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domingo, 7 de julio de 2013

Karma-Yoga (Yoga de la acción desinteresada)

En el Yoga, y en lo posible, todo se pone al servicio de la búsqueda de la última realidad y la paz interior. Así todo es incorporado a la búsqueda y aprovechado para despejar la mente de ofuscación e ir conquistando la libertad interior. Y en el karma-yoga hasta la acción más insignificante se transforma en medio para el desarrollo interno; hasta el acto más común o aparentemente anodino se transmuta en instrumento de autorrealización. Aun en un medio competitivo, y donde la mayoría persigue compulsivamente los resultados y se aferra a ellos, el karma-yogui fortalece de tal modo su ideal y cultiva tan firmemente las actitudes adecuadas que puede actuar sin apegarse y aun sin sentirse el actor directo porque no realiza la acción autorreferencialmente. Aprende, pues, a mantener su sí-mismo desidentificado de todos los fenómenos, del mismo modo que la pantalla, aunque las imágenes se proyecten en ella, nunca es mancillada por tales imágenes. El karma-yogui, en una parte profunda de sí mismo, puede mantenerse incoloro o inafectado a pesar incluso de la agitación exterior. El se ejercita en la capacidad de actuar sin actuar o hacer sin que su sí-mismo haga. El cuerpo hace, la mente hace, el sistema emocional hace, pero el centro esencial logra mantenerse al margen de toda esa acción, puede mantener su autoconsciencia y propia identidad. Son pocos los seres humanos que consiguen ese estado si no es mediante un ejercitamiento oportuno. Toda mezquindad debe ser superada y el ego, como se pule un diamante en bruto, debe irse purificando y controlando. En la medida en que ese proceso interior de mutación va sobreviniendo, la energía comienza a fluir de otra manera. Podremos tener mucha mayor actividad y, sin embargo, no desgastarnos. La acción se efectúa con interés y entrega, pero con desapego, con un total desprendimiento de los resultados, con una actitud mental más allá de los pares de opuestos: dolor-placer, bueno-malo, amargo-dulce…Ser uno mismo en cualquier lugar y circunstancia; aprovechar las adversidades para fortalecer la musculatura psíquica; convertir las situaciones displacenteras en maestras para acelerar la evolución interior. Como le indica Krishna a Arjuna en el Bhagavad Gita: “No errarás si te arrojas a la batalla habiendo logado que la desgracia y la felicidad, la victoria y la derrota, el fracaso y el éxito te sean iguales.” Se actúa como debe actuarse, lo mejor que sepas, pero sin dejarse abrasar por la acción y mucho menos por los resultados posibles de la misma. La acción es piedra de toque para el perfeccionamiento. No es la acción que el yogui se sustrae, sino a su preocupación por los resultados de la acción. En la ocupación hay gloria; en la preocupación hay debilidad, dependencia, neurosis. Ocúpate, pero no te preocupes. Al preocuparte, dependes; al preocuparte, te sometes. La acción sin identificación es libertad interior, la acción con identificación es mecanicidad, servidumbre. Tienes que actuar, actúa, pero no te “manches”. Y ejecuta tu deber porque el propio deber, aunque sea imperfecto, es preferible al deber de otro. Aprende a mantener la cabeza tranquila cuando todo es agitación, como aconseja Kipling, porque “quien puede contemplar la inacción en la acción y quien puede contemplar la inacción en la acción y quien puede contemplar la acción permaneciendo en la inacción es hombre de razón recta y de claro pensamiento; ha alcanzado el yoga y es un obrero de numerosas facultades”. A todas las acciones internas y externas lleva el yogui su actitud de desprendimiento, porque su mayor felicidad estriba en no crear dependencias, en no alimentar falaces expectativas, en poder ver las cosas y vivirlas tal y como son. Aprende a cambiar lo que se debe y puede ser cambiado; aprende a aceptar lo inevitable sin crear inútiles resistencias; aprende a amar por el amor mismo, adoptando una amorosa actitud expansiva donde no cabe el afán de posesividad ni todos esos perniciosos elementos comunes a todo amor simbiótico o que denota un deficitarismo emociona; aprende a relacionarse estando al alcance de todos y, sin embargo, sin dejarse condicionar por nadie; aprende a hacer lo mejor que puede en el momento mismo, responsabilizándose de sus actos y decisiones y sin dejar así posterior paso a engañosos sentimientos de culpa o arrepentimientos; aprende a apuntar a lo esencial (su liberación) y a no proporcionar significados encadenantes a lo trivial aprovechando los