, incrementando sus paranoias.
Y la mente y el ego viajan codo con codo, se sustentan recíprocamente.
Hay otros misterios a
propósito de la mente. ¿Por qué es tan contraída, egocéntrica,
autorreferencial? Porque hay miedo, temor, angustia. La mente va creando
barreras, empalizadas, fosos, atrincheramientos, autodefensas de todo tipo.
Está haciendo un pésimo negocio, porque todas esas autodefensas, que no son
tales, la hacen una cárcel y recrean una enrarecida atmósfera de reafirmaciones
narcisistas, autoimportancia y egocentrismo desmedido. El resultado es más
temor, más insatisfacción, más oquedad interior. No es contrayéndose como uno
está más seguro, sino en la apertura y expansión. La contracción es signo de
debilidad, vulnerabilidad y neurosis; en tanto que la apertura y la
disponibilidad lo es de salud mental y seguridad. Pero la mente ha entrado en
sus surcos de alienación y tiene que desplazar su petrificado eje para que
pueda obtener una nueva visión.
La mente celebra sus propios
dramas. Los pensamientos son los actores. Los propósitos intelectuales a menudo
se quedan en meros propósitos y son papel mojado. El ir y venir del
pensamiento nos hace creer que tomamos soluciones y resoluciones, pero seguimos
en el mismo lugar: al borde del precipicio. Somos como aquel que sube y baja
por la misma orilla del río y no termina de decidirse a cruzar a la opuesta.
Seguimos royendo el hueso sin sustancia. La comprensión intelectual es
insuficiente, porque no suele ser comprensión real. Sólo la comprensión real
modifica. Si no hay subsiguiente modificación, es que no era tal comprensión.
Era sólo ese caótico juego del pensamiento que termina por herrumbrar el ánimo
y arruinar el cerebro.
... Y vuelta a empezar, cuando
a lo mejor el secreto está en parar. Pero la agitación tiende a expresarse con
agitación y el círculo se cierra y se retroalimenta. La meditación es cortar el
círculo, suspender el repetitivo circuito, abrir una puerta hacia otro lado.
El célebre «conócete a ti mismo» debe pasar a no dudar por el «conoce tu
mente». La mente, haciendo un juego de palabras, puede ser y a menudo es
mentira, pero también puede ser la vía hacia la verdad, la ruta hacia la
última realidad. Si como dice el adagio tántrico: «el mismo suelo que nos hace
caer nos ayuda a levantarnos», podríamos decir: «la misma mente que vela y
confunde, tiene la capacidad de desvelar y esclarecer». Cambia las bisagras de
la puerta y ésta abrirá en otro sentido. Cambia tu mente y te habrás cambiado
a ti mismo. Para ello comencemos por mirar la mente con atención, con
ecuanimidad, con paciencia.
2
DE LA MENTE CONDICIONADA Y
CONFUSA A LA MENTE CLARA Y QUIETA
La mente es un resultado, un
producto, una enorme masa de acumulaciones y condicionamientos. Como todo ello
opera incontroladamente y muy a menudo por debajo del nivel de la conciencia,
perturba el juicio, el raciocinio, la visión y la percepción. Lo ideacional
toma muy a menudo el lugar de la realidad, la falsea, la pervierte o
simplemente la aleja de ella. La descripción deforma el hecho; la
interpretación no se corresponde con lo que es; los prejuicios distorsionan el
discernimiento; la estructura egocéntrica de la mente empaña toda vivencia al
hacerla autorreferencial; el pensamiento mecánico fragmenta, divide, arroja
más sombras que luz. De un tipo de mente así no puede surgir visión pura y
liberadora ni comprensión clara e integradora. Sólo recobrando la prístina pureza
cíe la mente, la visión que de ella se desprenda será limpia y reportará un
crecimiento interior y madurez. Pero la mente común y no desarrollada está
llena de tensiones, obstáculos, tendencias, modificaciones y velos. No puede
revelarse lo que «es» dentro y fuera de nosotros, porque las acumulaciones
mentales, traducidas en imparables ideaciones mecánicas e infinidad de
prejuicios, la impulsan constantemente a elegir, apropiarse, coleccionar,
rechazar o eliminar. No hay ningún sentido de imparcialidad, ni visión
panorámica, ni libertad de captación. Todos esos condicionamientos que acarrea
la mente vieja y herida engendran sufrimiento, aflicción, ansiedad. Pero
mediante la meditación y el trabajo interior, que consiste en concentrarse y
no implicarse en el juego de las ideaciones y sus reacciones creando más
ideaciones, uno va poniendo término a esa alienación de la mente que impide el
conocimiento puro y liberador. En tanto no vamos subyugando la mente, somos
víctimas de todos esos procesos psicomentales mecánicos que nos adhieren y
esclavizan. El pensamiento es un río, sobre todo cuando opera mecánicamente,
tomándonos en cualquier momento y circunstancia, identificándonos y
absorbiéndonos. En el seno de ese río, donde perdemos nuestra presencia de
ser, no puede haber quietud ni libertad. Hay identificación mecánica, tensión,
confusión, compulsividad; pero desde luego no hay paz ni libertad. Pero si
logramos situarnos en la energía del observador, es decir, en la fuente o
manantial de ese río pensante, la situación es distinta. Ya no hay
identificación mecánica, y comenzamos a emerger hacia un área de libertad. Lo
que hay que entender es que hay otras dimensiones en la mente que no son las de
ideaciones precipitadas. El pensamiento, dicen los sabios de la India, es la
segunda causa; pero es posible desplazarse a la primera causa o antesala del
pensamiento. En la segunda causa se produce tensión, división, incertidumbre,
ofuscación. En la primera causa hay más quietud, certidumbre y visión clara.
Hay diversos tipos de ejercitamiento para situarse en la primera causa. En la
segunda causa estamos en la cárcel de las ideaciones. Cuando las ideaciones
suplantan la vida como tal, se pierde la inteligencia primordial y se empaña el
elemento vigílico. La realidad interior pasa inadvertida porque las ideaciones
viven de espaldas a ella. Esa realidad interior (de alguna forma hay que
llamarla para entendernos, se la interprete como ser o no-ser, es lo mismo)
está enmascarada por los condicionamientos que nos vienen dados por la especie
y los que se han creado en nuestra psicología a través de la historia personal.
No llegaremos a esa realidad interior mediante el conocimiento ordinario ni
mediante la comprensión intelectual. Ese conocimiento y esa comprensión son
insuficientes para conquistar la sabiduría discriminativa, el discernimiento
revelador. Nuestros condicionamientos biológicos, evolutivos, psicológicos y
socioculturales conforman una densa niebla que sólo puede ser penetrada mediante
un conocimiento supraconsciente y una percepción supraconceptual. Tanto nos
hemos identificado con nuestros condicionamientos que nos cuesta sentirnos
aparte de ellos, como el actor que tanto se identifica con sus personajes que
los interpreta como si fueran él mismo. La percepción se ha perturbado; la
energía del que ve ha quedado debilitada por esa alienante identificación. Uno
se torna como el camaleón sin color propio y coloreándose con todo y por todo,
se pierde a sí mismo, o sea se extravía de su propio hogar interior. Así
experimentamos una ausencia de nosotros mismos que origina vacío,
incertidumbre, orfandad y dolor. Pasamos el tiempo morando en lo ideacional,
pero no en lo existencial. Inmersos en la corriente de la mente vieja y
condicionada, con sus enfoques viciados y con sus surcos profundos y
desertizados, somos esclavos de viejos patrones, conductas aprendidas,
impresiones pretéritas, paranoias egocéntricas. En la resaca de la mente
anterior, no estamos lo suficientemente lúcidos y frescos para la experiencia
del presente. Surgen innumerables resistencias que nos impiden el ser
aquí-ahora, el captar la realidad momentánea. La mente ha entrado en su
dinámica de compulsividad, no le gusta detenerse ni siquiera en lo presente y
prosigue su carrera frenética, abortando la mente nueva y fresca, reengolfada
en sus reacciones e impulsos, superficial y mezquina, sin ni siquiera darse
cuenta que por debajo de todo este fango, hay otro modo de percibir, otra
experiencia de ser, un espacio de calma profunda. Bastaría con detenerse,
remansarse, aquietarse, pero la mente vieja ha tomado el hábito de la carrera
compulsiva, huye y persigue, se resiste, va y viene, elige y divide, compara y
mide, pero no es aquí y ahora. Una mente así es una calamidad, un desastre.
Debe ser transformada. Debe morir para que nazca la mente nueva. Debe, como la
serpiente, cambiar su piel. Una mente así está propulsada por todas las
acumulaciones y ni siquiera puede tomar conciencia del proceso que la anima,
del sustratum, de aquello anterior a tales acumulaciones.
Cuando con un entrenamiento
adecuado y el trabajo interior vamos recobrando la mente, comienza a emerger
una nueva forma de espontaneidad y expresión muy pura y más allá de lo
evolutivo por un lado, y de lo ideacional por otro. También brota, como una
bella luz, la percepción pura, no contaminada por el fango del inconsciente,
ni condicionada por el pasado. Para ello hay que ganar una dimensión de mente
que no está constreñida por la avidez y la aversión, sino que se rige por otras
leyes. En esa otra dimensión de la mente, libre de las tensiones comunes, son
posibles percepciones que escapan a la mente ordinaria. Esa dimensión
supraconceptual de la mente se gana mediante un ejercitamiento a tal fin. Es la
mente conquistada mediante el trabajo interior. Se requiere un riguroso
entrenamiento que capacite para recobrar esa mente a-conceptual,
suprarracional, cuya percepción está libre de las acumulaciones y, por tanto,
de ideaciones. Para que esa dimensión supraconceptual de la mente pueda
manifestarse, para que podamos recuperarla, el trabajo interior propone:
— El desarrollo metódico de la
atención pura.
— El establecimiento en la
firme ecuanimidad.
— La meditación sentada.
— La actitud meditativa en la
vida diaria, es decir tratar de estar más atento y ecuánime.
— El desenraizamiento de las
negaciones y venenos mentales.
— El cultivo de sentimientos
bellos y actitudes positivas.
— La práctica de métodos y
técnicas de contramecanicidad, tales como el hatha-yoga y otras.
Mediante la meditación
sentada, el practícame va logrando la mente que nace de la meditación, una
mente que, nacida a la luz de la conciencia lúcida y la ecuanimidad, es de un
signo muy distinto al de la mente condicionada. La práctica de la meditación
drena y limpia el subconsciente, resolviendo la energía de los impulsos y
agotándola; reacondiciona positivamente el subconsciente; desarrolla la
atención pura, libre de interpretaciones y contaminaciones; acrecienta la
conciencia y desencadena la comprensión clara.
Como no basta con el
propósito, aunque éste es necesario, para modificarse; como no es suficiente
con el deseo, aunque éste se requiera, para transformarse; se hace
imprescindible un método. Mediante el método se genera una energía penetrante
y pura en la mente que permite ver a través de las apariencias, penetrar lúcidamente
en los fenómenos y ver lo que realmente es. Una visión así es la única
liberadora y, por supuesto, altamente transformadora. Cuando el practicante «ve»,
por poco que se mantenga esa visión pura, la transformación se desencadena
inevitablemente. Cada golpe de visión pura va mutando en profundidad al
practicante. En las antípodas de la visión condicionada se encuentra la visión
pura y liberadora. Ésta es una visión que es independiente de toda experiencia
pasada o condicionamiento. Esta visión pura sólo es posible si emerge de una
mente purificada con la meditación y a través de ella se obtiene la ecuanimidad
total. La inteligencia primordial comienza a (luir. Es una inteligencia de
orden superior que nada tiene que ver con la erudición o el conocimiento de
datos. Es una inteligencia libre, con su propia energía de claridad y
precisión, que nos enseña a responder con frescura según requieran las circunstancias
y no a reaccionar mecánicamente, que nos muestra un camino de integración y no
la vía del deterioro, que nos permite adiestrarnos en el amor consciente y no
en la relación egocéntrica e infantil. Eliminados los sólidos apuntalamientos
del ego, hay un ser no autorreferencia! y, por tanto, muy saludable, vital,
creativo, total. El entrenamiento interior va aniquilando las impresiones
negativas del inconsciente y sus correspondientes tendencias enraizadas en
ellas. Todo aquello que conforme la aparatosa burocracia del ego comienza a
diluirse. En la medida en que las impregnaciones del subconsciente se van
eliminando y la mente condicionada comienza a ceder, toda la energía que se
malgastaba en esa estructura alienada se acopia y se pone al servicio de una
exquisita perceptividad y una penetrativa visión transformadora.
Si la mente se encuentra en un
estado de inquietud, deterioro, ansiedad y falta de real perceptividad, hay que
transformarla. Esa es la finalidad de todas las técnicas de autorrealización.
La mente es desarrollable y perfeccionable. La misma mente que encadena es la
mente que libera, dependiendo de si estamos en la mente condicionada o ganamos
una mente de claridad. En la mente condicionada no se puede ejercitar la
verdadera libertad ni de pensamiento, ni de elección, ni de acción ni de
relación, aunque uno se engañe creyendo que así es. Esa libertad hermosa y
profunda sólo es posible desde la mente incondicionada. La mente condicionada
genera confusión, de la que resulta ulterior confusión e inevitable aflicción.
Además, una mente confusa tiende a confundir a las otras. Así mentes mecánicas
hacen mentes mecánicas y no es de extrañar, como declara Tart, que todos
vivamos un trance consensual. Esa hipnosis colectiva es el resultado de las
mentes condicionadas, mecánicas y destructivas. Si estuviéramos
irremisiblemente condenados a una mente condicionada, ningún objeto tendría que
esforzarse por la transformación interna. Pero, si bien uno es heredero de la
mente que ha ido haciendo, uno será heredero de la mente que vayamos haciendo
a partir de ahora. Nos daremos cuenta hasta qué punto la recompensa merecía la
pena, cuando adquiramos una percepción renovada y gratificante que nada tiene
que ver con la maraña de ideaciones a la que estamos acostumbrados. La
sensación de plenitud y libertad será impresionante.
Los primeros yoguis de la
India ya descubrieron, mediante su autosondeo implacable, que la mente está
movida y condicionada por impregnaciones subliminales. Agotando la energía de
estas impregnaciones, la mente se aquieta, se descondiciona, se libera, se
expande y puede captar la realidad interna y percibir con pureza la realidad
externa. El ego cede en su empeño, se torna más flexible y funcional. La
memoria pierde su carácter condicionante y es más factual; la imaginación se
torna creativa, pero no es el reflejo del pasado proyectándose sobre el futuro
y generando ansiedad; el discernimiento opera correctamente y la atención
mental se purifica de contaminaciones, ideaciones y tensiones. Una mente así es
la que hay que recobrar, para beneficio propio y ajeno y, sobre todo, para no
seguir sembrando la locura y emerger para siempre de la alienación. En tanto
estemos anclados en el petrificado eje de la mente vieja, sustentada por los
samskaras a los que hemos hecho referencia, no habrá salud mental real. Mover
ese eje de la mente es necesario para que la mente dé un giro y obtenga una
visión diferente. Es lo que pretenden todos los métodos liberatorios y de
realización. Pero la mente vieja se resiste como un acorazado, se retroalimenta
con sus negatividades y egocentrismos, se niega a todo cambio, prefiere seguir
royendo el hueso sin sustancia y jugando en el cementerio del pasado, sigue
revolviendo en sus cachivaches, empachándose con sus datos, evitando esa
quietud perfecta donde se manifiesta la última realidad. Es muy hábil en
alimentar reacciones en cadena que mantengan en su máxima actividad las
impregnaciones y condicionamientos. Eso es la ignorancia básica, el velo que impide
la visión real. ¡Cuánto sufre una mente así! Pero se ha habituado a su propio
campo de concentración. Tan deformada está que tiene vértigo a la libertad y,
como el cerdo habituado a su chiquero, prefiere seguir enredando en la basura.
Una mente así tiene que morir, sacrificarse, suicidarse. Algo debe morir para
que algo floreciente y hermoso pueda nacer. La meditación es la muerte de la
mente vieja y del ego para dar nacimiento a una mente nueva, una mente pura
nacida de la meditación. La mente nueva es a cada momento, porque si no se
tornaría vieja y condicionada. Esta mente nueva no alberga aflicción. Goza sin
aferrarse; sufre sin resistirse. No añade dolor al dolor ni amargura a la
amargura. Fluye, se desliza, halla el punto de menor resistencia, no se
estanca, no se enrarece, no alimenta miedos y paranoias. La mente purificada
permanece conectada con la realidad interior, sin dejarse perturbar por la
corriente de pensamientos. Es una bendición, es un regalo. Toma y deja, digiere,
no acarrea innecesariamente, no se condiciona, se abre al momento, se realiza
a cada instante. Disfruta si llega el disfrute, sin aferramientos; sufre si
llega el dolor, sin añadir más dolor. Cambia lo que debe cambiarse si así puede
ser, pero asume lo que no puede ser descartado sin tensiones innecesarias.
Evita que la herida permanezca y no se deja atrapar en un surco repetitivo de
conciencia.
Está perceptiva, alerta,
lúcida, consciente, dejando un espacio de claridad entre el experimentador y lo
experimentado. Capta más allá de las ideaciones, penetra la existencia tal cual
se desenvuelve, instrumentaliza los acondicionamientos agradables o
desagradables para madurar, aprender existencialrnente, transformarse para
seguir mejorando. Al modificarse la conciencia, se modifica la percepción. Al
transformarse la mente, se transforma la visión. Pero para poder emerger de la
mente vieja, es necesario ir resolviendo sus trabas y negatividades. Es un
proceso de purificación, porque son muchas las impresiones que hay que limpiar.
Hay que liberar la mente de malevolencia, avidez, aversión, ofuscación,
agresividad, ira, adoctrinamientos e ideologías, temores, actitudes
egocéntricas, acrobacias metafísicas y puntos de vista inútiles, subterfugios
y escapismos, ignorancia y todos esos enfoques incorrectos que le hacen a uno
tomar lo esencial por trivial, lo accesorio por importante, lo aparente por
real. A estos impedimentos mayores se pueden añadir otros no menores como la
abulia, la falta de motivación, el descontento, la ansiedad o desasosiego, la
duda sistemática, la falta de confianza en la posibilidad de transformación y
demás. Habrá que ir superando todas estas trabas u obstáculos propios de la
mente pretérita, que impiden la visión pura e integradora, que fortalecen todo
el complejo del ego, que anclan en el propio semidesarrollo. En esa mente vieja
hay división, conflicto y vacilación. En la mente perceptiva e intensa, sin
ideaciones ni actitudes tan egocéntricas, surge una nueva intensidad
reveladora, ya no hay división sino totalidad, plenitud. De la plenitud surge
la fragancia de la quietud profunda. En la quietud profunda hay un sentimiento
de estar y ser. Al conseguirse una nueva luz y lucidez para la conciencia, ésta
ya no está supeditada a las pulsiones subconscientes, instintivas y evolutivas,
y entonces comienza a ganar su libertad. Pero corno las ideaciones ya no
invaden la conciencia tan obstinadamente, incluso la perdida sabiduría
instintiva se recupera y comienza a fluir en lo más profundo, del mismo modo
que intuiciones supracausales se revelan cuando el inconsciente colectivo puede
manifestarse libremente dejando un mensaje de lo transpersonal. La conciencia
desplegada no anula, pues, la sabiduría instintiva, pero nos permite liberarnos
de las instintivas pulsiones que nos mantenían inmaduros e inmovilizados
interiormente. Los grilletes que el subconsciente nos imponía dan paso a las
alas de libertad de una conciencia desarrollada. La energía de lo inmenso, de
lo que se sitúa por su carácter más allá de toda diferencia racial o cultural,
se presenta con su hálito purificado y liberador. Aquellos que han escalado la
cima de la conciencia saben que sobreviene un conocimiento supramundano que le
proporciona un toque muy diferente a la existencia y un sabor de plenitud.
Desde ese otro nivel de la conciencia, la arrolladora fuerza de la herencia
animal, cultural, social se neutraliza. Sobreviene el mirar inafectado, que no
hay que entenderlo como falta de intensidad, todo lo contrario, sino que a cada
cosa le confiere su brillo y peso específico, pero no hay una implicación que
induzca al sometimiento. Si hacemos acopio de las energías que malgastamos con
las ideaciones mecánicas, si orientamos la energía recuperada hacia la
percepción, entonces la mente sale de su habitual binomio de agitación-inercia
y se sitúa en una lúcida y ecuánime captación de lo que es, superando muchas
reactividades, elecciones y tensiones deteriorantes. El poder del silencio
interior es excepcional. Desenreda la maraña de fantasmagorías y reactividades,
drena, ordena, armoniza y sincroniza. Ese silencio interior tiene un gran
poder de transformación. Es incluso muy saludable para la unidad psicosomática.
Borra todas las grabaciones mentales, vacía, purifica, aquieta y esclarece.
Todos podemos tomar la ruta de
la mente condicionada y confusa a la mente clara y quieta. Todos podemos
desplazarnos de la conciencia crepuscular a la conciencia iluminada. Nada de
triunfalismos ni falsas expectativas, porque todo eso forma parte de la mente
vieja y sus trucos; arreglándoselas para producir ulterior desánimo y
desfallecimiento y poder así retroalimentar su inmadurez y deterioro continuo.
Sólo un poco de confianza en las propias posibilidades de desarrollo y poner
las condiciones para que la transformación se vaya produciendo. Se requiere
cierto sentimiento de premura porque la vida no es larga, y, como decía Buda,
vamos envejeciendo como bueyes que ganan en kilos mas no en sabiduría, pero sin
ningún tipo de urgencia compulsiva y nociva. Si estuviéramos en un campo de
concentración, pondríamos todos los medios para salir de él. Llevamos el campo
de concentración en nuestra mente atiborrada de acumulaciones. Si fuera tan
fácil limpiar la mancilla de las neuronas como uno se quita la grasa de las
manos, el trabajo interior no sería necesario. Pero la polución de la mente es
mucho más difícil de higienizar que la polución del cuerpo. Hay una gran
hipnosis colectiva; compartimos un sueño psicológico profundo pero, como
declaraba el Buda: «Algunos hay que no tienen los ojos demasiado empañados.
Éstos sí que podrán comprender la verdad». La mente tiene sus misterios, pero
el gran misterio de la mente, el misterio de los misterios, es que esta mente
condicionada puede celebrar el acontecimiento glorioso de autosacrificarse para
que surja una mente cuerda y en paz.
3
EL
CAMINO DE LA ATENCIÓN
La atención es la luz de la
mente. Es la capacidad que nos permite «darnos cuenta», percibir, captar,
conocer y reconocer.) Opera siempre en el aquí-ahora, en el momento. Es
altamente desarrollable y en la mayoría de los seres humanos, en tanto no se
entrena, es débil y vacilante; pero sometida a un cultivo metódico y
progresivo puede tornarse mucho más firme, penetrante y esclarecedora. De ese
modo percibes más plenamente, te das más cuenta.
La atención común, además de
ser frágil y vacilante, es mecánica, o sea, surge por sí misma dependiendo de
si el objeto de atención la estimula más o menos. Además se trata, por lo
general, de una atención contaminada, es decir, que además de la percepción
brotan y se mezclan prejuicios, comparaciones, resistencias, ideaciones y
elementos que perturban la perceptividad. Sin embargo, puede ejercitarse una
atención mucho más purificada, penetrante, libre de contaminación y, sobre
todo, lúcida y consciente, no mecánica. Una atención así, intensa, y ecuánime,
dispone de una extraordinaria capacidad para conocerse a sí mismo, liberar la
mente, escudriñar en los mecanismos psíquicos, mantener la perceptividad plena
y fresca, aumentar la receptividad, concienciar la palabra y los actos, ver los
movimientos de la mente, desarrollar lucidez y clara comprensión en el
instante. Una atención tal conecta más directamente con la realidad momentánea
y nos sitúa en lo existencial y no sólo
en lo ideacional, en la fáctico y no sólo en las acrobacias del pensamiento
descontrolado. Es este tipo de atención el que permite el autoconocimiento, la
plenitud de la captación vital, el proceder lúcido en la urgencia del momento,
la visión cíe los hechos tal cual son. Dispone, pues, de una gran capacidad
integradora y es el rival de la neurosis, la negligencia y el sufrimiento
innecesario que nos infringimos a nosotros mismos o a los demás. Las
actividades se realizan a la luz de la conciencia, dándole así la batalla a la
mecanicidad del subconsciente y logrando un ensanchamiento de la franja de la
conciencia, lo que reporta vitalidad e intensidad a la mente y neutraliza los
mecanismos ciegos, incoherentes y compulsivos.
El desarrollo de la atención
pura y consciente evita la malevolencia del pensamiento, establece una actitud
de desapego y ecuanimidad, da su peso específico a cada momento, evita los
subterfugios de la mente, capacita para descubrir mejor los autoengaños y
enmascaramientos, disuelve la agitación y procura tranquilidad, mejora la
relación con los demás, nos hace menos egocéntricos y nos mantiene en mayor
apertura, contento y satisfacción. La atención pura (atender con atención
clara cada momento, situación, instante) ayuda a quebrar las identificaciones
mecánicas, nos sitúa en la energía del observador atento y ecuánime, nos ayuda
a enfocarnos mejor en cada actividad, nos lleva a una comprensión más profunda
de la existencia y da prioridad a lo esencial, provocando un discernimiento más
directo. Ni que decir tiene que una atención así nos hace más precisos,
escuetos y eficaces, y nos reporta un conocimiento más exacto y fiable hacia
afuera y hacia adentro. La atención es una energía que uno no puede dirigir
hacia donde convenga según la circunstancia. Cuanto más intensa y pura es la
atención, mayor y más válido es el conocimiento que reporta. Esta atención
entrenada, aplicada sobre uno mismo, es una fuente de autoconocimiento,
crecimiento e integración. Hace posible la lucidez de la mente. Esta lucidez
es de extraordinario valor para saber qué hacer, cómo proceder, con qué medios
contar, cómo instrumentalizar cada situación para crecer interiormente, cómo
relacionarse, qué actitud adoptar. Con una atención lo suficientemente
ejercitada, uno mantendrá más firmes sus propósitos (tanto externos como
internos), sabrá encontrar mejor los medios útiles, tendrá más claro qué es
esencial y qué trivial, apuntará con mayor solidez a la niebla del crecimiento
interior. La atención mental desarrollada se convierte en el gran maestro,
guía, faro, custodio y filtro de la mente. Es por esta razón que todos los
maestros de la realización han insistido en la necesidad de purificar, entrenar
e intensificar la mención mental, que es integradora y liberadora, proporciona
visión clara, perceptividad alerta, un juicio menos distorsionado, diligencia
y un lúcido y flexible (no rígido, feo, acartonado y falso) autocontrol. El
adiestramiento de la atención es el método más seguro para liberar la mente de
ofuscación, avidez y aversión; entona psíquicamente y previene contra la
negligencia; enseña a pensar y dejar de pensar; purifica la visión; libera de
la malevolencia; previene contra nocivas reacciones; ayuda a descubrir las
intenciones y autoengaños más ocultos; nos enseña a valorar lo realmente importante
y colabora en el cultivo de la compasión y la benevolencia. Toda actividad,
palabra o pensamiento se efectúa a la luz de la atención, con lo cual la acción
es más precisa, diestra y sagaz, pero a la vez se instrumentaliza para seguir
cultivando la atención mental, que es como una energía que va ganando en
intensidad y claridad. Con la práctica va sobreviniendo una saludable
vigilancia que le permite a la mente no sólo poder disponer mejor de los pensamientos,
sino desarrollar captaciones o «golpes de luz» que se sitúan más allá de la
esfera ideacional.
