En el Yoga, y
en lo posible, todo se pone al servicio de la búsqueda de la última realidad y
la paz interior. Así todo es incorporado a la búsqueda y aprovechado para
despejar la mente de ofuscación e ir conquistando la libertad interior. Y en el
karma-yoga hasta la acción más insignificante se transforma en medio para el
desarrollo interno; hasta el acto más común o aparentemente anodino se
transmuta en instrumento de autorrealización. Aun en un medio competitivo, y donde
la mayoría persigue compulsivamente los resultados y se aferra a ellos, el
karma-yogui fortalece de tal modo su ideal y cultiva tan firmemente las
actitudes adecuadas que puede actuar sin apegarse y aun sin sentirse el actor
directo porque no realiza la acción autorreferencialmente. Aprende, pues, a
mantener su sí-mismo desidentificado de todos los fenómenos, del mismo modo que
la pantalla, aunque las imágenes se proyecten en ella, nunca es mancillada por
tales imágenes. El karma-yogui, en una parte profunda de sí mismo, puede
mantenerse incoloro o inafectado a pesar incluso de la agitación exterior. El
se ejercita en la capacidad de actuar sin actuar o hacer sin que su sí-mismo
haga. El cuerpo hace, la mente hace, el sistema emocional hace, pero el centro
esencial logra mantenerse al margen de toda esa acción, puede mantener su autoconsciencia
y propia identidad. Son pocos los seres humanos que consiguen ese estado si no
es mediante un ejercitamiento oportuno. Toda mezquindad debe ser superada y el
ego, como se pule un diamante en bruto, debe irse purificando y controlando. En
la medida en que ese proceso interior de mutación va sobreviniendo, la energía
comienza a fluir de otra manera. Podremos tener mucha mayor actividad y, sin
embargo, no desgastarnos. La acción se efectúa con interés y entrega, pero con
desapego, con un total desprendimiento de los resultados, con una actitud
mental más allá de los pares de opuestos: dolor-placer, bueno-malo,
amargo-dulce…Ser uno mismo en cualquier lugar y circunstancia; aprovechar las
adversidades para fortalecer la musculatura psíquica; convertir las situaciones
displacenteras en maestras para acelerar la evolución interior. Como le indica
Krishna a Arjuna en el Bhagavad Gita: “No errarás si te arrojas a la batalla
habiendo logado que la desgracia y la felicidad, la victoria y la derrota, el
fracaso y el éxito te sean iguales.” Se actúa como debe actuarse, lo mejor que
sepas, pero sin dejarse abrasar por la acción y mucho menos por los resultados
posibles de la misma. La acción es piedra de toque para el perfeccionamiento.
No es la acción que el yogui se sustrae, sino a su preocupación por los
resultados de la acción. En la ocupación hay gloria; en la preocupación hay
debilidad, dependencia, neurosis. Ocúpate, pero no te preocupes. Al preocuparte,
dependes; al preocuparte, te sometes. La acción sin identificación es libertad
interior, la acción con identificación es mecanicidad, servidumbre. Tienes que
actuar, actúa, pero no te “manches”. Y ejecuta tu deber porque el propio deber,
aunque sea imperfecto, es preferible al deber de otro. Aprende a mantener la
cabeza tranquila cuando todo es agitación, como aconseja Kipling, porque “quien
puede contemplar la inacción en la acción y quien puede contemplar la inacción
en la acción y quien puede contemplar la acción permaneciendo en la inacción es
hombre de razón recta y de claro pensamiento; ha alcanzado el yoga y es un
obrero de numerosas facultades”. A todas las acciones internas y externas lleva
el yogui su actitud de desprendimiento, porque su mayor felicidad estriba en no
crear dependencias, en no alimentar falaces expectativas, en poder ver las
cosas y vivirlas tal y como son. Aprende a cambiar lo que se debe y puede ser
cambiado; aprende a aceptar lo inevitable sin crear inútiles resistencias;
aprende a amar por el amor mismo, adoptando una amorosa actitud expansiva donde
no cabe el afán de posesividad ni todos esos perniciosos elementos comunes a
todo amor simbiótico o que denota un deficitarismo emociona; aprende a
relacionarse estando al alcance de todos y, sin embargo, sin dejarse
condicionar por nadie; aprende a hacer lo mejor que puede en el momento mismo,
responsabilizándose de sus actos y decisiones y sin dejar así posterior paso a
engañosos sentimientos de culpa o arrepentimientos; aprende a apuntar a lo
esencial (su liberación) y a no proporcionar significados encadenantes a lo
trivial aprovechando los eventos cotidianos para superar la arrogancia, el