eventos cotidianos para superar la arrogancia, el temor, la debilidad y el autoengaño; aprende a relacionarse con la necesaria atención para no herir y no dejarse herir; aprende a utilizar el recto pensamiento y a saber por qué ejecuta una acción o por qué toma una determinación, sin permitirse vacilaciones desequilibrantes del sistema emocional, proporcionando a la vida una significación con el propósito inflexible e inquebrantable de evolucionar la consciencia en beneficio propio y de los demás, aprende a retirarse de todo punto de vista fanático y a desconfiar de todo extremismo; aprende a ser un buscador digno y se sirve de todo aquello que le aproxime a la meta, libre de prejuicios y faltos convencionalismos; aprende a no dejarse pervertir por justificaciones, autoengaños y autocompadecimientos, lamentaciones y quejas, aprende a mantener, cueste lo que cueste, el talante correcto y aprende a cambiar, porque esa mutación es su mayor desafío, su aventura más apremiante. No actúa, ni piensa, ni habla a la ligera porque sabe medir las consecuencias de sus actos, igual que sabe que cuando se procede con confusión se genera ulterior confusión y posteriores sentimientos de culpa y falaces arrepentimientos. Porque tiene lúcida c consciencia de la brevedad de la existencia para el fin que se ha propuesto, no se pierde en mezquindades, en hacer cargos a los otros o en enredar sin sentido. No malgasta su energía en inútiles pensamientos ni contradicciones internas, ni estados anímicos tan necios como innecesarios, sino que aprende aprovechar su energía para descubrir las pautas hacia la integración interior. Cada acto cuenta cuando la vida se pone al servicio de ese ideal que es acelerar la evolución de la consciencia. No queda tiempo para perderse en el laberinto de las propias estupideces por muy satisfactorias que éstas resulten para el núcleo neurótico que todos llevamos dentro. Aprende a enfrentarse a lo que hay que enfrentarse y a alejarse de lo que hay que alejarse. Encuentra todo su poder en la conquista de sí mismo, a través de la cual libera todas las energías que estaban estancadas. Evita todas aquellas actitudes y emociones negativas que le reducen, le roban su armonía interior, le merman su mejores energías. No se deja herir aunque le hieran y aprende a ser consciente en la vida para ser consciente en el momento de la muerte. Así es un karma-yogui, como un samurái que jamás desenvaina su katana porque sabe que la mejor espada es su propia prestancia, su propio ánimo de samurái dispuestos a vivir y a morir con la misma entereza y serenidad. Fluye como el agua, pero en su fluir no pierde jamás su consciencia y su autoconsciencia, y saca fuerzas de cualquier circunstancia para ponerla al servicio de su búsqueda. El amor, la amistad, la relación humana, el trabajo, el deber se tornan dinámicos generatrices de poder para continuar caminando hacia la meta. No se lamenta, no se justifica, no manipula a los demás, no se enreda en el afán de posesividad no busca neuróticamente la consideración de los otros, no absorbe a las personas amadas ni permite que ellas puedan absorberle, no se dispersa más de lo necesario, ni se deja atrapar por perturbadores diálogos internos o externos; no alivia su pesar con escapismos que se vuelven posteriormente contra él, generando mayor pesadumbre; no demanda excesiva seguridad en una existencia donde todo es por sí mismo inseguro; aprende a superar los mecanismos atávicos y psicológicos de identificación. Y así “Quien ha penetrado en los principios de las cosas, iluminado por el yoga, dice “Yo no obro”, y al ver, oír, gustar, sentir, comer, moverse, dormir, respirar, hablar, absorber, arrojar, abrir o cerrar los ojos sabe que no él, sino sólo sus sentidos, son los que actúan sobre los objetos.” No se encadena. Sus ideales no son los comunes sus anhelos no son los habituales. Se ejercita en mantener una mente fresca y receptiva, donde no quepa la rutina, ni el hábito, ni la actitud repetitiva y limitadora. Se niega a funcionar siempre en el mismo surco o circuito de consciencia. No se contrae, rechazando todo, absorbiéndola para utilizarlo como apoyo de trascendencia. “Una piedra te hace caer; una piedra te hace incorporarte.” Y vuelves a caer y vuelves a incorporarte, pero ninguna caída es la misma ni ninguna incorporación es la misma, y cada extravío, cada aparente fracaso en la búsqueda, no es tal porque siempre es un paso adelante en la larga marcha de la autorrealización.

KARMA-YOGA

Tomo I, fascículos Ramiro Calle.

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