Una atención desarrollada y
purificada nos ayuda a enfrentarnos con la mente y descubrirla, conocernos
interiormente, superar los hábitos y In rutina, tomar la vida corno un maestro
y cada situación como un instructor, conformar un carácter más fluido y a la
vez consciente, cultivar emociones bellas y pensamientos positivos, sondearnos
interiormente y resolver los conflictos internos, poner condiciones para que
aflore la verdadera libertad interior. El entrenamiento de la atención va
completando nuestra evolución interna, saca lo mejor de nosotros mismos,
estimula la alegría y la quietud. Si es necesaria la atención mental en todo y
todo adquiere mayor brillo cuanto mayor es la atención, esto aún es más cierto
en la búsqueda de la integración interior. En este sentido la atención es todopoderosa.
Nos enseña a ver más allá de las apariencias, a percibir más allá de las
exterioridades.
Los maestros de las vías de
autorrealización de Oriente siempre han insistido en el camino de la atención
mental, porque es el más directo hacia la integración, el bienestar y la
sabiduría. Pueden cambiar sus puntos de vista, sus interpretaciones, incluso
sus técnicas, pero todos coinciden en la capacidad altamente liberadora del
entrenamiento de la atención. Su desarrollo logra que la conciencia crepuscular
en la que habita el ser humano se eleve y amplíe, facilitando la visión cabal
y el proceder justo. No hay peor pecado que la negligencia y la ignorancia, que
han sembrado el mundo de errores y horrores. Al entrenar la atención mental
nos ayudamos a nosotros mismos y a los demás, aprendemos a adaptarnos mejor, a
controlar y fluir, a ser lúcidos en lo pequeño y en lo grande; nos
relacionamos mejor con nuestra unidad psicosomática, enriquecemos el trato con
los otros, superamos la autoimportancia y debilitamos el ego, somos más
espontáneos y directos, asumimos lo inevitable sin generar tensión, resolvemos
contradicciones y resistencias, apreciamos tanto las pequeñas cosas como las
grandes, valoramos en su justo lugar el contacto humano y desarrollamos compasión.
Cuando la atención pura está bien establecida, asociada a la energía de
precisión y sabiduría de la ecuanimidad, no hay lugar para los engañosos
extremos, las actitudes desproporcionadas, la intolerancia o la rigidez.
La mejor manera de ganar
terreno al subconsciente es desarrollando la atención mental pura. La luz de
la atención va iluminando las regiones oscuras del subconsciente. Incluso las
reactividades, intenciones, impulsos y tendencias del subconsciente comienzan a
ponerse al descubierto. Se puede llegar a lo más profundo de uno a través de la
atención mental. Se puede penetrar en el cuerpo, las sensaciones, la mente y
todos los objetos de la mente. Así la atención es la herramienta para
transformarse, experimentarse a un nivel integrador, mutarse en la raíz.
Para
desarrollar la atención mental hay que estar atento. Nadie puede hacerlo por
nosotros. Es necesario recordar que hay que estar atento, y tratar de estar
atento. Del mismo modo que se aprende a caminar caminando, hay que aprender a
estar atento estando atento. Cualquier momento, circunstancia, situación o
actividad puede instrumentalizarse a tal fin. Estar atento, alerta, perceptivo,
vigilante, vivo, libre de inútiles asociaciones mentales o ideaciones, enfocado
en cada acción.
Para ir estableciéndose en la
firme atención pura y ecuánime, los maestros proponen:
— El entrenamiento meditacional,
que es el banco de pruebas donde se ejercita una actitud interior de alerta y
ecuanimidad, de visión profunda y clara.
— La instrumentalización de la
vida cotidiana para cultivar la atención mental, evitando la negligencia y
estando más atento a aquello que se piense, se diga y se haga; aprovechando
cualquier actividad y circunstancia para abrillantar e intensificar la
atención.
— La relación lúcida y
consciente; un comportamiento más atento y noble, que propicie mayor apertura,
menos egocentrismo, mayor indulgencia hacia los otros y compasión.
— Métodos y técnicas diversas
para el desarrollo de la atención pura e ir venciendo la mecanicidad del
subconsciente; es decir, métodos de contramecanicidad, que varían según los
maestros y que pueden ser, entre otros, hatha-yoga, taichi, ikebana, kyudo y
tantos otros en los que hay que aplicar una atención lúcida, escueta y
ecuánime.
Estando atento, te cuidarás a
ti mismo y cuidarás a los otros. Hay una historia en la India que es muy
significativa:
Eran un hombre y una niña
acróbatas que solían hacer el siguiente número: el hombre cogía un palo largo,
lo ponía sobre sus hombros y la niña trepaba por él al extremo. Un día el
hombre le dijo a la niña:
Para que nada nos ocurra,
pequeña, cuando hagamos el ejercicio, tú tienes que estar atenta a mí y yo a
ti.
La niña replicó:
Estás equivocado. Cuando llagamos el
ejercicio, yo estaré atenta a mí y tú atento a ti, y así te aseguro que nada nos ocurrirá.
La atención es el espacio
claro y seguro para la mente. Como decía Buda, una mente atenta es como una
casa bien techada en la que no entran el granizo, la lluvia, ni la nieve. Pero
no es así en una mente inatenta. La atención es la vía hacia la integración,
en tanto que la negligencia lo es hacia el caos y la confusión. Nada se puede
hacer bien sin «atender». O sea sin atención. Es como un brillante que hay que
pulir y tallar sin desfallecer. Donde las ideaciones se estrellan y el
pensamiento ordinario naufraga, la atención penetra, esclarece, ilumina. La
enseñanza más alta de los maestros se resume en sólo dos palabras: «ESTÁTE
ATENTO».
4
LA TRANSFORMACIÓN DE LA MENTE
Si la mente no fuera
desarrollable, mejorable, transformable, nunca habrían tenido razón de ser las
técnicas de autorrealización y uno estaría condenado a sus propias deficiencias
internas, carencias emocionales y conciencia crepuscular. Pero la mente se
puede cultivar y perfeccionar; es posible ejercitar la mente para
transformarla. Hay áreas de la mente saludables, silentes, intocadas, que se
pueden recobrar. La psiquis, por muy condicionada que esté y aunque estos
condicionamientos a veces sean como huellas o surcos muy profundos y difíciles
de borrar, no es una película acabada, no es una función concluida. La mente
puede seguir evolucionando en la medida en que uno se prepara y entrena para
ello, evitando no sólo su deterioro y petrificación, sino renovándola y
poniéndola al servicio de la evolución interna. El proceso del cambio mental
debe tener lugar en cada momento del presente, y la mente ulterior será lo que
nosotros hagamos con ella a cada instante. Si cambiamos la mente, cambiaremos
nuestra vida interior, nuestra calidad de conciencia, nuestra relación con las
otras criaturas. Las prácticas meditacionales son ejercicios para transformar
la mente. No importa si se cree en ellas o no, pues si se disciplina uno en
ellas, éstas transforman. Pero la transformación no está en el futuro. Es el
ahora quien posterga la transformación para el futuro, aunque sea para mañana,
comprueba que nunca llega y que ha pasado su vida hablando de la
transformación sin haber avanzado una sola pulgada en la vía de la misma. Este
instante es el más precioso porque no hay otro. Podría ser de otra forma, pero
es así y hay que relacionarse cuerdamente con él, sin ofuscación, con
perceptividad, renovando la mente. Así como el pensamiento viaja por el tiempo
y el espacio, la perceptividad es aquí y ahora. Cada vez que la mente está en
el instante, sin resistencias, madura, aprende, se renueva, se recobra y se
recupera, no envejece, no se herrumbra, no se fosiliza. Al irse transformando
la mente, estimulándose el elemento vigílico, uno va conquistando su propio
ángulo de quietud y dejando que emerja su inteligencia primordial que, a su
vez, colabora más activamente en la transformación misma. Esta inteligencia
primordial no sólo es válida para la vida interior y la realidad interna, sino
para la vida exterior y todas sus circunstancias. Es una inteligencia clara que
sabe evitar los conflictos inútiles, que sabe hallar el proceder más idóneo a
cada circunstancia, que sabe adaptarse y fluir. Pero. esa inteligencia
primordial no se revela en tanto no van cediendo los sólidos muros del ego y la
masa de puntos de vista, adoctrinamientos, subterfugios, ideas preconcebidas,
hábitos mentales coagulados, apegos y resentimientos, ofuscación. Uno medita
para abrir una vía de comprensión en la bruma de la mente, para hallar una veta
de esa inteligencia primordial en la oscuridad de la psiquis. Hay que eliminar
tantos velos colocados sobre la lámpara interior, tantas pantallas y trabas.
Nuestros condicionamientos internos, todo el fárrago que se almacena en el
trasfondo de la conciencia, impide la relación fluida con nosotros mismos y con
lo que nos rodea, impone sus interpretaciones, roba vitalidad al instante,
falsea la realidad momentánea y retrasa la evolución interna. Se requiere tanta
energía para parchear nuestras deficiencias emocionales, para capear el
temporal de la neurosis, para sobrevivir a la atmósfera enrarecida que hemos
cultivado en nuestro interior, que cuando queremos disponer de energía para
alimentar la verdadera lucidez mental, no sabemos cómo hacernos con ella. Nos
cerramos, nos contraemos, nos plegamos sobre nuestra propia incertidumbre
vital, en lugar de relajarnos, bajar las barreras, abrirnos, exponernos
saludablemente. Siempre estamos rechazando el instante. No hemos aprendido a
que la realidad momentánea nos llene o cuando menos nos sirva para
ejercitarnos, somos impacientes, es decir, siempre estamos a la espera de
momentos mejores. Estamos obsesionados con nuestra persona (no nuestra realidad
existencial), alimentamos actitudes cada vez más egocéntricas. No queremos
enfocar los hechos como son, nos retiramos a la película de nuestra memoria o
imaginación. No hemos aprendido a amarnos verdaderamente (no narcisistamente),
no sabemos relacionarnos con los demás desde la generosidad y la compasión.
La mente ha seguido un sendero de confusión, recreando sus propias
fantasmagorías, extraviándose en acrobacias paranoicas, haciéndose muy experta
en composturas, escapismos, amortiguadores neuróticos, enmascaramientos y
autoengaños sin límite. Se ha vuelto una vieja zorra fea, necrófila, con
algunas artimañas, pero que vive de espaldas a toda vitalidad, realización y
plenitud. Una mente así engendra dolor, ¿cómo podría ser de otro modo?; no se
relaciona desde el corazón, ¿cómo podría hacerlo?; es voraz, se enreda en problemas
ficticios si no los encuentra reales, no sabe de sencillez ni espontaneidad,
siempre está persiguiendo o huyendo, es promiscua y no perseverante,
superficial y no profunda, flirteante y no leal. Se aferra, acapara, se endeuda
con el pasado, tiene sed de futuro y está absolutamente incapacitada para
abrirse con naturalidad a la frescura del momento. Eso es neurosis, confusión,
insatisfacción. ¿Cómo una mente así va a relajarse, gozar con la quietud,
permanecer apacible y clara? Prosigue alimentando sus mecanismos de neurosis,
se resiste a todo enfoque correcto y provechoso para la evolución interna, se
ceba en el perverso ego infantil al que convierte en su carnaza favorita,
emprende sus propias batallas sin sentido, se desgasta, deteriora, quema y
arruina toda posibilidad de discernimiento, claridad y sabiduría. Se ha
acostumbrado a la confusión, caos, frustración, ansiedad y, en suma, el propio
infierno que ha creado y recreado para sí misma. Muchas veces ni siquiera está
capacitada para intuir o sospechar otra atmósfera de bienestar y apertura.
Había una rana que vivía desde
siempre en un pequeño agujero. En una ocasión, otra rana que había viajado
mucho y había visto la tierra en toda su hermosura, cayó en su agujero. La rana
que allí habitaba le preguntó:
— ¿Existe algo más que este
agujero? La rana que había caído repuso:
— No te lo puedes imaginar.
Este agujero no es nada. Existe una tierra maravillosa con lagos, dunas, ríos,
montañas, bosques, desiertos, ciudades...
— ¡Mientes! —la interrumpió la
rana que vivía en el agujero—. ¡Eres una embustera! No puede haber nada más
grande que este sitio en el que yo vivo.
Así es la
mente que ha perdido su inteligencia primordial, que se ha extraviado de su
rumbo de crecimiento, que se ha tornado malévola y destructiva. Pero existe la
posibilidad de transformarla, de ejercitarla para que aprenda otros modos de
estar, ser, percibir, pensar, relacionarse. Se la puede reeducar, enseñarle la
experiencia de la calma profunda y reveladora, orientarla para que se limpie y
rescate la visión clara, mostrarle la vía de la conciencia expandida, la
ecuanimidad firme, la generosidad espontánea, el discurrir sin
desproporcionadas y feas reacciones que fecundan el fango del subconsciente.
Hay una mente silente. Hay una
dimensión de mente que no se rige por la avidez y la aversión. Hay un área
mental clara, espaciosa, ventilada, fresca, pura. Es aquella mente
preconceptual, todavía no inmersa en la sombra del ego, conectada con la
corriente de energía transpersonal, desocupada y libre. Se puede recobrar.
Tenemos una experiencia de la misma, aunque sea inconscientemente, en el sueño
profundo. Es una mente en el contento, la libertad, el flujo espontáneo de
vida. El que recupera esta mente que desaloja conceptos, ideas, prejuicios y
paranoias, experimenta una gratificante sensación de certidumbre. Es la
certidumbre de que en el centro del tornado hay un espacio de infinita paz. No
es un centro egocéntrico; es un terreno sin límites. Cuando se debilita el
ego, todos aquellos miedos que le eran propios desaparecen.
Uno halla un reposo que es
como una brisa fresca que purifica por dentro, sincroniza, armoniza, remansa.
Después de tantos años —o vidas— corriendo frenéticamente para saciar un hambre
desatada, uno experimenta una paz inenarrable. Siguen existiendo las sensaciones
agradables y desagradables —no puede ser de otro modo en tanto existe la unidad
psicosomática—, pero el modo de relacionarse con ellas es muy diferente. No se
añade aferramiento ni aversión, no se escapa, no se resiste ni resiente, se
aprende a fluir, deja uno de sufrir por no querer sufrir, se goza sin ansiar el
goce repetitivo y permanente, se empieza a apreciar el sentimiento cíe la compasión,
se mira de frente el autoengaño y se resuelve, se asume uno a sí mismo tal cual
es (sin autoengaños narcisistas) y desde ahí comienza a mejorarse sin incurrir
en triunfalismos espirituales. Uno se torna su propio amigo, y desde la amistad
por uno mismo se da la bienvenida a los otros. Lo que uno conquista de apacible
en su propia mente lo comparte con los demás. Si continuamos siendo un saco de
miserias (celos, odio, ira, miedo, ansiedad), ¿qué compartiremos con los
demás?
Desde una mente agitada todo
se vive con agitación y se siembra asimismo agitación. Si la mente está
perturbada, será más difícil enfrentar cada situación vital y se tenderá a una
desproporcionada reactividad. Al experimentar sufrimiento, se añadirá una
porción de sufrimiento extra e innecesario. Buda lo explica con su habitual
claridad en el sermón de los dos dardos. El primer dardo es la sensación desagradable
que no depende de nosotros, pero el segundo dardo es el sufrimiento extra que
nosotros añadimos resistiéndonos y resintiéndonos, añadiendo con nuestro
pensamiento dolor al dolor.
Cuanto más egocéntrica es la
mente, más se hiere. Las flechas no pueden herir el espacio abierto, pero sí se
clavan en la diana. La mente egocéntrica está al servicio del propio
narcisismo. Tantas energías pone uno a su servicio, que no se pone ninguna al
del verdadero crecimiento interior. La mente egocéntrica no sabe relacionarse,
está demasiado ocupada con su autoimportancia, no tiene idea de la verdadera
comunicación. Bastante tiene con arroparse narcisistamente, seguir
satisfaciendo su voracidad y buscando remiendos para hacer composturas. Sólo
ve las cosas como quiere verlas; o como ansia, desea o teme verlas. No mira,
coloca su propia versión de los hechos sobre los hechos y los distorsiona. No
sabe asumir, aceptar, ser. Se relaciona siempre desde la autogratificación, o
sea, no se relaciona. Tanto vela por los mecanismos egocéntricos, tanto
custodia su propio edificio de autoimportancia, que no sospecha nada del
bálsamo del amor consciente. Para seguir robusteciéndose, colecciona
compulsivamente lo que sea (material o inmaterial, ¿qué importa?), se satura
de conceptos e ideas preconcebidas, se pierde en recuerdos y ensoñaciones,
crea un universo mental de ilusiones y autoengaños, lo instrumentaliza todo
para seguir engordando narcisistamente. El ego es un mitómano y la mente
egocéntrica trata de superarle en mitomanía. La confusión se desarrolla y el
poseedor de una mente así nunca ve más allá de su mente. Está prisionero en su
propia tela de araña, ha enfermado de egomanía, se ha derrumbado en su maraña y
barahúnda de egocéntricas creaciones mentales.
Drenarse, vaciarse,
despojarse, arrojar por la borda, purificar la mente. Ése es un buen comienzo,
no fácil, pero bueno. Es un primer paso seguro para comenzar a transformar la
mente. Hay que perder muchas cosas para ganar otras; hay que morir a muchas
cosas para vivir a otras. Si estamos en la multiplicidad de la mente y no en su
unidad, es como el que toma los reflejos del sol en el agua, como el sol mismo.
No hemos llegado todavía; podemos seguir avanzando. Se requiere un esfuerzo
consciente para desarrollar la conciencia; una disciplina asumida libre y
responsablemente para transformar la mente. Si esta mente origina confusión y
violencia, cambiémosla. No sigamos egotizando la mente ni dejemos que la mente
sólo sea un siervo del ego. Hay una mente mucho más profunda, amplia,
saludable y quieta. Y hay una energía para recobrar esa mente, unos métodos,
unas actitudes y toda una estrategia. Por qué la mente ha tomado un derrotero
poco saludable importa mucho menos que saber que la mente puede purificarse y
dar nacimiento a una mente menos perjudicial. Esta mente común sumergida en la
ofuscación es sólo una parcela de la mente más vas a y abismal. Como dicen los
maestros zen, nos situamos de espaldas al sol y nos preguntamos dónde está el
sol. La energía de lucidez puede desencadenarse y fundir las negatividades,
impedimentos, trabas y obstáculos de la mente. El silencio mental purifica,
restablece, recompone, ordena. El silencio mental expande, acopia nuevas energías,
encuentra su poder en la no reacción, conecta con una longitud de onda clara y
precisa. El silencio interior es el terreno más seguro para una perceptividad
pura, para una liberadora visión cabal, para una aprehensión de realidades
supraconceptuales. Cuando los nudos se desatan, el proceso cósmico fluye
libremente y reporta su propia sabiduría. Uno se convierte en lo que los
maestros zen designan como un bambú hueco.
Mediante la transformación
sagaz de la mente aparece la mente clara. Cuando la energía de precisión de la
mente clara comienza a desplegarse, la ofuscación comienza a desvanecerse. Es
esa ofuscación, como señalaba Buda, la que genera deseo y sufrimiento. Es la
ignorancia básica, a la que se refiere Patanjali, la que nos esclaviza y nos impide la visión pura que libera.
Muchas cosas, muchísimas, no
están en nuestras manos. Pero el desarrollo de la mente depende de nosotros
mismos. «Tú eres tu propio refugio», declaraba el Buda. Se puede lograr una
mutación de la conciencia por la conciencia misma, una modificación de la mente
por la misma mente. Tenemos que vernos nosotros mismos atentamente. Ser
conscientes de los hábitos que nos limitan, los repetitivos engranajes
mentales que nos condicionan, los viejos patrones de conducta y conductas
aprendidas que nos constriñen, las experiencias traumáticas y heridas que nos
hacen demasiado lábiles y timoratos. Hay una codificación que va desde la
célula hasta la cúspide de la mente. Toda la pirámide humana es presa de esa
codificación. ¿Qué hacer entonces? No hacer nada. Es el secreto. O sea, no
seguir rebobinando, codificando, superponiendo, añadiendo hologramas sobre los
hologramas. No-hacer es el wu-wei de los chinos, o el hacer sin hacer de los
liberados-vivientes de la India. Difícil empresa, sí, pero la probabilidad de
la posibilidad para hallar la plenitud total no es un sueño, es posible. Se
comienza ahora. Hay aparentes retrocesos, pero si la actitud es la adecuada y
el ánimo consistente, todo retroceso termina siendo avance. lis un trabajo de
desarrollo de la conciencia, contramecanicidad, apertura, atención bien
despierta. Exige una bondad fundamental, no una moralidad convencional y
necia. Hay que hallar el centro del tornado, el espacio de quietud en el caos,
la claridad en la confusión. Desde ese espacio de quietud hay que mirar y ver,
penetrar, conocer y aprehender las actividades, fenómenos y hechos como son.
Los grandes maestros de Oriente, sobre todo de la India, han hallado métodos.
Todos representan una puesta en marcha de la conciencia conscientemente y un
entrenamiento moral y mental para desarrollar sabiduría liberadora, bienestar
y plenitud. La mente es como una gran mansión. ¿Prefieres vivir en el trastero
o en sus amplias y hermosas salas? Hay áreas de hábito y conflicto, zonas de
confusión y caos, pero también las hay de claridad y luz. Tú eliges. Un adagio
japonés dice: «A cada gusano su gusto; los hay que eligen las ortigas». Somos
herederos de códigos prehumanos, algunos atroces; somos herederos de millones
de años de confusión humana, a veces espantosa y terrible; somos herederos de
un pensamiento malevolente cultivado por milenios y milenios que ha cometido
horrores sin fin, ha denigrado, explotado, masacrado, dañado irreparablemente
el ecosistema. Pero hay una energía que incluso mueve todo ese caos y esa
ofuscación y que puede tomar múltiples caminos; tiene el signo que le demos;
con ella se puede hacer camino hacia un jardín o hacia un estercolero. La mente
recobrada es la mente de la quietud y la cordura. La mente que nos proponemos
recuperar es la mente de la salud. Si eliminamos obstáculos, impedimentos y
trabas; si ponemos «medicamentos» adecuados, la salud surgirá en la mente
enferma, la cordura borrará la mente paranoica. Entonces la mente podría dejar
de ser una amenaza para nosotros y para los demás. La felicidad está dentro de
uno mismo. La felicidad es una actitud que deviene tras la transformación
interna. La felicidad es una fragancia interna. La felicidad exterior es un
mito, una falacia, un engaño. ¿Cómo querer hallar felicidad exterior cuando
todo cambia, es efímero, transitorio, está sometido a la decadencia
inevitable? La experiencia que más se puede aproximar a la felicidad reside
dentro de uno, pero hay que hallarla allende esa sima abismal que es el
subconsciente, en el silencio que hace manifestarse el oasis en el desierto de
la subconsciencia. Se trata de una especie de revolución en lo más interno, no
para conseguir nada que ya no esté allí, porque entonces podría volver a
perderse, sino para hallar lo que siempre estuvo velado. Pero esta
transformación de la mente debe pasar por el autodescubrimiento, la
modificación y apertura de la conciencia, el acoplamiento con lo existencia!
antes que con lo ideacional, el despertar del propio maestro interior que a
menudo se hace sentir cuando el pensamiento cede en su empeño de llegar a lo
impensado y, como un león fatigado, se detiene y se relaja. La película del
pensamiento obstruye la visión externa y la visión interna; nos separa de los
demás y de nosotros mismos. Dejándonos ser tal cual somos, remansándonos para
aclararnos, en el campo de la percepción y no de la ideación, meditamos para
transformarnos. Pero la meditación no finaliza cuando nos erguimos e
incorporamos a la vida diaria. Ahí sigue la meditación, porque debemos continuar
atentos, perceptivos, ecuánimes, activos pero no agitados, en la acción sin
ansiedad ni urgencia interior. Si la actitud es la adecuada, toda circunstancia
nos ayudará a seguir transformándonos. Nos saldrán al paso mecanismos
repetitivos de la mente, hábitos, códigos y condicionamientos, pero cuantas
veces nos desconectemos de la energía del observador atento y ecuánime, tantas
otras debemos conectarnos con ella. Ganamos con la meditación sentada toques de
lucidez y perfecto silencio de la mente para poder reanimarlos en la vida
cotidiana. Así le damos la bienvenida a todo aquello que nos ponga a prueba y
que nos ayude a mantener la pasividad en la acción, la actitud contemplativa en
cualquier actividad por frenética que resulte. La actitud de silencio quietud
perceptividad estará con nosotros y podremos recurrir a ella en cualquier
situación. Esta fábrica de dolor y venenos que es la mente ordinaria,
enraizada en los códigos más siniestros, irá mutándose. Será un gradual proceso
de comprensión. No hay que esperar milagros. Hay mucho de que despojarse,
muchos puntos de vista que variar, muchas opiniones que arrojar por la borda,
muchas trabas mentales que superar. Es necesario ir acercándose al propio
ángulo de quietud y que él se convierta en nuestra cámara silente en la que
poder inspirarnos, recobrarnos, renovarnos y potenciarnos. En lugar de dejarnos
desbaratar y confundir por los pensamientos, alertemos los sentidos,
mantengamos la mente viva y perceptiva, enfoquémonos en cada momento, evitemos
las reacciones mecánicas, demos batalla a la mecanicidad de pensamiento,
palabra y acción. Si hacemos de la meditación una práctica asidua,
recobraremos una parcela clara, silente e inafectada de mente con la que
podremos conectarnos cuando sea conveniente. Será como la fuente interna en la
que recuperar energías. Desde la quietud de la mente y el acrecentamiento de
la conciencia, daremos un sentido muy diferente a nuestra vida cotidiana.
Tendremos claras nuestras prioridades, que en cualquier caso deberían ser:
— La paz interior, porque sin
paz nada es disfrutable ni hay satisfacción posible.
— La salud mental y psíquica.
— La salud física.
— La óptima relación humana.
Pero debido a que nuestra
visión está empañada y confundimos lo esencial con lo trivial, nos dejamos
dominar por bobos apegos y mezquindades, hacemos de nuestra vida una
caricatura, una copia, un simulacro.
Hay un arte soberbio: ser
pasivo en la actividad, ser contemplativo en la acción, en lugar de seguir
reaccionando mecánicamente, implicarse y quemarse sin sentido, automortificarse
y entrar de lleno en la espiral de la agitación y la zozobra. Podemos
neutralizar muchas reacciones mecánicas y estereotipadas, superar muchos hábitos
coagulados, agotar muchos impulsos dolorosos, establecernos en un lugar mental
de quietud y bienestar. Hay que aprender y desaprender; no dejarse condicionar
por esos impostores que son victoria o derrota, elogio o insulto; no ceder al
fantasma de la autoimportancia ni dejar que el eje de la mente sea como yeso
inamovible; no nos instalemos en nuestra neurosis ni nos resignemos a nuestra
propia necedad. Como decía Ramana Maharshi: a lo único que hay que renunciar es
al ego y a la propia estupidez. En la quietud real emergen nuevas energías,
otro modo de percibir y ser. Hay que quebrar las rutinas de la mente y poner al
descubierto sus triquiñuelas y artimañas. No hay peor rival que la
inconsciencia; mayor enemigo que la negligencia; compañero más fatal que la
mecanicidad y la identificación.