temor, la debilidad y el autoengaño; aprende a relacionarse con la necesaria
atención para no herir y no dejarse herir; aprende a utilizar el recto
pensamiento y a saber por qué ejecuta una acción o por qué toma una
determinación, sin permitirse vacilaciones desequilibrantes del sistema
emocional, proporcionando a la vida una significación con el propósito
inflexible e inquebrantable de evolucionar la consciencia en beneficio propio y
de los demás, aprende a retirarse de todo punto de vista fanático y a
desconfiar de todo extremismo; aprende a ser un buscador digno y se sirve de
todo aquello que le aproxime a la meta, libre de prejuicios y faltos convencionalismos;
aprende a no dejarse pervertir por justificaciones, autoengaños y
autocompadecimientos, lamentaciones y quejas, aprende a mantener, cueste lo que
cueste, el talante correcto y aprende a cambiar, porque esa mutación es su
mayor desafío, su aventura más apremiante. No actúa, ni piensa, ni habla a la
ligera porque sabe medir las consecuencias de sus actos, igual que sabe que
cuando se procede con confusión se genera ulterior confusión y posteriores
sentimientos de culpa y falaces arrepentimientos. Porque tiene lúcida c consciencia
de la brevedad de la existencia para el fin que se ha propuesto, no se pierde
en mezquindades, en hacer cargos a los otros o en enredar sin sentido. No
malgasta su energía en inútiles pensamientos ni contradicciones internas, ni
estados anímicos tan necios como innecesarios, sino que aprende aprovechar su
energía para descubrir las pautas hacia la integración interior. Cada acto
cuenta cuando la vida se pone al servicio de ese ideal que es acelerar la evolución
de la consciencia. No queda tiempo para perderse en el laberinto de las propias
estupideces por muy satisfactorias que éstas resulten para el núcleo neurótico
que todos llevamos dentro. Aprende a enfrentarse a lo que hay que enfrentarse y
a alejarse de lo que hay que alejarse. Encuentra todo su poder en la conquista
de sí mismo, a través de la cual libera todas las energías que estaban
estancadas. Evita todas aquellas actitudes y emociones negativas que le
reducen, le roban su armonía interior, le merman su mejores energías. No se
deja herir aunque le hieran y aprende a ser consciente en la vida para ser
consciente en el momento de la muerte. Así es un karma-yogui, como un samurái que
jamás desenvaina su katana porque sabe que la mejor espada es su propia
prestancia, su propio ánimo de samurái dispuestos a vivir y a morir con la
misma entereza y serenidad. Fluye como el agua, pero en su fluir no pierde
jamás su consciencia y su autoconsciencia, y saca fuerzas de cualquier
circunstancia para ponerla al servicio de su búsqueda. El amor, la amistad, la
relación humana, el trabajo, el deber se tornan dinámicos generatrices de poder
para continuar caminando hacia la meta. No se lamenta, no se justifica, no
manipula a los demás, no se enreda en el afán de posesividad no busca neuróticamente
la consideración de los otros, no absorbe a las personas amadas ni permite que
ellas puedan absorberle, no se dispersa más de lo necesario, ni se deja atrapar
por perturbadores diálogos internos o externos; no alivia su pesar con
escapismos que se vuelven posteriormente contra él, generando mayor pesadumbre;
no demanda excesiva seguridad en una existencia donde todo es por sí mismo
inseguro; aprende a superar los mecanismos atávicos y psicológicos de
identificación. Y así “Quien ha penetrado en los principios de las cosas,
iluminado por el yoga, dice “Yo no obro”, y al ver, oír, gustar, sentir, comer,
moverse, dormir, respirar, hablar, absorber, arrojar, abrir o cerrar los ojos
sabe que no él, sino sólo sus sentidos, son los que actúan sobre los objetos.”
No se encadena. Sus ideales no son los comunes sus anhelos no son los
habituales. Se ejercita en mantener una mente fresca y receptiva, donde no
quepa la rutina, ni el hábito, ni la actitud repetitiva y limitadora. Se niega
a funcionar siempre en el mismo surco o circuito de consciencia. No se contrae,
rechazando todo, absorbiéndola para utilizarlo como apoyo de trascendencia. “Una
piedra te hace caer; una piedra te hace incorporarte.” Y vuelves a caer y
vuelves a incorporarte, pero ninguna caída es la misma ni ninguna incorporación
es la misma, y cada extravío, cada aparente fracaso en la búsqueda, no es tal
porque siempre es un paso adelante en la larga marcha de la autorrealización.
KARMA-YOGA
Tomo
I, fascículos Ramiro Calle.
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