En la medida en que
transformamos la mente y surge una nueva manera de percibir y ver, la
transformación va alcanzando a toda nuestra pirámide y sus respectivos lados.
Superando las viejas estructuras de la mente, la reorganizamos a un nivel en
el que sean posible la visión pura y el proceder impecable. Del mismo I modo
que de una minúscula simiente puede surgir un árbol descomunal, del punto de
conciencia del que todos disponemos puede brotar una poderosísima
energía-conciencia-sabiduría capaz de proporcionarnos la estabilidad que nada
ha podido darnos hasta este momento. El núcleo de caos-confusión se disuelve y
las impregnaciones subconscientes se queman. El centro autorreferencial se va
descodificando, y un conocimiento, que no depende del pensamiento dual ni de la
lógica binaria, refulge mutando la psiquis. Es entonces cuando hay una muerte
para que pueda haber un renacimiento a nivel psicológico. Y entonces, en
palabras de Muktananda: «Te dejarán tu máscara, tu fachada, tu sonrisa seca y
triste, tu orgullo y honor, tu presunción y tu ego, tu intolerancia y tu entendimiento
erróneo que afirma ser la Verdad; todas estas cosas se irán». Tal es la
aventura de la conciencia; tal es la proeza de la transformación; tal es la
senda sin senda hacia esa felicidad interna, siendo así porque no depende de
nada exterior.
Aquí está el terreno de la
mente y hay que trabajarlo, abonarlo, cultivarlo. Hay que estar en guardia para
que no broten negatividades y estar en guardia para ir superando las ya
existentes. Tenemos que cultivar lo sano y erradicar lo perjudicial. Yoguis y
budistas saben que hay numerosos impedimentos en la mente que hay que
eliminar: avidez, aversión, ofuscación, autopersonalidad, aferramiento a la
vida, aferramiento a la idea de que no exista lo desagradable,
autoimportancia, malevolencia, duda escéptica, apego a las especulaciones y
opiniones, autoengaños, concupiscencia, apatía, desasosiego, acrobacias
metafísicas, puntos de vista y enfoques equivocados, conflictos y resistencias
inútiles, la negativa a ver los hechos como son, subterfugios de todo tipo, ira
y agresividad. Todo ello hay que irlo desenraizando y en su lugar cultivar
claridad, compasión, despego y quietud. Hay que mantenerse en el propósito de
rociar nuestra mente con actitudes positivas y saludables. Renunciar a las
negatividades y, simultáneamente, propiciar, mantener y fomentar cualidades
bellas. El esfuerzo es necesario para no dar cabida en la mente a los venenos y
pensamientos malévolos y empeñarse, por otro lado, en potenciar las actitudes
nobles. Se logra una alquimia mental que hace posible un órgano psico-mental
más lúcido. Asimismo, hay que fomentar siempre que sea posible el contento, la
energía, la correcta indagación de lo real, la atención, el sosiego, la
concentración y la ecuanimidad. Para los budistas, y también para los yoguis,
todos éstos son factores de iluminación, medios para embellecer la mente.
Aquello que hagamos con la mente será lo que recibiremos de ella.
5
LA MENTE: ¿ENEMIGA O ALIADA?
Uno de los grandes patriarcas
del Zen declaró: «El cuerpo es el árbol de la sabiduría. La mente es el soporte
del espejo brillante. En todo momento límpialo con diligencia, no dejes que se
cubra de polvo».
La mente proporciona
oscuridad; la mente proporciona luz. La mente es fuente de ignorancia, pero
también de conocimiento. Esa singular y contradictoria mujer que fue Blavatski
dijo:
«La mente es una buena sierva,
pero una mala ama».
Desde luego el universo de la
mente es sorprendente. La menté en la superficie es movida, tumultuosa,
caótica. La mente en la profundidad se torna silente, serena, reveladora.
Cuando la mente nos controla, ella puede hacer lo que le plazca: puede hacer
creer a una persona sana que está enferma, a un rey que es un mendigo. Tal es
el poder de las creaciones de la mente. De hecho un sueño puede ser más intenso
que una escena en la vigilia. Pero esta mente que alucina, confunde, desorienta
y extravía tiene también un gran poder liberatorio y te puede proporcionar
discernimiento, conocimientos múltiples y sabiduría. ¿Somos algo que no sea
nuestra mente o que ella no viva o experimente? Ella nos conduce a la esclavitud
y a la libertad; ella nos permite conocer y conocernos, percibir y
percibirnos. Es una herramienta muy importante y hay que cuidarla, conocerla y
utilizarla con cierta precisión. Procura dolor, pero también felicidad;
proporciona zozobra y tribulación, pero también calma profunda y beatitud.
Puede ser muy experta o muy inútil, muy sabia o muy torpe. Tiene poder para
construir y destruir, para edificar y arrasar. Es como si se tratase de dos
siameses de muy distintas intenciones. Pura y sometida, la mente es un regalo;
contaminada e indócil, la mente es un castigo. Engendra toda clase de
tendencias codiciosas, pero también amor y compasión. En suma, puede ser la
peor enemiga; puede ser la más excelente aliada. No es de extrañar que los
sabios de la antigua India explorasen a fondo la mente y concibiesen y
ensayasen métodos y claves para subyugar la mente, orientarla, ponerla al
servicio del crecimiento interior y el bienestar.
La mayoría de las veces
vivimos inmersos en el río de los pensamientos y éstos nos llevan de un
extremo a otro, provocándonos sentimientos contradictorios y muy dispares.
Somos y nos sentimos lo que el pensamiento nos dice. Nos creemos lo que pasa
por la mente; nos convertimos en esa marea de ideas, conceptos y descripciones,
perdiendo nuestro eje interior, nuestra armonía. Entonces, ¿somos algo más que
nuestros pensamientos? Pero aún más controlados estamos por las corrientes
subterráneas que operan en el subconsciente y que provocan todo ese oleaje
pensante de superficie. Somos una hoja a merced de la marea de los procesos
psicomentales, apartados de nuestra real identidad. Sin embargo, podemos
cultivar otra actitud. Podemos convertirnos en testigos de las modificaciones
de la mente y permanecer en la primera y no en la segunda causa, es decir, en
la raíz del pensamiento. Como nubes vienen y van los pensamientos por el
firmamento de la mente. No me afectan, no me alteran, no me confunden; tomo o
selecciono los beneficiosos o necesarios, pero hago caso omiso de los otros. Al
fin y al cabo sólo son ideaciones mecánicas, repetitivas, que obedecen a
estratos más profundos en conflicto. ¿Para qué tomar el reflejo por la
realidad? Es un ruido de fondo en la mente. ¿Por qué identificarse con ellos,
incluso por qué creérselos? En las prácticas de interiorización se retrotrae
la conciencia y se sitúa en su origen. Los pensamientos entonces pierden su
poder. La mente se apacigua; es como un elefante furioso que finalmente se
calma y se echa a reposar. La mente se interna, se canaliza hacia su propia
fuente, queda absorta en la sensación o presencia de ser. Es una cuestión de
ejercitamiento.
Uno cuida su cuerpo y debe
cuidar su mente. Hay que adiestrarse en el descanso profundo de la mente. De
otro modo, la mente se deteriora, envejece prematuramente e incluso se
resiente el cuerpo, que es el cerebro. Hay que alimentar con cuidado la mente,
proporcionándole impresiones positivas, estímulos de crecimiento,
pensamientos, actitudes favorables, bellos sentimientos. La mente es un
«estómago» muy especial. Hay que evitarle los alimentos tóxicos o venenosos. Y
hay que aprender a relacionarse pacientemente con ella. Es un almacén
impresionante de memorias, vivencias, inclinaciones, expectativas. En cierto
modo es un depósito de detritus y hay que sanearlo, drenarlo y purificarlo.
Todas las técnicas de ejercitamiento mental tienden a embellecer, afinar,
cuidar y entrenar la mente para que procure una sabiduría interior y una
sabiduría de vida. Paulatinamente uno descubre que «es» además de los
pensamientos. No un ego, sino una energía, es decir, que uno no es esa maraña
de ideaciones mecánicas. Uno empieza a descubrir que es posible generar los
propios pensamientos, cultivarlos, propiciarlos, y que si éstos son los
adecuados y como en cierto modo uno es lo que piensa, cambiarán las actitudes
internas. Así el practicante de una vía espiritual debe enfocar sus
pensamientos en actitudes, emociones y anhelos positivos y hermosos.
El odio y el amor pasan por la
mente. Es decir, la mente puede ayudar a propiciar y recrear odio o, por el
contrario, compasión y amor. A veces la mente es la gran dificultad para que
surja el amor; lo frustra, le impide su manifestación espontánea. Una mente demasiado
egocéntrica, narcisistamente preocupada, no está en disponibilidad de
engendrar amor. Es una mente tan obsesionada por sus alteraciones, zozobras,
miedos e inquietudes, que no se para a amar, a compadecerse. Pero cuando la
mente se descontrae, se expande y está abierta, genera compasión con la misma
naturalidad que la flor exhala su perfume. Una mente en paz, armonizada, en
libertad, que ha recuperado su inocencia, que se ha «recobrado» a sí misma, da
lo mejor de sí. Como sea la mente, así actuará. Si la mente es un basurero,
pondrá basura por todas partes, creará conflictos y se regocijará en su
agresividad. Si la mente está tensa, transmitirá tensiones. Si la mente es
ávida, evidenciará en todo momento su codicia, su desmedida ambición. Pero
cuando la mente está en calma, procura serenidad; cuando la mente está en
orden, crea orden y armonía. Con razón los yoguis indios invitan a la revolución
mental y te dicen que comiences por arreglar tu mente y después ya arreglarás
lo que te rodea. Cuando la mente cesa en su agitación, comienza a obsequiarnos
con su gran tesoro. Si consideramos que percibimos, vemos, sentimos y nos
relacionamos por medio de la mente, comprenderemos cuan importante es la mente
y cuan esencial cuidarla, ordenarla y esclarecerla. Como sea nuestra mente, así
vivenciaremos la vida, a los demás y a nosotros mismos. Dentro de la mente hay
una especie de diablo que enreda sin cesar. Hay una historia india
significativa y simpática:
El tren cruzaba la planicie de
la India por la noche; la luz se había apagado en uno de los departamentos y
todos los viajeros se disponían a conciliar el sueño. De repente se escuchó
una voz:
— ¡Ay, qué sed tengo, ay, qué
sed tengo!
El lamento se
repetía cada par de minutos, impidiendo al resto de los viajeros conciliar el
sueño. Por fin, uno de ellos encendió la luz, cogió un vaso que tenía en la
maleta, fue al lavabo, lo llenó de agua y se la trajo al viajero sediento.
Después, de nuevo se apagó la luz. Sólo se escuchaba el traqueteo del tren. Los
viajeros se disponían a conciliar el sueño. De súbito de nuevo la misma voz de
antes, lamentándose:
— ¡Ay qué sed tenía, pero qué
sed tenía!
Pero en la mente también hay
una brisa de paz, armonía y plenitud. En la mente está el sadguru, el gran
maestro. La mente debe recobrar su naturaleza de calma y plenitud. Tiene que
sanarse. El término meditación en su raíz latina quiere decir «sanar, curar».
Se pueden decir muchas cosas
sobre la mente, pero lo importante es actuar sobre la mente. El ejercitamiento
es lo esencial, acompañado de genuina moralidad y tendente hacia la captación
de la sabiduría. Hay que despojarse del lado siniestro de la mente (que es
también la mente de toda la humanidad) y cultivar su lado luminoso. Hay muchas
técnicas de autorrealización, numerosos sistemas sotetiológicos, pero sólo hay
una senda. Es la senda del desarrollo y cultivo de la mente, que pasa por la
virtud y la apertura del corazón, y que conduce a un conocimiento supramundano.
Como siempre he dicho, el mejor consejo que nunca pudieron darme en la India
es: «medita». Es difícil, porque hay que deshabitar a la mente de su
precipitación mecánica y sin sentido, pero es la puerta de acceso haría lo
pleno.
6
SALUD MENTAL Y AMOR CONSCIENTE
Somos herederos de nuestra
mente pasada y dentro de un año o de diez heredaremos la mente que vayamos
haciendo, cultivando y reeducando desde ahora. Buda declaraba: «Aplicaos a la
meditación; no tengáis luego que arrepentiros». Somos en buena parte artífices
de nuestra mente. Podemos abandonarla a su suerte y ella se irá habituando más
y más, anquilosando y envejeciendo prematuramente. Pero podemos trabajar sobre
ella, liberarla de negatividades y trabas, poner las condiciones para que se
renueve, esté fresca y perceptiva, joven y creativa.
Hay que orientar la mente,
ordenarla y enfocarla con cordura. Los enfoques le hacen mucho daño y nos
perjudican mucho. La mente tiene que aprender a confrontar las cosas como son y
proceder en consecuencia. Y tiene que aprender —esto es muy importante para
su evolución y bienestar— a manejarse con sus propios pensamientos, por un
lado, y con el placer y el sufrimiento por otro. Todos buscamos y perseguimos
la felicidad y todos detestamos el sufrimiento. Así es para todos los seres
semientes, pero lo que en los animales es más biológico e instintivo, en el ser
humano se ve reforzado, para bien y para mal, por su pensamiento sofisticado.
Así el ser humano se las arregla para gozar más, pero también sufre mucho más.
El pensamiento descontrolado es fuente de sufrimiento y el ladrón de toda
felicidad. Además, hay que saber dónde buscar y hallar la felicidad. No puede
estar en el exterior solamente. La parábola bíblica del hijo pródigo es muy
significativa. El hijo descubre que la felicidad no está fuera del hogar
(interior) y tiene que volver a casa (a su interioridad) y reconciliarse con el
padre (la naturaleza real). En el exterior hay diversiones, placer y otras
gratificaciones, pero la armonía y la quietud, la fuente de la felicidad es
interior. El proceso externo, si no va seguido por el progreso interior, no
proporciona la felicidad. Por desgracia, interiormente hemos variado muy poco
del cavernícola. Hemos logrado la superindustrialización, la hipertécnica y un
notable confort externo, pero ¿dónde seguimos situados interiormente?
Hay que afrontar que la vida
nos proporciona placer y dolor. Podría ser de otra forma, sí, tal vez, pero no
lo es. El ego infantil se niega a la realidad y alimenta sus autoengaños y
resistencias con tal de no confrontarla y bregar con ella. Pero de esa manera
se enquista en su propia ilusión y ofuscación, frustrando toda evolución. Lo
cierto es que la existencia conlleva alteraciones agradables para nuestro
sistema nervioso, que nos placen, y alteraciones desagradables, que nos
displacen. Por nuestros códigos y tendencias y por los imperios de la biología
ciega, lo que sentimos, creemos o pensamos que nos gratifica, nos causa
disfrute, y lo que nos desagrada, nos provoca sufrimiento. Pero lo mismo que
nos gratifica nos podría desagradar, si los códigos fueran diferentes; de
hecho, a menudo lo que ahora nos entusiasma luego nos puede parecer grotesco, y
lo que amamos, más tarde podemos detestarlo. Las ambivalencias amor odio son
comunes y nuestras variaciones emocionales también. Hay una fijación
neurótica, eso sí, en nuestro estrecho punto de vista, en los conceptos y las
ideologías. Los conceptos son algo muerto, y con lamentable frecuencia un
puñado de conceptos dividen y separan a los seres humanos.
Si el placer y el dolor
caminan codo con codo, habrá que aprender a manejarse con uno y otro, para que
la ausencia de placer no provoque automáticamente dolor y para no añadir más
sufrimiento
al sufrimiento. ¿De qué
depende? De nuestra actitud, de cómo fluyamos con uno y otro, de nuestra
reactividad. Si como dicen los yoguis pudiéramos situarnos en el centro del
dolor y del placer y ser nosotros mismos :i pesar de uno u otro, no habría
problema, pero es difícil ganar esa energía precisa y clara de ecuanimidad, a
menudo estamos naufragando tanto con el dolor como con el placer. Nos
manejamos mal cuando se presenta el placer; peor cuando se presenta el dolor.
Investiguémoslo.
Los sentidos (y la mente es el
sexto sentido) en contacto con los objetos generan deseo y subsiguiente apego.
Cuando el placer viene no nos basta con disfrutarlo aquí y ahora, con lucidez y
cierta ecuanimidad. Queremos repetirlo, intensificarlo, nos aferramos a él, anhelamos
reasegurarlo e inmortalizarlo. Surge la desatada avidez, la demanda neurótica
de seguridad (cuando ni siquiera es seguro que hoy podamos volver a casa). El
pensamiento —el gran coleccionista compulsivo, el desenfrenado codicioso— entra
en acción y genera más y más aferramiento. Pero si consideramos que todo es
transitorio y efímero, cambiante y variable, ¿adonde conduce ese aferramiento?
Cuando el placer cesa o se pierde, conduce al dolor. Cuando uno lo siente
amenazado, también sobreviene el dolor. Si uno se satura, se hastía o cae en la
rutina; si no logra saturarse, el ego se siente insatisfecho, frustrado y
vapuleado. Ni siquiera el disfrute es disfrute. Nos engancha, nos encadena, nos
hace sus adictos, nos vive y toma en lugar de vivirlo y tomarlo. Es un placer
mecánico que provoca dolor antes o después. Por falta de correcto entendimiento,
queremos que lo transitorio sea permanente, que en el encuentro no esté ya la
simiente de la separación y que lo compuesto no se descomponga. Es la actitud
del niño que acarreamos con nosotros; es el enfoque paranoico de la vida. Pero
se puede disfrutar desde la lucidez y la ecuanimidad, aquí y ahora, sin dejar
que el compulsivo pensamiento anhele proyectar ese placer en el futuro, ni
demande excesiva seguridad, ni se aferré neuróticamente a él. Viene el goce y
gozo. Deviene la sensación agradable y la disfruto, sin avidez, ni codicia, ni
insania mental. Todo es mucho más escueto y sencillo de lo que quiere el
pensamiento codificado con programas de más acumulación, repetición, seguridad.
Es por culpa del pensamiento que al comer el cebo nos tragamos irremisiblemente
el anzuelo. Ese pensamiento ávido ha sembrado la tierra de disputas, guerras,
masacres y dolor sin fin. Hay algo de monstruoso en ese pensamiento egomaníaco,
insatisfecho, incapaz de llenar su propio vacío voraz y sin fondo.
Pero, como decía, nos
manejamos aún peor con el sufrimiento. ¡Cuánto sufrimos por no querer sufrir!
¡Cuánto parcheamos, amortiguamos, enmascaramos, hacemos componendas, nos
resistimos con autoengaños y escapismos! Así el sufrimiento es siempre inútil y
destructivo. El sufrimiento mecánico mina y deforma. Por nuestra equivocada
actitud, nos damos dos golpes por no querer darnos uno, añadimos sufrimiento al
sufrimiento. Queremos descartar el sufrimiento inevitable y generamos más
tensión. Aun al pequeño sufrimiento nuestra mente le añade más sufrimiento,
pues nos resistimos y nos resentimos, se desencadenan las negatividades
mentales, nos lamentamos, nos llenamos de aversión, odio, ira y desesperación.
Como dice el Buda, al primer dardo añadimos un segundo innecesario. Sufrimos
así dos veces en lugar de una, del mismo modo que el que tiene una obsesión y
se obsesiona por no tenerla, suma dos, o el que teme a sus temores y los
prolonga ad infinitum. Así es la mente empañada y enemiga. No fluye, no se
abre, y en su rigidez se quiebra como una rama seca. Pero es posible
conquistar una actitud sabia de ecuanimidad, saber fluir, ser uno mismo ante el
dolor y el placer, el triunfo y la derrota, el encuentro y la pérdida. Y
aunque desde nuestro nivel de conciencia no podamos ni concebirlo, existe una
energía especial en el sufrimiento lúcido y dispone de su inspiración y
mensaje, pudiendo además ser instrumentalizado para desarrollar ecuanimidad, paciencia,
tolerancia, conciencia alerta y limar la autoimportancia y la infatuación. El
sufrimiento puede convertirse en un aliado.
Nuestra mente es un hervidero
de tensiones; tiene sus códigos, sus herencias, sus manías, sus paranoicas
fantasías. Pero la mente es todo. En esa sima sin tiempo, arrastramos las
autodefensas prehumanas y se han ido instalando firmemente muchas trabas, que
luego el pensamiento humano no sólo no refrena, sino que potencia. Pero la
misma mente tiene la capacidad de darse cuenta de su desorden e insania y poner
remedio. Si conserva un gramo de cordura, puede modificarse y mejorarse. De
otro modo, seguirá siempre alimentando sus celos, odios, iras, resentimientos,
complejos de inferioridad superioridad, egocentrismo y oscuridad. Esa
negatividad de la mente castiga el cerebro y daña el cuerpo. Hay que enfrentar
todas esas emociones negativas y reorientarlas, no reprimirlas. Deben
someterse a atenta observación, sondearlas y darles la vuelta. La ira no es más
que ausencia de amor, compasión y paz, como el odio o los celos. Ante todo uno
tiene que verse tal cual es, sin arrogarse cualidades que no se tienen. Hay que
romper los mecanismos ladinos del autoengaño que tratan de mantener a flote
nuestro ego idealizado o imagen narcisista. Hay que entrar en uno mismo con la
observación clara y ver las herencias prehumanas, los códigos, el poder ciego
de la biología, las primitivas reactividades y cómo el pensamiento
descontrolado ha ido potenciando todo ese material. Ocultarse la propia
realidad psíquica genera más angustia y dolor. Pensamientos y emociones
negativos crean surcos de conciencia negativos y dañan el cerebro y alteran
innecesariamente las sustancias orgánicas. Por el contrario, las emociones
positivas son un bálsamo purificador, un tónico reconstituyente, favorecen el
cerebro y el cuerpo, mejoran la relación humana, integran. Mediante la
observación precisa y ecuánime de nosotros mismos vamos refrenando las
reacciones desproporcionadas y negativas y logramos un modo menos mecánico de
pensar, sentir y relacionarnos. Y en la medida en que vamos enfocándonos mejor
y utilizando mejor el entendimiento, la relación con los otros se facilita,
porque ya no lo hacemos desde nuestras fantasías y expectativas infantiles, no
creamos resistencias inútiles, no involucramos nuestros conflictos y
complejos, no hay tanta autoimportancia que se ofende o se resiente por nada,
no hay sentimientos perturbadores de competencia. Nos adaptamos mejor, somos
menos vulnerables, no necesitamos afirmarnos narcisistamente ni alimentar el
feo y acartonado egocentrismo, no anhelamos sentirnos esenciales o superiores;
somos más felices y hacemos más feliz la relación. Hay que ir descubriendo
antedíganos, autodefensas, autoafirmaciones y reacciones egocéntricas que
levantan pesados muros entre nosotros mismos y entre nosotros y los demás. La
atención aplicada en cualquier momento y circunstancia nos ayuda a mirarnos y
sentirnos con imparcialidad tal cual somos. Así nos vamos comprendiendo y
poniendo al descubierto nuestros neuróticos modos y artimañas para apuntalar
la autoimportancia, que nos hace débiles, arrogantes, fatuos y nos dispone
para sentirnos heridos u ofendidos a la primera de cambio. Hay que explorar en
las propias tendencias egocéntricas para irlas neutralizando. Por la
autoimportancia somos tan vulnerables, necesitamos competir y demostrar,
manejamos el complejo de superioridad e inferioridad, somos tímidos, cerrados,
contraídos, egomaníacos y temerosos. No hay progreso interior ni real
maduración sin la superación de esas rígidas estructuras egocéntricas y de
autoafirmación. La observación clara de nosotros mismos nos ayudará a descubrir
nuestras inclinaciones en todos los sentidos.
El control del pensamiento y
de las emociones es el resultado de la represión, el miedo y las autodefensas,
es feo y seco, es una máscara de hierro. Pero el control resultante de la
lucidez mental, de la claridad de los enfoques de la ecuanimidad, es fluido,
abierto, bello. Mediante ese control verdadero y no represivo, logramos
limpiar el pensamiento de avidez, aversión, malevolencia, autoengaños y
mecanicidad y, además, desplazamos las emociones negativas mediante el cultivo
de las positivas. La mala voluntad que anida en el pensamiento humano desde
hace milenios y milenios ha organizado las grandes tragedias de la humanidad.
Mediante la conciencia despierta, uno puede mantenerse en su espacio de
quietud a pesar del placer y el dolor, el agrado y el desagrado, lo favorable o
lo adverso. Se evita así mucha tribulación e innecesaria aflicción. Así va
sobreviniendo esa fecunda tranquilidad interna que proporciona una alegría
natural y no depende de factores externos. Soltando lastre, iremos completando
nuestra evolución interna. Están los lastres heredados de la especie y los lastres
psicológicos. Hay que aprender a soltar. No sólo no ocurre nada, sino que uno
se libera
de cadáveres perniciosos.
Soltarse, aflojarse, plegarse sabiamente como el libro que ni el huracán puede
alterar. No oponerse con tensión, no generar conflicto. Saber utilizar bien los
medios hábiles, adaptarse pero no resignarse, aceptar lo inevitable pero no abdicar,
ser inocente- pero no lerdo, abandonar la vanidad, la soberbia, la falta de
autoestima, el resentimiento. En la medida que maduramos, la comprensión se
esclarece, porque ya no hay tantos impedimentos mentales que la distorsionen.
Al gozar de una comprensión más clara, sabremos mejor hacia dónde ir y cómo
hacerlo, sabremos hallar las ocasiones más idóneas, daremos su justo valor a lo
más esencial en la vida y nos perderemos menos en bobos apegos, mezquindades y
necias preocupaciones. Al proporcionarle a cada momento su valor específico,
habrá menos impaciencia; al comprendernos y comprender mejor a los otros, habrá
más tolerancia, menos manipulación, menos egotismo. Tenemos que afirmar la
inteligencia primordial para seleccionar y poner en marcha los factores de
crecimiento interior y neutralizar y evitar los de regresión. Habrá que
descubrir las conductas negativas aprendidas y cambiarlas. Desde la propia
aceptación, con amor por la propia energía de crecimiento pero sin el mal
entendido amor propio narcisista, sin triunfalismos espirituales pero con un
sentimiento de certidumbre en la Enseñanza, debemos comenzar a mudarnos y mejorar.
Hay que proponérselo y además poner los medios para ello. Hay que sondearse y
poner al descubierto los prejuicios, preconcepciones, adoctrinamientos
encadenantes, evaluaciones egocéntricas, temores infundados, afanes de
competencia y manipulación, instintos de agresividad y todos los autoengaños
que nos hacen pensar que somos amorosos, sinceros, tolerantes, comprensivos,
honestos, compasivos y dadivosos, cuando por lo general somos lo contrario y
nos complacemos en ser ventajistas aun en las relaciones más genuinas. Hay que
librarse lo antes posible de las perversiones polimorfas del ego infantil.
También hay que vigilar la propia manera de conducirse con los demás, el
comportamiento, las intenciones más secretas, la tendencia a criticar y
censurar, los embustes y los sutiles juegos impositivos o manipulatorios, los
reproches y exigencias, las ambivalencias y contradicciones. Hay que ordenarse
interiormente y con los demás, dar la batalla a las tendencias neuróticas. Es
un aprendizaje lento, pero fecundo. Hay que superar el inconsciente vértigo a
la libertad interior, el miedo a la autorrealización. Si estamos atentos y
perceptivos, descubrimos muchas cosas, pero además el permanecer atentos ya es
en sí mismo un modo de superar la neurosis. Nos daremos cuenta de los factores
que nos producen ansiedad: afán de superioridad, obsesión por los resultados,
mantener el prestigio y la imagen idealizada a cualquier costa, temor a ser desconsiderados
o desprestigiados o censurados por los otros, anhelo de elogios, y tantos otros
que impiden la verdadera salud mental. Sólo habrá salud mental real cuando haya
armonía. Sólo cuando haya armonía aprenderemos a relacionarnos genuinamente y
empezaremos a poner los medios para que los demás sean felices.
Si fracasas en la relación humana,
has fracasado en tu vida, dicen los yoguis. La sabiduría de la mente no tiene
valor sin la sabiduría del corazón y es como una larga hilera de ceros sin una
cifra que los preceda. Hay un arte que supera a todos: el arte del amor
consciente.
El amor consciente se ejercita
conscientemente y está en las antípodas del amor egocéntrico, narcisista,
egoísta y que antepone la propia gratificación. Es un amor que hay que irlo
purificando de exigencias y reproches, expectativas infantiles, afán de
posesividad, celos, inclinaciones de manipulación, ataduras y suspicacias. Es
un amor desde la libertad, que requiere un esfuerzo de atención y sensibilidad,
que pone los medios para que la otra u otras personas sean felices aun a riesgo
de perderlas, que facilita su crecimiento y evolución y proporciona libertad y
confianza, siempre renovado, sin esquemas ni rutinas, tomando nota de las
necesidades ajenas, procurando consideración en lugar de reclamarla, sabiendo
soltar cuando así es necesario, en apertura y disponibilidad. Pero sólo en la
medida en que uno evoluciona conscientemente está en disposición de poder dar
un amor así, que termina convirtiéndose en una actitud, en una especie de
aroma que se exhala. Entonces se relaciona uno con madurez y no desde las fantasías
narcisistas, ni empeñado en que nos cubran todas las expectativas, uno aprende
a aceptar y aceptarse, uno disfruta de cómo le quieren en lugar de imponer cómo
querría que le quisieran. Sólo en la medida en que vamos superando carencias y
podemos amar desde la independencia interior, es posible el amor consciente y
la relación genuina. De otro modo la relación está carente de verdadera
comunicación y se convierte en un juego de egos o imágenes, siempre paralelas
que no se hallan. El amor consciente tiene el marchamo de la seguridad. Puede
variar el tipo de relación, pero el amor permanece. No es un compromiso
externo, sino voluntario e intenso; es un amor que puede experimentarse hacia
cualquier criatura y se va haciendo cada vez más expansivo, fluido,
compartido. La indulgencia y la benevolencia lo acompañan. Como dijo un yogui:
«Porque soy débil, comprendo tu debilidad». Es un amor de cooperación,
disponibilidad, lealtad. Un amor así no viene dado para cubrir huecos de
soledad, no crea dependencias mórbidas ni alimenta carencias, no permite los
celos ni las intransigencias, no sabe de servidumbres ni manipulaciones y menos
de sutiles tendencias sadomasoquistas. Es un amor para el crecimiento y la
plenitud.
Como me decía no mucho antes
de morir el venerable Narada Thera, abad de un monasterio cingalés: de la
verdadera inteligencia clara resulta el auténtico amor. Cuando un ser humano se
realiza y brota toda su inteligencia primordial, descubre que estamos en el
camino para ayudarnos y que la ley suprema es la del amor y la compasión. Pero
como habitamos en el egocentrismo, las suspicacias y sospechas, las
autodefensas y la avidez más compulsiva, no tenemos ni la menor idea del
verdadero sentimiento del amor.
La auténtica salud mental
total se gana. La mente que ahora tenemos es una mente tocada por la
perturbación. No es exagerado decir que es una mente enferma, si entendemos por
enfermedad ausencia de equilibrio, armonía y bienestar. Y una mente enferma y
confusa crea enfermedad y confusión. La suma de mentes enfermas y confusas
hacen una sociedad enferma y confusa. Las neuróticas mentes de los padres
hacen mentes neuróticas en sus hijos. Así la mente sigue siendo una fábrica de
dolor.
La mente puede cambiar. La
mente puede modificarse. La mente puede experimentar una mutación
irreversible. Como indicaba el Buda: hay sufrimiento o insatisfacción y tiene
una causa y se le puede poner fin y hay una vía para ponerle término. El
sufrimiento está en la tracción de la vida, pero también en la mente. Podemos
eliminar el sufrimiento de la mente, ese que viene dado por los enfoques
incorrectos, la avidez y la aversión, la ofuscación, la malevolencia y la
confusión. Tenemos que tomar conciencia de que estamos autoengañados,
descubrir nuestros autoengaños y poner las condiciones para superarlos. La
mente es como un músculo que puede desarrollarse; el cerebro también. En la
mente se puede cambiar la conducta, el comportamiento y la relación. Ésa es la
conquista de uno mismo, y no resignarse de por vida a la propia estupidez.
Volviendo al Buda, declaraba: «Más importante que conquistar a mil guerreros en
mil batallas diferentes es la conquista de uno mismo». El que la emprende,
desde la propia aceptación y la mansedumbre, es lo que ha dado en llamarse un guerrero
espiritual (sobre el que damos en el Apéndice una serie de sugerentes
aforismos). Se puede seguir una disciplina adoptada libremente y a la luz del
correcto entendimiento y avanzar en la evolución interior. Aunque sólo algunos
han alcanzado la cima de la conciencia, todos podemos irnos aproximando a ella,
cada uno según sus capacidades. El proceso ya es la meta. Pero sin un firme
trabajo sobre nosotros mismos el cambio interior se torna un mero concepto, o
en el mejor de los casos un propósito que no se traduce en la práctica. El
trabajo interior es una larga exploración y una difícil alquimia, pero en
cuanto comencemos a percibir la fragancia de la libertad interior y a
sospechar la brillantez hermosa de la mente recobrada, acopiaremos nuevas energías
para no dejar nunca de perseverar en esa evolución consciente que se convierte
en la más bella inspiración de la vida.
7
RELAJACIÓN PROFUNDA Y
AUTOINMERSIÓN
Aquietar la mente no es fácil.
Todo el que lo intente comprobará en seguida cuan difícil resulta, porque la
mente ha entrado en una dinámica de agitación y compulsividad. Es por esta
razón que en Oriente han surgido tantas técnicas y métodos de aquietamiento
mental, tantos procedimientos para poder ir induciendo a la mente a un estado
de remansamiento y quietud. Han florecido métodos que inciden sobre el sistema
nervioso para pacificar la mente, y otros sobre la mente de modo directo. Los
seres humanos con inquietudes místicas, buscadores de la mente original, en su
empeño por recobrar esa mente silente e iluminadora, han ensayado infinidad de
métodos para conducir la mente a un estado supraconsciente o, cuando menos,
capaz de facilitar una percepción diferente a la ordinaria. Se trata así de
provocar estados alterados de la conciencia y, más aún, estados muy superiores
de la conciencia. Para ello se han ensayado, entre otros métodos:
— La danza que produce trance
y éxtasis.
— Movimientos corporales
especiales para inducir la mente a otros estados.
— Rituales y ceremonias para
conectar la mente con otras realidades.
— Determinados cánticos y
músicas.
— Posiciones corporales
estáticas (asanas) acompañadas de una adecuada respiración y concentración.
— Técnicas de control
respiratorio.
— Técnicas de relajación
profunda y autoinmersión.
— La erótica mística.
— El japa o recitación de
fonemas místico esotéricos (mantras).
— La meditación en sus muy
variadas formas.
En mi obra Ante la ansiedad he
hecho una detallada descripción de las principales posiciones corporales
estáticas, las técnicas respiratorias y varios métodos orientales y
occidentales de relajación profunda. En esta obra mostraré la relajación
profunda como método para recobrar la mente pura, y describiré una técnica de
autoinmersión utilizada por los yoguis desde tiempos inmemoriales para viajar
al otro lado de la mente.
La relajación profunda
Se puede llegar a la mente a
través del cuerpo. Mediante la detención del organismo y su completa
relajación se va disponiendo la quietud de la mente y la supresión de las
modificaciones mentales. Además de todos los numerosos efectos fisiológicos,
psicológicos y mentales que se desprenden de la relajación y los cuales ya
abordamos minuciosamente en Ante la ansiedad, la práctica de la relajación es
un medio muy eficaz para ir silenciando la mente y estableciéndonos en la raíz
o fuente del pensamiento, desarrollando así una mente quieta y silente. A mayor
relajación neuromuscular, más fácil detener los torbellinos psicomentales y
hallar el ángulo de quietud total.
Los yoguis fueron los primeros
en utilizar la práctica de la relajación consciente. Todos los métodos
posteriores, incluidos por supuesto los occidentales, se inspiran en la
relajación yóguica.
Mediante la relajación
consciente vamos aflojando lúcida y conscientemente todas las zonas del cuerpo;
vamos progresivamente descontrayendo y relajando. Para ello hay que ir afinando
la captación de cada área del cuerpo e insistir en relajarla. En la medida en
que uno se entrena, se consigue una relajación cada vez más profunda y no sólo
a nivel periférico o superficial. La relajación tiende así un puente entre el
cuerpo y la mente, sincroniza la unidad psicosomática y desarrolla la
concentración en grado sumo mediante la percepción de sensaciones. Se pueden
obtener grados muy profundos de relajación, y a través de la relajación
corporal se va logrando una total unificación de la conciencia y estados de
notable absorción mental. En Occidente se ha utilizado la relajación para
evitar las tensiones neuromusculares y con fines más o menos terapéuticos,
pero en la India los yoguis la han venido utilizando como método de
interiorización y aquietamiento del órgano psicomental, pudiendo así desalojar
la mente de toda idea y mantenerla en un estado de máxima quietud.
Mostramos los preliminares,
los requisitos y el método:
·
Elija una
habitación tranquila, evitando ser molestado, con una luz tenue.
·
Disponga de
una superficie que no resulte ni demasiado blanda ni demasiado dura, pudiendo
ser: una alfombra, una moqueta o una manta doblada en cuatro.
·
Cuide de que
la temperatura de la habitación sea tibia o arrópese para no sentir frío.
·
Use prendas
cómodas y holgadas.
·
Practique
mejor con el estómago vacío.
·
Extiéndase
en la superficie seleccionada sobre la espalda.
·
Coloque la
cabeza en el punto de mayor comodidad, los brazos a ambos lados del cuerpo,
las piernas ligeramente separadas, los párpados cerrados.
·
Practique
una respiración pausada y uniforme, por la nariz. Si espontáneamente le es
fácil hacer una respiración abdominal, adóptela.
·
Dirija la
atención mental a los pies y las piernas; sienta estas zonas y relájelas tanto
como pueda. Afloje todos los músculos de los pies y de las piernas.
·
Sitúe la
mente en el estómago y en el pecho. Vaya aflojando toda la musculatura del
estómago y del pecho, más y más, profundamente, profundamente.
·
Tome lúcida
conciencia de la espalda, los brazos y los hombros. Relaje todos los músculos
de estas zonas; siéntalos flojos, sueltos, muy relajados, más y más relajados.
·
Fije la
atención en el cuello e insista en aflojarlo más y más, más y más.
·
Ahora vaya
revisando atentamente las distintas partes de la cara. Sienta la mandíbula y
suéltela; afloje las mejillas, los párpados y los músculos de la frente. Relaje
más y más todos los músculos de la cara.
·
Una vez
concluido este recorrido de abajo arriba, relajando progresivamente las
diferentes zonas del cuerpo, proceda a la inversa. Relaje más y más toda la
musculatura de la cara, el cuello, los brazos y la espalda, el pecho y el
estómago, las piernas y los pies. Sienta y afloje; sienta y afloje, más y más,
profundamente.
·
Si es
necesario, siga recorriendo el cuerpo hasta que lo sienta más y más relajado.
Se puede invertir por sesión de veinte minutos a una hora. Día a día irá
logrando percibir mejor el cuerpo e irlo relajando en total profundidad. Es
sólo cuestión de adiestramiento.
·
Tras haber
hecho dos o más recorridos sintiendo y aflojando las distintas partes del
cuerpo, compruebe qué zona o zonas permanecen todavía en tensión, sitúe en
ellas la mente e insista en sentir y aflojar, sentir y aflojar más y más. Siga
profundizando. Cuando adquiera práctica, no será ya necesario hacer varios
recorridos, ni siquiera uno. Podrá relajar simultáneamente todo el cuerpo en
poco tiempo y luego seguir profundizando para alcanzar niveles más hondos.
·
Sienta la
respiración y el vientre. Déjese llevar por la respiración y aproveche cada
exhalación para soltarse más y más, más y más. Al ir soltando el aire, siéntase
flojo, suelto, distendido.
Con el cuerpo totalmente
relajado, puede proceder con la mente del siguiente modo para evitar
divagaciones mentales que vuelvan a tensarle:
• Concentrando la mente en el
abdomen.
• Aplicando el ejercicio de la
noche mental.
• Concentrando la mente en la
sensación táctil de la respiración en la nariz.
• Dejando la mente en la total
sensación de relajación profunda.
• Aplicando una de las
visualizaciones que se recogen en el apartado de técnicas de visualización.
• Cuando vaya a abandonar la
práctica de la relajación, formúlese tal propósito, respire varias veces en
profundidad y comience a mover lentamente las diferentes partes del cuerpo,
evitando incorporarse abruptamente.
Durante la relajación profunda
pueden presentarse diferentes fenómenos, vivencias o síntomas que en absoluto
deben alarmarle. Entre otros:
— Sensación de peso, de calor
o de frío.
— Hormigueo, cosquilleo.
-- Pérdida de la noción del
tiempo o del espacio.
— Pérdida de la noción del
propio cuerpo o de una parte del mismo.
— Sensación de precipitación.
— Sensación de desdoblamiento
o desplazamiento.
Autoinmersión
La autoinmersión es como un
viaje a lo más profundo de uno mismo. Se puede realizar partiendo de la
relajación profunda, en la postura de decúbito supino, o en actitud de
meditación, pero para aquel que no tiene mucha práctica es más sencilla la
primera forma. La interiorización plena o autoinmersión consiste en irse retirando
por completo de los órganos sensoriales, silenciar todas las actividades
psicofísicas y enfocarse hacia lo más profundo en uno mismo. Es como ir bajando
o descendiendo más y más hasta lo más abismal en uno mismo, con ese sentimiento
de internamiento por un lado y alejamiento del exterior, el propio cuerpo y el
espacio mental por otro, dejando atrás todo ello. La conciencia, pues, se
enfoca hacia adentro, se retrotrae, y permanece unificada hacia su propia
fuente. Cuando esta técnica se domina desprende los siguientes efectos:
— Tranquiliza
extraordinariamente el cuerpo en minutos, evitando crispaciones y tensiones y
logrando una profundísima y total relajación neuromuscular.
— Sincroniza la unidad
psicosomática.
— Suprime las ideaciones en la
mente.
— Nos conecta con nuestro
ángulo de quietud más íntimo.
Para llevar a cabo la
autoinmersión o interiorización total, efectúe primero la relajación profunda,
como se la hemos explicado en el apartado anterior. Después de haber relajado
el cuerpo, proceda de la siguiente manera:
— Sitúe un tiempo la mente en
cada uno de los pies y afloje más y más, penetrando.
— Coloque la mente en cada una
de las piernas un tiempo y sienta en profundidad, penetre, para soltar y
soltar.
— Sitúe la mente en el vientre
y en el estómago y penetre con la conciencia, aflojando profundamente.
• Coloque la atención en el
pecho, profundice tanto como pueda y relaje en la mayor profundidad posible.
• Deposite la atención en una
y otra mano sucesivamente, sienta en profundidad, penetre y afloje.
• Proceda de igual modo con
uno y otro brazo y con uno y otro hombro.
• Sitúe el foco de la
conciencia en la espalda y penetrando afloje.
• Sienta el cuello, profundice
y relaje, relaje.
• Vaya colocando la mente en
cada zona de la cara, sintiendo en profundidad, penetrando y aflojando.
Hasta aquí ha intensificado al
máximo la relajación corporal, que es una base importante para la
interiorización, sobre todo cuando no se dispone de la práctica necesaria.
Ahora mire hacia adentro, vuelva la conciencia hacia lo interno y cultive un
sentimiento como de caída, descenso o precipitación en usted mismo, alejándose
más y más del mundo circundante, del cuerpo y de los pensamientos. Siéntase
caer y caer, bajar, proyectarse hacia lo más nuclear en usted mismo, hacia lo
más hondo, como si se deslizase por un pasadizo o túnel hacia lo más abismal en
usted mismo. Este sentimiento de descenso en uno mismo habrá que cultivarlo en
sesiones repetidas, para irlo intensificando e ir logrando esta bajada cada
vez más pronunciada en uno mismo y el alejamiento de todas las actividades
psicofísicas y del mundo exterior. Paulatinamente uno va aprendiendo a
interiorizarse más y más y a quedar absorto en lo más profundo de uno mismo. Si
se necesita, puede recurrirse a una imagen de caída, como si uno fuera una hoja
que fuera cayendo en uno mismo o un guijarro que fuera deslizándose por las
aguas de un estanque hacia el fondo o una imagen similar de auto-penetración.
Ese sentimiento de caída en uno mismo, con la conciencia enfocada hacia lo
interno, se va propiciando para lograr una desconexión de todo lo exterior y
permanecer en la profundidad de uno mismo, estimulando un sentimiento de
bienestar, calma imperturbable y quietud inamovible.
El practicante puede
permanecer unos minutos, media hora o más en ese estado de profunda, plácida y
reconfortante interiorización, la mente silente, recogido, absorto en su
propia naturaleza de ser.
Para abandonar la práctica,
uno se formula: «Voy a abandonar la interiorización», se hace el propósito y
empieza a efectuar respiraciones profundas, seguidas de lentos movimientos de
las diferentes zonas del cuerpo, hasta volver a la mente de superficie e incorporarse
sin prisas.
Cuando uno se ha entrenado lo
suficiente en la interiorización, ésta es posible en postura de meditación. Se
retrotrae la conciencia, se desconecta uno de las actividades sensoriales y va
depositándose en lo más profundo de sí mismo, cultivando un estado de calma
profunda y total.
8
LA MEDITACIÓN
Las primeras técnicas de
autorrealización del mundo surgieron en Oriente y, dentro de Oriente, en la
India. Tienen una antigüedad de cinco o seis mil años. Cuando los buscadores de
lo Inefable se dieron cuenta de que la mente se encuentra en un estado de
semi-desarrollo y la conciencia en una condición crepuscular, comenzaron a
explorar, ensayar y concebir métodos de autodesarrollo. Como la mente se halla
en un estado de dispersión, se ejercitaron en las técnicas de concentración y
unificación de la conciencia; como la mente está empañada, aplicaron métodos de
esclarecimiento mental y desencadenamiento de una visión pura; como el subconsciente
es un obstáculo en el progreso interno, pusieron en práctica técnicas para
drenar el subconsciente, purificarlo y reacondicionarlo positivamente. En el
transcurso de los siglos fueron ensayándose toda clase de métodos para
completar la evolución de la mente, recobrar su naturaleza pura y lograr que el
órgano psico-mental sea fábrica de bienestar y no de dolor. Estos métodos de
autodesarrollo se han perpetuado durante milenios y se han ido transmitiendo,
desde la noche de los tiempos, de maestro a discípulo. Muchos de ellos han
sido incorporados a los sistemas religiosos o metafísicos. Han demostrado su
validez y fiabilidad y todos
ellos han sido experimentados
y verificados directa y personalmente. Este carácter pragmático y experiencial
los hace tan válidos y aplicables hoy en día como hace seis mil años. A este
cuerpo o conjunto de numerosas técnicas de autodesarrollo se le da el nombre
genérico de «meditación», que quizá no sea un término ni mucho menos
afortunado, pues induce a error cuando se le da una connotación de reflexión o
análisis, pero que es de uso general desde hace décadas. Con este término se
incluyen todas las técnicas de concentración, unificación de la conciencia,
absorción, perceptividad, mantras y visualización.
La meditación representa un
ejercitamiento de la mente para superar sus habituales estructuras, una
«gimnasia» mental muy especial para reestructurar la psiquis a un nivel mucho
más alto, un adiestramiento preciso y elaborado para:
— Aprender a manejarse con la
propia mente y los pensamientos.
— Ordenar la mente.
— Resolver los conflictos del
subconsciente y agotar la energía de los impulsos negativos.
— Neutralizar o descodificar
los códigos nocivos.
— Superar los hábitos
coagulados de la mente y lo filtros socioculturales.
— Aprender a suprimir o
atenuar las modificaciones mentales y tranquilizar la mente, proporcionándole
salud real y bienestar.
— Desarrollar la capacidad de
percibir y esclarecer la visión.
— Proporcionar sabiduría
existencial y liberadora.
La meditación es el banco de
pruebas para mejorarse interiormente, la práctica para realizar el crecimiento
interior. Se trabaja sobre la mente y, en la medida en que ésta se purifica,
también se mejora la emoción y la relación. La mente se vuelve el laboratorio
sobre el que se experimenta, explora y se ponen los medios y condiciones para
integrarse. Con la meditación se van creando especiales estados de conciencia
que reportan conocimientos internos
para completar la evolución
mental y psíquica. La meditación libera la mente de negatividades, trabas,
impedimentos y enfoques incorrectos; potencia y esclarece las potencias
mentales; cultiva la atención y perfecciona el discernimiento. Se aprende a
meditar, meditando. Hay que observar estrictamente unos requisitos. Cuanto más
rigurosamente se observen, más provechoso será el adiestramiento psicomental.
La meditación debe trabajar siempre en base a:
— La atención pura.
— La ecuanimidad.
La atención pura consiste en
darse cuenta, en lo posible sin ideaciones, sin juzgar ni analizar, sin
interpretaciones ni conceptos. Cada vez que la mente se aleje del objeto de
meditación, en cuanto el practicante se dé cuenta de ello, debe retrotraer la
mente al soporte meditacional. Hay que estar muy atento para así darse cuenta
de las inatenciones. En tal caso hasta las divagaciones se tornan instrumento
meditacional y toda meditación es buena.
La ecuanimidad, durante la
práctica meditacional, consiste en evitar las reacciones, mantener la firmeza
de mente y la igualdad de ánimo, no desfallecer y permanecer calmo y sereno.
Hay que aplicar la ecuanimidad incluso a la falta de ecuanimidad.
Selecciones una estancia
tranquila y no excesivamente iluminada para llevar a cabo la práctica
meditacional. En lo posible, que no sea uno perturbado durante la práctica.
Sírvase de un cojín del grosor que le sea más confortable, y no dude en
utilizar más de un cojín si es necesario. Siéntese sobre el cojín con las
piernas cruzadas, la columna vertebral erguida y evitando que la cabeza se
desplace hacia adelante, atrás o los lados, en línea recta con la espina
dorsal. Si tiene dificultades con las articulaciones de las piernas, siéntese
sobre una silla o taburete, pero manteniendo la columna vertebral y la cabeza
erguidas. LA MEDITACIÓN COMIENZA CON EL CUERPO. Estabilice la postura; aflójese
tanto como pueda, pero sin perder la posición correcta de columna vertebral y
cabeza. Regule la respiración por la nariz. Seleccione la técnica de
meditación y proceda con ella durante el tiempo prefijado: treinta minutos o
más; mínimo: veinte minutos. Puede hacer una o dos sesiones diarias, según el
tiempo o condiciones de que disponga. Es especialmente importante cultivar:
— La motivación, porque cuanto
mayor sea la motivación de estar mejor, libertad interior y óptima relación con
los demás, será más fácil asumir la práctica meditacional.
— La asiduidad, porque la
mente se habitúa a meditar y la meditación se convierte en algo natural y
espontáneo, facilitándose el proceso y el entrenamiento.
— El esfuerzo, que debe ser
durante la meditación un esfuerzo mantenido, pero no excesivo. Hay que evitar
la indolencia o la dejadez y comprender que la meditación exige cierto esfuerzo
personal que se asume libremente.
— La comprensión o
entendimiento de por qué se medita y de qué modo opera la meditación, porque
así renacerá constantemente la confianza en el entrenamiento meditacional.
El practicante debe escoger el
horario que prefiera para la meditación. Muchas personas prefieren meditar por
la mañana al levantarse, otras al atardecer o por la noche, y otras a
mediodía. Quien lo prefiera puede fijarse un horario; lo realmente importante
es meditar si es posible todos los días, aunque sea veinte minutos o media
hora. Cada practicante irá encontrando qué técnicas son las que mejor se
avienen con su naturaleza y las pondrá más asiduamente en práctica o las
convertirá en sus técnicas meditacionales fijas. De cualquier modo, el autor de
esta obra está dispuesto a contestar a todos aquellos lectores que le escriban
para pedirle instrucción al respecto.
Durante la meditación pueden
presentarse diversos obstáculos, entre otros:
— Estados de ánimo negativos,
como ira, irritabilidad, recuerdos dolorosos, tristeza y otros. Cuando
sobrevengan, se toma conciencia de ellos, pero automáticamente uno focaliza la
mente sobre el objeto meditacional y aplica la ecuanimidad. Se sigue con el
ejercicio, y los estados negativos quedarán de fondo o pasarán. No ceder a
ellos; sirven para probar e incrementar la energía de la ecuanimidad.
— Ansiedad o agitación,
desasosiego. Aplicar la ecuanimidad y seguir con la práctica meditacional. Ya
pasarán. Téngase en cuenta que todo lo que se presenta durante la meditación
es porque está dentro de uno mismo.
— Sopor o sueño. Éste es el
enemigo real de la meditación; el único ciertamente, porque los otros se
instrumentalizan y cambian de signo. Si se presenta el sopor, es necesario
hacer los ejercicios con los ojos abiertos o darse un paseo de unos minutos, o
recurrir a la meditación ambulante o dejar la meditación para más tarde si el
sueño se hace insuperable.
— Sentimiento de soledad.
Aplicar la ecuanimidad y seguir meditando.
— Dolores físicos. Resistirlos
hasta cierto grado, aplicando la ecuanimidad y siguiendo la meditación. Están
en la mente más que en el cuerpo. Si es necesario, se cambia de posición, pero
siempre que sea posible hay que mantener la mayor inmovilidad que se pueda.
Los complementos ideales de la
meditación o estímulos que la favorecen son los siguientes:
— La alimentación pura,
nutritiva y variada.
— La práctica del hatha-yoga.
— El sueño profundo y
reparador.
— Las lecturas y compañías
motivantes.
Para muchas personas, sobre
todo principiantes, resulta más fácil meditar en grupo. Pueden reunirse varias
personas a meditar con los mismos intereses espirituales. Quizás así sea mucho
más fácil al
principio tener más energía,
evitar la pereza y la dejadez y asumir un compromiso con los otros que
favorezca el propio.
Durante la meditación pueden
presentarse, a veces, distintos síntomas o fenómenos como:
— Pérdida de la noción del
tiempo.
— Pérdida de la noción del
espacio.
— Sensaciones físicas
curiosas: hormigueo, deformación de miembros, frió o calor intensos y otras.
— Voces, luces y similares.
El practicante no debe en
absoluto perseguir ni rechazar tales fenómenos. Se aplica la ecuanimidad y se
sigue con la práctica meditacional. No se presta atención especial a tales
síntomas. Toda la atención debe dedicarse al soporte meditacional. Por
supuesto, tales fenómenos no deben en absoluto despertar temor en el practicante,
pues pueden presentarse por la abstracción de la mente o la profunda relajación
neuromuscular.
Las técnicas meditacionales
son numerosísimas. A modo de conveniencia y claridad, las hemos agrupado del
siguiente modo:
— Técnicas de unificación de
la conciencia y concentración.
— Técnicas de meditación sobre
la respiración.
— Técnicas de observación y
receptividad.
— Técnicas de silencio
interior y ensimismamiento.
— Técnicas de meditación
analítica.
— Técnicas de meditación con
mantras.
— Técnicas de visualización.
9
EL ALCANCE DE LA MEDITACIÓN
Aunque el propósito firme de
transformación y mejoramiento es importante, no basta; aunque el anhelo de
cambio interior y acrecentamiento de la conciencia es un primer paso, no es
suficiente. Es necesario un ejercitamiento, un método, lo que los maestros indios
llaman un sadhana o entrenamiento interior. Es necesario poner unas
condiciones para la mutación de la mente, generar unas actitudes que hagan
posible el cambio interior, adiestrar un comportamiento mental diferente y que
posibilite una perceptividad distinta. Ese ejercitamiento es la meditación, que
apunta de modo directo al órgano psicomental y que comporta una especialísima
gimnasia para ir desarrollando y subyugando las potencias de la mente, esclareciendo
su contenido, purificando su discernimiento y haciendo posible una visión
liberadora.
La meditación tiene una
antigüedad de seis mil años y es básicamente una técnica de interiorización
para abrir la mente a otras realidades y recuperar la armonía interior. El
alcance de la meditación es extraordinario. No sólo afecta positiva y
saludablemente a la mente, sino también a las energías, al cuerpo y al
comportamiento. Ha sido utilizada por todos los sistemas de autorrealización
como la práctica más fiable y segura, capaz de producir profundas
modificaciones en la psiquis. Está a! alcance de cualquier persona y, desde
luego, es el método de preferencia para recobrar la mente sana. La meditación
ejercitada seria y asiduamente hace posible:
— La modificación de la
actitud mental.
— La supresión de las
modificaciones mentales y el acercamiento al ángulo de quietud.
— La captación de otras
realidades.
— El cultivo armónico y
gradual de la atención.
— La purificación del
contenido mental.
— El alertamiento de la
perceptividad.
— El establecimiento en la
firme ecuanimidad.
— La sincronización del cuerpo
y de la mente y el equilibrio psicosomático.
— El debilitamiento del ego.
— El desencadenamiento de la
visión pura.
— El acoplamiento con la
realidad momentánea.
— El libre flujo de energías.
— La relajación profunda del
cuerpo, su bienestar y armonía.
Investigaremos a continuación
sobre estos diversos logros que hace posible la perseverante práctica
meditacional.
La modificación de la actitud
mental
La meditación nos enfrenta y
confronta con nosotros mismos. Nadie puede meditar por otro. Aunque meditemos
en grupo, es nuestra meditación y estamos con nuestro cuerpo y nuestra mente.
Tenemos que aprender a manejarnos con los pensamientos neuróticos, las emociones
y estados de ánimo que se manifiestan, nuestras distracciones y los obstáculos
diversos que se van presentando a lo largo de la sesión de meditación. Es un
trabajo muy personal. Se aprende a meditar, meditando. Muktananda decía: «La
meditación te enseña a meditar». Es como una carga de dinamita en profundidad.
Impone unas actitudes que van modificando las actitudes mentales habituales. Se
trabaja a la luz de la conciencia, de la ecuanimidad, de la captación del
momento. La habitual actitud de la mente se caracteriza por la compulsividad,
el rebote entre la avidez y la el descontrol de las ideas, el caos y la
superficialidad. Todo ello debe ir modificándose mediante una seria práctica
meditacional, donde deben estar presentes:
— La perseverancia.
— La atención pura.
— La ecuanimidad.
— La perceptividad plena.
— El esfuerzo.
No se cede a las tensiones,
caprichos, divagaciones y acrobacias de la mente. Se va persuadiendo a la mente
para que sea más atenta, más ecuánime, más dócil, mejor aliada, más perceptiva,
más pura, más armónica y equilibrada. La meditación es una vía de
transformación interior. Debe modificarse toda actitud mental mecánica y
perjudicial.
El cambio de actitud mental
durante la práctica meditacional dejará sus frutos para la vida cotidiana. Esa
modificación es como una fragancia que luego permanecerá en la vida diaria,
donde nos será más fácil mantener una mente perceptiva, menos reactiva y más
ecuánime, estable y sana.
La supresión de las
modificaciones mentales y el acercamiento al ángulo de quietud
En la medida en que nos
identificamos mecánicamente con nuestras modificaciones mentales, estamos
sometiéndonos a esclavitud y distanciándonos de la quietud mental y de nuestra
propia naturaleza. Existen numerosas técnicas de meditación para suprimir o al
menos atenuar las modificaciones de la mente y poder recuperar el propio ángulo
de quietud. Así se van perdiendo las condiciones para remansarse, aquietarse,
entrar en lo más profundo y disfrutar de una calma profunda que beneficia la mente,
las energías y el cuerpo.
La captación de otras
realidades
Víctima de toda su masa
impresionante de acumulaciones y condicionamientos, la mente ordinaria se
estrella contra la superficie de los hechos y se pierde en las apariencias. Al
estar insatisfecha, ofuscada y sometida al pensamiento mecánico, lo ideacional
toma el lugar de lo real, la interpretación falsea lo existencial, el discernimiento
opera distorsionadamente y la mente no está capacitada para captar realidades
supramentales. Pero la meditación afirma de tal modo las potencias de la mente
que es posible hallar el ojo de buey a otras realidades supralógicas y
reveladoras. Se producen así «golpes de luz» o supraconscientes vislumbres que
le dan un significado más pleno a la vida y favorecen la plenitud interior.
El cultivo armónico y
gradual de la atención
No hay meditación sin
atención. La meditación exige darse cuenta, atender, estar alerta. Al principio
la atención se fatiga, se pierde, escapa. Mediante el entrenamiento
meditacional la atención se va robusteciendo, intensificando, poniéndose bajo
el control de la voluntad. La meditación:
— Purifica la atención.
— La desarrolla, intensifica y
hace más penetrante.
— La pone bajo control.
El desarrollo de la atención
mental total pura y consciente es de gran beneficio tanto para la vida interior
como para la exterior. Favorece la integración, permite el desenvolvimiento de
un entendimiento más lúcido, desencadena la clara comprensión transformadora.
La purificación del
contenido mental
Mediante la asidua práctica
meditacional y manteniendo la actitud adecuada, se quiebra el circuito cerrado
y repetitivo de reactividades perjudiciales; se agota la energía nociva de los
impulsos; se refrenan los hábitos negativos y se modifican las inclinaciones
poco provechosas. La atención y la ecuanimidad se encargan de ir liberando la
mente de trabas, impedimentos, nudos, obstáculos, puntos de vista erróneos,
enfoques equivocados y venenos de todo tipo. Esta higienización mental, que
alcanza a las profundidades subconscientes, propicia:
— La paz interior.
— La visión correcta.
— El equilibrio psíquico.
— El comportamiento armónico.
— La relación genuina.
— El incremento de la
compasión.
— La prevención de trastornos
psicosomáticos.
— La comprensión clara y la
energía de precisión y cordura de la ecuanimidad.
El alertamiento de la
perceptividad
La percepción es una facultad
poderosísima y vital. Porque estamos en el charloteo de la mente, las memorias,
las expectativas de futuro, las preocupaciones y obsesiones, nuestra capacidad
de percepción está muy mermada. Los sentidos permanecen embotados; la
captación sucede a posteriori muchas veces y no es plena, desnuda, total. Pero
mediante el entrenamiento meditacional se va desarrollando en grado sumo la
perceptividad, resultando más penetrativa, justa, precisa. Le proporciona así
un nuevo color y brillo a la existencia, le concede su propio paso específico
a cada momento, previene contra las resistencias a la realidad momentánea.
El establecimiento en la
firme ecuanimidad
Los dos factores básicos que
deben intervenir en la meditación son: la atención y la ecuanimidad. La
atención es el darse cuenta aquí-ahora, y la ecuanimidad es la firmeza y
equilibrio de la mente, la igualdad de ánimo, la estabilidad psicomental, la
arreactividad que hay que cultivar durante la meditación, evitando aferrarse,
resentirse, mostrar simpatía o antipatía, implicarse o ser parcial. La ecuanimidad
durante la meditación representa la base del mirar atento e inafectado. En la
medida en que uno se establece en la ecuanimidad durante la meditación, luego
es posible ser más ecuánime y equilibrado en la vida diaria, no reaccionando
desproporcionadamente, sabiendo mantener el ánimo firme y estable ante todo
tipo de situaciones, circunstancias y acontecimientos, sin dejarse involucrar
por los extremos.
La sincronización de la
mente y el cuerpo y el equilibrio psicosomático
La meditación comienza por el
cuerpo y sigue por la mente. Se aquieta e inmoviliza el cuerpo, para remansar
las energías y tranquilizar la mente y la psiquis. Se descontraen los
músculos, se detienen los movimientos, se sueltan los nervios, se eliminan las
tensiones y crispaciones. Así la mente va también reencontrando su calma, su
detención, su punto de quietud. Se produce una beneficiosa sincronización de
la mente y el cuerpo, de la cual deviene un notable equilibrio psicosomático.
La meditación así no sólo previene o ayuda a combatir trastornos psíquicos,
sino también enfermedades de origen psicosomático. Numerosísimas pruebas
científicas efectuadas sobre meditadores han evidenciado que en el cuerpo se
producen múltiples modificaciones durante la práctica meditacional, que
incluso inciden en los lactatos de la sangre, el ritmo cardíaco y las pulsaciones,
la frecuencia respiratoria y otras funciones o sustancias. Sólo por sus
beneficios psicosomáticos ya deberíamos adoptar la práctica meditacional como
una actividad diaria más, aun cuando no se tuvieran miras espirituales.
El debilitamiento del ego
Ego y pensamiento son como
gemelos: se retroalimentan. El pensamiento engorda el ego, y el ego hace al
pensamiento egocéntrico, egoísta y perverso. El ego impide la expansión,
apertura y bienestar de la mente, pero toda práctica meditacional tiende a
reducir las corrientes pensantes y a ir debilitando el ego. Paulatinamente el
meditador se sitúa en un estado de percepción menos egocéntrico y menos
contraído. El ego va perdiendo su gran poderío, va dejando de ser el rígido
tirano que es. El ego se alimenta de la identificación con el cuerpo, las
actividades psicomentales, la imagen, los adoctrinamientos y puntos de vista,
los logros. Como el meditador se sitúa en un plano no autorreferencial durante
la práctica meditacional, el ego va perdiendo sus fuentes de alimentación y
van cediendo sus apuntalamientos. El ego va tornándose más flexible, más
funcional y menos dictador. Al romperse el circuito de la ofuscación, la
avidez y la aversión, la infatuación y los autoengaños, el ego pierde su
terreno seguro y comienza a ayunar y debilitarse.
El desencadenamiento de la
visión pura
La visión pura de los
fenómenos tal cual son es portadora de liberación y sabiduría. Nuestra
ignorancia y ofuscación enturbian la visión, empañan la mente y nos impiden la
captación existencial. Por eso no maduramos y nos debatimos en nuestras
zozobras, preocupaciones e ilusiones nocivas. Preferimos la ensoñación a la
realidad, lo supuesto a lo fáctico, lo ideacional al instante vital. Así
estamos anclados y reengolfados en la dinámica del ego infantil, siempre
evitando responsabilizarnos, llenos de escapismos y subterfugios, hábiles en
pretextos y autoengaños, dispuestos a ofendernos y resentimos por todo,
codiciosos e impositivos, profundamente egoístas. Todos los grandes maestros
insisten en la necesidad de seguir una práctica que al purificar la mente y
desenraizar y superar todos sus venenos, alertando, además, el elemento
vigílico y propiciando ecuanimidad, pueda proporcionar lo que Patanjali llamaba
visión pura y que es la visión cabal y penetrativa (vipassana) del Buda. Esa
visión supraconsciente y que penetra hasta lo más profundo de los fenómenos y
las causas y efectos, reporta la comprensión total y directa, que libera e
ilumina. La meditación pone las condiciones para ir drenando todo el fango de
la mente, todos los residuos negativos, condicionamientos muy enraizados e
impulsos destructivos. La mente acumulativa y condicionada superpone tantas
«películas mentales» a la visión, que la distorsionan por completo. Así no puede
haber visión justa, cabal, penetrativa, ni esclarecedora. Sólo visión
perturbadora que añade confusión a la confusión. Eso es la ofuscación, la
ceguera mental, la miopía espiritual. La mente toma por reales sus propias
creaciones narcisistas y genera una urdimbre sofisticada de autoengaños que a
la larga sólo provocan síntomas displacenteros como la ansiedad y la depresión
e impiden el crecimiento interno. La meditación higieniza, ordena, esclarece.
Sacamos mucha basura, muchos filtros, muchos condicionamientos, para ir
conduciendo la mente a su estado de inocencia, libre de heridas y
adoctrinamientos, de autodefensas y conductas aprendidas, de viejos patrones y
estructuras acartonadas.
El acoplamiento con la
realidad momentánea
Si no puedes estar en este
momento, no podrás estar en ningún otro. Éste es tu instante, tu lugar, tu
realidad. Pero la mente gusta de estar divagando por el espacio y el tiempo,
saltando de lo anterior a lo posterior y burlando la realidad momentánea,
recordando, anhelando, pero resistiéndose al instante, que por ser el instante
de ahora aquí es ya el supremo instante, sea agradable o desagradable. Esa
sutil pero contumaz resistencia de la mente al momento recrea una dinámica de
tensión y movilidad continuas y neurotizantes, además de desgastadoras. Una
mente que pasa por alto el instante, no se somete a un saludable aprendizaje de
maduración, sino que se pierde en sus propios laberintos de suposiciones. En
sus continuos enredos, charloteos mecánicos y ensoñaciones, la mente se deteriora,
se introduce en un surco repetitivo de conciencia, se desertiza. Nada hay en
ella de original, creativo, vital y fresco, aunque ella guste pensar lo
contrario.
Pero no hay meditación en el
antes o en el después, en la divagación ni la ensoñación. Sólo hay meditación
aquí-ahora, en este instante, momento, lugar, de segundo en segundo. Todas las
técnicas de meditación te centran y concentran en el momento, te aconsejan
que evites las divagaciones, van reduciendo las ideaciones mecánicas y abriendo
la mente al instante. Así la mente se ejercita en no resistirse a la realidad
momentánea, aprende a no divagar tanto en el tiempo y el espacio, se hace
receptiva al instante, se reeduca para vivir más y con un nuevo brillo e
intensidad de momento en momento, sin escapar, sin retirarse de los hechos,
abordando con intrepidez cada circunstancia, sabiendo proporcionarle su peso específico
a lo actual.
El libre flujo de energías
Mente, cuerpo y energías
forman parte de la meditación. Se trabaja con la mente, pero la práctica
meditacional alcanza al cuerpo y a todos los campos de energía. El
ejercitamiento meditacional serio y continuado favorece la circulación de
energías, libera energías latentes, elimina energías nocivas y superfinas y
evita bloqueos, nudos y cortocircuitos de energía. Por otro lado, la
meditación cuenta con su propia energía de transformación, purificación y
liberación, que va proporcionando en la medida en que nos vamos adiestrando en
ella. Esta energía restaña las viejas heridas abiertas, desenraiza miedos y
venenos, catapulta la comprensión a niveles más altos y panorámicos.
La relajación profunda del
cuerpo, su bienestar y armonía
Mente y cuerpo se sincronizan
con la meditación. Ambos se asocian para llevar a buen término el arte de la
detención. En la medida en que aprendemos a meditar, se produce una profunda
relajación neuromuscular en el cuerpo, la respiración se regula, el pulso se
equilibra, las sustancias físicas se equilibran y hasta el metabolismo se ve
favorecido. La meditación previene contra numerosas enfermedades
psicosomáticas, descansa el cuerpo en profundidad, le previene de tensiones y
crispaciones y se torna fuente de salud somática.
10
TÉCNICAS DE MEDITACIÓN
1. Técnicas de unificación de
la conciencia y concentración
La conciencia, por lo general,
aparece diseminada, dispersa. No sólo está fragmentada, debilitada y
contaminada, sino que divaga de un lado para otro. La concentración es la
fijación de la mente en un solo soporte con exclusión de todo los demás.
Ejercitando la mente en este sentido, se va combatiendo la dispersión y
unificando la conciencia, con lo que gana en penetración, intensidad y poder.
Del mismo modo que toda fuerza canalizada (calor, agua, luz), adquiere mayor
intensidad, lo mismo sucede con la energía mental. Aunque todas las prácticas
meditacionales exigen de la concentración y aumentan la capacidad para
concentrarse, hay técnicas concretas cuya finalidad directa es enseñarle a la
mente a concentrarse, vaciándose de todo para llenarse del soporte de la concentración;
retirándose de todo para enfocarse sobre el objeto de concentración, cualquiera
que éste sea. Pero las técnicas de concentración no sólo previenen contra la
divagación mental y acopian las energías mentales, sino que cultivan la
atención, intensifican la capacidad de perceptividad, queman las latencias del
subconsciente, reducen las ideaciones, calman el contenido mental y hacen a la
mente más poderosa para resistir las influencias nocivas del mundo circundante.
Las técnicas de concentración exigen la fijación de la mente en el soporte
seleccionado, evitando divagaciones, reflexiones o cualquier tipo de análisis.
Se trata de representarse mentalmente el objeto de la concentración, pero no
de indagar ni reflexionar sobre él.
Cualquier soporte es válido
para llevar a cabo la concentración de la mente, favoreciéndose así más y más
su unidireccionalidad. Los ejercicios, pues, que pueden llevarse a cabo son
innumerables. Hacemos referencia a algunos de ellos.
• Concentración sobre una
figura geométrica: Elija una figura geométrica (cuadrado, círculo, rectángulo,
etcétera) y represéntesela mentalmente. Si no logra visualizar, no importa, con
tal que mantenga la mente fija en ella. No cambie de figura geométrica durante
los minutos que conceda al ejercicio. Cada vez que la mente se vaya, agárrela
con firmeza y retenga la figura geométrica seleccionada.
• Concentración sobre varias
figuras geométricas: Puede seleccionar varias figuras geométricas y
representárselas. Por ejemplo, un triángulo dentro de un círculo o un rombo
dentro de un círculo dentro de un triángulo.
• Concentración sobre colores:
Elija un color y mantenga la mente fija en él. Puede empezar por su color
preferido y así el ejercicio le será más fácil.
• Concentración sobre figuras
geométricas y colores: Puede elegir una figura geométrica y situarla sobre un
fondo de color, por ejemplo un círculo sobre un fondo azul o un triángulo sobre
un fondo negro. También puede concentrarse en círculos o discos de color: un
disco azul, rojo, amarillo, etcétera.
• Concentración sobre el
entrecejo: Ésta es una técnica de concentración muy antigua y útil. Dirija la
atención mental al entrecejo y trate de mantenerla allí con tanta firmeza como
pueda. Cada vez que la mente se vaya y la descubra, agárrela y condúzcala de
nuevo a la zona indicada. Si aparece (pero no la imagine) una sensación en el
entrecejo, céntrese en ella más y más. Si no aparece, no importa; continúe con
la mente canalizada hacia el entrecejo, evitando, en lo posible, las
divagaciones.
• Concentración sobre un punto
luminoso a la altura del entrecejo: Represéntese un punto luminoso a la altura
de entrecejo y ponga toda su atención en el mismo, evitando, en lo posible, distracciones.
• Concentración en un punto
sobre un fondo blanco: Dibuje un punto negro sobre una cartulina blanca y
colóquela ante usted. Mire con fijeza el punto y concéntrese visualmente en él
durante un par de minutos o tres. Cierre los ojos y represéntese el punto negro
mentalmente, recuperándolo cada vez que la mente se disperse.
• Visualización y
concentración sobre la llama de una vela: Coloque una vela encendida a unos
treinta o cuarenta centímetros de sus ojos. Parpadeando lo menos posible, pero
sin forzarse en exceso, observe fijamente la llama de la vela, evitando
distracciones y quedando absorto en la misma. Proceda así durante tres minutos
aproximadamente y luego cierre los ojos y presione levemente los ojos con la
parte superior de las palmas de las manos. Al presentarse la imagen retenida
en la retina, obsérvela tan atentamente como pueda y cuando se pierda, trate
una y otra vez de recuperarla. Cuando se haya perdido por completo, repita de
nuevo el ejercicio: mire unos minutos la llama de la vela y luego cierre los
ojos y concéntrese en la imagen que aparece. Cuando uno se ha entrenado lo
suficiente en esta técnica, puede complicarse tratando de colorear a voluntad
la imagen que permanece y tratando de acercarla y alejarla en el campo visual
interno.
• Concentración en un área del
cuerpo: Se selecciona una zona del cuerpo y se mantiene la mente fija en ella
tan atentamente como sea posible. Cada vez que la mente se escape y uno lo
descubra, se la atrapa y se la lleva a la zona seleccionada.
• Concentración en una
sensación: Se elige una sensación táctil y se concentra la mente sobre ella,
tan firme e intensamente como sea posible, retrotrayéndola a la sensación
seleccionada siempre que se escape de la misma.
• Concentración sobre un fondo
negro: Los ojos cerrados, la luz débil, concéntrese en un fondo negro y vaya
oscureciendo el entupo visual interno tanto corno le sea posible. Se trata de
ir tiñendo de negro el campo visual interno; a este importante ejercicio de
reabsorción de los pensamientos se le ha llamado «la noche mental». Si lo
requiere, puede servirse de un soporte para llevar a cabo el ejercicio: un
velo negro, el espacio negro, el firmamento en la noche, una pizarra o
encerado.
• Concentración sobre la
luminosidad: Concéntrese en un destello o nube de luz blanca, pura,
refulgente, que absorbe toda su mente.
• Concentración sobre la
transparencia: Trate de ir absorbiendo su mente en la imagen o idea de
transparencia. Puede servirse de un soporte mental como una barra de hielo, el
espacio vacuo, una plancha de cristal o similar.
• Concentración en una flor:
Seleccione una flor y represéntesela mentalmente con tanta fidelidad como le
sea posible. Puede comenzar por cualquiera de los ejercicios de concentración;
puede efectuarlos de diez a quince minutos.
2. Técnicas de meditación
sobre la respiración
Efectúe siempre respiraciones
naturales, espontáneas, y preferiblemente por la nariz. No hay que cambiar
intencionadamente el ritmo respiratorio. Son técnicas meditacionales que se
sirven del proceso de la respiración, pero en absoluto ejercicios
respiratorios.
a) Meditación sobre la
respiración contando
• Enfoque la mente en la
respiración. Permanezca muy atento a la inhalación y la exhalación. Al inhalar,
cuente mentalmente 1; al exhalar, 2; al inhalar, 3; al exhalar, 4, y así
sucesivamente hasta 10. Al llegar a 10 recomience la cuenta por 1. Puede
realizar este ejercicio quince o veinte minutos.
• Enfoque la mente en la
respiración y tome lúcida conciencia de la inhalación y la exhalación. Cuente
solamente las exhalaciones, poniéndoles mentalmente el número correspondiente
del 1 al 10. Se toma el aire con toda atención y al exhalar, 1; se toma de
nuevo y al exhalar, 2, y así sucesivamente hasta 10. Al llegar a 10 recomience
por 1. Efectúe el ejercicio de diez a quince minutos o más.
• Enfoque la mente sobre la
respiración. Al inhalar, cuente 1, al igual que al exhalar. Inhale de nuevo y
cuente 2, al igual que al exhalar, y así sucesivamente, aplicando el mismo
número a la inhalación y a la exhalación hasta 5. Al llegar a 5, recomience la
cuenta por 1 hasta 6. Al llegar a 6, recomience por 1 hasta 7. Al llegar a 7,
recomience por 1 hasta 8; al llegar a 8, recomience por 1 hasta 9, y al llegar
a 9 recomience por 1 hasta 10. Al contar hasta 10 inhalaciones y exhalaciones, se
recomienza contando hasta 5 y así sucesivamente.
Puede realizarse este
ejercicio de cinco a quince minutos.
b) Meditación de pura
perceptividad sobre la respiración
Las técnicas meditacionales
sobre la respiración incluidas en este apartado exigen pura y simple
perceptividad, evitando en lo posible ideaciones, reflexiones o análisis. Se
trata de registrar, evitando conceptos y distracciones. Estas técnicas no sólo
concentran la mente, sino que la purifican, cultivan la atención mental
directa, sedan el sistema nervioso y tranquilizan el sistema emocional. Son
todas ellas realmente excepcionales para recobrar le mente armónica.
• Inhalando y exhalando con
toda naturalidad por la nariz, fije la mente en el proceso respiratorio y tome
lúcida conciencia de la inhalación. Al exhalar, asocie que va soltando el aire
con irse soltando y aflojando física y mentalmente, hasta sentir que se
expande y se funde con el espacio total. Aunque la inhalación es importante,
se acentúa la atención sobre la exhalación y se aprovecha ésta para cultivar
una sensación de soltarse, aflojarse y expandirse. Es un fabuloso ejercicio
para desbloquearse, evitar crispaciones y obtener una óptima relación física y
mental. Tiempo: de diez minutos a media hora.
• Enfoque la mente sobre la
respiración. Al inhalar tome lúcida conciencia de que está inhalando, y al
exhalar, lúcida conciencia de que está exhalando. Se trata, pues, de registrar
muy conscientemente cuándo se está inhalando y cuándo se está exhalando. Si lo
necesita, porque su mente es muy dispersa, puede servirse de la fórmula mental:
«Yo inhalo», al hacerlo, y: «Yo exhalo», al hacerlo. Tiempo: De diez a quince
minutos.
• Perciba lúcidamente el
proceso respiratorio siguiendo su curso. Entre mentalmente acompañando la
inhalación y salga mentalmente acompañando la exhalación. Acentúe al máximo su
atención sobre el instante en el que la inhalación engancha o se funde con la
exhalación y la exhalación lo hace con la inhalación. Trate de percibir esa
fracción de segundo en la que la inhalación da paso a la exhalación y la
exhalación a la inhalación. No analice, no reflexione, sólo perciba
lúcidamente. Efectúe el ejercicio de quince a veinte minutos.
• Acople la mente a la
respiración y fije una base o centro de conciencia en lo profundo de usted
mismo, justo allí donde llega la inhalación y de donde parte la exhalación. Ese
será su puesto de observación. Tome ese lugar como su sede para atestiguar.
Observe cómo la inhalación viene hacia usted y cómo la exhalación parte de
usted, igual que la persona que está en una playa y contempla cómo la ola viene
y parte. Manténgase atento e inafectado; mero testigo de la respiración que
viene con la inhalación y parte con la exhalación. Realice el ejercicio quince
minutos.
• Enfoque la mente sobre la
respiración. Perciba muy atentamente la respiración. Trate ahora de sentir el
factor que percibe, la energía de la percepción, el elemento perceptor, sin
dejar de percibir la respiración. Realice el ejercicio diez minutos.
• Tome conciencia del proceso
respiratorio. Trate de estar muy atento y percibir el comienzo, el medio y el
final de cada inhalación, y el comienzo, el medio y el final de cada
exhalación. Proceda con mucha perceptividad, ecuánime, detectando el comienzo
medio final de cada inhalación y de cada exhalación. Puede efectuar el
ejercicio de diez a quince minutos.
• Respire con naturalidad y
tome lúcida conciencia de la respiración. Permanezca atento a todos los
pormenores de la respiración: si es leve o más intensa, corta o larga, cuándo
es inhalación y cuándo exhalación, cualquier modificación que se produzca.
Concéntrese así alrededor de diez minutos.
• Respire con toda naturalidad
y fije la mente alrededor de los orificios nasales, en las aletas de la nariz.
No deje que la mente se aparte del área indicada. Enfóquese sobre la sensación
táctil o leve roce del aire de la respiración, allí donde se produzca, y
perciba esa sensación tanto como pueda, evitando reflexiones, o ideaciones.
Afine más y más la sensación, absorbiendo toda la mente en ella. Puede efectuar
este ejercicio de veinte a treinta minutos, o más.
Puede trabajar
meditacionalmente con las técnicas más apropiadas para usted. Cuando uno
descubre qué técnicas se avienen mejor con la propia naturaleza, se puede
trabajar a fondo con ellas, pues no es necesario manejar todas las técnicas que
exponemos para que el lector conozca el gran arsenal de métodos meditacionales
con los que se ha contado a lo largo de los siglos para recobrar la mente pura
y desencadenar la visión supraconsciente.
3. Técnicas de observación y
perceptividad
Existen numerosísimas técnicas
basadas en la contemplación ecuánime, la observación y la perceptividad, pero
nos centraremos sobre:
— La contemplación del cuerpo
— La contemplación de la
mente.
— La contemplación de todos
los fenómenos psicológicos.
— La meditación ambulante.
Todos estos métodos
meditacionales de contemplación u observación exigen una pura y muy alerta
percepción desde la ecuanimidad más firme, es decir, evitando juicios,
interpretaciones y, en lo posible, reacciones. No hay que imaginar o proyectar,
sino contemplar o sentir. Cuanta mayor inmovilidad del cuerpo se logre, tanto
mejor, pero si hay que variar de postura, se debe tomar lúcida conciencia del
movimiento, efectuándolo con lentitud. Se trata de registrar lúcidamente, sin
necesidad de nominar y haciendo caso omiso de pensamientos o ideaciones. Es, en
suma, un alerta y ecuánime darse cuenta.
a) La contemplación del cuerpo
Adopte la postura de
meditación, aflójese y manténgase tan inmóvil como le resulte posible. Tome
plena conciencia de la postura del cuerpo y perciba todo su esquema corporal.
Sienta el cuerpo, desde la ecuanimidad, por partes y luego en bloque. La mente
totalmente enfocada sobre el cuerpo, evitando divagaciones y quedando absorta
en el propio organismo, sin demostrar ningún sentimiento de simpatía o
antipatía por lo que sienta y concienciando siempre cómo se halla situado el
cuerpo. Puede proceder con el ejercicio de diez a quince minutos.
b) La contemplación de las
sensaciones
En los ocho ejercicios de
contemplación de las sensaciones que mostramos a continuación debe estar muy
alerta, perceptivo y claro, evitando ideaciones o reacciones, dejando las
sensaciones en las sensaciones mismas, es decir, no interpretando ni
demostrando simpatía o antipatía por las mismas, aplicándose al ejercicio con
el mayor rigor, pero desde la calma profunda. No imagine, no proyecte, no
piense, sienta con lucidez.
Cada uno de los ejercicios que
se muestran a continuación son independientes, aunque se puede concatenar uno
con otro si se desea, pero no mezclar. Se puede uno aplicar a una de estas
técnicas
de veinte minutos en adelante.
La inmovilidad favorece la captación de sensaciones. Las sensaciones pueden
ser placenteras, displacenteras o neutras, pero el meditador no debe demostrar
gusto o disgusto por ellas, aunque sí percibir de qué tipo son.
• Manténgase en una actitud de
máxima receptividad, captando, de momento en momento, las sensaciones que van
surgiendo en el cuerpo. No las busque directamente, no las persiga; solamente
permanezca muy atento y ecuánime registrando, con la pura toma de conciencia y
sin nominaciones, las sensaciones que vayan surgiendo, tanto las burdas como
las sutiles. Usted permanece en el puesto de observador atento y ecuánime,
imperturbado, concienciando lúcidamente las sensaciones que van brotando. Uno
puede centrarse sólo en las sensaciones físicas o, también, contemplar los
contenidos mentales y distracciones que se. presentan e incluso, con mucha
práctica, las reacciones e intenciones, ampliando así la contemplación a las
actividades psicofísicas en su conjunto.
• Se seleccionan algunos
puntos del cuerpo que van a servir como soporte para sentir en esas zonas las
sensaciones. Un ejercicio muy clásico es tomar como soporte de captación las
siguientes seis zonas: las dos orejas, las dos manos y los dos pies, y se van
sintiendo sucesivamente y en rotación de izquierda a derecha. Vaya desplazando
el foco de la atención a la oreja izquierda, la mano izquierda, el pie
izquierdo, el pie derecho, la mano derecha y la oreja derecha y así
sucesivamente. Se va colocando la mente unos segundos en cada zona y se trata
de sentirla tanto como sea posible, pero con ecuanimidad, sin reacciones, sin
análisis ni denominaciones.
• Recorrido del cuerpo
anterior y posterior: Se va desplazando el foco de la atención por la zona
anterior del cuerpo, partiendo de la cima de la cabeza: rostro, pecho, zona
anterior de los brazos, vientre, zona anterior de las piernas. Se desciende,
pues, captando sensaciones, pero no imaginándolas, desde la cima de la cabeza
hasta el dedo grueso del pie. A continuación se hace el recorrido desde el
talón del pie hasta la cima de la cabeza, ascendiendo por la zona posterior del
cuerpo: parte de las piernas, nalgas, espalda,
zona posterior del cuello y
occipucio, hasta la cima de la cabeza. A continuación se reemprende el
recorrido hacia abajo y luego, de nuevo, por detrás, hacia arriba. Se procede
así durante los minutos asignados a la práctica meditacional. Hay que mantener
en todo momento la atención y la ecuanimidad, afinando la toma de conciencia,
pero sin apego ni aversión.
• Recorrido del cuerpo de
arriba abajo: Vaya desplazando la mente por todas las zonas del cuerpo, sin que
ninguna pase inadvertida, desde la cima de la cabeza hasta el dedo grueso del
pie, con el máximo de atención y ecuanimidad, captando las zonas por las que va
pasando. Deslice la atención mental por la cara, la parte posterior de la
cabeza, un hombro, un brazo y mano; el otro hombro, brazo y mano, el pecho, la
espalda, el vientre, las nalgas, una pierna por todos sus lados y el pie, la
otra pierna y el pie. Concluido el recorrido, se pasa el foco de conciencia de
nuevo a la cima de la cabeza y se reemprende el siguiente recorrido. No hay
prisas ni urgencias ni se trata de sumar recorridos. Proceda con atención,
calma y ecuanimidad, sintiendo pero no imaginando. Cuando una parte no se
siente, se sabe que no se siente y se sigue adelante. Poco a poco irá sintiendo
las sensaciones y no reaccionando a ellas.
• Recorrido del cuerpo de
arriba abajo y de abajo arriba: Se procede como en el anterior ejercicio hasta
llegar a la punta del dedo grueso del pie. Cuando se finaliza el recorrido de
arriba abajo, en lugar de llevar en ese momento el foco de la atención a la
cima de la cabeza, se efectúa el recorrido a la inversa: una pierna hasta la
ingle, la otra pierna hasta la ingle, vientre, nalgas, pecho, espalda, una
mano, un brazo y hombro, la otra mano, el brazo y hombro, el cuello por todos
sus lados, la cabeza y cara por todos sus lados hasta la cima de la cabeza, y
se reemprende el recorrido.
• Recorrido del cuerpo de dos
zonas simultáneamente: Se trata de ir recorriendo el cuerpo, con mucha
atención, lucidez y ecuanimidad, tomando para ello dos zonas simultáneamente,
y pudiendo realizarse de arriba abajo, o de arriba abajo y de abajo arriba. Se
realiza del siguiente modo: Se coloca la atención en la cima de la cabeza y se
va desplazando lentamente y sin urgencia al mismo tiempo por:
La parte de delante de la cara
y el occipucio.
Los dos lados de la cara.
La zona anterior y posterior
del cuello.
Los lados izquierdo y derecho
del cuello.
Los dos hombros.
Los dos brazos.
Las dos manos.
El pecho y la espalda.
El vientre y las nalgas.
Las dos piernas.
Los dos pies.
Se procede así, ya sea
haciendo el ejercicio sólo de arriba abajo, o de arriba abajo y de abajo
arriba, sintiendo tanto como sea posible, pero sin reaccionar. Cuando una zona
no se sienta, se sabe que no hay sensación y se sigue adelante.
• Recorrido de la columna
vertebral: Partiendo de la cima de la cabeza, vaya desplazando la mente, con
mucha atención y ecuanimidad, por la columna vertebral, paso a paso, sin
prisas ni urgencias, hasta llegar a la base de la misma. A continuación, vaya
subiendo lentamente por la columna vertebral, sintiéndola paso a paso. Cuando
no sienta una zona, se sabe que no se siente y se prosigue. Mucha atención y
mucha ecuanimidad.
• Recorrido del cuerpo en
espiral: Vaya recorriendo el cuerpo con el foco de la atención como si lo fuera
vendando, rodeando y sintiendo, desde la cima de la cabeza a los pies. Se va
deslizando la mente con lentitud alrededor de toda la cabeza, cuello, tórax y
espalda, cada uno de los brazos y manos, el vientre y las nalgas y cada una de
las piernas y pies. Se puede hacer el recorrido de arriba abajo, o de arriba
abajo y de abajo arriba, sintiendo, pero no imaginando ni denominando.
c) La contemplación de la
mente
Este es un soberbio ejercicio.
Adoptada la postura seleccionada para la meditación, enfóquese sobre su propio
espacio mental, pero tomando cierta distancia de él y manteniéndose firme en
el observador. Contemple, con mucha atención, desapego y ecuanimidad, sin
aprobar ni desaprobar, ni aceptar ni rechazar, todo aquello que vaya surgiendo
y desvaneciéndose en la mente. No intervenga para propiciar los pensamientos ni
para suprimirlos. Limítese a ser un testigo implacablemente atento y
desapasionado de todo lo que desfila por su mente, ya sean ideaciones,
imágenes, recuerdos, proyectos, emociones o estados anímicos. No juzgue, no
analice; observe. Si la mente se queda en silencio, contemple su silencio; si
comienza a funcionar, véala funcionando. No se deje implicar y menos enganchar
o arrastrar por los pensamientos; pero si sucede, en cuanto lo descubra,
retrotráigase a su puesto de observador.
d) Contemplación de los fenómenos psicofísicos
Una vez que haya adoptado la
postura seleccionada para la meditación, debe convertirse en un muy atento y
ecuánime espectador de todos los fenómenos que vayan surgiendo y
desvaneciéndose en su cuerpo y en su mente: movimientos, sensaciones,
pensamientos, estados anímicos, emociones. Sea testigo desapegado y muy
perceptivo de todos los procesos psicofísicos que vayan brotando. No demuestre
ninguna simpatía o antipatía, no juzgue, no analice. Permanezca muy alerta y en
calma profunda, como inafectado testigo que capta sin reaccionar.
e) La meditación ambulante
Es éste un ejercicio
meditacional muy interesante para ir percibiendo las sensaciones con el cuerpo
en movimiento. También las sensaciones mentales y no sólo las físicas. Esta
técnica es de gran utilidad para combinarla con la meditación sentada cuando se
llevan a cabo períodos intensos de entrenamiento. Existen diversos métodos de
marcha consciente y lúcida, pero haré referencia al que directamente he
aprendido de mi admirado amigo el monje budista cingalés Piyadassi Thera.
Consiste en:
• Tornar conciencia de que uno
se va poniendo de pie al hacerlo. Se juntan los pies.
• Se dejan los brazos sueltos
a lo largo del cuerpo y se toma conciencia de la postura.
• Se adelanta lentamente el
pie izquierdo, tomando conciencia del movimiento, sin despegar la punta del
suelo. Un pie va lentamente siguiendo al otro. Cabeza y tronco erguidos.
• Se va tomando lúcida
conciencia de las fases que cubren cada pie y que son: levantar (sin hacerlo
con la punta), desplazar y contacto al apoyar de nuevo la planta del pie. Es
decir: levantar desplazar contacto. Hay que experimentar lúcidamente las tres
fases: levantar, desplazar, contacto.
• Al llegar al final del
recorrido y cuando se hace necesario ya dar la vuelta, se va girando
lentamente, con plena conciencia del movimiento. Cuando uno se detiene, se toma
conciencia de la detención y también, previamente, de la intención de
detenerse. Cuando uno va a comenzar a caminar, se toma conciencia de la intención
de comenzar a caminar y de cómo se comienza a caminar. Si surgen distracciones,
puede uno fijar unos instantes la mente en la respiración, tomando conciencia
de su sensación táctil.
• Al ir a suspender la marcha,
se toma conciencia de tal intención y de la suspensión de la misma. Se toma
conciencia de cada movimiento cuando uno regresa a la posición de meditación
sentado; conciencia de cómo uno se agacha y adopta la postura meditacional.
También se puede tomar
conciencia de los procesos mentales que surjan. No se juzga, ni analiza, ni
denomina, sólo se siente con plena y ecuánime atención.
4) Técnicas de silencio
interior y ensimismamiento
Existen numerosas técnicas
para ir suprimiendo las ideaciones de la mente, retrayéndose de los órganos
sensoriales y absorbiéndose en la quietud total y el perfecto silencio
interior. Algunas de las técnicas más fiables y antiguas son las que
incluimos.
a) La meditación del silencio
Adopte la postura de
meditación seleccionada. En primer lugar tome conciencia de su cuerpo y
aflójelo tanto como le sea posible. Conviértase en testigo de su propio
cuerpo, pero manteniéndose inafectado y sereno. Después sienta la respiración,
contémplela con profunda calma, observando cómo va y viene. Usted es el
testigo impávido y calmo de su cuerpo y de su respiración; el espectador
imperturbable y sereno. Siéntase más y más flojo, tranquilo, espectador atento
y desapasionado, testigo siempre inafectado.
Sea también testigo de su
mente. En su espacio mental los pensamientos se despliegan, vienen y van, pero
usted los observa desde la calma profunda e imperturbada, sin dejarse implicar,
ni arrastrar, ni distraer. Es usted el apacible testigo imperturbado del cuerpo,
la respiración y la mente, pero más allá del cuerpo, la respiración y la
mente. Nada le perturba.
Ahora retrotráigase, enfóquese
hacia adentro, desconéctese de la vida cotidiana y no preste atención a la
dinámica sensorial. Aflójese hacia adentro, abandónese a su interioridad. No
combata contra los pensamientos, sino que vaya retirándoles todo su interés,
energía y atención, que debe poner hacia adentro. Sitúese en la fuente de los
pensamientos, aflójese e interiorícese más y más, quedando cada vez más
absorto en su propia presencia de ser, interiorizado, cultivando y recreando
un estado de profunda quietud y silencio interno. No deje que los
pensamientos, con su fuerza centrífuga, le saquen. No se exteriorice. Entre más
y más en usted mismo, sintiéndose en lo profundo, deleitando un estado de
silencio y quietud, en su propio proceso de ser y existir, más allá del cuerpo
y la mente.
Este ejercicio puede
efectuarse de veinte minutos en adelante.
b) La observación de los
espacios en blanco en la mente
Enfóquese sobre su espacio
mental. Tome conciencia de los pensamientos que surgen y se desvanecen, pero
sobre todo trate de percibir los intervalos en blanco, los espacios, por cortos
que sean, entre los pensamientos. Quizá sean muy fugaces, pero trate de
captarlos y de prolongarlos tanto como le sea posible.
c) La mirada en el infinito
Tratando de parpadear lo menos
posible, pero sin esfuerzos excesivos, pierda la mirada en el infinito, sin
prestarle ninguna atención a los procesos mentales que puedan presentarse e
ignorándolos por completo, pero no esforzándose en rechazarlos ni combatirlos.
Déjese llevar por la mirada en el infinito, la respiración tranquila, la
musculatura relajada al máximo. Paulatinamente el espacio mental se irá
aquietando y vaciando. Deléitese en el estado y sensación de calma profunda,
tranquilidad mental, vaciamiento.
d) Cortar de raíz los
pensamientos
Permanezca muy atento, alerta,
perceptivo. Enfoque la atención sobre el espacio mental. No le haga el juego a
los pensamientos, no se deje pensar ni llevar por ellos, no se someta a las
ideaciones mecánicas, sino que trate de erradicar el pensamiento en cuanto
surja, córtelo en su misma raíz, niéguese a seguirle el curso. No importa que
al cortar un pensamiento de raíz surja otro que también deberá cortar. No ceje
en el empeño. Persevere. Permanezca en la energía del observador y guillotine
cada pensamiento que brote, evitando sobre todo que forme un río de ideaciones.
5) Técnicas de meditación
analítica
En este tipo de meditación se
utiliza el pensamiento, pero no el pensamiento mecánico, repetitivo, cargado de
parcialidad y perturbación, sino un pensamiento claro, lúcido, escueto,
ordenado y controlado. Es el difícil arte de pensar, en lugar de ser pensado
por los mecánicos pensamientos. El practicante debe utilizar el pensamiento
bien dirigido, subyugado, directo, escueto, lúcido, libre de interpretaciones
personalistas y autorreferencias. Es difícil para la gran mayoría de los seres
humanos en tanto la mente no ha sido ordenada con otros ejercicios
meditacionales. Estos ejercicios consisten en pensar y discurrir lúcida y
conscientemente sobre el tema seleccionado. Referimos algunos temas de gran interés
para el crecimiento interior y la evolución consciente.
a) El gran valor del
nacimiento humano y la fortuna de haber sabido de la Enseñanza
Se reflexiona lúcidamente
sobre los siguientes puntos:
• El valor del nacimiento
humano, ya que así se cuenta con unas potencialidades anímicas y una conciencia
para ser desarrolladas y poder alcanzar la iluminación. Uno tiene en sus
propias manos el poner las condiciones para crecer interiormente y desarrollar
factores de iluminación e ir completando el camino de realización.
• La fortuna de que ha habido
grandes seres realizados y por tanto dispone de una Enseñanza fiable; y tiene
la gran fortuna de encontrarla y poder aplicarla.
• Ya que uno ha tenido
nacimiento humano y ha tenido la gran fortuna de hallar la Enseñanza, hay que
darle prioridad total a la búsqueda interna y aprovechar para seguir un camino
de realización y recobrar la mente de sabiduría e iluminación.
b) La muerte
Se reflexiona sobre los
siguientes puntos:
• La muerte es segura y
alcanza a todos los seres semientes, porque todo lo constituido y compuesto
tiende a desaparecer.
• La muerte es imprevisible y
puede suceder en cualquier momento, lugar o circunstancia, a cualquier edad.
• La muerte es siempre hoy,
porque el día que se produzca no será mañana sino hoy.
• La muerte es irreparable y
definitiva.
• La muerte es siempre un acto
en solitario; es la propia muerte y ahí sí que nadie puede compartir o
ayudarnos.
• Por tanto, hay que
aprovechar la vida que, es corta, y distinguir entre lo esencial y lo trivial,
lo prioritario y lo accesorio, lo importante y lo mezquino, evitando apegos
bobos y ñoños estados de ánimo, valorando mucho más a los seres humanos y a los
seres queridos, que podemos perderlos o nos pueden perder en cada momento; propiciando
compasión y amor, y no llenando la vida de censuras, enredos, actos despiadados
y necedades.
c) Lo necesario y bello del
amor, la benevolencia, la compasión, la ecuanimidad y las emociones puras que,
cultivadas por todos, cambiarían la faz del mundo
6. La meditación sobre mantras
No hay sonido más sutil que el
original sonido cósmico, denominado en la India «Sabda» y del que parten todos
los sonidos, desde los más sutiles a los más burdos, desde la primera pulsación
vibración ultrasutil hasta la palabra. Un mantra es un fonema místico que se
utiliza para su recitación mental, semiverbal o verbal, a fin de cultivar la
atención mental, unificar la conciencia, despertar energías aletargadas y
estimular el sentimiento de cosmicidad.
Mediante el mantra, el
meditador concentra la mente y se identifica emocional y mentalmente con
aquello que el mantra designa. La recitación tiene que ser muy atenta, pues de
otro modo la repetición mántrica se hace mecánica y se torna una adormidera.
Hay que combinar, pues, la atenta recitación mántrica con el sentimiento de
aquello que el mantra designa. Aunque hay innumerables mantras, el meditador
suele servirse de mantras que desarrollen su sentimiento oceánico, el
acrecentamiento y expansión de su conciencia, el retorno a su fuente o el
establecimiento en su propia naturaleza real, aquella que es a la vez personal
y transpersonal.
Cuando surgió el universo,
emanó el sonido. El universo es vibración y no hay vibración que no genere
sonido. Toda forma de vida provoca un modo de vibración de lo más sutil a lo
más tosco. El sonido primordial es el sustratum de vibración de todo el universo.
El mantra se utiliza como puente hacia la supraconciencia, hacia una percepción
de orden superior, más allá de la mente dual. Concentrando la mente en el
mantra, se estimulan determinadas energías latentes, se liberan nudos
energéticos, se unifican las potencias de la mente, se reacondiciona
positivamente el subconsciente, se estimula la emoción positiva y se dispone
la mente hacia una apertura en lo inmenso. El mantra es un instrumento
liberatorio, un soporte del cultivo de la atención. Mediante la recitación
mántrica lúcida y consciente, la mente se va desprendiendo de los objetos externos
y se retrotrae sobre sí misma, conectando con la realidad más íntima, saturando
la conciencia con su significado, combatiendo la dispersión mental y enfocando
al meditador sobre su espacio interior. En todas las tradiciones se ha
utilizado el mantra, que debe ser recitado correctamente y, sobre todo,
acompañado de genuina motivación. No cabe duda de que la eficacia de la
recitación mántrica será tanto mayor cuanto mayor sea la purificación de la
mente, la intencionalidad mística, la genuina aspiración, la firme resolución
y la constancia en dicha recitación. El mantra también tiene una función de
higienización mental y, atentamente recitado, penetra hasta las más profundas
esferas del órgano psicomental, reorientando las energías emocionales hacia lo
incondicionado. Así el mantra ayuda a drenar el subconsciente y a que el
meditador se desplace de la mente caótica y superficial a la mente silente y
profunda. Hay que recitar el mantra con actitud yóguica, con sincera
motivación. La vibración mántrica va alcanzando el contenido mental, la
psiquis e incluso todas las células del cuerpo. El mantra dispone de una
capacidad transformadora, y deja impresiones y latencias positivas en la
sustancia mental. Además, la recitación mántrica serena, tranquiliza. El mantra
limpia las impurezas de la mente, filtra impresiones positivas al
subconsciente, estimula la capacidad concentrativa, favorece la
interiorización. El mantra tiene también el poder que uno quiera procurarle, el
sentido que uno quiera proporcionarle. El mantra hay que revitalizarlo y
energetizarlo mediante la asidua recitación. Así el mantra se torna un signo
meditacional para reconectar con nuestro ángulo de quietud y estimular nuestro
elemento vigílico. Existen numerosas modalidades de mantras, según sus sílabas
y aquello que designan, incluso según su propósito. Aunque se pueden utilizar
diferentes mantras, el meditador que sea proclive a la recitación mántrica debe
poner su énfasis en uno de ellos. En meditación utilizamos mantras que hacen
referencia a lo Incondicionado, que designan lo Indefinible. El mantra deja su
semilla en la mente profunda, y con la recitación esta semilla va germinando y
desparramando su esencia por todo el órgano psicomental. El mantra se torna
vehículo hacia nuestro núcleo ontológico, recordatorio de nuestro espacio
transpersonal. El mantra es por igual energía y sentimiento y va consiguiendo
para la mente un estado especial de captación suprarracional.
Los mantras vibran en
determinadas longitudes de ondas que afinan la conciencia y limpian la mente. Estas
vibraciones que emanan del mantra se propagan por el cuerpo y la psiquis. El
mantra es medio de acrecentamiento de la conciencia y recuperación de estadios
más elevados de la misma. Los mantras utilizados para la meditación deben
conectar la mente con el poder nuclear, el uno sin dos, lo incondicionado. La
ciencia del mantra es muy vasta. Es el denominado mantra yoga o yoga del
sonido. Aquellos que quieran profundizar más en el tema pueden consultar mi
obra Los yogas esotéricos, que incluye un soberbio trabajo del médico y
psicoanalista Augusto Colmenares.
Haremos referencia a los
principales mantras para la meditación. La recitación, como hemos indicado,
puede ser verbal, semiverbal o mental. La mental es la más poderosa, pero a
veces la verbal es la más sencilla y la que más atrapa la mente dispersa. El
practicante puede optar por uno u otro método o combinarlos.
OM
Om es la vibración cósmica, el
sonido de la energía universal que todo lo penetra, la sílaba mística con la
que se designa al sustratum cósmico, la Totalidad, y que se halla desde lo más
sutil a lo más burdo, desde lo más inmenso a lo más infinitesimal, incluso en
los elementos subatómicos más minúsculos. Es el mantra de lo Inefable, de lo
Incondicionado. Evoca el Cosmos, la energía toda, y para los creyentes el
Divino, la Mente Única, el Tao. Se puede recitar de muchas maneras; exponemos
algunas de las más destacadas:
• Adoptada la postura
meditacional, pase el aire por la nariz. Al inhalar, repita en la mente,
alargándolo, OMMMM; al exhalar, repita en la mente, alargándolo, OMMMM. Así se
recita, alargándolo, una vez el mantra Om por cada inhalación y una por cada
exhalación, enfocando la mente allí donde el mantra brota y tratando de evocar
su carácter de cosmicidad y plenitud, expandiendo la conciencia.
Paulatinamente, el mantra se va adhiriendo a la mente y penetrando hasta lo más
íntimo. También puede hacerse esta recitación sin acomodarla a la respiración,
repitiendo el mantra cada uno con el ritmo y frecuencia que más convenga, pero
siempre con suma atención y evocando aquello que representa.
Se puede efectuar la
recitación del mantra Om, propagando su vibración por los distintos centros de
energía (base de la espina dorsal, boca del estómago, corazón, entrecejo y
otros) o por todo el cuerpo. También se puede hacer su recitación, visualizando
el fonema como luz blanca y radiante, y asociándolo con la inhalación y la
exhalación.
HAM SA
Es el sonido de la
respiración, el mantra del proceso de inhalación y de exhalación, el manirá
natural y espontáneo que todos los seres que respiran efectúan. Se procede de
la siguiente manera: Al inhalar, repita mentalmente, alargándolo, HAM. Al
exhalar, repita mentalmente, alargándolo, SA Siga con mucha atención el proceso
de inhalación y de exhalación, pero enfatice su atención al máximo en tratar
de captar el momento en el que HAM (inhalación) se funde con SA (exhalación) y
en el instante en que SA (exhalación) se funde con HAM (inhalación). Esa
fracción de segundo debe ser captada con plena atención. Paulatinamente, la
recitación del mantra se hará más sutil, llegando un momento en que no es
necesario recitar directamente el HAM SA, sino que él se recita y se hace
escuchar. Interiorícese tanto como pueda.
OM NAMAH SHlVAIA
Es el mantra para invocar
evocar convocar a la propia naturaleza real, aquella que es como un espacio
abierto y transpersonal más allá de toda actitud egocéntrica o
autorreferencial. Es el mantra más repetido en la India desde la noche de los
tiempos e invoca el poder nuclear o naturaleza de iluminación —el maestro—
existente en todo ser humano. Al recitarlo, hay que interiorizarse tanto como
sea posible, viajar al fondo de la mente, situarse en la raíz del pensamiento.
Se puede asociar o no a la respiración, según se prefiera. Si se asocia a la
respiración, se recita una vez con cada inhalación y una vez con cada
exhalación.
Con los mantras expuestos es
posible trabajar muy bien en la meditación pues son palabras místicas (cargadas
de energía, ya arquetípicas), pero la persona que quiera bucear y explorar en
otros mantras puede recurrir, como ya he indicado, a mi obra Los yogas
esotéricos, donde también se exponen los denominadas bija mantras o simientes
de los mantras, así como mantras a la energía divina y Shakti y otros mantras
de poder, tanto hindúes como tibetanos.
7. Técnicas de visualización
Las técnicas de visualización
recrean una imagen para, a través de ella, ir logrando un estado emocional
positivo y positivamente reacondicionar el subconsciente. Hay técnicas de
visualización muy sencillas, pero otras son extraordinariamente complejas y
sofisticadas, requiriendo una enorme reeducación mental. En todo
ejercitamiento de visualización se trata de ir conformando una imagen para,
tomándola como soporte inspirador, recrear un estado de ánimo constructivo y
beneficioso, capaz de calar en las profundidades de la psiquis. De ahí que las
técnicas de visualización se sirvan de la imaginación para desencadenar
especiales estados anímicos. La imagen es un medio, un instrumento. Incluimos
algunas de las técnicas de visualización más comunes, un número de ellas
asociadas al proceso respiratorio. El practicante puede seleccionar entre algunas
de estas técnicas, si su naturaleza mental le inclina por la práctica de las
mismas. Cada técnica puede realizarse de diez a quince minutos.
• Visualización de la
infinitud: Visualice la bóveda celeste, inmensa, clara. Deje que su mente se
diluya en ella como el azúcar en el agua. Ábrase, expándase. Cultive un
sentimiento de plenitud, inmensidad, infinidad, más allá de toda idea o
vivencia autorreferencial. Déjese ir, abandónese, fomente el sentimiento de
totalidad y cosmización.
• Visualización de la energía:
Visualícese inmerso en un océano de luz blanca y refulgente. Visualice que el
aire que respira es fluido luminoso que le satura de vigor y poder. Asimismo
visualice que todos los poros de su cuerpo son penetrados por haces de luz
blanca y refulgente, llenándole de vitalidad. Siéntase en unidad de inmensidad
con el océano luminoso y sin límites. Usted es uno en la energía cósmica.
• Visualización de la luz
verde: Visualice un punto de luz verde clara que brota en su corazón;
visualice que este punto de luz comienza a desarrollarse y llena de luz verde
su pecho, sus miembros, su cuerpo en general. Visualice su cuerpo como un
cuerpo de luz verde clara. Absorba su mente en la luz verde y cultive un sentimiento
de quietud e imperturbabilidad.
Este ejercicio se puede
completar disponiéndolo para el cultivo de la benevolencia y el amor o
compasión. Para ello, tras haber efectuado la técnica indicada, proyecte esa
luz verde y sus mejores sentimientos de amor y benevolencia a los seres que
seleccione, arropándolos con la nube de luz verde y con su sentimiento de incondicional
entrega y compasión.
• Visualización de expansión:
Visualice un punto de luz blanca y refulgente que nace en su corazón; visualice
lenta y apaciblemente que el punto de luz se va conformando en una mancha de
luz que abarca todo su cuerpo y que se extiende más allá de él, propagándose
por toda la habitación, la ciudad, los campos, dunas, desiertos, océanos. La
nube de luz blanca y pura sigue desarrollándose sin límites, sin orillas, en
todas las direcciones. Vaya cultivando un sentimiento de expansión y expansión.
Visualice un océano de luz blanca, pura, refulgente, en todas las direcciones y
sin límites, y siéntase parte de él, más allá de la estructura física y
egocéntrica, parte de la totalidad, de la inmensidad sin fin.
• Seleccione una cualidad
positiva que quiera desarrollar. Al inhalar, sienta que se satura de tal
cualidad positiva y, al exhalar, sienta que expulsa de usted la cualidad
opuesta, o sea la negativa. Si, por ejemplo, selecciona la serenidad, al
inhalar siéntase saturado de serenidad, y al exhalar visualice que expulsa de
usted toda intranquilidad.
• Enfoque la mente sobre la
respiración. Visualice la inhalación de color rojo y la exhalación de color
verde. Asocie la inhalación con el sentimiento de energetización y vigor, y la
exhalación con un sentimiento de quietud y relajación.
• Enfoque la mente sobre la
respiración. Asocie la inhalación con la vivencia de que la energía del
universo penetra en usted y le satura, produciéndose un sentimiento de
cosmización y plenitud. Asocie la exhalación con la vivencia de que usted se
proyecta sobre el universo y se diluye en él, cultivando un sentimiento de
expansión y totalidad.
• Enfoque la mente sobre la
respiración. Visualice que está inmerso en un océano de luz refulgente y pura.
Visualice asimismo que el aire que inhala y exhala es fluido luminoso. Potencie
un sentimiento de totalidad, de cosmización, de conciencia sin fronteras.
APÉNDICES
APÉNDICE 1: LAS ENSEÑANZAS DEL GUERRERO
ESPIRITUAL
Las enseñanzas que presento al
lector en este apéndice son las que nos han ofrecido a lo largo de la historia
de la humanidad aquellos que escalaron la cima de la conciencia y obtuvieron la
liberación total. Se han perpetuado desde la noche de los siglos y han sido
custodiadas en toda época y latitud. La esencia es la misma; varían los
conceptos y las interpretaciones. A aquel que se ha esforzado por hallar su
naturaleza real y conquistarse se le ha denominado guerrero espiritual. Los
primeros grandes guerreros espirituales, hace más de cinco mil años, fueron los
yoguis que se lanzaron a la búsqueda interna, abocándose a la difícil pero
prometedora empresa de la autoconquista y el autoconocimiento. Los buscadores
de todo el mundo son los que mantienen viva la corriente de energía despierta y
velan por la sabiduría perenne. Estas enseñanzas, que he dispuesto a modo de
aforismos, son inspiradoras y cada uno las asume libremente a la luz de su
entendimiento, sin ningún sentido coercitivo. Son un «instrumento», del mismo
modo que el código de conducta interior expuesto en un apéndice de mi obra Ante
la ansiedad. Un «instrumento» para «recordar» que uno ha decidido seguir la
vía del crecimiento interior, el autoconocimiento y la autoconquista y que tal
exige una actitud interior positiva y un talante firme para no desfallecer en
el caminar por la senda de la evolución consciente. Estas instrucciones
inspiradoras estimulan el sentimiento de búsqueda y apuntan hacia la plenitud
interior.
• La conquista sobre uno mismo
y la consecuencia de la libertad interna es el propósito esencial del guerrero
espiritual. Le proporciona así un especial significado a la existencia, que
comienza a contar y tener su propio peso específico de segundo en segundo, de
momento en momento.
• Pata alcanzar la
"libertad interior y completar la conquista de uno mismo y la evolución
consciente, el guerrero espiritual instrumentaliza toda actividad,
circunstancia y situación para crecer, elevar la conciencia, desarrollar la
comprensión lúcida y disponerse para ser tocado por la Sabiduría. Así da la
bienvenida a todo lo que se presenta en su camino existencial, por doloroso
que resulte. Nada en sí mismo es un obstáculo si se convierte en soporte de
realización.
• Cultiva su temple. Es a la
vez recio y manso, controlado y fluido. No descuida la actitud de coraje,
enfrentando los miedos y temores. Aprecia la destreza y bruñe su carácter de
guerrero con la meditación, la verdadera motivación y la apertura a la comen fe
de energía despierta. Aprende a navegar en el nivel de lo cotidiano y en el de lo
supracotidiano.
• Desconfía del ocio y no se
entrega a la indolencia. Está presto. Se adiestra. Siempre preparado para la
autoconquista. Pero jamás es rígido ni compulsivo. Jamás es más indulgente
consigo mismo que con los otros. Él es su propio desafío y su propio reto. La
apatía no tiene hueco en su ánimo. No cede a los achaques de la negligencia.
Preserva el filo del discernimiento y sabe que la Sabiduría se gana y no se
adquiere gratuitamente. Así no deja que su voluntad se agriete.
• Si algo valora, por encima
de todo, el guerrero espiritual es la paz interior. Nada es superior a un
destello de autentica paz. Nada es comparable. Pero esa paz es el resultado de
una lucha sin tregua contra su propio ego. Se gana con dolor y con tesón. Es el
oasis al final del desierto. No es el patrimonio de los débiles, y por eso aun
en su propia debilidad encuentra fortaleza. No se permite su debilidad como
pretexto, sino que de la debilidad extrae la fuerza para continuar caminando.
Se obtiene ventaja incluso de lo más desventajoso.
• El ánimo siempre vivo. El
ánimo renovado. Aunque las heridas sean profundas y largas como un río, el
ánimo inquebrantable. Tal es el ánimo del guerrero. Del fracaso se hace una
enseñanza: de la derrota, una victoria; de la pérdida, una lección de ecuanimidad.
Un ánimo vital, pero sosegado. Un ánimo que previene contra las vacilaciones
inútiles y que permite encarar las circunstancias adversas de la existencia
sin ansiedad. Un ánimo que se mantiene incluso ante la muerte y que permite
reconciliarse con ella con elegancia y lucidez. Ése es el ánimo que permite
superar la angustia que atenaza a todo ser humano ante las situaciones
especialmente difíciles. El guerrero espiritual procede como si esa angustia no
se presentase... aunque se presente.
• La conquista de uno mismo es
la más elevada y la más noble. Así lo sabe el guerrero, y así se sirve de todos
sus recursos para irla haciendo posible. Invoca a la Energía haciendo uso de
todas sus potencias. Así que el guerrero se abandona, pero no se abandona. Del
mismo modo que espera sin esperar. De igual forma que cree en todo sin creer en
nada. Es una paradoja viviente, porque la vida es en sí misma la gran paradoja
por la que peregrina. Asume, pero no desfallece. Se emplea a fondo cuando es
necesario; se retira a su intimidad abismal cuando las circunstancias lo
requieren. A veces es asaltado por la inmensa soledad propia de todo guerrero.
Pero ésa es la batalla que mejor sabe librar. Soledad sí, pero no desvalimiento.
Hay un sabor de plenitud e infinitud en la desenfrenada soledad del ser
humano. El guerrero se alimenta con ese sabor.
• El guerrero es un explorador
de toda posibilidad, de toda experiencia, de todo itinerario. Su curiosidad es
muy viva, aunque no compulsiva. Todo lo mira, de todo aprende, a todo le saca
la inspiración. De ahí que nunca haya lugar para el aburrimiento; mucho menos
para la timidez o el ánimo timorato. En su explorar consume mucha energía,
pero debe aprender a renovarla. Sabe acumular energías y hacer uso de todos sus
recursos. Cuando se siente débil se conecta con la Fuente Primordial. De ella
toma su fuerza, su coraje sereno, su intrepidez para penetrar en universos
vedados para el ser humano común. El es instrumento de esa Fuente Primordial.
Es humilde pensando que sólo es una mota en los vastos universos. Pero se
tonifica sintiendo que esa mota forma parte de la unidad de la Fuente
Primordial. Sabiéndose el instrumento de un poder más alto, no se identifica
con la acción ni mucho menos con los resultados de la misma. Pero procede con
destreza y hace lo mejor que puede en cualquier momento. Hace sin hacer,
participa sin participar. No se entrega a desconcertantes aprensiones; no se
deja desbordar por la inquietud. No se lamenta, no se autocompadece. No abre
los portones de la duda por la duda. Confía en su energía de criatura viviente.
Si sus fuerzas están a punto de agotarse, se refugia en la cueva del corazón y
escucha la voz de la Amada (Energía Cósmica) que le infunde nuevos ánimos.
Recupera así el espíritu del guerrero, que es su mayor tesoro, su más
espléndida riqueza.
• El guerrero espiritual toma
la vida como un maestro. Se acepta en principio como es, y desde la aceptación
comienza su sendero de autodesarrollo, no al margen de la vida, sino en roce
continuo con la vida. Jamás acepta la injusticia, cultiva el sentido de
servicio y cooperación, hace la paz interior para compartirla, permanece en
conexión con la más íntima realidad de iluminación y al tener que enfrentar
situaciones ordinarias de la vida, lo hace desde la simplicidad que permite
aprender. No gusta del artificio ni de la presuntuosidad. Refina sus
relaciones con los otros y consigo mismo y apela a la bondad que reside dentro
de sí mismo y de los demás. Habla de corazón a corazón, y sabe que tiene en
común con todos los seres sentientes del mundo la Sabiduría que surge de la
Fuente Primordial, de lo Incondicionado e Inefable. Es el Conocimiento que
guía al guerrero espiritual y que está en simiente en todos los seres.
• El guerrero espiritual
aprecia su cuerpo, lo atiende, lo dispone, lo prepara. Sin apego, sin
obsesión. También cuida su mente, la cultiva con esmero. Impone una dignidad a
su carácter y examina
su conducta. Mediante la
meditación recobra su armonía básica. La postura meditacional es símbolo del
talante del guerrero. Desde la tierra en la que se apoya quiere proyectarse
hacia la Totalidad. La meditación le permite potenciar su elemento vigílico,
poner orden en su mente, abrir su corazón, sincronizar todas sus energías.
Todos los guerreros espirituales se sirven de la meditación, pero cada uno a su
manera.
• La intrepidez del guerrero
espiritual consiste en abrirse, no en parapetarse, ni mucho menos
atrincherarse. Asume el riesgo y espera lo que ocurre, sin dejarse dominar por
las frustraciones del pasado o las expectativas del futuro. Procede con
precisión según las circunstancias lo requieren. Es a la vez recio y manso.
Vigila su pensamiento y su conducta. Aprecia en grado sumo la relación humana.
Sabe que no hay peor enemigo que un ego que se desborda, y que nada debilita
tanto como la infatuación y la autoimportancia. Utiliza el discernimiento para
abrirse camino aun en la confusión; apela al entendimiento que le proporciona
la Enseñanza para arrojar luz a través de la ofuscación. No ahoga jamás sus
pasiones; las reorienta. Aprovecha todo momento para estimular el proceso de
autoconocimiento.
• No crea resistencias, está.
De nada sirve parchear y perderse en componendas: se enfrenta y asume el riesgo
de rodar por el campo de batalla. Pero sin resistencias, los sucesos tal como
son y sin ser distorsionados por la alucinación del pensamiento desordenado. El
guerrero se adiestra viendo las cosas como son, para extraerles toda su
sabiduría. No deja que su psicología se superponga a los acontecimientos y los
falsee. Por eso no gusta de escapismos, subterfugios, autoengaños. No es
negando el mundo fenoménico como éste se supera, sino penetrándolo con la
atención muy despierta y ecuánime.
• No hay peor bruma que el autoengaño.
El autoengaño adquiere caracteres de mayor gravedad en la senda del guerrero,
porque no hay que imaginar que se está caminando si no se está avanzando ni
una sola pulgada. La honestidad es el antídoto del autoengaño. Un guerrero
espiritual puede dejar de ser todo menos honesto. Mejor es apartarse de la
Enseñanza que estar en la Enseñanza sin comprometerse rigurosamente con ella.
El guerrero espiritual desarrolla un gran sentido del humor, pero no juega con
la Enseñanza.
• El guerrero espiritual se
mira a sí mismo sin subterfugios. Es doloroso ponerse al descubierto, examinar
las propias mezquindades, miedos, actitudes egocéntricas, tendencias
neuróticas. Abre su psiquis en canal ante sí mismo. Se desgarra ante la propia
visión de su interioridad y ahí halla toda su fuerza para emerger hacia una
dimensión de veracidad. Se encara a todos sus fantasmas internos. No alivia ni
amortigua sus miedos. Los instrumentaliza. Pone fin a las componendas. No se
refugia en su torre de marfil psicológica, sino que emerge rompiendo las
corazas que lo aprisionan y ahogan. Mira su mente, sus surcos repetitivos de
conciencia, sus infinitos hábitos autoprotectores, su impresionante urdimbre
de autoengaños sutilmente tejidos. Reconoce su enrarecida atmósfera interna de
miedos, resquemores, ansiedades, pretensiones falaces y egoísmos. Porque es un
guerrero se enfrenta con sus deficiencias, no desfallece, no se conforma.
Contempla la necesidad de cambiar y comienza a modificarse. Ésa es su
contienda. Conquistar el mundo no es nada al lado de lo que representa la
conquista de uno mismo. Recurre al poder de la mente y al del corazón. Aprende
a pensar y dejar de pensar; a amar y ser compasivo. Recurre a su intuición de
buscador.
• El guerrero espiritual
alterna en sí mismo sensibilidad y coraje. Con sensibilidad vive todas las
situaciones; con coraje supera las circunstancias adversas. Porque es un
observador diligente, aprende de cualquier circunstancia. Porque no se permite
mantener su mente embotada, sabe en todo momento cuál es su meta y con qué medios
cuenta para caminar hacia ella. Porque mantiene muy viva la motivación de
libertad interior, supera las fascinaciones de la vida cotidiana, acopia
fuerzas y sigue caminando hacia la Realización.
• El guerrero espiritual trata
de mantener su mente limpia. Nada de dogmas, ni ideologías ni obsesiones. Todo
ello le roba su brillo, su fuerza, su talante. Nada de prejuicios ni
adoctrinamientos. Todo ello le roba su frescura, su destreza. Confía en la
observación penetrante, más allá de filtros y acumulaciones. Sabe que el mejor
consejero es la armonía interior, y la mejor lámpara, la comprensión lúcida.
Se apoya en la disciplina y el esfuerzo no coercitivo ni compulsivo.
• El guerrero pone los medios
para ganar una dimensión de conciencia no contaminada por el apego y la
aversión. En esa dimensión de conciencia no hay angustia, y por tanto uno se
puede relacionar con la vida y con las otras criaturas desde la cordura que
proporciona la serenidad interior. Desde esta dimensión de conciencia, que no
se pierde en ensoñaciones ni obsesiones, es posible acoplarse a la situación
tal cual es y sacarle toda su inspiración y enseñanza. Cuando se procede así,
todo es un acto meditacional. Hay un mensaje a cada instante y sobreviene una
nueva espontaneidad que nada tiene que ver con el instinto ni la mecanicidad.
Hay una refrescante adaptabilidad. Se adentra uno con destreza en el laberinto
de lo mágico. No hay aferramiento; no hay resentimiento. Las cosas se viven con
frescura, sin desgarramiento interior. Se sufre, se goza, desde la ecuanimidad
y confiando en la propia energía y calidad de ser humano. Se es a pesar de
todos los condicionamientos; permanece uno conectado con su naturaleza real, a
pesar de todas las circunstancias. Cada situación adquiere relevancia, más allá
de la rutina y el aburrimiento.
• El guerrero espiritual
valora mucho la inteligencia pura, no los conceptos ni el pensamiento
ordinario. La inteligencia pura es el arte de ver con claridad, de comprender
con lucidez, de penetrar los fenómenos tal cual son. Esa inteligencia da por
resultado el verdadero amor, el comportamiento honesto, la óptima relación con
nosotros mismos y con los demás. Esa inteligencia permite que aflore una
disciplina espontánea y natural, una mansedumbre no fingida ni artificial, una
fluidez contagiosa y saludable. El guerrero espiritual se ejercita en
cualquier modo de meditación para estimularla. Esa inteligencia pone al
descubierto la realidad tal cual es y permite desplazarse hasta lo
incondicionado. Desmantela el ego, disuelve el apego, quema los falsos ropajes
y disfraces. Con esa inteligencia la mente no cree sus propias proyecciones, no
hay posibilidad de infatuación, se deja de confiar para siempre en la
agresividad o el afán de poder. Una inteligencia tal purifica; hace la actitud
amorosa, pone armonía y orden dentro de uno mismo.
• Cuando el guerrero se siente
o sabe solo, se conecta con el linaje de los guerreros espirituales, se siente
uno dentro del círculo interno de la humanidad, toma inspiración y fortaleza de
aquellos que despertaron y realizaron su heroicidad espiritual. Entonces el
guerrero recobra su valentía, su intrepidez, hasta su osadía. Los retrocesos
en la búsqueda sólo son aparentes. La consistencia es lo que cuenta. Toda la
energía que los otros consumen en la autoimportancia, la obsesión, la
competencia, el afán de aparentar y dominar, el apego y la aversión, toda esa
energía el guerrero la reorienta hacia la evolución consciente. Ese rico
caudal de energía interior permite la conexión con la energía de todos los
seres vivientes y así nunca se agota, sino que se renueva e intensifica.
Ampliando la conciencia con todo lo que está a su alcance, el guerrero descubre
la afabilidad, el sentido de una brizna de hierba, la plenitud de lo impersonal
y no referencial, la lucidez de la vigilia atenta y ecuánime, la sensación de
libertad de la apertura sin barreras, el sabor reconfortante de enfrentar los
hechos como son, sin subterfugios; el placer que proporciona le capacidad de
explorar todo lo mágico sin dejarse contaminar, empañar o seducir por los
fenómenos y sin perder la conexión con el ángulo de quietud y cordura.
• Aun los acontecimientos más
triviales le sirven al guerrero para retomar el hilo de la conciencia. Al
vaciarse de todo se llena de su propia realidad existencial. Al no tener la
compulsiva necesidad de demostrar nada, todo sucede por sí mismo. Controla y
fluye. Es de todos y de nadie demasiado. Está sin estar. Desarrolla una visión
plena, no fragmentada. Confiando en su intuición primordial no necesita
blindajes psíquicos. Muchas veces le asaltan los pensamientos neuróticos que
forman las milenarias memorias de todo ser humano, pero aprende a manejarse con
ellos. La meditación le capacita para no dejarse atrapar y encarcelar por las
imágenes mentales.
• Buena parte del sufrimiento
está en la mente. Así lo sabe el guerrero, y sabe que en la mente hay que
resolverlo. De tanto mirar al pasado y al futuro, el ser humano no se dispone
sagazmente para el presente. Habitando en la ofuscación e insatisfactoriedad de
la mente, no puede haber comunión ni con uno mismo ni con los demás. El
guerrero espiritual enfrenta su mente, se encara a lo conceptual, refrena la
compulsividad del pensamiento reactivo, aplica la ecuanimidad a sus viejos
impulsos, comprende que la mejor defensa es no alimentar neuróticas
autodefensas, se entrena en dinamitar los fundamentos del ego: identificación
con la forma, el nombre, la imagen idealizada y la autoestima, la infatuación,
los condicionamientos y adoctrinamientos, las reacciones y hábitos mentales, y
otros.
• El guerrero aprende a estar
en sí mismo, desde la serenidad. Si no aprendemos a estar con nosotros mismos,
¿adonde podremos ir que nos sintamos bien? El guerrero espiritual se desnuda
psicológicamente para ir más allá del fardo de su psicología. Sabe que no hay
proceso sin sufrimiento, pero no genera sufrimiento sobre el sufrimiento. No
cede a las fantasías, construcciones y coleccionismos del ego. Sabe que para
ser hay que no ser.
• Las dificultades son las
oportunidades de oro para el guerrero. Le estimulan a ser diestro, preciso,
superar los temores, confiar en su energía para relacionarse sabiamente con la
situación, apelar a su resistencia, paciencia y ecuanimidad. Las dificultades
le entonan, le robustecen, le evitan que el ánimo enmohezca, le brindan la
oportunidad para poner a prueba si realmente está evolucionando.
• La mente produce ofuscación
y confusión, como la humedad recrea el musgo. Por eso el guerrero espiritual
entra en su mente para en ella resolver la oscuridad y hacer la lucidez de la
conciencia. Según la condición de la mente, lo que a uno ata a otro lo libera.
La actitud de la mente es esencial. El guerrero la cuida como a una orquídea
única e irrepetible. Meditar es resolver los problemas de la mente y descubrir
toda la sutil estructura del ego para habitar más allá de sus reacciones y sus
paranoias. Es el ego el que persigue y huye. Es el ego el que se aferra a los
logros y se frustra; se sacia y se aburre. Pero cuando el guerrero se sitúa más
allá de su ego y aprende a estar, descubre la inmensidad sin orillas que todo
lo penetra.
• El guerrero alimenta un
sentido de profundo respeto por sí mismo y por los demás. No hay verdadero amor
sin respeto. Respetar es no dañar, no exigir, no obligar, no agredir, ni
siquiera en la forma más sutil. Respetar es no manipular, no ser ladino, no
servirse de artimañas ni subterfugios para explotar material o psicológicamente
a los otros. Respeta a una piedra, una flor, un riachuelo, una criatura
viviente. Su actitud de respeto exhala su fragancia incesantemente. Es por esa
inquebrantable actitud de respeto que el guerrero jamás se muestra arrogante ni
mezquino, ni se ampara en falaces remordimientos ni culpabilidades. Porque se
respeta, es responsable y no se lamenta sin sentido. Porque se respeta, se compromete
a modificarse y pone realmente los medios para la mutación interior. El
guerrero que no se respeta está al margen del arte de la guerra espiritual.
• El guerrero espiritual
medita en la muerte como inevitable, imprevista, definitiva e irreparable,
porque así potencia cada segundo de su vida y lo pone al servicio de la
búsqueda. No hay tiempo que perder. Inspirándose en el mensajero divino de la
muerte, el guerrero fortalece su propósito, pule su actitud, no busca
consuelos inútiles ni se deja seducir por los fenómenos, no se pierde en
trivialidades, cultiva una conducta adecuada, no enreda con mezquindades, no
cultiva emociones negativas, instrumentaliza todo para hallar el Conocimiento
liberador, mejora sus relaciones, no pierde su tiempo en recuerdos o fantasías
mecánicas, está siempre presto a la conquista de sí mismo, se crece ante la
adversidad; fomenta sin tregua la atención y estimula la conciencia. Sabe que
cuando logre morir a sus condicionamientos y a su ego, incluso el miedo a la
muerte habrá desaparecido.
• El guerrero espiritual
domina el arte del mirar inafectado. Manteniéndose en la energía del observador
desidentificado, es libre. Esa libertad es su ganancia, es su logro, es su
enjundia. En el
mirar inafectado, en el
atestiguar desidentificado, no hay conflicto no hay tensión. Sólo hay la
voluntad de ser. Esa energía del observador adquiere toda su potencia cuando
la mente aprende a silenciarse. Si cesa el charloteo de la mente y la atención
se intensifica hasta su límite, el guerrero alcanza con su visión más allá de
esas apariencias que a los otros detienen. En esa mente tan abismalmente
silenciosa, tan inmensamente atenta, brota una energía transpersonal que
acrecienta la conciencia y ensancha la comprensión. Lo inefable, lo
Incondicionado toma al guerrero. El fuego interior se despliega y quema las
impurezas de la mente, deflagrando los hábitos coagulados y permitiendo que
surja una explosión de comprensión que proporciona un giro a la mente y una
manera hasta entonces insospechada de ver.
• El guerrero espiritual
aprende a considerar, pero es indiferente a si le consideran o no. Como está
en el intento de superar la autoimportancia, la infatuación y las actitudes
egocéntricas, no se resiente ante juicios adversos, censuras, burlas o insultos
de los demás. No necesita insuflar su imagen idealizada. No necesita de
máscaras y camuflajes. Se adiestra en el amor consciente, el que pone los
medios para que los demás también completen su evolución y sean felices.
• El guerrero espiritual hace
su sendero de momento en momento. Es la suya la senda sin senda. Requiere
golpes de luz que le orienten, verdades para el esclarecimiento, claves para
desarrollar la conciencia. Sabe que el destino juega con él, pero que él también
puede llegar a jugar con el destino. Está preparado para que la muerte no le
tome por sorpresa. Eso quiere decir que si la muerte llega y él previamente ha
matado su ego, ¿qué podrá la muerte arrebatarle?
• Cultiva la paciencia porque nada espera que no sea lo que ocurre
y porque este momento, por el hecho de serlo ahora, es el mejor para la
realización) El guerrero cultiva la energía, porque sin ella toda apertura es
imposible y el miedo le hará mella una y otra vez. Cultiva la confianza en la
Enseñanza porque sin ella es como el amante que se extravía al no disponer de
su amada. Cultiva la ecuanimidad como la cualidad de cualidades, como el
equilibrista se entrena para no precipitarse a uno u otro lado. Se asemeja al
riachuelo que, sagaz, sabe hallar los puntos de menor resistencia para seguir
fluyendo hacia un cauce más generoso. Se parece a ese cielo que sabe permanecer
en sí mismo sin que las nubes consigan arrastrarlo. El guerrero es como la
montaña: firme, sólido y consciente, y como la nieve, esponjoso y amable.
• Está el guerrero en continuo
aprendizaje, instrumentalizando lo cotidiano para su crecimiento interior,
familiarizándose con lo desconocido y asomándose a lo incognoscible. Busca el
signo más allá del signo. En el nivel de lo cotidiano usa la razón; en el nivel
de lo supramundano se sirve de la intuición mística. Aprende a cabalgar sobre
el tigre de la vida; enfrenta la muerte con lucidez y conciencia. Desconfía de
los sentidos; confía en la percepción pura, incondicionada. Da la bienvenida a
todo lo que le ayuda a templar el ánimo; a todo lo que le proporciona sobriedad
y ecuanimidad. Da la bienvenida a lo que le hace sentir humildad, a lo que lima
su vanidad. Cualquier momento lo considera oportuno para adiestrarse en la
superación de las interpretaciones personales y poder ver las cosas como son.
• Toda la energía que se
pierde en mezquindades, pequeñeces, preocupaciones y heridas narcisistas, el
guerrero debe aprovecharla para poder disponer de ella en el camino de la
autorrealización. No se ofende, no se irrita, no recoge los insultos de los
otros, pero es resistente en su no violencia, inquebrantable en su pasividad.
• Como el guerrero espiritual
sigue la senda sin senda y hace camino a cada paso, recompone su estrategia
espiritual siempre que su grado de evolución o las circunstancias lo requieran.
Sólo algo se mantiene fijo: su carácter de honestidad consigo mismo.
• El guerrero espiritual pone
los medios para poder emerger de la atmósfera de ilusión que hay en su mente
condicionada. Tiene que superar adoctrinamientos, patrones de conducta,
reacciones coaguladas, esquemas y condicionamientos, descripciones petrificadas.
• El guerrero gusta de ponerse
al borde del precipicio para que todos sus resortes de intrepidez le vengan a
la mano. No pierde jamás la conciencia, porque sabe que la negligencia es el
puente hacia la oscuridad. Si el desfallecimiento le asalta, recuerda su propósito.
Si la angustia le atrapa, en lugar de contraerse, pone su osamenta en manos de
la Energía Cósmica. Si el miedo le aborda, se establece en la energía del que
mira inafectadamente.
• Desarrolla a cada momento la
comprensión de su meta; la comprensión de los medios hábiles; la comprensión de
lo idóneo a hacer en cada momento y circunstancia. Se entrega, pero no se quema.
Se da, pero no se desertiza. Jamás cultiva relaciones de dependencia; se niega
a hacerle el juego a sus propias carencias psicológicas o a las carencias de
los demás. No pierde las oportunidades; no deja pasar la bandeja de la
providencia. Aprende a adaptarse. Sabe escuchar la sabiduría de su cuerpo, de
su mente y de su corazón. Vela por su bienestar físico y mental. No
desaprovecha sus energías. Cuenta con la atención bien dispuesta como el gran
rival contra el desequilibrio y el desorden.
• El guerrero aprende a
desestructurarse para volver a estructurar en el nivel que precisa. La
disolución no le espanta; sabe que es una fisura hacia lo Inmenso. Reconoce los
distintos niveles de percepción y sabe en cuáles debe confiar y en cuáles no.
Descubre que más importante que aprender es desaprender, que aún más importante
que ser es no ser. Se propone despertar del sueño psicológico. Es un guerrero
espiritual el que lo intenta y pone los medios para ello. Desconfía de las
leyes hechas por los hombres dormidos, de las reglas fabricadas por mentes
embotadas. Sabe que nada hay tan peligroso como el dogma y la creencia ciega.
Aprecia más que nada la ternura y sabe que lo mejor que se puede hacer por los
otros es amarlos conscientemente.
• El guerrero espiritual no
malgasta su tiempo en tratar de buscar una respuesta a los imponderables. Su
vida anterior o su vida posterior no cuentan cuando se está viviendo el momento
presente y proporcionándole un sentido de búsqueda. No cree en conceptos, sino
en vivencias que modifican la mente y la conducta. Sabe que la vida sin un
sentido es atroz. Que esa misma atrocidad es una bendición si se utiliza para acrecentar
la conciencia y recobrar la Sabiduría.
• Lo peor que puede hacer un
guerrero es traicionarse a sí mismo; traicionar su fortuna, su destino. Ha
escuchado la Enseñan/a, tiene medios para ponerla en acción y acrecentar la
conciencia, ha adquirido un compromiso. Si se traiciona, ¿que peor enemigo puede
haber para él que él mismo?
• El guerrero no alimenta
ilusiones. Sabe que en el espacio externo la mayoría de los acontecimientos y
eventos escapan a su control. Es por eso que apunta hacia la mente y es su
mente la que trata de cambiar. Es un alquimista de sus profundidades; es un
mago de su psiquis. Ante lo inevitable, no guerrea; asume. Lo que debe ser
modificado y puede modificarlo, lo hace. No cree en las palabras; mucho menos
en las promesas. Cree en la actitud y en los actos. Desde su ser inafectado
mira la vida como un sueño, un carnaval. Sortea los reflejos, mantiene la
clara conciencia en el juego deformante de imágenes de la mente condicionada.
Toma la vida por asalto. Cierra los oídos a los elogios y a las increpaciones.
Valora el esfuerzo personal cuando es el resultado de la impresión y de la
independencia. Embellece su mente con emociones positivas. No hace de su mente
un estercolero, ni un erial de su corazón. Limpia su hogar interior y lo abre a
los demás.
• No engaña, no falsea los
hechos, no se sirve de subterfugios y artimañas, no trata de presentarse mejor
de lo que es para ganar méritos. El es su propio juez, su propio testigo. Si
algo no debe ser un guerrero es ser mezquino. La mezquindad descalifica al
guerrero. Debe hallarle el gusto a la generosidad, pero su generosidad jamás
es debilidad. Nunca se presta a las manipulaciones, exigencias o reproches de
los otros.
• El guerrero es un peregrino
en la Vía Láctea hacia el Conocimiento. Su mayor inspiración es la libertad
interior, Camina codo con codo con todos los guerreros espirituales de la
tierra. La no violencia es su fuerza más poderosa. Cada momento de paz infinita
es su recompensa más elevada. Sabe que al nacer a esta vida murió a otra forma
de ser, y que al morir nacerá a otro modo de ser. Porque no tiene armadura y es
como el espacio abierto, se siente seguro; no hay dardo que pueda herirle.
Camina veloz, pero no se impacienta. No se agota, aunque se fatigue, porque
dispone de toda la energía de la corriente de conciencia despierta. Forma un
eslabón con la inmensa cadena de los guerreros del espíritu. Aboga por las
tolerancias y la indulgencia. No cree en las espadas ni en las lanzas, pero
confía en la bondad primordial de los seres humanos. Toda criatura viviente
habita en su corazón. Porque se sabe incompleto, aspira a la Plenitud.
APÉNDICE
2: NARRACIONES MÍSTICAS DE LA INDIA
Él arte de la observación
Un discípulo se dirigió al
maestro y le dijo:
—Maestro, te ruego me ofrezcas
instrucción para aproximarme a la Verdad. Tal vez tú dispongas de alguna
enseñanza secreta.
—El gran secreto —repuso el
maestro— está en la observación. Nada se escapa a una mente observante. Ella
misma se convierte en la enseñanza.
—¿Qué me aconsejas hacer?
—preguntó el discípulo.
—Observa. Siéntate en la
playa, a la orilla del mar, y observa cómo el sol se refleja en sus aguas.
Permanece atento observando tanto tiempo como te sea necesario, tanto tiempo
como te exija la apertura de tu comprensión.
Durante días el discípulo se
mantuvo en completa observación. Observó el sol reflejándose en las aguas
tranquilas y sobre las aguas encrespadas, sobre el mar en calma y sobre el mar
en tempestad, sobre las olas apenas visibles y sobre las olas descomunales.
Observó y, finalmente, se abrió su comprensión.
Agradecido, el discípulo
regresó hasta el maestro, que le dijo al verle:
—Te estaba esperando. ¿Has
comprendido a través de la observación?
—Sí —dijo el discípulo lleno
de agradecimiento—. Llevaba años efectuando ritos, asistiendo a ceremonias
sagradas, leyendo las escrituras, pero no había comprendido. Unos días de
observación me han hecho comprender. El sol es nuestro ser interior o naturaleza
real, siempre brillando, autoluminoso, inafectado. Las aguas no le mojan y las
olas no le alcanzan; es ajeno a la calma y a la tempestad aparentes. Siempre
permanece en sí mismo.
—Esa es la enseñanza sublime
—dijo el maestro—, la enseñanza que se desprende del arte de la observación.
El perro aterrado
Nuestra mente ofuscada es
fábrica de confusión. Nos obliga a vivir a través de nuestras proyecciones y no
de la realidad. La siguiente historia del perro aterrado es muy significativa
para comprender hasta qué punto a nuestra mente le sucede lo mismo que al animal
de este relato.
En una ocasión un perro entró
en un palacio cuyas paredes estaban cubiertas de espejos. El perro entró
corriendo y en ese momento vio que numerosos perros corrían hacia él en
dirección contraria a la suya. Aterrado, se volvió hacia la derecha para tratar
de huir, pero entonces comprobó que numerosos perros estaban también en esa
dirección. Se volvió hacia la izquierda y comenzó a ladrar despavorido.
Decenas de perros, por la izquierda, le ladraban amenazantes. El perro sintió
que no tenía escapatoria posible. Estaba rodeado de perros enemigos. Miró en
todas las direcciones, y en todas ellas contemplaba innumerables perros que no
dejaban de ladrarle. En ese momento el terror paralizó su corazón y el perro
murió. Su falsa percepción y su carencia de correcto discernimiento le habían
provocado la muerte.
La llave de la felicidad
El Divino quería sentirse
acompañado y creó unos seres para que le hicieran compañía. Pero estos seres
encontraron la llave de la felicidad, el camino hacia el Divino y se
absorbieron en Él. El Divino convocó a los dioses y les expuso la cuestión:
«Voy a crear al hombre, pero quiero esconder la llave de la felicidad en algún
lugar donde no se le ocurra buscarla. ¿Dónde os parece?». Uno de los dioses
dijo: «En el fondo del mar». Otro de ellos: «En una gruta en los Himalayas». Un
tercero: «En algún remotísimo lugar del espacio». Aquella noche el Divino
reflexionó y comprendió que el hombre terminaría buscando en los océanos, los
Himalayas y otras galaxias a través de los agujeros negros. No, en ninguno de
esos lugares estaría segura la llave de la felicidad. El hombre la hallaría y
Él volvería a quedarse solo. Pero entonces se le ocurrió el único lugar donde
jamás el hombre buscaría la llave de la felicidad: dentro del mismo hombre. Y
allí la colocó.
El yogui ladino
Ésta es la historia de un
yogui que había desarrollado grandes poderes psíquicos, aunque no había
obtenido la conquista de su propio ego. La siguiente historia muestra hasta
qué punto el ego se nos impone cuando no aprendemos a debilitarlo.
Después de una larga vida
entregado al autodominio, también llegó la hora para el yogui de esta historia.
Yama, el Señor de la Muerte, envió a uno de sus emisarios a atrapar al yogui,
pero éste intuyó con su poder clarividente la llegada del emisario de la muerte
y, experto en el arte de la ubicuidad, creó treinta y nueve formas semejantes a
la suya. Así, el emisario de la muerte contempló cuarenta yoguis iguales y no
pudo saber cuál era la forma verdadera, y por tanto cuál era la que debía
atrapar. Fracasado, regresó junto a Yama y le contó lo sucedido. Entonces Yama
le habló al oído y le dio unas instrucciones bien precisas. El emisario partió
hacia donde estaba el yogui. Cuando llegó, se encontró con el mismo truco del
ladino hacedor de proezas. Había cuarenta imágenes iguales. El emisario,
siguiendo instrucciones de Yama, comentó: «Muy bien, pero que muy bien, ¡una
gran proeza!». Y tras una breve pausa, agregó: «Pero hay un pequeño fallo».
Entonces el yogui, herido en su orgullo, replicó: «¿Cuál?». Y el emisario de la
muerte pudo atrapar la forma verdadera y conducir al yogui al reino de la
muerte.
Pleito a la luz
La oscuridad pensó que la luz
cada día le estaba robando más terreno y entonces decidió ponerle un pleito.
Así lo hizo y llegó el día marcado para celebrarse el juicio. La luz llegó a la
sala del juicio antes de que lo hiciera la oscuridad. Allí estaba el juez y los
respectivos abogados. Esperaron y esperaron. La oscuridad permanecía fuera de
la sala, pero no se atrevió a entrar. Simplemente no podía. Así que pasado un
tiempo, el juez falló a favor de la luz.
La luz es la conciencia y la
sabiduría. La oscuridad es la inconsciencia y la ignorancia. Estas últimas
sólo son la ausencia de aquéllas. No tienen luz propia. Si se desarrolla la
conciencia, ¿cómo puede compartir el mismo lugar la inconsciencia? No es
posible, así como la oscuridad no pudo entrar donde estaba la luz.
La paloma y la rosa
En un pequeño y hermoso templo
de la India se coló una paloma. Todas las paredes estaban adornadas con espejos
y en ellos se reflejaba la imagen de una rosa que había en el centro del
templo, en el santuario. La paloma, tomando las imágenes por la rosa, se abalanzó
sobre una y otra, chocando tan violentamente contra las paredes que terminó
por reventar y morir. Entonces su cuerpo, finalmente, cayó sobre la rosa.
El ser humano, por ignorancia
e ilusión, se comporta a menudo como la paloma. Toma por real lo que no lo es,
por esencial lo que es trivial. Persigue los espejismos que le hacen morir
espiritualmente, busca la rosa de la felicidad en los reflejos, fuera de sí
mismo, pero no en la propia interioridad.
El pez pregunta a la tortuga
Aunque debido a nuestros
autoengaños se nos oculta la real naturaleza interior, debería sernos tan
evidente como el agua para el pez de la siguiente historia.
Un pez se deslizaba por el
agua. De repente sacó la cabeza y vio una tortuga en la playa a la que
preguntó:
—Tortuga, ¿qué es el agua? Y
la tortuga repuso:
—Has nacido en el agua, en el
agua estás viviendo y en el agua morirás. Fuera de ti hay agua; dentro de ti
hay agua. Te alimentas de lo que encuentras en el agua. ¡Pez necio, me
preguntas a mí qué es el agua!
El hombre ecuánime
Esta es la significativa
historia del hombre ecuánime. Era dueño de un caballo, pero cierto día por la
mañana se despertó, fue al establo y comprobó que el caballo había
desaparecido. Entonces vinieron los vecinos a condolerse y decirle:
—¡Qué mala suerte has tenido!
Sólo tenías un caballo y se ha marchado.
Y el hombre dijo:
—Sí, sí, así es, así es.
Pasaron unos días y una mañana
el buen hombre se encontró con que en la puerta de su casa no solamente estaba
su caballo, sino que había traído otro. Vinieron los vecinos y le dijeron:
—¡Qué buena suerte la tuya!
Ahora eres dueño de dos caballos.
El hombre repuso:
— Sí, sí, así es.
Ahora, al disponer de dos
caballos, el hombre podía salir a montar a caballo en compañía de su hijo. Pero
un día, el hijo se cayó del caballo y se fracturó una pierna. Vinieron los
vecinos y le dijeron:
— ¡Mala suerte, muy mala
suerte! Si no hubiera venido ese segundo caballo...
El hombre, tranquilamente,
dijo:
—Sí, así es.
Pasó una semana y estalló la
guerra. Todos los jóvenes fueron movilizados, menos el hijo herido al caer del
caballo. Y vinieron de nuevo los vecinos a verle y le dijeron:
— ¡Tú sí que tienes buena
suerte! Tu hijo se ha librado de la guerra.
—Sí, sí, así es —repuso
serenamente.
¡No, mi hijo está conmigo!
Un hombre tenía un hijo. Por
determinados motivos se vio obligado a viajar y tuvo que dejar a su hijo en la
casa. Unos bandoleros aprovecharon la ausencia del padre para entrar en la
casa, robar, destrozarlo todo y llevarse al joven con ellos. Después
incendiaron la casa. Al poco tiempo volvió el padre y se encontró la casa quemada.
Buscó entre los restos y encontró unos huesos, que creyó que eran los de su
hijo quemado. Introdujo los huesos en un saquito que ató a su cuello. Llevaba
el saquito de huesos junto al pecho. Jamás se separaba del saquito, al que
abrazaba con entrañable afecto, convencido de que aquéllos eran los restos del
muchacho. Pero el hijo consiguió huir de los bandoleros y llegó hasta la puerta
de la casa en la que viviera ahora su padre. Llamó a la puerta. El padre,
abrazado a su saquito de huesos, preguntó:
—¿Quién es?
—Soy tu hijo— repuso el
muchacho.
—No, no puedes ser mi hijo,
vete. Mi hijo ha muerto.
No, padre, soy tu hijo.
Conseguí escapar de los bandoleros. El padre aprisionó aún más el saquito de
huesos contra sí.
—He dicho que te vayas, ¿me
oyes? Mi hijo está conmigo.
—Padre, escúchame, soy yo.
Pero el hombre seguía replicando:
—¡Vete, vete! Mi hijo murió y
está conmigo. Y no dejaba de abrazar el saquito de huesos. En su apego por lo
irreal e ilusorio el ser humano procede como ese padre y se niega a ver la
Realidad.
El hombre que se disfrazó de
bailarina
Una gran fiesta se celebraba
en la corte del monarca. Iba a comenzar la danza cuando sucedió que la
bailarina enfermó de gravedad. Nadie quería decir al rey lo que había pasado,
pero tampoco encontraban a otra bailarina para sustituir a la enferma.
Entonces, los colaboradores cercanos al monarca cogieron a uno de los
sirvientes y le pidieron que se vistiese de bailarina y se pintase y adornase
como tal. Así lo hizo el sirviente y, como una bailarina, danzó ante el rey.
La pregunta es: ¿Dejó,
mientras actuaba, de saber que era un hombre y no la mujer de la que se había
disfrazado? No es posible responder, pero el ser humano común es como si el
sirviente se hubiera creído que era una mujer por una total identificación y
una completa carencia de autoconciencia. El ser humano se identifica con el
cuerpo, la mente, el nombre y la forma y pierde la conciencia de su naturaleza
real. Tanto se identifica con la máscara de su ego, con la vestidura de su
personalidad, que se olvida de su auténtico y genuino ser interior.
Los acróbatas
Ésta es la historia de una
niña y un hombre acróbatas. Viajaban por los pueblos de la India exhibiendo sus
habilidades. El hombre sostenía un palo muy largo y la niña trepaba al extremo
superior. Un día, el hombre le dijo a la niña:
—Para evitar que nos ocurra un
accidente, lo mejor será que yo me ocupe de lo que tú estás haciendo y tú de lo
que estoy haciendo yo cuando efectuemos la prueba.
Pero la niña replicó:
—No, eso no es lo acertado. Yo
me ocuparé de mí y tú te ocuparás de ti y así, estando los dos muy atentos a
lo que cada uno de nosotros hace, no nos ocurrirá ningún accidente.
Atentos, conscientes de sí
mismos y vigilantes, así deben estar los buscadores del crecimiento interior y
la madurez interna.
Una insensata búsqueda
Una mujer estaba buscando algo
en el suelo junto a un farol. Pasó por allí un hombre y se paró, curioso, a
observar a la mujer, que afanosamente buscaba y buscaba. Intrigado, después de
un rato, el hombre preguntó:
—Buena mujer, ¿podrías decirme
qué buscas? Y la mujer repuso:
—Busco una aguja que he
perdido en mi casa, pero como allí no hay luz, he venido a buscarla junto al
farol.
Como esa mujer proceden la
mayoría de los seres humanos, buscando la felicidad donde no es posible
hallarla, en lugar de buscar en su propio hogar interno, por oscuro que resulte
al principio.
Un preso muy singular
Este es el caso de un preso
muy singular. Era un hombre que había sido encerrado en un calabozo de un
pueblo. Un ventanuco enrejado daba al exterior. Todos los días el preso se
asomaba al ventanuco y comenzaba a reírse de la gente que veía en la plaza del
pueblo. Extrañado, el guardián le preguntó:
—¿Puedes decirme de qué te
ríes? Y el preso repuso:
—¿Cómo de qué me río? De todos
ésos. ¿No ves que están presos detrás de estas rejas?
El hombre común en su estado
de semidesarrollo se autoengaña como el preso de esta historia, autoarrogándose
una libertad y una armonía de las que carece, e incluso pudiendo subestimar a
aquellos mucho más evolucionados que él mismo.
El recluso
Ésta es una historia muy
antigua. Refiere el caso de un recluso que tenía que ser trasladado de cárcel,
para lo que tenía que atravesar toda la ciudad. Le colocaron un cuenco de
aceite hasta el borde sobre la cabeza y le dijeron:
—Un verdugo con una espada
caminará detrás de ti y en el mismo momento en que derrames una gota de aceite
te rebanará la cabeza.
El recluso emprendió el
camino. Se hallaba en el centro mismo de la ciudad cuando llegó un grupo de
hermosísimas bailarinas. La pregunta es: ¿Logró el recluso diligentemente no
ladear la cabeza y salvarla, o por el contrario, negligentemente, miró a las
hermosas danzarinas y la perdió?
Este relato invita a mantener
en todo momento la autoconciencia, la mente alerta y diligente. Debemos
aprender a estar tan atentos como si la vida nos fuera en ello.
El árbol celestial
Un hombre llevaba muchas horas
viajando a pie y estaba cansado y sudoroso bajo el sol implacable del día.
Extenuado, se echó a descansar bajo un árbol. El suelo estaba duro y pensó qué
agradable sería tener una cama mullida en la que reposar. Era aquél un árbol
celestial que hacía los pensamientos realidad, así que la cama le fue concedida
al exhausto viajero. Acostado en la agradable cama, pensó que sería muy grato
para sus cansadas piernas que una joven le proporcionase un masaje sobre ellas,
y en seguida una mujer estaba aliviando la tensión de sus piernas. Bien
descansado, el hombre sintió hambre y pensó en lo placentero que sería poder
degustar una opípara comida. Surgieron los alimentos y el viajero comió hasta
saciarse. Se sentía feliz. Había reposado, una bella joven le había dado un
masaje, y había llenado el estómago con sabrosos manjares. Su mente comenzó a
divagar. De repente le asaltó un pensamiento: «Mira que si un tigre me atacara
ahora». Apareció un tigre y lo devoró.
Tal es la naturaleza de la
mente común.
Los monos
El discípulo fue hasta el
maestro y le dijo:
—Te ruego que me proporciones
un tema de meditación, ya que voy a retirarme durante varias semanas al bosque
y meditaré muchas horas por día.
El maestro dijo:
—Puedes meditar en todo lo que
quieras. Todos los temas de meditación están ahí para ti, pero lo único que te
pido es que no pienses en monos.
«Eso es muy fácil», se dijo el
discípulo, «puedo pensar en todo menos en monos». Se retiró al bosque.
Al cabo de varias semanas
volvió hasta donde estaba el maestro, quien le preguntó:
—¿Qué tal te ha ido?
Y el discípulo, desalentado, contestó:
—Trate incansablemente de
meditar en algo que no fuesen monos, pero era en lo único que lograba pensar.
Ésa es la mente indócil y superficial.
El barquero inculto
Un joven muy erudito y
petulante tomó una barca para cruzar un río. De súbito pasó una bandada de aves
y el joven preguntó al barquero:
— ¿Has estudiado la vida de las aves?
—No, señor —repuso el hombre.
—Vaya, has perdido la cuarta
parte de tu vida —dijo el joven. Poco después vieron unas plantas flotando en
las aguas y el joven preguntó:
— ¿Sabes botánica? ¿Has
estudiado la vida de las plantas?
—No, en absoluto, señor.
—Pues has perdido la mitad de
tu vida. Pasado un tiempo, preguntó el joven:
—¿De las aguas? ¿Qué sabes de
las aguas?
—No sé nada, señor.
— ¡Oh, barquero! Sin duda has perdido
las tres cuartas partes de tu vida.
En seguida la barca comenzó a
hacer agua. Entonces fue el barquero el que preguntó:
—Señor, ¿sabes nadar?
—No —repuso el joven.
—Pues me temo, señor, que has
perdido toda tu vida.
El saber libresco y la
erudición sirven de bien poco. No es a través del conocimiento intelectual
como uno recupera la mente original y se transforma interiormente, sino a
través del conocimiento directo y vivencial.
El tigre que bala
Al atacar un rebaño, una
tigresa preñada dio a luz y luego murió. El tigre creció entre las ovejas, y se
comportaba como tal y se tenía a sí mismo por una oveja. Era sumamente
apacible, balaba, pacía e ignoraba por completo su verdadera naturaleza. Pero
un día llegó un tigre hasta el rebaño y lo atacó. Cuál sería su sorpresa al ver
un tigre que se comportaba como una oveja. «Oye —le dijo—, tú eres un tigre.»
Pero el tigre no hizo ningún caso y baló asustado. Entonces el tigre condujo
al tigre oveja ante un lago y le mostró su propia imagen. Pero él seguía
creyéndose una oveja, hasta tal punto que cuando el otro tigre le dio un pedazo
de carne cruda, no quería probarla. Pero por fin se decidió a hacerlo y la
carne cruda desató sus genuinos instintos y reconoció su propia naturaleza.
Como el tigre oveja es el ser
humano común. Su naturaleza original le pasa inadvertida, pues está, por
ignorancia, totalmente identificado con sus actividades psicomentales, su ego y
sus incorrectos enfoques.
FIN
* *
*
Este libro
fue digitalizado para distribución libre y gratuita a través de la red
Revisión y
re edición Electrónica de Hernán.
Rosario -
Argentina
129 de Diciembre 2002 – 13:43
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